13. Cura.

 

Helian y Dreick habían terminado con los guardias y miraban a los heridos.

—Buen trabajo —dijo Dreick y miró en busca de Anabella—. ¿Dónde está?

—Creo que sacó a las chicas fuera —dijo Helian guardando la espada para dirigirse fuera.

—Apenas puede mantenerse en pie, está perdiendo demasiada sangre.

Ambos salieron y vieron a las chicas en un corro por lo que se acercaron. En el centro estaba Anabella mortalmente pálida con el hombro lleno de sangre. Dreick se arrodilló junto a esta para tomarla entre sus brazos.

—Llevémosla a mi mansión —dijo Helian observándola preocupada.

—No, viene conmigo al castillo.

—Ella no quiere volver allí.

—Me da igual, me la llevo al castillo, tú encárgate de las chicas y yo de Anabella ¿entendido? —al ver que Helian no decía nada volvió a decir— ¿Entendido?

—De acuerdo —dijo Helian y se giró hacia las chicas que se cubrían como buenamente podían—, volvamos al pueblo.

Sin decir más, Helian y las chicas se alejaron del lugar. Ya había amanecido.

Dreick se incorporó con Anabella entre sus brazos y le besó la sien.

—Te vas a poner bien, ya lo verás.

Se dirigió hasta su caballo en el que se montó y con Anabella delante de él, se dirigió al galope hasta el castillo, temía no llegar a tiempo de salvarla, se la veía muy mal. Llegó al castillo bien entrada la mañana y sin siquiera detener al caballo, se bajó rápidamente para llevar a Anabella dentro.

Silvana, que daba un paseo por allí, lo vio y se acercó corriendo hasta su hermano.

—¡La has encontrado! Pero ¿qué le ha pasado?

—Avisa a la curandera, rápido —trató de mantener un tono calmado a pesar del miedo que sentía en su interior por perderla. Solo de pensarlo le daba escalofríos.

Entró al castillo y la llevó a su habitación. Poco después apareció la reina en el lugar.

—¿Qué ha pasado? —preguntó al ver a Anabella— ¿Dónde estaba? ¿A dónde fuiste?

—Fui al castillo de Kartik y la encontré allí de casualidad, le han herido por mi culpa, me apartó del trayecto de esta flecha y no lo entiendo porque ella no ve bien de lejos —dijo el joven mientras rompía la camisa que llevaba Anabella.

La mujer lo miró con sorpresa.

—¿Cómo sabes eso?

—Lo recuerdo, mamá, al verla herida, todos los recuerdos volvieron a mí —el joven puso los restos de la camisa alrededor de la flecha para evitar que saliese más sangre—. No quiero perderla ahora que la he encontrado.

—Ya fueron a buscar a la curandera —dijo la reina posando su mano en el hombro de su hijo en señal de apoyo—. Se va a recuperar, no lo dudes.

—Está muy pálida y, a pesar de estar herida, fue capaz de sacar a las jóvenes prisioneras de Kartik del castillo, es muy valiente —dijo Dreick sonriendo levemente.

Al poco rato, apareció la curandera que se sentó por el lado de la herida y sin decir nada, partió la flecha por encima de la herida. Dreick intentó detenerla, asustado, pero la mujer lo detuvo.

—Incorpórala, esto es doloroso, por suerte está inconsciente —decía mientras Dreick mantenía a Anabella erguida. La curandera cogió la flecha por la punta y tiró de esta hasta sacarla haciendo que la herida soltase mucha sangre.

Rápidamente, la taponó por ambos lados y los miró a ambos.

—Voy a necesitar algunas cosas para hacer un ungüento que detenga la hemorragia.

—Lo que sea —dijo Dreick.

La curandera le dijo algunos ingredientes que debía conseguir y no dudó ni un segundo en ir a buscarlos.

—¿Se recuperará? —preguntó la reina una vez estuvieron solas.

—La flecha salió limpiamente, todo dependerá de ella —dijo la curandera mirando a Anabella.

—Si le pasa algo, mi hijo no podría vivir de nuevo con su pérdida.

—Si la chica lo quiere, se mantendrá viva por él.

