36. Muerte y adiós.
Una hora más tarde, Anabella bajaba lentamente las escaleras mientras pensaba algo para poder salvar tanto a su madre como a Dreick. No iba a dejar a ninguno de los dos en manos de Kartik para que les hiciera daño.
Cuando ya estuvo abajo, Silvana y Alina se acercaron para abrazarla. La primera lloraba desconsoladamente al enterarse por Alina de lo que había sucedido y miró a Anabella.
—Salva a mi hermano, por favor, tráelo de vuelta.
—Lo haré, no voy a dejar que le hagan daño ni a él ni a mi madre.
Silvana asintió y acompañó a su amiga hasta el exterior donde ya estaba el caballo listo. Al lado de este, se encontraba un soldado montado en otro caballo y cuando la vio, se bajó y se presentó.
—Señorita, soy Albio y voy a guiaros en el camino hacia el castillo de Kartik. El rey me ha comentado que debe ir sola. Le prometo que me quedaré en las lindes del bosque. Hay muchos peligros en el camino.
—Gracias.
—Permítame ayudarla a subir.
El soldado, un tipo alto de largo pelo negro y ojos igual de oscuros, ayudó a Anabella a subirse al caballo y luego le entregó una espada. Finalmente, él se subió a su caballo.
Anabella se giró hacia sus amigas y luego miró al rey que se había acercado.
—Volverá sano y salvo, lo prometo.
—Suerte —dijo el rey.
—Gracias.
Les hizo un gesto de despedida a sus amigas y se alejó junto con el soldado.
—¿Queréis ir al galope?
Anabella asintió y ambos se pusieron al galope hasta que llegaron a la linde del bosque que daba al castillo de Kartik.
—A partir de aquí iré sola. Gracias por acompañarme.
—Ha sido todo un placer, me quedaré por aquí por si necesita ayuda.
Anabella asintió y luego puso al caballo al paso para dirigirse a la entrada del castillo. Una vez junto a la puerta, se bajó del caballo y dos soldados se acercaron a ella para llevarla al interior. Por suerte no la registraron en busca de alguna arma ya que llevaba la espada escondida bajo la falda.
Los soldados la condujeron a aquel salón que ella conoció cuando cruzó el espejo y le pareció mucho más grande sin todos aquellos cuerpos semidesnudos.
—Bienvenida, mi querida Anabella.
La joven se giró hacia el lugar de donde provenía la voz de Kartik y lo vio sentado en su trono de forma despreocupada.
—¿Dónde están? —preguntó Anabella sin andarse por las ramas.
—Tranquila, tenemos tiempo para todo. ¿Quieres tomar algo? ¿O quizás comer?
—No he venido aquí como visita de cortesía. Quiero saber dónde están mi madre y Dreick.
—Tranquila, los están trayendo en este momento, pero te recuerdo que tienes que elegir a uno de los dos.
En ese momento, aparecieron dos soldados con Catherine que se debatía en los brazos de estos. Cuando vio a su hija, se detuvo y la miró antes de decir:
—Anabella…
—¡Mamá!
Anabella corrió hacia su madre y la abrazó mientras los soldados se apartaban aunque no mucho por si hacían alguna tontería.
—Mi pequeña, ¿cómo estás? Estaba tan preocupada por ti.
—Mamá, ¿cómo supiste que estaba al otro lado del espejo? No tenías que haber cruzado.
—Estaba muy preocupada por ti, estaba desesperada porque no sabía dónde estabas.
—Siento haberte preocupado. Cuando me quise dar cuenta estaba en este lado.
—Ahora estamos juntas, pero no quiero que elijas entre ese chico y yo.
—¿Cómo sabes lo de Dreick?
—Ese tipo me lo contó todo —dijo señalando con la cabeza a Kartik.
—No te preocupes, os pienso sacar de aquí a los dos.
Unos aplausos sonaron detrás de ellas y ambas miraron a Kartik que a la vez que aplaudía se reía.
—Que precioso reencuentro entre madre e hija, pero aún te queda lo mejor, Anabella.
Kartik hizo una señal a los soldados que habían aparecido y de los que ni madre ni hija se percataron en un principio. Estos abrieron la puerta y vieron aparecer a otros dos soldados con un cuerpo inerte y lleno de heridas por todo el cuerpo.
Anabella al ver quién era, corrió hacia él cuando lo dejaron en el suelo. Se agachó y tomó el rostro de este entre sus manos.
