2. Prisionera.
La fiesta estaba ya por terminar, había durado toda la noche. Había corrido la bebida sin descanso y casi todos los asistentes a la celebración yacían semidesnudos en el suelo o los bancos que allí había.
Agotados, todo se quedó en silencio, pero el ruido de gritos procedentes del pasillo hizo mella en sus cabezas.
—¡Dejadme! ¡Quiero volver! ¡Ha sido un error! ¡Soltadme!
—Oh, mi cabeza —dijo un joven alto y apuesto, sentado en el trono que presidía la sala. Sus ojos se abrieron mostrando así el color marrón otoñal de estos— ¡¿qué pasa ahí fuera?!
Se llevó las manos a la cabeza justo en el momento en que las puertas se abrían apareciendo dos guardias con alguien entre ellos que forcejeaba para escapar.
Cuando estuvieron frente a él, soltaron a una joven que cayó al suelo.
El joven la observó detenidamente. La chica era realmente hermosa con su cabello largo y oscuro cubriendo sus hombros y parte de su espalda. Su cuerpo era impresionante con aquellas largas y esbeltas piernas desnudas. Cuando ella levantó la cabeza, él se quedó sin aliento ante tanta belleza. Su rostro con forma ligeramente redondeada mostraba unos bellos ojos oscuros. La nariz era pequeña y elegante y sus labios eran deliciosos, perfectos para besar.
Nunca había visto nada igual, parecía una especie exótica nunca vista en aquellos lugares. Miró a los guardias y luego a la joven.
—Por favor, déjeme ir… —dijo ella.
—¿Quién eres? —se limitó a preguntar él.
La joven se abrazó a sí misma mientras miraba a aquel tipo que parecía tener más o menos su edad, aunque por su cuerpo fibroso parecía un poco más mayor de lo que aparentaba su joven rostro.
—Me… me llamo… Anabella… —dijo ella con voz temblorosa. Estaba asustada.
El joven se levantó y se acercó a la chica que se encogió, un poco intimidada.
—Umm, Anabella… —murmuró paladeando el nombre mientras daba vueltas alrededor de ella— un nombre delicado para una joven delicada. ¿Te han dicho alguna vez que eres hermosa?
Él le pasó la mano delicadamente por la mejilla.
—Señor, por favor, déjeme ir.
—Tienes un acento extraño, ¿eres de fuera? Déjame adivinar… eres de Canian ¿verdad?
Anabella miró al tipo y frunció el ceño.
—¿Canian? No, yo vengo del otro lado del espejo.
—¿Vienes del otro lado del espejo? —ella asintió lo que a él le hizo sonreír— ¿por qué no me lo has dicho antes?
Le tendió la mano para ayudarla a levantar y cuando estuvo de pie, la miró detenidamente. Hermosa. Indescriptible. Una belleza fuera de lo normal.
Deseó tocarla y como él siempre procuraba cumplir sus deseos, posó su mano en la mejilla de Anabella de nuevo, la cual se tensó ante ese inesperado contacto, muy distinto al primero.
—Por favor, señor, déjeme volver a mi casa.
—No me digas señor, llámame por mi nombre, Kartik.
—Kartik, déjeme marchar, se lo pido— insistió ella.
—¿Te quieres ir tan rápido? —preguntó agarrándola por el brazo con cierta fuerza— precisamente anoche comenzamos una fiesta y me gustaría continuarla con tu presencia.
La joven miró a su alrededor por primera vez desde que entró y vio a varias personas semidesnudas tirados unos encima de otros. Asustada ante lo que podría suceder, retrocedió, aunque no mucho porque Kartik la atrajo hacia sí.
—Déjeme —dijo ella intentando apartarse.
—Vamos, te trataré bien, ya lo verás —dijo Kartik descendiendo su mano para atrapar la asilla de la blusa del pijama.
El cuerpo de la joven se tensó aún más, respirando agitadamente por el miedo. Ese tipo era un obseso.
—No, no… —dijo ella empujándolo— yo me quiero ir.
—Vas a quedarte, preciosa, serás la nueva pieza de mi colección —dijo él volviendo a agarrar la tira de la camiseta.
—¡Suélteme! —gritó ella y lo empujó una vez más poniendo distancia entre los dos.
Este, que sujetaba la asilla, la rompió quedando la blusa sujeta por sólo una tira y ella se cubrió rápidamente.
Kartik se acercó peligrosamente y ella retrocedió.
—¿Te niegas a someterte a mí?
—¡Yo sólo quiero volver a mi casa!
—Bien, podrás volver a tu casa después de que goce de tu cuerpo.
