31. Conociendo al mal.

 

Acababa de recibir una nueva nota de la persona misteriosa que se esconde al otro lado del espejo. La nota decía así:

 

“Rojo como la pasión, sobre el cristal y pronto vendrás a este lugar.”

 

Catherine reunió todas las notas para leerlas una a una en el orden en el que las había recibido. Aquellos acertijos tenían una solución clara y tenía que verla como fuese.

Las leía una y otra vez para luego mirar hacia el espejo durante unos instantes.

—¡Maldita sea! ¿Por qué no me das la respuesta? ¿Rojo y que necesito para vivir? ¡Dímelo!

Entonces, cuando fue a coger las hojas de las notas se hizo un pequeño corte en un dedo y se le escapó un poco de sangre. Catherine se miró el dedo y, de repente, cayó en la cuenta de lo que querían decir las notas. Necesitaba su sangre para poder traspasar el espejo, para poder abrirlo y recuperar así a su hija.

Se acercó corriendo al espejo y posó el dedo herido en sobre el cristal del espejo.

De repente, el espejo comenzó a vibrar mientras los ojos de la máscara de la parte superior se encendían. En el cristal comenzaron a verse círculos de colores que luego llevaron a la imagen de una habitación de piedras oscuras.

Vio su propio reflejo, pero con otro lugar de fondo. Posó la mano sobre lo que debería haber sido el cristal y se sorprendió al notar que este casi parecía agua al tocarlo. Metió la mano para ver si se podía traspasar y luego la sacó con un jadeo de sorpresa.

—¿Esto es real? —se preguntó— ¿De verdad puedo cruzar este espejo a otro lugar?

Miró la habitación por unos instantes y, sin pensarlo, cruzó al otro lado. Cuando salió del espejo, miró a su alrededor para luego mirar a su espalda. El espejo ahora le mostraba la habitación de su hija.

Dio unos pasos en esa otra habitación mirando a su alrededor y en la pared de enfrente vio una puerta grande y oscura. Su corazón bombeaba con fuerza esperando encontrar a su hija pronto, por lo que corrió hacia allí y abrió.

De frente se topó con un chico alto de ojos marrones que la miró al principio con sorpresa y luego sonrió satisfactoriamente.

—Bienvenida, mi señora —dijo el joven haciendo una leve reverencia.

Catherine lo miró extrañada por las ropas que vestía. ¿Es que acaso había viajado a una época anterior?

—¿Eres tú el que me ha estado enviando las pistas? —cuando él asintió, lo cogió por la camisa y lo zarandeó— ¿Dónde está Anabella? ¿Dónde está mi hija?

El joven agarró las manos de Catherine y se las quitó de encima.

—Tenga un poco de paciencia, mi señora, es preciso que nos presentemos antes. Soy Kartik, rey de este castillo y me complace convertiros en mi invitada de honor.

—Yo solo quiero saber dónde está mi hija para llevármela de vuelta.

—Vuestra hija estará bien ¿por qué no viene conmigo y le muestro mi castillo?

—¿Estará? ¿Quieres decir que mi hija no está aquí?

—Tu hija se encuentra en otro castillo. Pero habrá tiempo para todo. Sígueme, ya verás que te gustará estar aquí.

—He venido por mi hija, es lo único que me interesa de este lugar.

—Pues siento decirle que va a tener que permanecer un poco más del que usted desea.

Catherine lo miró sin entender.

—¿Qué?

—Tu hija sabe que ibas a cruzar el espejo, pero no cuándo y te aseguro que me encantará darle la sorpresa de que su querida madre está conmigo en mi castillo. ¿Sabes? Dicen que soy un tipo peligroso. Me echaron del castillo del que dice ser mi padre —dijo él acercándose a ella para acorralarla—, luego he secuestrado a varias chicas de un mismo pueblo. Las mantengo aquí para mi disfrute personal, pero luego mi querido hermano y tu hija vinieron a rescatarlas. Una lástima. Aunque me apuesto lo que sea a que ninguna de ellas será como tú —dijo él y le acarició la mejilla con delicadeza.

