1. El regalo.

 

Al fin había llegado el día.

Su padre volvía de su viaje al extranjero. Había ido a una zona recóndita de Austria para hacer negocios con otra empresa y al parecer todo había salido a pedir de boca.

Después de casi un mes, ahora volvía con un nuevo contrato bajo el brazo muy productivo en estos tiempos de crisis. Una crisis que afectaba a gran parte del mundo, pero de la que poco a poco saldrían según los pronósticos que hacían los economistas de todo el mundo.

Anabella se había levantado temprano para limpiar y tenerlo todo listo para cuando llegara su padre, más o menos sobre la hora del almuerzo. Se había recogido su larga melena oscura en una coleta y se puso sus gafas de pasta negra camuflando así sus enormes ojos oscuros.

Puso el reproductor a un volumen bastante alto, que llevaba el sonido a todos los rincones de la casa y se puso a limpiar.

En el enorme salón de suelo enmoquetado miró la foto que tenía con sus padres y que estaba encima de la chimenea. Sonrió. Echaba de menos a su madre, pero sabía que la vería pronto porque su gira acababa dentro de poco. Cada día recibía varios e-mails de ella contándole todo lo que hacía y lo que veía en cada lugar que paraban.

Cierto que con su carrera musical le había dedicado poco tiempo a su hija, pero aún así, la joven sabía que la quería y mucho demostrándoselo cuando volvía de las giras para permanecer bastante tiempo hasta que la llamaban para grabar un videoclip o para comenzar a grabar las canciones para su próximo disco.

Anabella había heredado de su madre aquel don de cantar, pero era bastante más tímida que su madre, ya que cuando aún era pequeña e iba al colegio, el que la llamaran cuatro ojos la volvió retraída. Desde siempre había llevado gafas. Su madre le había dicho que se pusiera lentillas para resaltar su belleza pero ella se había negado alegando que con las gafas estaba más cómoda. Pura mentira.

Realmente tenía miedo de que con las lentillas la vieran como era realmente y no le gustara a nadie. Y aún a pesar de la edad que tenía seguía pensando igual, por lo que solo cantaba cuando estaba sola en su casa y si estaban sus padres lo hacía en habitación donde vivía rodeada de objetos antiguos.

Esta era su gran afición. Coleccionar objetos antiguos se había vuelto su mayor hobby. Le encantaba lo misterioso de estos y descubrir todo sobre cada uno de los objetos que tanto ella compraba como sus padres le regalaban cada vez que volvían de sus viajes.

Con cada objeto podía pasarse casi un mes investigando cómo y por qué se hizo y hasta que no lo descubriese todo sobre él, no estaba tranquila.

Después de casi media mañana de limpiar todos los rincones de la casa, se metió en la cocina a preparar un almuerzo especial por la llegada de su padre. Miró dentro del frigorífico y sacó los ingredientes necesarios para lo que tenía pensado hacer. Cortó verduras y carne. Cocinó en los fogones y preparó en el horno una tarta de chocolate que le había enseñado su madre tiempo atrás y que a su padre le encantaba.

Una vez estuvo todo listo, lo puso en la mesa del amplio comedor que apenas se utilizaba, únicamente para ocasiones especiales, Navidades y poco más, pero siempre se buscaba una excusa para comer en aquella habitación donde siempre habían celebrado sus cumpleaños e incluso su graduación.

Lo decoró con cariño y colocó todas las bandejas de las comidas en la mesa. Cuando estuvo todo colocado, lo observó satisfecha de su trabajo y se quitó el delantal para colgarlo en la cocina.

Justo en ese momento, el timbre sonó y ella corrió a abrir. Sonriendo, se encontró con su padre al que saludó con efusividad.

—¡Te he echado mucho de menos, papá! —le dijo ella contenta, abrazándolo.

—Vaya, cuánta alegría. ¡Qué recibimiento! Veo que me has echado de menos.

—Claro. ¿Cómo no voy a echar de menos al mejor padre que conozco?

Su padre sonrió. Entraron en la casa y fueron al comedor donde ya estaba todo listo y colocado sobre la mesa.

—Impresionante, una comida digna de reyes. ¿Te llevó mucho tiempo hacer todo esto?

—Media mañana, pero ahora siéntate y come.

Ambos se sentaron y se sirvieron de todas las bandejas. Mientras comían, el hombre le contó a su hija todo lo que había pasado en la reunión. Luego le contó todos los lugares que visitó.

—Encontré una tienda de antigüedades realmente impresionante. Estoy seguro de que te hubiera encantado, por eso te traje algo que había allí que te puede describir perfectamente cómo era la tienda.

