17. Nuevo amor.

 

Niseya salió del despacho de Kartik con una sensación de mareo. Llevaba varios días con unos síntomas que le indicaban algo que deseaba que no fuese cierto.

Se metió en su habitación y se tendió en la cama a ver si se le pasaba el mareo. Sentía miedo al imaginar la razón de todo aquello y lo que menos quería era estar embarazada de Kartik.

Si ese era el caso y se enteraba Helian, ¿iría de nuevo a por ella? ¿O la rechazaría? A pensar en eso último sintió una terrible congoja en el pecho que hizo que se pusiera a llorar de repente. Niseya no quería que eso ocurriese. Nada deseaba más que salir de ese castillo de una vez por todas e irse con Helian hacia su pueblo.

De tanto llorar, la joven se quedó profundamente dormida. Soñaba que estaba con Helian en su pueblo junto a su familia, sin ningún tipo de sufrimientos. En sueños sonreía.

 

Al día siguiente, Dreick y Anabella prepararon todo para ir a visitar a Helian, ya que ella estaba preocupada por el estado de su amigo.

—Deberías montar en Fugaz —dijo Dreick cuando vio a Anabella acercarse al otro caballo que estaba ensillado—, es un caballo más dócil.

La joven asintió y se subió al caballo, ayudada por el chico. Una vez que ambos estaban subidos a los caballos, se dirigieron sin demora al pueblo donde vive Helian.

No tardaron mucho en llegar allí. En la entrada del pueblo se encontraba una de las chicas que fueron rescatadas y, que al verlo, corrió para avisar a todos los habitantes del pueblo que salieron a recibirlos entre vítores. La joven se sonrojó de vergüenza, pero trató de sonreír.

Muchos familiares les agradecían el que hubiesen salvado a las jóvenes prisioneras en el castillo de Kartik.

Sólo había una familia que no celebraba y fue de la que Anabella se percató. Miró a Dreick para decirle en voz baja.

—Creo que esa es la familia de Niseya.

Dreick asintió.

—La tristeza los delata.

—Quiero hablar con ellos.

El joven asintió y detuvo ambos caballos. Anabella se bajó del suyo y se acercó a la familia, compuesta por tres miembros: el padre, la madre y un niño pequeño que se agarraba a la falda de su madre.

La chica los miró con compasión y, sin decir nada, se acercó a la madre a la que abrazó. La mujer rompió a llorar en los brazos de Anabella. El hombre quiso apartarla, pero la joven le hizo un gesto que lo hizo desistir.

—¿Por qué? —sollozaba la mujer— ¿Por qué mi hija no está con nosotros?

—Helian hizo todo lo posible, señora, lo intentó, pero Kartik amenazó con matarla, no pudo traerla. Lo siento mucho.

—Mi pobre niña.

—Estoy segura que Helian volverá por ella. Él la ama y no va a dejarla con Kartik. Luchará por ella, por eso no debe llorar. Guarde la esperanza de que será así. Pronto podréis reuniros con ella, eso seguro.

—Ojalá sea verdad —dijo la mujer.

—Ya lo verá —dijo Anabella mostrándole una leve sonrisa—. Tened fuerza y esperad un poco ¿de acuerdo?

La pareja asintió y entonces la joven volvió al lado de Dreick. Una vez junto a él, le abrazó y lloró sobre su hombro. Ver a aquella mujer le hizo recordar a su madre, en cómo lo estaría pasando.

—Eh, no llores, Anabella.

—Es que pienso en mi madre y me hace sentir tan mal que no puedo evitarlo.

—Volverás con ella, te lo prometo. Vayamos a casa de Helian.

La joven se limpió las lágrimas y juntos echaron a andar a la casa del joven.

Cuando llegaron allí, vieron a Helian fuera con una espada en la mano, entrenando. Estaba sudoroso como si llevase mucho tiempo entrenando sin descanso.

—Helian —lo llamó Anabella a una cierta distancia.

Este se detuvo y cuando la vio, se acercó rápidamente y la abrazó.

—¡Anabella! Menos mal que estás bien, me has tenido preocupado. ¿Cómo te encuentras? —el joven sonreía aunque aquella sonrisa no le llegaba a los ojos.

—Soy dura de matar —dijo la joven sonriendo también—. ¿Cómo estás tú?

—Bien, entrenando duro para rescatar a Niseya.

—No estarás sobre esforzándote ¿verdad? —preguntó Dreick dándole la mano— No tienes muy buena cara.