Catherine apartó la cara y lo empujó lejos de ella.

—Estás loco.

—Sí, ahora mismo estoy loco por ti.

Kartik intentó besarla y Catherine lo empujó con fuerza para salir corriendo, pero el joven la agarró por el brazo para así arrastrarla hacia otra habitación.

—¡Suéltame!

Pero Kartik no le hizo caso y la metió en una habitación lanzándola sobre la cama para luego ponérsele encima.

—Me tienes loco. Tienes una belleza sin igual, quiero que seas mi reina.

—¡Estás loco! —exclamó ella golpeándolo donde podía— ¿Quién te crees que eres? ¡No eres más que un niño comparado conmigo! Yo solo he venido a recuperar a mi hija y lucharé contigo si hace falta para conseguirlo.

—Me encantan las mujeres que pelean con toda su alma —le susurró.

Ella gritó casi con rabia y le dio un rodillazo en la entrepierna a Kartik que se apartó para retorcerse de dolor a su lado. Catherine se incorporó y se colocó el pelo que se había desordenado un poco.

—No pienses que vas a conseguir todo lo que deseas. Seguro que tienes más o menos la edad de mi hija. ¿Crees que va a ocurrir algo? Ni en tus mejores sueños —decía respirando agitada por la lucha.

Kartik levantó la mirada con odio y se incorporó con dolor.

—Cuida tus palabras, mujer, porque si no eres mía, no serás de nadie y ni siquiera tu hija sabrá que estás aquí ¿me entiendes?

—Estás loco.

Catherine se giró para marcharse de aquella habitación y cuando ya salía, Kartik volvió a agarrarla del brazo para meterla dentro.

—¿A dónde crees que vas?

—A buscar a mi hija.

—Tú no vas a ir a ningún sitio.

—¿Cómo que no? ¿Quién te crees que eres?

—Soy el rey de este lugar y ahora eres mi prisionera. Si no quieres sufrir en la oscuridad de una mazmorra como le ocurrió a tu hija cuando llegó, te recomiendo que no te muevas de esta habitación.

—¿A mi hija la encerraste en una mazmorra?

—Sí, pero el imbécil de mi hermano se la llevó al castillo de su padre. El problema es que si te encierro nadie sabrá que estás ahí y no podrán salvarte. Ah y no intentes escapar por las ventanas, me he encargado de que le pongan rejas para que no huyas —luego la miró de arriba abajo para fijarse en que llevaba unos vaqueros ajustados y una camiseta de tiros de color celeste—. Deberías cambiarte de ropa, estarás más hermosa con uno de los tantos vestidos que he conseguido para ti.

—No me voy a poner tus vestidos, así que puedes llevártelos.

—No dirás lo mismo dentro de tres días, volveré más tarde.

Tras decir esto, cerró la puerta tras él y le pasó la llave. Catherine corrió hacia la puerta para intentar abrirla, pero no pudo hacer nada y golpeó con rabia.

—¡Sácame de aquí! —gritaba una y otra vez hasta que se cansó y se sentó en la cama pensando que quizás había cometido un error al guiarse de las pistas de ese tipo que la acababa de encerrar— Solo quiero recuperar a mi hija y volver a casa.

Se acercó a una de las ventanas para observar el paisaje sin dejar de pensar en lo que acababa de ocurrir.

 

Al llegar la tarde, Dreick y los soldados que irían con él estaban casi listos para partir hacia el castillo de Kartik para, por fin, recuperar el espejo. Anabella estaba en la puerta del palacio junto a Alina y Silvana, que a pesar de su tristeza, acompañó a su amiga a despedirse de su hermano.

El príncipe se acercó hasta ella y la miró a los ojos.

