38. Regreso.
Silvana salió de la habitación de su hermano preocupada por él. Su mirada reflejaba perfectamente el dolor por el que estaba pasando al haber echado a Anabella. No entendía el por qué, pero ella no iba a meterse en lo que él había decidido.
Bajó las escaleras en busca de la curandera cuando, de repente, sintió ruido fuera así que salió. Desde las escaleras principales vio llegar una pequeña comitiva de gente con estandartes de diferentes colores a los de su propio reino.
¿Acaso no sería…?
Silvana corrió escaleras abajo para acercarse a la comitiva. Los caballos se detuvieron y alguien se bajó de uno de ellos. Ambos se miraron y tras una sonrisa, la joven corrió a los brazos de él.
—¡Nitziel! ¡Por los astros, estás bien!
—Mi princesa —él la apartó lo justo para mirarla a la cara y luego darle un dulce beso en los labios—, te he echado de menos.
—No más que yo a ti. No me creo que estés aquí… ¿Pudiste hacer justicia?
—Sí, mi tío está prisionero en el castillo a la espera de un juicio para ver qué hacemos con él, pero eso no es lo importante. Quiero presentarte a alguien.
Silvana asintió y ambos se acercaron hasta una mujer que sonrió a Nitziel. Se acercó para coger las manos de la joven.
—Así que eres Silvana… Mi hijo me ha hablado mucho de ti. Me llamo Arenia, soy la madre de Nitziel.
La joven hizo una reverencia y sonrió.
—Me alegra mucho saber que ha estado a su lado en este tiempo.
—Es lo menos que podía hacer por él, mi hijo siempre ha sido inocente y todos deseábamos que volviera.
Nitziel posó su mano sobre la cintura de Silvana y la atrajo hacia sí.
—Ahora podremos estar juntos como realmente deseo —dijo dándole otro beso—. Por cierto ¿Y Dreick?
La joven bajó la mirada con tristeza, lo que preocupó a Nitziel.
—Está en su habitación recuperándose.
—¿Recuperándose? ¿De qué?
—Fue al castillo de Kartik a recuperar el espejo y salvar a la madre de Anabella. Fue hecho prisionero y mi hermano lo torturó hasta casi matarlo. Ella lo salvó y él la devolvió a su mundo.
—¿La devolvió a su mundo? Pero ¿por qué lo hizo?
—No lo sé, despertó hace un rato y parece afligido, pero no va a dar su brazo a torcer. No me quiero imaginar cómo debe estar sufriendo Anabella.
—Tú también estás sufriendo ¿no? Habías forjado una gran amistad con ella.
Ella se abrazó con fuerza a él y asintió.
La echo de menos, por suerte tengo a Alina.
—Quizás debería hablar con Dreick a ver qué me dice.
—Convéncelo de que está cometiendo un error. No quiero verlo triste. Acompañaré a tu madre dentro.
Nitziel asintió y la besó dulcemente antes de entrar en el castillo para dirigirse a la habitación de su amigo. Cuando llegó, tocó en la puerta y esperó.
—Dejadme solo.
Nitziel abrió.
—¿No vas a recibir a tu mejor amigo?
Dreick estaba de pie, apoyado en la ventana y se giró al oír la voz de su amigo. Nitziel se sorprendió al ver la cantidad de heridas que tenía y aquella mirada falta de vida.
—Has vuelto —dijo con una voz carente de sentimientos.
—Yo también me alegro de verte —dijo Nitziel tratando de sacarle una sonrisa.
Sus intentos fueron en vano. Entró y cerró la puerta.
—Silvana me ha contado por encima lo que ha ocurrido.
—Seguro que crees que soy un estúpido y, créeme, yo también lo pienso.
Su amigo se acercó y se puso a su lado.
—No lo entiendo. Ambos os amabais, no logro comprender por qué lo hiciste.
—Ese amor estaba condenado y tanto ella como yo lo sabíamos.
—¿Le diste la oportunidad de elegir?
—No había nada que elegir, su madre vino a buscarla y Kartik casi la hizo suya. Anabella echaba de menos a sus padres. Allá está todo lo que conoce, no tenía que elegir. Encontrará a alguien mejor.
Dreick cerró los ojos con dolor y apoyó la cabeza contra el cristal de la ventana.
