12. Rescate.
Dreick apenas durmió esa noche, cada vez que cerraba los ojos veía a Anabella y eso le hacía sentirse desdichado, su búsqueda no había dado el fruto esperado. Al no poder permanecer más tiempo en la cama, se levantó y se asomó a la ventana mirando al cielo. La luna estaba en fase nueva por lo tanto todo estaba oscuro fuera.
De repente, una imagen vino a su cabeza. Había una celda que él mismo había abierto y se abrazaba a su hermana. Luego, tras una pequeña conversación, entró y se encontró con Anabella tendida sobre un montículo de paja, casi desnuda, profundamente dormida. La cogía entre sus brazos para hacerla reaccionar y cuando ella abrió los ojos, la oyó susurrar una palabra: Adonis.
La imagen se volvió borrosa y un terrible dolor se apoderó de su cabeza lo que lo hizo caer de rodillas al suelo. Aquello era un recuerdo, estaba seguro que era el momento en el que conoció a Anabella. Apoyó la espalda en la pared sentándose en el suelo.
—¿Dónde estás, Anabella? No soporto estar sin ti, has calado tan hondo en mí que necesito tenerte cerca.
Mientras él se lamentaba en la oscuridad de su habitación, Anabella salía al jardín de la mansión a mirar el cielo. Tampoco podía dormir. Solo pensaba en Dreick.
—Te echo de menos, Dreick, pero debes entender que nuestros destinos no pueden unirse. Mi corazón anhela estar a tu lado y mi mente me hace entender que no es posible. Lo siento.
Un ruido a su espalda la hizo girarse rápidamente. Le habían enseñado a utilizar su oído en vista la falta de visión que ella tenía y al parecer lo estaba consiguiendo ya que había oído los pasos suaves de Helian.
—Me oíste —dijo él alumbrándola con la lámpara que llevaba en la mano.
Anabella sonrió levemente.
—He desarrollado un buen oído.
—Eso es maravilloso, te servirá para defenderte.
Helian miró al cielo como había hecho ella minutos antes y luego dijo:
—Voy a ir al castillo de Kartik —dijo el joven girándose hacia ella mirándola con determinación—, necesito salvarla. Sin ella siento que me falta algo y no sé qué voy a hacer si le pasara algo en manos de ese tipo. No puedo dormir pensando en si estará bien o mal, en si le habrá hecho daño o no.
Anabella lo abrazó intentando consolarlo.
—Tiene que ser duro para ti estar aquí sin hacer nada.
—Lo es, por eso quiero ir a ese castillo. Voy a partir ya, todos estarán durmiendo y no se darán cuenta.
—Iré contigo.
Helian negó con la cabeza.
—Olvídalo, iré solo.
—Necesitarás ayuda si vas a sacarlas a todas.
—No, Anabella, no voy a dejar que vayas.
—Me da igual lo que tú digas, yo voy a ir, es mi oportunidad de cruzar el espejo para volver a mi casa, cuanto antes me vaya, antes podré olvidar a Dreick, no me digas que no puedo ir porque buscaré la forma de hacerlo y no podrás detenerme.
—Es peligroso, entiéndelo.
—He aprendido a manejar la espada, puedo defenderme.
—El uso de la espada no es suficiente.
—¿Quieres que siga sufriendo aquí? ¿Quieres que la nostalgia me mate poco a poco pensando en Dreick? Prefiero sufrir al lado de mi familia que aquí, estando tan cerca. No me pidas que me quede.
Anabella se abrazó sintiendo las lágrimas arder tras sus párpados.
—¿Y si Kartik te hace algo? Tú misma me contaste que tuvo una fijación contigo cuando supo que eras del otro lado del espejo.
—Tengo que enfrentarlo, no puedo seguir temiéndole. Déjame ir.
Helian miró al cielo suspirando resignado. Sabía que cometía un error al llevarla, pero sabía que si no la dejaba, iría por su cuenta.
—De acuerdo, pero no te separes de mí.
Ella asintió y entró en la mansión para cambiarse.
Cuando estuvo lista se dirigió a las caballerizas donde ya Helian tenía dos caballos preparados para partir. Cada uno se subió en uno y marcharon hacia el castillo de Kartik.