—Todo va a salir bien, no te preocupes —le dijo Dreick besándola dulcemente.

—Ten cuidado, por favor, tu hermano es peligroso.

—No va a pasar nada, confía en mí, pronto estarás junto a tu familia.

Aquellas palabras hicieron mella en el corazón de Anabella, pero intentó mostrar una sonrisa.

—Vuelve sano y salvo.

Dreick asintió y volvió a besarla.

—Así lo haré, te lo prometo.

Se alejó sin dejar de mirarla hasta que llegó junto a su caballo en el que se montó y se despidió de las tres con la mano mientras partía con el pequeño séquito de soldados que iban a acompañarlo en aquella peligrosa expedición.

Cuando estuvo lo suficientemente lejos, pudo dejar relucir su tristeza ante lo que estaba por llegar. La despedida sería inminente y él no podría detenerla. Sería incapaz de reinar sin ella.

Ojalá hubiese una forma de hacer que se quedara con él, pero sabía que eso era imposible. Ella está preocupada por sus padres y deseaba cruzar el espejo para verlos. No podía ser egoísta y retenerla.

Con todos estos pensamientos lúgubres llegó al castillo de su hermano a cara descubierta. No valía la pena ir por detrás ya que el espejo era muy grande y el ruido sería infernal y lo descubrirían tarde o temprano.

Algunos soldados que vigilaban la puerta dieron la voz de alarma y los que acompañaban a Dreick bajaron de sus caballos para pelear mientras el príncipe se bajaba del suyo para entrar al castillo.

—¡Kartik! —gritó una vez estuvo dentro— ¡Sal de donde quiera que estés! ¡Vengo a vengarme por lo que hiciste en el castillo y para llevarme el espejo de una vez por todas!

—¿De verdad? Has tardado mucho en venir por mí —dijo Kartik desde lo alto de las escaleras—. Ah claro, estabas herido por lo que recuerdo ¿cierto? ¿Anabella está bien?

—¡Ni la nombres! Sólo por haber hecho lo que hiciste mereces morir en la más lenta agonía. ¡Baja y pelea conmigo!

—Claro, pero te recuerdo que ambos hemos aprendido del mismo maestro y tenemos la misma técnica. Podríamos tardar siglos en acabar.

—Eso ya lo veremos —dijo Dreick sacando su espada y apuntando a su hermano con esta.

Kartik desenvainó su espada y bajó las escaleras para encontrarse con Dreick comenzando así una ardua pelea en el que las espadas hacían saltar chispas. Giraban sin parar tratando de herir al otro sin conseguirlo por la igualdad de condiciones entre ellos.

—Vaya, parece que tu odio hacia mí ha aumentado a lo largo de todos estos días.

—Has intentado matarnos. Anabella tiene una quemadura en su tobillo y le cayó una silla que se lo partió. La chica que retenías aquí y que Helian salvó estaba tan mal que perdió un hijo que esperaba, probablemente fruto de tus abusos hacia ella. No mereces vivir porque solo sabes hacer daño. ¿Cómo pretendes que no te odie?

—El odio te hace débil, hermanito, cualquier sentimiento que albergues en tu corazón te hará débil ante tu adversario y lo sabes muy bien. Fue una de las primeras cosas que nos enseñaron cuando aprendimos a coger una espada.

Kartik lanzó una estocada que Dreick detuvo. Aquello era una pelea que no tendría fin, cada uno sabía por dónde iba a atacar el otro. De repente, en uno de los choques de espadas, ambas salieron volando y los hermanos se miraron para luego comenzar a pelear mano a mano. Los golpes se sucedían y los dos estaban magullados, con labios partidos de los cuales salían hilos de sangre, incluso la nariz de Kartik se había roto por un puñetazo que le había dado Dreick.

—Te odio, Kartik, no sabes lo mucho que te odio.

—Ten por seguro que no más que yo a ti.