Kartik la atrajo hacia sí y la besó con fuerza. Anabella intentó apartarse, pero él era demasiado fuerte para ella por lo que optó por golpearlo en los hombros mientras las manos de él descendían peligrosamente.
Anabella tenía dos opciones: o dejarse hacer o resistirse. Eligió la segunda así que con su rodilla lo golpeó en la entrepierna. Kartik la soltó y cayó de rodillas, dolorido.
—En mi país, eso que pretendías hacer se llama violación y puedes ir a la cárcel por ello —replicó Anabella pasándose la mano por los labios limpiándose aquella terrible sensación.
Kartik la miró con odio, pero a la vez con dolor en su entrepierna. Miró a los guardias que se habían acercado y exclamó:
—¡Apresadla! ¡Llevadla a las mazmorras! ¡Encargaos de que no salga de allí jamás!
Anabella intentó huir, pero tropezó con la pierna de alguien que estaba tendido en el suelo y cayó, momento que aprovecharon los guardias para cogerla. Ella se resistió y pataleó.
—¡Dejadme! ¡Esto es un secuestro! ¡Socorro!
Pero de nada le valió gritar porque la arrastraron fuera de la sala en dirección a las mazmorras de aquel frío lugar.
Entonces, una bella joven de cabellos rojos oscuros y los ojos verdes agua, cubierta por unas pocas prendas se acercó a Kartik.
—¿Estáis bien? —preguntó la joven agachándose junto a él y agarrándole del brazo.
—Sí —dijo él soltándose con brusquedad y levantándose—, maldita sea.
—¿Quiere que mire si está bien? —insistió la joven.
—Estoy bien, Niseya, ahora tráeme una copa de vino.
La joven asintió y se levantó para buscar una jarra de vino para Kartik, el gran amor de su vida.
Una chica que con apenas diecinueve años se había ido con Kartik para estar cerca de él y entregarle todo el amor que tenía para darle.
Ella fue una joven de pueblo, sencilla, que cuidaba del ganado que tenía su familia. A la edad de doce años vio aparecer a Kartik sobre una yegua alazán con un porte principesco, muy característico de su linaje.
Desde que lo vio quedó prendada de él y decidió dejar la cría de ganado para trabajar en palacio y así poder ganarse su afecto y su corazón. Siempre había estado allí para ayudarle en todo lo que necesitara, pero cuando él se rebeló contra su padre, el rey, y se marchó, ella lo siguió porque se prometió, no, se juró que nunca lo abandonaría.
Él era todo para ella, era su mundo y deseaba fervientemente que algún día, Kartik correspondiera a sus sentimientos de la misma manera en que ella lo hacía.
Quizás era mucho pedir puesto que él era un príncipe y ella una simple joven de campo pero nada le impedía soñar con un futuro junto a él. Sólo debía mantener las esperanzas. Solo eso…
Los dos guardias bajaron las escaleras llevando a la joven a la fuerza.
—¡Dejadme!— gritaba Anabella.
—¿La metemos en la mazmorra del fondo? —preguntó uno de los guardias al otro, sonriendo.
—¿Junto con…?
—Claro. Así no tenemos que buscar las llaves de otra mazmorra.
—Mira que eres vago.
—Búscala tú, entonces.
—Bah, olvídalo. La meteremos allí y ya está.
—Dejadme ir, os lo suplico —pidió la joven aun sabiendo que ya no tenía escapatoria.
Uno de los guardias cogió una llave que colgaba de su cinturón y abrió la puerta de la mazmorra. El otro la empujó y ella cayó al suelo haciéndose más daño en las rodillas y en los codos. Entonces oyó cómo se cerraba la puerta con un gran estruendo gracias al óxido que cubría las bisagras.
Anabella se sentó y se frotó las rodillas suavemente, pero no pudo evitar hacer una mueca de dolor. Ahora sí que no tenía escapatoria. Aquel sería un lugar donde pasaría mucho tiempo.
Los observó y vio que las mazmorras eran aún más frías que las habitaciones en las que había estado ese día.
Miró a su alrededor, comprobando así que en aquella habitación no duraría mucho sin sufrir alguna enfermedad. Aquello era un nido de ratas y olía a excrementos.
La joven gimió lastimeramente y apoyó su cabeza contra las rejas donde se había apoyado.
—Quiero volver a mi casa… —murmuró.
—Mi hermano nos sacará de aquí.
Anabella al oír aquella voz se asustó y gritó mientras se levantaba. Miró a su alrededor, buscando en la oscuridad algo con lo que defenderse, pero no halló nada que le sirviera y lo único que pudo hacer fue arrimarse más a los barrotes de la puerta.