—Estás cometiendo un error, Dreick.
—Hice lo mejor para ambos.
—Yo no opino igual mientras te veo hundirte en el dolor. La separación es dura y no creo que ella pueda soportarlo.
—Lo hará. Tiene que hacerlo.
—Reacciona, Dreick. Tú mejor que nadie la conoces.
—Basta, Nitziel, no quiero seguir hablando de esto, estoy cansado.
—Te dejaré descansar, entonces. Debo hablar con tu padre, pero creo que deberías pensar en lo que estás haciendo.
Dreick no dijo nada y cuando su amigo salió se dejó caer al suelo. Su cuerpo estaba débil y pensar en Anabella tampoco ayudaba, ya que sin ella, se sentía muerto.
Los días pasaban y Catherine estaba cada vez más preocupada por su hija. Anabella se pasaba el día llorando junto al espejo o acostada en la cama. Había perdido peso, ya que no quería comer y ver a su hija así le partía le alma.
Quizás había cometido un error al hacerle caso a Dreick para traérsela. Ni siquiera hablaba.
—Anabella —dijo Catherine sentándose en la cama junto al cuerpo recostado de su hija—, odio verte así. Lo siento, de verdad, quizás esto es por mi culpa. Dime algo, te lo ruego.
La chica ni siquiera la miraba. Parecía estar muerta en vida. De repente, la parte superior de su cuerpo se echó fuera de la cama y Catherine sintió las arcadas escapar de los labios de su hija. Corriendo la sujetó con delicadeza hasta que sintió que se incorporaba. Anabella estaba pálida y sudorosa.
—Déjame sola —dijo la chica con voz ronca.
—No, hija, debes ver a un médico, eso que te acaba de ocurrir no es normal. Podría ser…
—Vete —la cortó la joven y volvió a recostarse.
Catherine se levantó mirando a su hija y salió de allí. Una vez fuera, se topó con su marido que al verla tan afligida, la abrazó con fuerza.
—Dale tiempo, está afectada.
—No puedo hacerlo, debe verla un médico, acaba de tener nauseas.
—Tranquila, Cath. Quizás no sea nada.
—No, algo me dice que podría estar embarazada.
—Esperemos un poco o compra un test de embarazo, pero no creo que una simple nausea sea motivo de que nuestra hija esté esperando un hijo.
—¿Qué haremos si lo está?
—Cuidaremos de ella y la ayudaremos en lo que haga falta. Necesitará nuestro apoyo.
—Lo sé, pero ella sufrirá mucho con esto.
—Haremos todo lo posible para que no sufra.
Catherine asintió y bajó al piso inferior con su marido.
Dreick salió de su habitación tras varios días de recuperación y se dirigió a la habitación donde estaba el espejo. Aún no podía cubrirse el torso por lo que se veían la mayoría de las heridas de su espalda y torso.
Una vez dentro, se acercó al espejo que estaba cubierto por una tela oscura que Dreick quitó. Miró el cristal que le ofrecía su propio reflejo. Tocó la fría superficie y miró alrededor buscando algo con lo que hacerse una pequeña herida. Quería verla, aunque solo fuera un instante.
Cogió un jarrón y lo rompió para coger un trozo con el que se hizo una herida en la palma de la mano. Pasó la herida por el cristal y este cambió su reflejo por lo que se veía al otro lado. A través del espejo pudo ver a Anabella acostada en su cama. Tenía la mirada triste y estaba mucho más delgada.
—Anabella… —susurró Dreick con dolor mientras tocaba la superficie del cristal.
De repente, ella se cubrió el rostro y sus hombros se movieron en lo que parecía ser un profundo sollozo.
Dreick cayó de rodillas al suelo sin dejar de mirarla mientras negaba con la cabeza al darse cuenta de lo que ella estaba sufriendo, pero no podía dar su brazo a torcer. Anabella debía quedarse allí.
—Lo siento, lo siento, pero no puedo traerte de vuelta. No puedes vivir entre dos mundos.
Vio a Anabella levantarse y acercarse al espejo. Dreick retrocedió un poco y ella se arrodilló para apoyar las manos en el espejo sin dejar de llorar. A pesar de no oírla, podía ver cómo movía los labios diciendo su nombre.