—Dreick, mi amor, abre los ojos. Contéstame —le tocó la cara y pudo notar la fiebre—. Estas ardiendo. Despiértate, por favor.
Kartik comenzó a reírse, pero Anabella no le hizo caso, sólo quería que Dreick despertara.
Cuando vio que él gemía y abría los ojos, ella trató de sonreír.
—Anabella…
—Sí, soy yo, he venido a salvarte.
Él negó con la cabeza.
—Tú madre…
—Los dos, vine a salvaros a ambos, solo tienes que aguantar.
—No te voy a dejar ir con los dos —dijo Kartik.
Catherine, que vio a su hija tan mal por el estado de ese chico corrió hacia Kartik para atacarlo. No podía permitir que le hiciese elegir a su hija entre ese chico y ella. Lo agarró del brazo con fuerza dispuesta a atacarlo y él cuando vio sus intentos, la golpeó y le hizo caer al suelo.
Anabella al ver aquello, se incorporó rápidamente y sacó la espada que llevaba escondida.
—¡No vuelvas a tocar a mi madre!
Kartik miró a la joven fijamente, enfadado.
—Llevabas una espada escondida ¿eh? No te va a servir de nada conmigo.
Él sacó la espada que llevaba en la cintura y la atacó. Anabella se defendió aunque la fuerza de Kartik era superior y la mano que sostenía la espada le tembló, aún así no se amedrentó.
—¡Anabella! —exclamó su madre entre sorprendida y asustada.
Dreick se puso de lado y vio la clara desventaja de la joven por lo que trató de incorporarse, pero la debilidad se lo impidió en un primer momento.
—No sigas, Anabella.
Pero ella no lo oyó. Sólo podía seguir peleando por los seres que más quería y que estaban en peligro en ese momento.
—Me voy a llevar a los dos, Kartik. No vas a poder impedírmelo.
—Soy más fuerte que tú.
Tras decir esto, le hizo un leve corte en el brazo.
—¡Hija! —exclamó Catherine.
Anabella se llevó una mano a la herida y se le cubrió de sangre aunque no era mucha.
—Tarde o temprano esta pelea tendrá que acabar y no te quedará más remedio que elegir o siempre puedes quedarte aquí también y ver como sufre mi hermano una agonía y hago mía a tu madre. Serás una estupenda sirvienta.
—Ni loca. ¡Jamás!
—¿De verdad?
Kartik hizo un movimiento con la espada y la desarmó, lanzando esta lejos de ella. Amenazándola la acorraló contra la pared.
—Anabella… —gimió Dreick mientras se incorporaba lentamente sufriendo por las heridas abiertas.
Catherine quiso acercarse para impedir que le hicieran daño y lo único que obtuvo fue otro empujón.
—O eliges o ya sabes lo que hay —dijo Kartik sin darse cuenta de lo que ocurría a sus espaldas.
Anabella lo miraba fijamente, sin mostrar temor alguno, aunque por dentro estaba realmente asustada. De repente sintió la mano de él sobre su cuello y este comenzó a apretar con fuerza. La joven intentó apartar la mano, pero su fuerza era mucho mayor y ya comenzaba a faltarle el aire.
Dreick se levantó y se acercó con paso tambaleante hasta la espada que había tenido Anabella en sus manos hacía tan solo unos instantes. Con esta en la mano se dirigió a su hermano por detrás bajo la atenta mirada de Catherine, que era la única que podía verlo. El temor de verla sufrir y saber lo que estaba pasando le hizo sacar fuerzas de donde no tenía para coger la espada con ambas manos y levantarla, mientras miraba la espalda de su hermano.
Con un grito de rabia se lanzó hacia Kartik y le clavó la espada por la espalda atravesándolo de lado a lado lo que hizo que soltara a la joven que se quedó apoyada contra la pared.
Anabella y Catherine no emitieron sonido alguno por la sorpresa y Kartik miró hacia su pecho donde se veía el filo de la espada goteando sangre en el suelo.
—Esto es por todo el sufrimiento que has hecho pasar a tanta gente —dijo Dreick justo detrás—, Por nuestros padres, por haber encerrado a nuestra hermana, por todas esas chicas que has secuestrado y violado sin piedad, por Anabella y por su madre. Mereces que te torturen como hiciste conmigo, pero te daré una muerte rápida, aunque no te la merezcas.
Kartik miró sobre su hombro a su hermano y sonrió con malicia.