—¿Quién está ahí? —preguntó temerosa— seas quien seas, que sepas que aprendí defensa personal y puedo dejarte KO en un momento.
Esto era mentira, pero quizás con eso amedrentaba a quien quiera que estuviese en la misma celda que ella.
—¿Defensa personal?— preguntaron desde la oscuridad.
A pesar del eco que formaba el lugar, se percató de que la voz era de una joven y eso la relajó un poco aunque aún miraba a todos lados recelosa.
—¿Quién eres? Muéstrate.
Como estaban casi a oscuras, sus otros sentidos se agudizaron más y oyó el sonido del frufrú de varias capas de tela.
Ese sonido le llegó desde la derecha hacia donde miró y vio a una joven con una larga cabellera castaña, enmarcando un delicado rostro de tez pálida. Sus ojos eran verdes como la hierba en primavera.
Llevaba un vestido largo de amplia falda turquesa o eso parecía porque estaba bastante sucio. La parte de arriba se ajustaba a las curvas bien definidas de la joven mostrando buena parte de sus senos gracias al amplio escote del vestido.
Tendría unos diecisiete o dieciocho años de edad, o al menos eso aparentaba.
—¿Quién eres?— preguntó Anabella.
—Siento haberte asustado, soy la princesa Silvana Araine, hija de los reyes de Araine, soberanos de Alaia, ¿y tú eres?
Anabella frunció el ceño. ¿Princesa? ¿Alaia?
—Me llamo Anabella y vengo de España.
—¿España? No conozco ningún país llamado así.
—He venido del otro lado de un espejo.
Silvana la miró sorprendida y corriendo se acercó para cogerle las manos, entusiasmada.
—¿De verdad vienes del otro lado del espejo? —Anabella asintió y Silvana soltó un gritito— ¡quiero saberlo todo de allí! Anda, cuéntamelo, cuéntamelo… Sentémonos aquí —dijo la joven arrastrándola hasta un montículo de paja donde la sentó.
—¿Qué puedo contarte?
—Lo que sea, llevo unos días aquí encerrada y necesito distracción o me volveré loca.
—Yo apenas llevo unos minutos y ya estoy desesperada por salir.
Silvana la miró y soltó un grito, pero esta vez parecía escandalizada.
—¡Por todos los astros, mi hermano Kartik te ha dejado en ropa interior! ¡Te ha deshonrado!
Anabella se miró el pijama y cayó en la cuenta de algo más importante que su vestimenta.
—¿Kartik es tu hermano? Pero si sois totalmente opuestos.
—Ya lo sé, todos lo dicen, Kartik es la oveja negra de la familia, tenía envidia de mi hermano Dreick, que es el mayor.
—Espera —dijo Anabella interrumpiéndole —¿tienes otro hermano?
—¡Oh sí! También tengo uno pequeño, Kerel. Pero no hablemos de mis otros hermanos ahora, Kartik te ha deshonrado, estás en ropa interior.
—No, no, princesa Silvana, esto que llevo es un pijama.
La joven la miró, confusa.
—¿Un qué?
—Un pijama… es ropa para dormir.
—¿Ropa para dormir? ¿Tú no usas camisón?
—Los camisones ya casi no se usan, lo que se lleva es esto.
—¿Y cómo dices que se llama?
—Pijama.
—Entiendo. Cuéntame más cosas, por favor, ah y tutéame.
—Bueno, las mujeres ahora podemos llevar pantalones.
—¿Usáis pantalones como los hombres?
—Sí.
Anabella siguió contándole cosas de su hogar y su país hasta que les llevaron la comida, pero sólo les llevaron una bandeja con un plato de sopa rancia y un mendrugo de pan para compartir entre las dos, aunque no era suficiente para alimentarlas, así que Anabella decidió dejarle toda la comida a Silvana a la cual le había oído rugir el estómago a causa del hambre.
Cuando esta terminó de comer, ambas se recostaron y miraron hacia el oscuro techo.
—No tenías que haberme dado toda la comida.
—No tenía mucha hambre, yo sólo deseo salir de aquí.
—Dreick vendrá a salvarnos, nos sacará de aquí antes de que nos demos cuenta, ya lo verás.
Anabella suspiró y cerró los ojos a ver si se dejaba vencer por el sueño durante un rato para ver si todo aquello no era más que una horrible pesadilla, pero las horas pasaban y con ellos los días en los que la joven apenas comía para dárselo a Silvana y eso la estaba debilitando.
La princesa estaba preocupada por la chica y deseó fervientemente que su hermano viniera pronto a rescatarlas o Anabella no aguantaría mucho más.