El volvió a acercarse y posó sus manos sobre las de ella deseando tocarla una vez más.
—Te amo, mi princesa, te amo —dijo Dreick.
Se apartó del espejo y se quedó allí sentado durante varias horas. Ya era casi de noche cuando apareció su madre.
—Supuse que estarías aquí. La cena está en tu habitación.
—No tengo hambre —dijo él sin mirarla.
Su madre se acercó y posó una mano en el hombro de su hijo con delicadeza y miró al espejo donde se veía a Anabella aún apoyada en el espejo con la mirada perdida.
—Te arrepientes de haberla enviado a su mundo ¿no?
—No hay vuelta atrás, madre.
—Siempre la hay. Cuando conocí a tu padre y volví a mi mundo, me arrepentí aun a pesar de que sabía que era un error. Pensé que hacía lo correcto, pero no fue así. No pude soportar la separación y volví. Si no hubiese vuelto, ni tú ni tus hermanos habríais nacido. No huyas de algo de lo que te puedas arrepentir toda tu vida.
Sin decir nada más, le dio un leve apretón en el hombro y salió de la habitación dejando que su hijo recapacitara.
Nitziel estaba con Silvana paseando y hablando sobre su futuro juntos.
—Me gustaría que te mudaras a mi castillo y así te conviertas en mi reina.
La joven no podía evitar sonreír.
—Quiero ir a donde tú vayas, siempre.
—Ya he hablado con tu padre sobre el tema y está de acuerdo. Tu madre también vendrá con nosotros para ayudarte con la organización de la boda.
—Ojalá Anabella pudiese ir a nuestro enlace, pero Dreick no me dejará traerla aquí —el semblante de la joven se entristeció.
—Quizás Dreick recapacite.
—Nada me gustaría más que recapacitara y trajera a Anabella, por la felicidad de ambos.
—Esperemos a ver qué ocurre, mientras tanto haremos las preparaciones oportunas para tu traslado.
Silvana asintió y juntos volvieron al castillo. Tanto la reina como la madre de Nitziel ayudaron a la joven a preparar algunas cosas con la ayuda de Alina que parecía entusiasmada ya que ella iba a volver con ellos. Partirían en dos días si nada lo impedía.
Llegó el día de la partida de Silvana y Nitziel hacia el reino de este, pero Dreick ni siquiera lo sabía, ya que seguía en la habitación del espejo observando lo que hacía Anabella. La joven estaba cada vez peor. Pálida y ojerosa la vio levantarse y desapareciendo de su vista.
Él sabía que siempre volvía. No solía tardar mucho en volver a su cama.
Alguien tocó en la puerta y abrió.
—¿Puedo entrar? —aquella voz era la del pequeño Kerel que se acercó a su hermano— ¿Por qué no vas a despedir a Silvana y a Nitziel? Se van a ir.
Dreick miró a su hermano por unos segundos.
—¿Se van? ¿A dónde?
—Al castillo de Nitziel, ahora es rey.
—Ya veo, he estado tan pendiente del espejo que ni siquiera me he dado cuenta de lo que ocurre. Ahora voy a despedirlos.
Kerel miró el espejo y puso cara triste.
—Echo de menos a Anabella. Siempre que podía jugaba conmigo y con Inai. Nos enseñaba muchas cosas.
Dreick sonrió levemente tratando de sacar fuerzas.
—Lo sé, pequeño, ella era muy buena con todos.
—¿Y por qué no la traes? Así todos estarán contentos.
—No puedo, Kerel. No quiero separarla de sus padres. ¿Qué pasaría si te llevaran lejos de papá y mamá?
—Me pondría triste.
—Pues para ella es igual. Estuvo mucho tiempo separada de sus padres y ahora está con ellos.
—Pero puede venir a visitarnos.
—Quién sabe… —no quería quitarle las esperanzas al pequeño, pero él sabía que jamás pisaría este castillo— Bueno, dile a Silvana y a Nitziel que ahora bajo a despedirlos ¿vale?
El niño asintió.
—Vale.
Dicho esto, el niño salió de allí corriendo y Dreick pensó en que le debía una disculpa a su amigo por no haberse interesado en lo que le había ocurrido en su reino. Tenía que seguir adelante.