—Estoy bien, no os preocupéis.

—Estamos preocupado por cómo te sientes sobre lo de Niseya, estabas muy afectado —dijo Dreick.

—Lo estoy, pero no puedo encerrarme a esperar, tengo que pelear muy duro para rescatarla.

Anabella bajó la mirada.

—Acabamos de ver a su familia y están muy desanimados y preocupados.

—Por eso estoy entrenando duro. Esa familia no estará tranquila hasta que no tengan a su hija a su lado.

—Sí —dijo Anabella y se abrazó a Dreick.

—Pasemos dentro, mis padres se alegrarán de verte —dijo Helian a Anabella.

Esta asintió y los tres entraron en la mansión donde pasaron casi todo el día.

Llegada la tarde, el cielo comenzó a oscurecerse anunciando una tormenta. Helian al verlo, miró a la pareja, en especial a Anabella, ya que él conocía su miedo a las tormentas.

—Me parece que se acerca una tormenta.

La joven se asustó y se agarró con fuerza a la mano de Dreick.

—No —susurró Anabella.

—A lo mejor nos da tiempo a llegar al castillo —dijo Dreick.

—Ya casi está encima de nosotros —dijo Helian—, de todas formas, Anabella teme las tormentas. Lo mejor es que os quedéis aquí esta noche.

Dreick miró a la joven que estaba pálida.

—¿Te dan miedo las tormentas?

Ella lo miró y asintió una vez con ojos asustados.

—Enviaré a alguien al castillo para avisar —dijo Helian—, mandaré preparar dos habitaciones.

—De acuerdo.

Dicho esto, Helian salió del salón donde estaban reunidos, dejando a la pareja sola.

—No quiero dormir sola, me da mucho miedo.

Dreick la abrazó con fuerza.

—Las tormentas pasan rápido, no ocurrirá nada.

Ella escondió el rostro.

—No puedo soportarlas, no quiero estar sola.

—Vale, no te preocupes que no voy a dejarte sola.

Helian apareció al instante en el salón y algo en su interior se resquebrajó al ver a la pareja. ¿Niseya lo estaría pasando bien? ¿Le habrá hecho mucho daño ese tipo? Él deseaba abrazarla y consolarla, pero no podría hasta que la rescatara.

—Un hombre de mi padre se dirige al castillo y las habitaciones estarán listas de un momento a otro.

—Gracias —dijo Dreick deseando decirle que no preparan dos, ya que no pensaba dejar a Anabella sola mientras durara la tormenta.

—Dentro de un rato estará lista la cena, así que dirijámonos al comedor.

Los tres fueron al comedor y allí cenaron junto a los padres de Helian. A esa hora ya comenzaba a llover con fuerza.

Tras la cena, Anabella y Dreick fueron acompañados a las habitaciones donde pasarían la noche. Anabella miró a Dreick que le hizo un gesto para que no se preocuparan.

 

Anabella entró en la habitación y la criada que la acompañó la ayudó a ponerse el camisón prestado por la madre de Helian, igual que cuando estuvo allí. Una vez vestida, la criada salió de la habitación dejándola sola.

La joven se sentó en la cama abrazándose las rodillas con temor. El primer relámpago no se hizo esperar y asustó a Anabella que dio un grito y se tapó los oídos.

Dreick entró en la habitación vestido únicamente con el pantalón.

—Tranquila, ya estoy aquí —dijo el joven sentándose al lado para abrazarla—, no pasa nada.

Ella temblaba considerablemente y él le besaba la sien con cariño, hablándole para que se calmara, pero con cada nuevo relámpago o trueno, Anabella gemía aterrorizada.

La joven contaba por lo bajo, recordando las palabras de la reina para ver si se relajaba. Dreick la obligó a recostarse sin dejar de abrazarla mientras le susurraba palabras tranquilizadoras.

Con el paso del tiempo, la tormenta se fue alejando poco a poco y Anabella por fin consiguió relajarse. La joven miró a Dreick y sonrió levemente.

—Gracias por no dejarme sola.

—No me lo agradezcas, por ti haría esto y más —dijo Dreick dándole un beso en la frente—, intenta descansar.

Anabella asintió y cerró los ojos. Había estado tan tensa que al cerrar los ojos se relajó por completo y se quedó profundamente dormida.

Dreick la observó dormir hasta que él también se dejó vencer por el sueño.