La reina asintió levemente y se mantuvo a la espera de que su hijo llegase con todo lo necesario para salvar a la joven.

 

Dreick buscaba desesperado en la cocina los ingredientes que le había pedido la curandera. Nitziel, que entró por un vaso de agua ya que había estado entrenando, se sorprendió al verlo tan alterado.

—¿Pasó algo? —preguntó confuso— ¿Qué haces en la cocina?

—Anabella está herida y necesito algunos ingredientes para detener la hemorragia.

—¿Anabella?

—¡Sí, la encontré! Pero si no encuentro lo que necesito, la perderé de nuevo. Ayúdame, por favor.

—Claro, no lo dudes, por algo somos amigos.

—Gracias.

Ambos buscaron los ingredientes y cuando los tuvieron todos, lo llevaron a la habitación para que la curandera preparara el ungüento.

—Esperad fuera —dijo la mujer mientras comenzaba a mezclar los ingredientes.

Los dos jóvenes salieron de allí quedándose dentro la reina.

—Si puedo ayudar en algo.

—Ayúdeme ahora a incorporarla para ponerle el ungüento y vendarla.

La reina asintió y cuando ya estuvo lista la pasta, incorporó a Anabella y, con delicadeza, la curandera fue poniendo el ungüento en la herida de la joven, luego vendaron el hombro. Volvieron a recostarla y la cubrieron.

—La herida fue limpia y no creo que le dé fiebre, pero si le da, avisadme.

—Así lo haremos.

La curandera salió de allí y Dreick entró.

—¿Qué dijo? ¿Se pondrá bien?

—Depende de ella, pero guardo esperanzas que ocurra algo bueno. Tú deberías descansar, no te has recuperado del todo.

—Estoy bien, no voy a separarme de ella.

—Al menos descansa un poco.

Dreick asintió y la reina salió de allí. El joven miró a Anabella y le acarició la mejilla con delicadeza.

—Vuelvo a tenerte a mi lado así que, por favor, no me vayas a dejar. Si sobrevives, te juro que recuperaremos el espejo y si decides irte, te dejaré ir, pero vive.

Apoyó la cabeza en la almohada, mirándola, y al poco rato se quedó dormido.

 

Kartik y Niseya se habían escondido en un pasadizo secreto que solo ellos conocían. Niseya seguía al joven con la mente perdida en lo que había sucedido minutos antes. Helian había ido a sacar a las chicas del pueblo de allí, incluso a ella, a pesar de que se había ido voluntariamente. Ahora dudaba si había hecho lo correcto al abandonar su hogar para irse tras Kartik. Últimamente estaba más violento de lo normal.

—Maldito chico —dijo Kartik mientras abría una puerta que llevaba a los aposentos principales—, atacar mi castillo ¿cómo se atreve?

La rabia de Kartik era palpable.

Niseya lo miró y se llevó la mano al cuello donde antes había estado la daga.

—¿Me hubiera matado si él hubiese continuado, señor? —la duda la carcomía.

Kartik se asomó a la ventana para ver cómo se alejaban las chicas, seguidas de Helian y no contestó la pregunta de Niseya lo que a ella le confirmó que lo hubiese hecho sin dudar.

No tenía corazón. La joven quedó de rodillas en el suelo con la mirada perdida y al pensar en lo que podía haber sido su destino, comenzó a llorar.

Kartik la miró y con rabia se acercó a ella, la agarró del brazo y la arrastró sin miramientos a la cama, tumbándose encima de ella.

—¡Cállate! ¡Me pone de los nervios que te pongas a llorar como una estúpida!

Pero Niseya no podía parar de llorar, el amor que creía tener por Kartik desaparecía por momentos. Ya no lo veía con tan buenos ojos.

La rabia de Kartik se incrementó y sin dudar la golpeó con el puño en el pómulo.

—No —protestó Niseya tras el golpe.

—¡Cállate! ¡Maldita sea!

La despojó de los restos de ropa que aún llevaba dejándola desnuda y allí mismo, sin preparación, la violó dolorosamente. No tuvo en cuenta el dolor de Niseya. Cuando terminó, él se vistió y salió de allí, dejándola sola.

