8. Riñas.
Silvana se encontraba en el jardín leyendo un libro bajo un árbol que le daba sombra del sol de la tarde cuando vio salir a Nitziel de las caballerizas agarrando a un hermoso caballo negro. Él la miró y ella lo ignoró descaradamente.
Un magnífico semental bastante rebelde que aún estaba sin domar. Lo habían comprado hacía muy poco tiempo. Era muy bravío y no le gustaba que lo tocasen.
Nitziel agarró con fuerza las riendas y lo instó a moverse, pero el animal no le hizo caso alguno sino que movió la cabeza como negando.
Silvana observaba todo atentamente esperando que el caballo reaccionara violentamente ante el mal trato que le prodigaba Nitziel, que ya parecía enfadado y eso que acababa de empezar.
—Maldito caballo —protestó el chico.
Se acercó con la silla, que había dejado a su lado, para intentar colocársela encima al caballo y al verlo acercarse, el animal se movió violentamente por lo que empujó al joven haciéndolo caer al suelo.
Silvana comenzó a reírse escondiendo su rostro tras el libro para que él no la viese. Se había dado un buen golpe y había caído en un gran charco de barro. Ella lo miró, pero el joven no se había levantado sino que seguía tirado en el suelo. Esperó pacientemente, pero seguía sin moverse. Preocupada se levantó del lugar en el que estaba y se acercó lentamente.
—Nitziel… Nitziel, ¿estás bien? —preguntó Silvana algo preocupada mirándolo fijamente.
Tenía los ojos cerrados y no se movía. Cuando estuvo lo suficientemente cerca sintió que una mano la agarraba y tiraba de ella hasta dejarla acostada sobre el barro con un peso encima. Cerró los ojos mientras caía y una vez que los abrió se encontró con la sonrisa divertida de Nitziel, aprisionándola contra el suelo embarrado.
—¿Te asusté?
Ella comenzó a golpearlo con rabia.
—¡Eres un estúpido! ¡Maldito seas! ¡Apártate de mí!
—Vamos no te enfades que no fue para tanto.
—¡Eres un imbécil! ¡Apártate!
Silvana lo empujó con todas sus fuerzas, aunque su fuerza no era suficiente por lo que él mismo se incorporó. Ella se sentó limpiándose el barro de los brazos y de parte de la cara consiguiendo llenarse más. Esto hizo reír al chico.
—Eres una boba. Fue un golpe sin importancia.
Ella se incorporó y lo miró con odio.
—No sé para qué me preocupo por alguien que no lo merece. Eres un auténtico estúpido y la próxima vez que te ocurra algo no pienso moverme.
—No te hubieses levantado.
—Me levanté porque a pesar de todo eres el segundo de mi hermano, imbécil.
—¿Acaso ahora te preocupas por mí?
—Eres un estúpido arrogante, ahora entiendo por qué nadie se preocupa por ti. Te criaste como un salvaje.
Silvana se sorprendió cuando Nitziel la agarró con fuerza del brazo con ojos fríos y amenazadores. Ella se encogió de miedo ante aquella mirada.
—Jamás vuelvas a decir algo así, Silvana, porque mi pasado es solo mío, a nadie más le concierne ¿entendido?
La joven asintió rápidamente mientras trataba se zafarse de su agarre, pero de repente él la soltó y se vio de nuevo en el barro sentada mientras Nitziel se alejaba con la silla en los brazos.
El caballo estaba un poco más allá pastando sin hacer caso de lo que sucedía cerca de él.
Silvana se incorporó y se fue al interior del palacio para cambiarse de vestido. La mirada de Nitziel le había inspirado temor con lo que había dicho. Ella solo había oído rumores sobre su pasado, pero no creía en las habladurías de la gente. No quería creerlo.
Ya en el interior del castillo se dirigió al piso superior para cambiarse cuando se encontró con Anabella. Esta al verla, le preguntó:
—¿Qué te pasó?