 

El frío la entumecía y se sentía hundir en aquellas aguas heladas, perdiendo las pocas fuerzas que le quedaban. Se debatía entre la conciencia y la inconsciencia. De repente sintió que algo o alguien caía a su lado, supuso que sería alguien porque sintió unos brazos a su alrededor y una voz lejana que la llamaba. Quería abrir los ojos, quería mantenerse despierta.

—Silvana, despierta —se oía en aquel lugar cerrado y lleno de agua helada.

Por unos instantes, abrió los ojos levemente. Vio el rostro de Nitziel y no el de su hermano.

Silvana abrió los ojos y miró a su alrededor. Se encontraba en su habitación. Se incorporó pensando en el sueño que acababa de tener. ¿Por qué había visto el rostro de Nitziel? ¿Era aquello un sueño? Tenía que serlo porque fue Dreick quien la sacó del pozo.

Fuera cayó un relámpago y ella dio un leve brinco, ya que la había pillado desprevenida y encima se había desvelado. Quizás si leía un libro podría recuperar el sueño. Se bajó de la cama y buscó su chal, que estaba en el sillón que había junto a la cama. Cuando se lo puso, cogió la pequeña lámpara que había junto a la puerta y salió de allí.

Se dirigió a la biblioteca y vio la puerta entreabierta que proyectaba luz hacia fuera. Se acercó sigilosamente y se asomó por la rendija. Allí estaba Nitziel con un vaso en la mano, vacío. Parecía pensativo y triste. A su lado había una botella casi vacía. De repente, él miró hacia arriba y cerró los ojos mientras una solitaria lágrima caía por su mejilla.

A Silvana aquella lágrima le encogió el corazón. Lo veía abatido, pero ¿por qué?

Ella abrió un poco más la puerta y dijo casi en un susurro:

—¿Puedo pasar?

Nitziel abrió los ojos y giró la cabeza hacia ella para mirarla.

—Es tu casa, no la mía —dijo él con voz ahogada.

—Venía por un libro, no hace falta que te vayas.

—Ya me iba de todas formas —dijo él dejando el vaso junto a la botella.

Se incorporó y se tambaleó al dar un par de pasos. Silvana se acercó para que no cayera y lo llevó hasta el sofá.

—Estás borracho.

—¿Acaso importa? Soy un simple sirviente, el segundo al mando de tu hermano.

—Eres su amigo y has vivido aquí casi desde siempre ¿a qué viene esto ahora? ¿Por qué pareces triste?

Él se apartó de ella.

—Coge el libro y vuelve a tu habitación, aún no estás recuperada del todo.

Silvana lo miró por unos instantes, luego se dirigió a uno de los estantes de donde cogió un libro y con este contra el pecho, se giró hacia él.

—Sé que no nos llevamos bien, pero si tienes un problema no dudaría en escucharte, buenas noches —dijo y se alejó con paso lento.

Justo antes de salir, ella sintió los brazos de él abrazándola. Silvana se sorprendió ante ese contacto.

—Tenías razón al decir que era un salvaje, Silvana. Lo soy —dijo él en un susurro.

Ella intentó mirarle, pero Nitziel la tenía tan bien sujeta que no podía moverse.

—Yo… yo no lo pensaba.

—Siempre lo has pensado, aparecí aquí de la nada, tu hermano me encontró en el bosque. Soy un ser despreciable —dijo apoyando la frente en la cabeza de ella—. No merezco nada de esto que tengo.

—Estás borracho y no sabes lo que dices, Nitziel.

—Estoy más cuerdo que nunca, Silvana. Yo no debería estar en este castillo.

Tras otro intento, Silvana logró girarse para mirarlo, ya que él había aflojado el agarre y miraba a otro lado.

—¿Por qué dices eso? Eres el mejor amigo de mi hermano y todos te apreciamos —dijo ella mientras levantaba una mano para acariciarle la mejilla.

—Todos no.

—No somos los mejores amigos del mundo, pero tampoco te odio.

—Soy un ser despreciable. Yo soy hijo de un rey. Un hijo que mató a ese rey —dijo él apartándose evitando mirarla.

Estaba seguro de que la miraría con odio y desprecio.

Silvana lo miró con duda. No entendía nada de lo que le estaba diciendo.

—¿Qué?

—Soy un asesino, por eso no debería estar aquí. Dreick me encontró en el bosque tiempo después de que me desterraran del reino.

—Eras un niño cuando apareciste, ¿cómo es posible que mataras a tu padre con tan poca edad?

—Lo mate, Silvana, Dreick dice que no, pero yo sé que es cierto. Mis manos estaban manchadas de sangre —dijo mostrándole las manos—, se mancharon de la sangre de mi padre.