Por el camino, Helian le daba indicaciones a Anabella para que pudiese defenderse.
Al llegar, dejaron los caballos atados a un árbol cerca del bosque para que no los descubriesen y se adentraron en el castillo. Entraron por la cocina y pasaron por varios salones en busca de las jóvenes con poco éxito.
—¿Dónde están? ¿Cuándo estuviste aquí, había chicas encerradas en las mazmorras?
Anabella negó con la cabeza.
—Cuando llegué, todas estaban en un gran salón, casi todas ellas desnudas y con hombres a su alrededor —dijo la joven sintiendo escalofríos al recordarlo.
—Iremos a ese gran salón del que hablas para ver si están allí.
Los dos se dirigieron sigilosos hacia unas puertas dobles que Anabella recordaba perfectamente. De repente sintió un ruido de pasos cerca y agarró a Helian del brazo.
—Aquí hay alguien más. Oigo sus pasos.
—Entremos, rápido.
Helian abrió una de las puertas y entró en el gran salón donde pudieron ver el mismo espectáculo que había encontrado Anabella la primera vez que estuvo allí.
El joven miró todo con sorpresa y a la vez con rabia al ver que a las chicas de su pueblo las habían rebajado al nivel de rameras. Algunas tenían las mejillas empapadas de las lágrimas derramadas.
—Maldito —dijo Helian sintiendo la ira invadir su cuerpo. Sin pensar muy bien lo que hacía sacó la espada de su vaina y la clavó en el hombre que encontró más cerca—. ¡Maldito!
Los que allí estaban abrieron los ojos poco a poco al oír el grito y cuando vieron al chico con la espada en la mano, se incorporaron rápidamente. Muchos de ellos sacaron las espadas para atacarlo.
Anabella sacó la suya, lista para pelear.
—¿Quién osa despertarme a estas horas? —preguntó Kartik incorporándose en su asiento.
—El hombre que va a sacar a todas estas chicas de aquí —dijo Helian mirándolo fijamente.
—¿Eso crees? —preguntó Kartik burlón.
La rabia de Helian era tal que sin pensarlo corrió hacia el príncipe con la espada en alto sin que nadie se lo impidiese. Kartik al verlo sacó la suya para detenerlo y entre ellos empezó una encarnizada lucha.
Mientras tanto, Anabella se encontraba frente a algunos soldados con su espada en alto, de espaldas a la puerta así que no vio al joven que entraba por ella que al oír el ruido de espadas corrió al interior.
Dreick al ver a una joven con una espada en alto, pero sin siquiera moverse, se acercó y la agarró de la cintura para apartarla.
—¡Suéltame! —gritó la joven.
Aquella voz retumbó con fuerza en su cabeza y miró a la joven, que al verlo se puso pálida.
—¿Anabella? —preguntó él.
—¿Dreick? —preguntó ella a su vez.
—¿Qué haces aquí? ¿Dónde has estado todo este tiempo?
Ella apartó la mirada y trató de que la soltara con poco éxito.
—Eso a ti no te importa, suéltame, Dreick.
—No lo voy a hacer, tenemos que hablar.
—No hay nada de lo que hablar.
—Claro que sí, nos abandonaste sin una explicación, te hemos estado buscando sin cesar.
—No puedo volver. No quiero volver, yo tengo que irme por el espejo al lugar que verdaderamente pertenezco.
—¿Piensas abandonarnos, entonces?
—¿Abandonaros? ¡Yo nunca quise cruzar ese espejo!
Dreick se apartó y se puso a luchar con mayor fuerza. Aquellas palabras lo hirieron profundamente.
—¿Te arrepientes de habernos conocido? —preguntó Dreick.
Anabella no pudo contestar a aquella pregunta porque sabía que no podía decirle que sí porque sería una mentira. Cerró los ojos y de repente oyó un silbido que provenía de su derecha. Abrió los ojos y vio como una flecha estaba peligrosamente cerca de Dreick. Sin pensarlo, lo empujó.
Dreick cayó sobre uno de los hombres que estaba medio moribundo y miró hacia la causante de que cayese. Lo que vio lo dejó lívido.
Anabella tenía una flecha atravesando su hombro derecho y de la herida manaba muchísima sangre. Ella se agarraba el brazo.