La joven se encogió dolorida, sollozando de impotencia y de rabia. Maldecía una y mil veces el hecho de haber ido detrás de Kartik y abandonar su hogar y a Helian. Tras desahogarse, se incorporó y se vistió con lo poco que quedaba de su ropa para marcharse a su habitación.

 

Las horas pasaban muy lentas para Dreick que se había despertado al atardecer. Descubrió que Anabella aún no había despertado y esperaba un milagro de los astros.

Silvana entró en la habitación.

—¿Aún no ha despertado?

—No —negó Dreick—. Aún está pálida.

—Ha perdido sangre, es normal.

—Lo sé, pero me desespera verla así. La otra vez no la conocía.

—¿Lo recuerdas?

—Me llamó Adonis. Lo recuerdo todo, Silvana.

La joven lo abrazó.

—No sabes lo que me alegra oírte decir eso, así Anabella podrá quedarse cuando se recupere.

Dreick miró a otro lado cerrando los ojos con dolor.

—La voy a dejar marchar. Una vez que recuperemos el espejo, la dejaré ir —Silvana se apartó y lo miró, con sorpresa—. No puedo retenerla aquí cuando tiene su vida en el otro lado.

—Pero, Dreick…

—Es lo mejor, necesita a su familia. Por mucho que la quiera sé que no se quedará, es más, quizás nada de esto hubiese sucedido.

—¿Y tu felicidad?

—Seré feliz cuando se recupere, prefiero saber que está viva, aunque lejos, que muerta —dijo mientras la miraba.

Silvana volvió a abrazarlo para consolarlo. Sería muy duro para él, ahora que la había encontrado, dejarla ir cuando el espejo esté en posesión del rey. Estaba renunciando a su felicidad por su pronta recuperación.

Dreick se apartó y sin decir nada, salió de allí bajo la mirada de su hermana.

 

Una vez fuera, se metió en su habitación y golpeó la pared con rabia. No quería dejarla ir, pero era lo mejor para ella. Apoyó la cabeza al lado del puño sintiendo los ojos arder por las lágrimas que no quería derramar.

—¿Por qué? —se preguntaba— ¿Por qué me enamoré de ella? Sabía que tarde o temprano se iba a ir y yo me enamoré como un estúpido. Tengo que dejarla marchar, tengo que hacerlo. Astros, ayudadme —dijo mirando hacia el techo mientras una lágrima escapaba de sus ojos.

Alguien tocó en la puerta, pero Dreick no tenía ganas de contestar. Se sentó en el suelo con la espalda pegada a la pared.

—Dreick —era la voz de Nitziel—, sé que estás ahí, tu hermana me ha contado todo.

—Déjame en paz, Nitziel, no quiero ver a nadie.

—¿Te vas a encerrar con tu dolor?

—¿Acaso importa? Ese dolor es mío, así que márchate y déjame tranquilo.

—Sabías que un día tenías que dejarla marchar, no entiendo por qué te pones así.

—La amo, amigo, la amo más que a nada en este mundo y ni siquiera me di cuenta —dijo soltando una risa amarga—, qué patético soy. Lo mejor es que vaya ya a por ese espejo, cuanto más tiempo permanezca ella aquí, mayor será mi dolor al perderla.

—No puedes ir al castillo de tu hermano ahora y lo sabes. La vigilancia será extrema después de lo que ha pasado.

Dreick miró al techo de nuevo y suspiró.

—¿Crees que no lo sé? Pero ese espejo debe volver a su verdadero hogar y ella también.

—¿Acaso sabes si ella quiere irse de verdad?

—Estaba allí para entrar en el espejo y volver a su hogar, te recuerdo que salió huyendo tras mi pérdida de memoria. Pretendía cruzar hacia al otro lado y, por protegerme a mí, no lo pudo hacer.

—Deja que despierte y habla con ella. No saques conclusiones tan deprisa.

—Tengo que hacerlo por ambos, la despedida, cuanto más tarde, mucho peor. No intentes convencerme de lo contrario, Nitziel, de verdad que no. Ahora, por favor, quiero estar solo.

—De acuerdo —dijo Nitziel y sin decir nada más se alejó.

La oscuridad de la noche envolvió a Dreick que no se movió ni siquiera para ir a cenar.