—¿Dónde está? —preguntó Anabella impaciente.

—Está de camino, así que comamos tranquilamente.

—¿Cómo que está de camino?

—Era demasiado grande y no cabía en mi coche.

Anabella miró a su padre, sorprendida.

—¿Tan grande es?

—Sí. Esperemos a que venga y juzga por ti misma.

La joven asintió y le sirvió un trozo de pastel a su padre, el cual se lo comió con gusto y aprobador.

Para él era uno de los mejores que había probado.

Cuando este acabó, Anabella recogió todo para lavarlo mientras que lo sobrante lo guardaba en la nevera. Al rato, tocaron el timbre y ella cerró el grifo para salir a abrir. Su padre ya había abierto y dos jóvenes entraron con una enorme caja, aunque fina, que subieron a la habitación de la joven bajo las indicaciones del hombre.

Anabella los siguió y vio cómo dejaban el paquete junto a la pared. Curiosa, entró en su habitación mientras su padre pagaba a los jóvenes por el trabajo y estos se fueron.

—Acércate y ábrelo —le dijo su padre al ver que ella lo miraba desde una cierta distancia.

Ella se acercó y retiró el envoltorio para descubrir ante sí un inmenso espejo de cuerpo entero, aunque más grande que ella. El borde, que protegía el cristal, era dorado con motivos florales y en la parte alta había una inmensa máscara sonriente que parecía mirarla desde las alturas.

—Es hermoso, papá.

—Al parecer se usaba mucho en los Carnavales de Viena y ahora te pertenece a ti.

—Me encanta —dijo Anabella sonriendo, luego abrazó a su padre— muchas gracias, papá.

—De nada, pequeña. Espero que lo uses bien.

—Claro que sí. Ahora debo ir al centro comercial a comprarme unas cosas, hace tiempo que no salgo de compras.

—¿Te acompaño?

—No, el viaje ha sido largo así que deberías descansar un poco.

—¿Segura?

Anabella asintió. Le dio un beso en la mejilla y, tras coger la chaqueta y el bolso, salió de la casa. Se subió en su coche y condujo hasta el centro comercial. Un enorme edificio con grandes letreros por todos lados. Pasó por varias tiendas buscando qué comprar hasta que encontró un vestido realmente hermoso, por encima de las rodillas con vuelos y un escote en forma de corazón. Bastante bonito, incluso el color era bastante llamativo a simple vista: celeste con muchos brillantes.

Entró en la tienda, cogió un vestido de su talla y se dirigió al probador donde se lo probó para luego mirarse en el espejo. Le sentaba bastante bien. Salió un momento con el vestido y le pidió a una dependienta unos zapatos a juego con este. Tras probárselos y ver que le quedaban bien, se cambió y compró todo.

Esperaba poder utilizarlo pronto. Seguramente se lo pondría cuando su madre volviera y fueran a celebrarlo a un bonito restaurante.

Siguió recorriendo tiendas donde compró algunos accesorios hasta que se hizo tarde y su tarjeta comenzó a ponerse al rojo. Guardó las bolsas en su coche y volvió a su casa.

Preparó la cena que comió sola ya que su padre no tenía mucha hambre. Se duchó y se puso su pijama favorito. Un conjunto de pantalón corto muy por encima de las rodillas, tipo short y una camiseta de tirantes, ambas de color verde manzana.

Volvió a su habitación donde volvió a mirarse en el espejo. Le parecía el mejor espejo que había visto en su vida. A pesar de los años que le había dicho su padre que tenía, seguía tan brillante como si se conservara en muy buen estado.

Anabella tocó el borde dorado con delicadeza y uno de los salientes dorados le hizo un pequeño corte en un dejo. La joven sacudió la mano sin darse cuenta de que una pequeña gota de sangre caía en el cristal. Se chupó el dedo hasta dejarlo limpio. El corte era mínimo y ya no salía sangre por lo que no le dio importancia.

Tras eso, la joven puso el despertador y se acostó a dormir.

Durante la noche, el espejo pareció cobrar vida. Los ojos de la máscara se iluminaron y en el cristal se reflejó una gran cantidad de círculos de colores como si de un túnel se tratara, estos relucían e iluminaban toda la habitación lo que hizo que Anabella abriera los ojos confusa.

Se incorporó y vio su habitación toda iluminada. Asustada, miró al espejo. Se levantó y se acercó a este.

—¿Qué está pasando aquí? —se preguntó la joven.