Algunos soldados entraron y cuando vieron la pelea intentaron ayudarles, pero entre ellos se lo impedían. Muchos estaban heridos sobre todo de la partida de Dreick. Los soldados de Kartik eran unos sanguinarios.

Dreick miró por unos segundos a sus soldados y al verlos tan malheridos, gritó:

—¡Id a buscar refuerzos! Los que puedan seguir que se queden, ¡es una orden! —exclamó sabiendo que alguno pondría objeciones.

Los que peor estaban salieron del castillo para volver al del rey en busca de ayuda.

—Eres un estúpido, esto será tu perdición. ¡Apresadlos a todos! —exclamó Kartik mientras empujaba a su hermano.

Dreick cayó hacia atrás y se golpeó contra una mesa que había por allí. Cuando cayó al suelo, su mirada se volvió borrosa y en el momento en que su hermano lo miró con satisfacción, todo se volvió negro.

 

Catherine había visto por la ventana la llegada y pelea de aquellos soldados con los que, supuso, serían los soldados de Kartik. Cuando vio entrar a uno de ellos, tuvo esperanzas y corrió hacia la puerta para golpearla.

—¡Ayuda! ¡Sáquenme de aquí! ¡Por favor!

Pero nadie pareció oírla y, frustrada, volvió a sentarse en la cama. Eran unas puertas demasiado gruesas y no se oía nada.

Tras un buen rato, la puerta se abrió y Catherine se levantó esperando que fuera alguien que la había oído, pero volvió a sentarse al descubrir que era Kartik. Tenía varios golpes en la cara como el labio inferior partido y, probablemente, la nariz rota por la cantidad de sangre que salía de esta.

—Maldito Dreick —se quejaba mientras entraba y cerraba la puerta, luego miró a Catherine—. Ayúdame a curarme.

Catherine enarcó una ceja cruzándose de brazos.

—¿Crees que soy una enfermera?

—¡Maldita sea! ¡No me obligues a enviarte a una mazmorra!

—No te tengo miedo. ¿Qué ha pasado con los soldados que llegaron hace un rato?

Kartik rió divertido.

—Ahora son mis prisioneros —dijo acercándose a la jofaina y echando agua en la palangana para lavarse el rostro sangrando—, no sé si son casualidades prodigadas por los astros, pero mi hermano ha venido a mi castillo cuando tú has cruzado el espejo. Casi lo mismo que ocurrió cuando vino tu hija. Esta vez no tuvo tanta suerte. Es mi prisionero y va a sufrir mucho —dijo con una sonrisa maliciosa.

Catherine retrocedió hasta la pared, asustada por aquellas palabras.

—¿Lo vas a matar?

—No, pero lo deseará y me rogará que lo haga, eso hará sufrir mucho a tu querida hija. ¿Sabes que ambos están enamorados? Tu hijita quedó acorralada por un fuego que yo mismo provoqué justo después de que ellos hicieran el amor y él la salvó de quemarse viva.

La madre de Anabella al oír esto una intensa rabia aumentó en su interior y corrió a pegarle a Kartik.

—¿Cómo te has atrevido? ¿Pretendías matar a mi hija? ¡Voy a matarte!

Kartik la empujó hasta que Catherine cayó al suelo.

—¡No vuelvas a tocarme o te juro por los astros que pagarás cada una de tus insolencias!

—¡Eso te pasa por haber intentado hacerle daño a mi hija!

Kartik se acercó hasta Catherine que se había incorporado y le dio un fuerte bofetón. La mujer se llevó una mano a la mejilla dolorida mirándolo con cierta sorpresa, pero con rabia a la vez.

—Si no quieres que te haga daño y tampoco a tu hija, vas a tener que empezar a obedecerme, así que haz lo que digo y ayúdame a curarme.

Catherine con cierto temor ante aquella mirada de loco, se acercó despacio y tras coger el paño que le tendía Kartik le limpió la sangre y la pasó por las heridas y magulladuras.