—¡Anabella! —exclamó Dreick incorporándose.
Se acercó a la joven, pero ella se apartó y lo miró.
—Jamás me arrepentiré de haberos conocido —dijo ella con algo de esfuerzo—, pero yo no pertenezco a este lugar, entiéndelo.
Retrocedió algunos pasos hasta quedar pegada a una columna en la que se apoyó sintiéndose débil. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas, no solo por el dolor de la herida sino por lo que significaba perder todo aquello que había llegado a querer, pero tenía razón, ella no pertenecía a ese lugar.
Anabella descendió lentamente hasta quedar sentada en el suelo. Dreick se agachó a su lado.
—¿Cómo pudiste interponerte entre la flecha y yo si no ves de lejos? —Dreick se sorprendió ante sus propias palabras, ¿cómo era que sabía aquello?
La joven lo miró.
—¿Lo has recordado? —preguntó ella al ver su cara de asombro. Comenzaba a ver borroso. Dreick no reaccionó por lo que Anabella no pudo oír su respuesta ya que perdió el conocimiento poco después.
—¡Anabella! —exclamó Dreick agarrándola por los brazos mientras la zarandeaba— Reacciona, por todos los astros, ¡reacciona!
Helian que aún seguía peleando con Kartik, vio la escena que estaba teniendo lugar en ese momento y que aprovechó el príncipe para intentar huir como un cobarde.
—Vamos, Niseya —dijo Kartik cogiéndola del brazo con brusquedad.
Helian se giró al oír aquel nombre y miró a la joven, la cual apartó la mirada avergonzada y tratando de cubrirse con la mano libre su semidesnudez.
—Niseya… —dijo Helian.
Ella miró a otro lado y siguió a Kartik, pero él la agarró del otro brazo con fuerza.
—No te la vas a llevar.
—¿Me lo vas a impedir?
La joven tenía la cabeza gacha.
Helian sacó su espada y apunto al otro justo en el pecho.
—Déjala.
Kartik tiró de la joven, la puso delante de él y sacando una daga la colocó justo sobre el cuello de Niseya.
—Intenta matarme ahora.
Helian abandonó la posición de ataque. Niseya parecía asustada ante la visión de la daga por lo que trató de no moverse. Kartik comenzó a retroceder con ella sin que Helian pudiese hacer nada.
—Niseya… —solo pudo decir Helian al verla alejarse con Kartik mientras soltaba la espada.
—¡Anabella! —exclamaba una y otra vez Dreick— Despierta, por favor, despierta.
Helian se acercó hasta la pareja y tras mirar lo sucedido, dijo:
—Hay que sacarle la flecha, su majestad.
Anabella abrió levemente los ojos y miró a Helian.
—Niseya.
—Se la ha llevado Kartik, pero la recuperaré.
La joven asintió levemente y miró a Dreick.
—Te vamos a salvar, aguanta, por favor. Helian, saca a las chicas de aquí antes de que nos detengan.
Helian asintió y se acercó hasta las chicas de su pueblo para indicarles que lo siguieran, aunque no dejaba de pensar en Niseya.
—Dreick.
—No hables —dijo poniéndole un dedo sobre los labios—. Tenemos que sacarte la flecha y no sé cómo hacerlo. Debemos ir corriendo al castillo.
Dreick la cogió entre sus brazos y se incorporó para salir de allí siguiendo a las jóvenes que iban detrás de Helian. Al salir vieron que el joven tenía ligeros problemas con algunos guardias así que Dreick colocó a Anabella contra la pared y corrió a ayudarlo.
Las chicas estaban todas juntas, mirando asustadas a su alrededor. Anabella al verlas, se acercó danto traspiés y las miró.
—Seguidme —dijo con voz apenas audible y avanzó lentamente hasta la salida.
Una de las jóvenes se acercó hasta ella una vez fuera.
—Será mejor que descanses, estás perdiendo mucha sangre.
—Estoy bien —sonrió levemente antes de perder el conocimiento y caer al suelo.
La joven se arrodilló junto a ella y el resto de las jóvenes se acercaron para ver si podían hacer algo, pero no tenían conocimientos de medicina y no sabían qué hacer para ayudarla.