—Sinceramente, me da igual… lo que he hecho…, he disfrutado mucho… haciéndoos daño a todos…
Comenzó a toser y de entre sus labios escaparon varios chorros de sangre. Dreick sacó la espada con fuerza y su hermano cayó al suelo de rodillas mientras seguía sonriendo. Una sonrisa que permaneció en su rostro cuando el resto de su cuerpo tocó el suelo.
Catherine se acercó corriendo a su hija.
—¿Estás bien? —preguntó preocupada.
Anabella miró a su madre y asintió. Luego miró a Dreick que miraba el cuerpo inerte de su hermano con la respiración entrecortada. Soltó la espada y levantó la vista hacia ella que rápidamente corrió a abrazarlo y besarlo.
—Dreick, mi amor, debemos llevarte al castillo. Estás muy mal herido y tienes fiebre.
El príncipe la miró fijamente sin decir nada. Las fuerzas comenzaban a fallarle, pero tenía que hacer lo que se había prometido cuando había ido al castillo de Kartik a recuperar el espejo. La iba a dejar marchar. Ella volvería al lugar al que realmente pertenecía.
Se apartó de ella, que lo miró con confusión y vio cómo se acercaba al espejo que la había llevado a este lugar. Hasta ahora no se había fijado que estaba allí.
Cuando Dreick llegó junto a este, se miró las manos salpicadas de sangre de su hermano y la pasó por el cristal haciendo que se abriese al otro lado. Luego la miró a ella.
—¿Qué estás haciendo, Dreick? —preguntó ella teniendo un mal presentimiento.
—Tu madre y tú os volvéis a vuestro mundo —dijo él con entereza, aunque por dentro se sentía morir.
—¿Qué? ¿Qué dices? No puedo volver, debemos ir al castillo para que te curen.
—No, no vamos a ir al castillo. Tú vas a volver al lugar al que perteneces. No vas a quedarte un minuto más aquí.
Anabella retrocedió un paso sin comprender lo que estaba sucediendo.
—No puedes echarme así como así, Dreick. Vine a salvarte, a ti y también a mi madre. No llegarás muy lejos en tu estado.
—Yo estoy bien —dijo con frialdad—. Vete, Anabella. Vete y no vuelvas.
Catherine los observaba a ambos intentando comprender la situación.
—No me voy, no pienso irme.
—¡He dicho que te vayas! —gritó Dreick y se llevó una mano al torso herido— Vete y no vuelvas, este no es tu sitio. Una vez que vuelvas, sellaré el espejo por dentro y no podrás volver a abrirlo. Vete ahora mismo con tu madre.
Anabella negó con la cabeza y su madre se acercó a ella.
—¿Me estás echando de tu lado? ¿Es que no me quieres?
Dreick miró a otro lado sin contestar y la joven sintió que algo en su interior se rompía en mil pedazos.
—Vete.
—Tú sí me quieres, no me puedes alejar de tu lado, no puedes hacerme esto.
—Hija —dijo Catherine—, no podemos obligarlo. Anda, volvamos a casa.
—¡No! —gritó Anabella comenzando a llorar— ¡No quiero irme!
Catherine agarró a su hija y la llevó junto al espejo. Dreick no la miró en ningún momento y Anabella lo agarró de las manos, pero él se soltó.
—Vete, Anabella.
—¿Por qué me haces esto? ¿Por qué?
—Quiero que te vayas de una vez. Este no es tu sitio.
—Mi sitio está donde está mi corazón y este me dice que quiere estar contigo.
—No, Anabella, no te mientas. Vete de una maldita vez —Dreick miró a Catherine—. Llévatela, por favor.
La mujer le devolvió la mirada y sintió el dolor en los ojos del chico, aún así asintió. Agarró a su hija y trató de hacer que entrara en el espejo, pero ella se negaba.
—¡No! ¡No lo hagas, mamá! ¡Por favor no!
Dreick se acercó a ella y ayudó a Catherine a meterla en el espejo para que pasara al otro lado.
—¿Estás seguro de esto? —preguntó Catherine a Dreick.
—Tiene que ser así. Haz que me olvide, no es justo para ella que vivamos en mundos separados y siga enamorada de mí.
—¡Basta! —gritó Anabella— ¡Quiero quedarme!
Catherine asintió y pasó junto con su hija al otro lado del espejo.
—Adiós, Anabella.
Dreick pasó la mano y con la sangre que aún quedaba de su hermano selló el cristal.
—¡Nooo! —gritó desgarradoramente Anabella.
Dreick se encogió de dolor y cuando intentó sellar el cristal por su lado, lo vio todo negro y perdió el conocimiento.