De repente, todo movimiento dentro del espejo se detuvo lo que la hizo quedar a oscuras. Encendió la luz de su mesilla de noche para ver qué era lo que le había pasado al espejo. Se miró en el espejo y todo pareció normal, pero entonces se percató de que algo había cambiado, lo que debía ser el fondo de su habitación era una horrible pared de bloques oscuros y de aspecto frío.

Se veía su reflejo pero nada era igual. Miró a sus espaldas. Su habitación estaba como siempre, entonces, ¿por qué en el espejo se veía otra cosa? Movida por un impulso, tocó el cristal, pero este parecía haber desaparecido bajo su tacto porque al intentar posar su mano, ésta entró dentro del espejo arrancando un grito ahogado a la joven que retrocedió rápidamente.

Se miró la mano, cada vez más sorprendida y algo asustada. No sabía qué pasaba para que el espejo no tuviese cristal en ese momento cuando su reflejo se veía igual.

Sin dejar de mirar al espejo se sentó en su cama y no puedo evitar mirar aquella máscara que coronaba el espejo y le parecía verlo sonreír mientras la miraba. Sintió escalofríos sólo de pensar que estuviese vivo.

Miró a su alrededor. La habitación estaba igual que siempre, sus paredes de color celeste claro, sus muebles blancos, su cama de cabecero de hierro blanco. Si todo seguía en su sitio, ¿por qué en el espejo podía ver otra habitación que no era la de ella?

Estaba soñando. ¡Claro! Seguro que era eso, únicamente un sueño del que despertaría y cuando mirara al espejo, este estaría como siempre.

Quizás si se pellizcaba el brazo se daría cuenta de que todo es un sueño. Pero el fuerte dolor que sintió tras el pellizco fue real, tan real que no le quedó más remedio que creer lo que estaba viendo en esos momentos.

Estaba ante un espejo mágico, pero ¿cómo es que durante todo el día no había pasado nada extraño y ahora, en la madrugada sucedía aquello? ¿Sólo funcionaría durante la noche?

Tendría que hablar con su padre, pero ¿y si pensaba que había sido una pesadilla? ¡No! ¡Era real! Lo que estaba sucediendo ante sus ojos era real, demasiado para su gusto.

Volvió a levantarse y se acercó de nuevo al espejo. Acercó su mano nuevamente, pero esta vez su palma intentó no traspasar, quedando flotando sobre unas tranquilas aguas, en la nada del espejo.

Quedaba poco para el amanecer, quizás debería esperar y que su padre viera por sí mismo lo que estaba sucediendo con el espejo.

Su padre acostumbraba a levantarse temprano para ir a hacer footing así que sólo debía esperar un rato más en el que la joven lo pasó sentada en la cama sin apartar la mirada del espejo que la reflejaba perfectamente.

Poco a poco, el sol hizo su aparición en el horizonte, llamando a la nueva mañana y la joven se levantó. Fue a buscar a su padre, pero tropezó con la pata de la cama haciéndola caer frente al espejo.

—No, no, ¡no! —gritó cuando vio que sus brazos y el resto de su cuerpo traspasaban aquel umbral que sabría quién a dónde la llevaría.

Su cuerpo traspasó completamente el espejo, llegando a caer en un frío suelo de piedra. Maldiciendo para sí, levantó la cabeza y se apartó los cabellos que había caído delante de su cara.

Se puso de lado y se miró. Tanto codos como rodillas estaban raspados a causa de la piedra del suelo que no era nada lisa. Todo a su alrededor era piedra oscura, sin decoración alguna. Parecía una habitación abandonada. Miró el espejo, que era exactamente igual al suyo con la misma máscara de sonrisa maléfica. Ahora desde ese lado podía ver su habitación.

De repente sintió frío. Aquella habitación le producía escalofríos. Muy por encima de su cabeza, divisó una ventana por la cual ya se veía el cálido sol de la mañana contrastando así con el frío de ese lugar.

Se abrazó para darse un poco de calor, pero poco podía conseguir cuando llevaba un pijama tan corto.

Debía volver a su habitación y contarle a su padre lo que pasaba con ese espejo.

Se acercó a este para volver a cruzarlo cuando una puerta se abrió. Una enorme puerta de la que no se había percatado y dos tipos de aspecto horrible la agarraron por los brazos y comenzaron a arrastrarla justo en el momento en el que su padre entraba en la habitación y no la veía por ningún lado.

Ella deseó gritar para que él la oyera, pero sabía que sería imposible y, aunque pudiese oírla a través del espejo, ya no podía hacer nada porque aquellos tipos habían cerrado la puerta tras ellos y la llevaban a otra estancia.