—No pudiste haberlo hecho.

—¡Sí que lo hice! Sí, lo hice —dijo él dándole la espalda mientras se llevaba las manos a la cabeza—. Yo no quería a mi padre, no lo quería y por eso lo maté.

Silvana se acercó y posó una mano en la espalda de él.

—Si Dreick confía en ti, por algo será. Él no ve la culpabilidad de la que tú me haces partícipe ahora.

—Dreick piensa que Kartik llegará a arrepentirse algún día, Silvana. Es un iluso —dijo con sorna.

—Llevas muchos años aquí y no has cometido ningún asesinato, ¿de verdad crees que eres un asesino?

—Yo lo maté, ¿quién si no iba a serlo? Todo el mundo lo quería.

Silvana se puso frente a él y tomó el rostro del chico entre sus manos para que la mirara.

—¿Eres feliz aquí? —él apartó la mirada— Mírame, por favor. ¿Eres feliz con nosotros? Porque si es así, no tienes que ir a ningún lado ni nada parecido. No has asesinado a nadie desde que apareciste en este castillo. Ese asesinato es parte de tu pasado, no vivas con esos recuerdos, vive el presente y en buscar un futuro mejor.

Él la miró.

—¿Por qué me dices esto?

Silvana sonrió levemente.

—Porque algo me dice que me mentiste con respecto a lo del pozo. ¿Fuiste tú, verdad? Tú me sacaste de allí.

—Ya te dije que fue tu hermano.

—Tuve un sueño hace un rato y en él veía tu rostro junto al mío en el pozo.

—Fue un sueño, tú misma lo acabas de decir.

—No lo sentí así, yo creo que era más bien un recuerdo. Las caras de Anabella y Dreick eran de sorpresa cuando se lo agradecí a mi hermano. Incluso él te miró. ¿Por qué me mentiste?

Sin saber muy bien por qué, él no podía apartar la mirada de los ojos de Silvana.

—Yo… Tu odio hacia mí me hizo mentirte. No podías ni verme y estabas enfadada conmigo.

—Me salvaste la vida, Nitziel, ¿cómo me iba a enfadar si me salvaste de morir congelada? —preguntó ella sonriendo levemente.

Nitziel posó sus manos sobre las de ella y se las apartó para él acercar su rostro mientras seguían mirándose a los ojos. Silvana mostraba una dulce sonrisa y cerró los ojos anticipándose a lo que estaba por llegar. No se hizo esperar y sintió cómo los labios de Nitziel rozaban suavemente los de ella.

Él la atrajo más hacia sí para sentirla cerca y ella pasó sus brazos por el cuello del chico. Fue un beso lleno de consuelo de ella hacia él y ternura de él hacia la joven. Luego se separaron para mirarse a los ojos. Silvana acarició la mejilla de Nitziel, sonriendo.

—Mi salvador…

Nitziel apoyó su frente en la de ella durante unos minutos.

—Deberías volver a tu habitación, aún no estás recuperada, princesa, bastante preocupado me has tenido. Prometo no irme de aquí si es lo que te preocupa. Intenta descansar.

Él acaricio las mejillas de la joven y le dio un tierno beso en los labios.

Silvana se alejó lentamente sin dejar de mirarlo, le dijo adiós con la mano antes de desaparecer en la oscuridad. Nitziel la miró irse aún con el sabor de Silvana en sus labios. Dejó la copa al lado de la botella y se fue a su habitación.

Ella entró en su habitación con una mano en el pecho. Su corazón retumbaba acelerado. Nunca había sentido algo igual por un hombre y justo tenía que ser con el que ella consideraba casi un enemigo en su vida cotidiana.

Él la había salvado de aquel pozo y, aún así, le había dicho que la salvó su hermano pensando que estaba enfadada con él. La verdad que antes de caer sí que estaba enfadada, pero con todo el miedo que había pasado se había olvidado de aquel momento, lo único en lo que pensaba era en si moriría allí sola sin que nadie se diese cuenta de su desaparición.

Le sorprendió, también, la confesión que le había hecho sobre el asesinato de su padre. Algo le decía a ella que no era tan culpable como él se sentía. Era difícil saberlo a ciencia cierta, ni siquiera sabía de qué reino venía Nitziel. Quizás podría investigar un poco sobre él y su pasado. Debía hablar con Dreick.

Con estos pensamientos se acostó en la cama y casi al instante se quedó profundamente dormida.