—El imbécil de Nitziel. El caballo lo empujó y cayó a un charco de barro. Yo preocupada al ver que no se movía me acerqué, pero el muy idiota me tiró en el charco de barro en el que él cayó. ¡Cómo lo odio! Ayúdame por favor. Llamaré a mi doncella para que me prepare un baño. Lo necesito.
Ambas se fueron a la habitación de la princesa y Anabella la ayudó a quitarse el vestido.
Silvana se bañó a fondo para retirar todo el barro que se había quedado incrustado en su cuerpo y en su pelo. Mientras su doncella le lavaba el pelo, no dejaba de pensar en la reacción de Nitziel ante sus palabras. ¿Sería verdad los rumores que corrían sobre él?
—¿Todo bien? —preguntó Anabella que se había sentado en la cama y la observaba fijamente.
—¿Eh? —preguntó Silvana saliendo de su ensimismamiento— ¿decías?
—Que si todo está bien.
—Oh, sí, perfectamente.
—¿Seguro? Hasta hace unos minutos no hacías más que despotricar contra Nitziel y ahora estás callada.
—Es que el baño es relajante —mintió Silvana, no quería que nadie supiese que pensaba en el pasado de Nitziel cuando ella menos que nadie sabía si de verdad era lo que se rumoreaba—, espero que salga todo el barro. Juro que me vengaré de él.
—No creo que sea lo adecuado, las venganzas solo llevan a algo peor.
—¿A qué te refieres?
—Si le pones tanto empeño en vengarte es posible que te enamores de él.
Silvana hizo un gesto de asco.
—¿De él? ¡Ni loca! El hombre del que me enamore tiene que ser alguien como Dreick.
—¿Por qué cómo él? —preguntó Anabella con las mejillas sonrosadas.
—Porque es guapo, es valiente, sabe querer a una mujer… Así que él es perfecto —Anabella no pudo contestar, aunque sabía que lo que su amiga le decía era verdad, podía ver cómo era Dreick con solo mirarlo—. Mi hermano es muy bueno con todo el mundo, será un buen rey como mi padre. Un rey justo. El único problema que tiene mi hermano es la sombra de Kartik sobre él.
—¿Por qué le odia tanto?
—Es fácil, Dreick fue el primero en nacer por lo tanto es el que se lleva la corona a no ser que él no esté capacitado mentalmente o muera. Kartik es muy ambicioso.
—No pude conocerlo mucho cuando salí del espejo, ya que todo a mi alrededor era muy confuso, pero lo poco que conocí me hizo sentir… no sé, sucia, en especial cuando rompió el tiro de la blusa de mi pijama.
—Te asustarías mucho. Cuando yo llegué al castillo para hacer recapacitar a mi hermano me encontré con un espectáculo grotesco. Muchos de ellos estaban semidesnudos o totalmente desnudos haciendo cosas… —las mejillas de Silvana se pusieron coloradas pero no por el calor del agua— indecentes.
—Oh vaya —dijo Anabella.
Silvana se incorporó y la doncella la envolvió en una suave toalla que la cubrió casi completamente.
—Fue una visión horrenda y poco decorosa, pero mi hermano nunca ha seguido las reglas así que podía esperarme cualquier cosa de él. Es una persona cruel que no le importa hacer daño sin pensar en los sentimientos de los demás, solo se quiere él mismo y me lo demostró el día que fui al castillo a pedirle que recapacitara y que nos devolviese el espejo. Se enfadó conmigo y me dijo muchas cosas dolorosas.
—Es muy cruel —dijo Anabella.
—Mucho, por eso quiero advertirte. Debes tener mucho cuidado. Si te encerró aquel día es porque quería que fueras suya y no parará hasta conseguirte. Sé que Dreick te protegerá de él, no dejará que te pase nada.
Silvana se puso un vestido rosa con la ayuda de su doncella mientras Anabella pensaba en las palabras de la princesa. Su deber era recuperar el espejo, pero Kartik era un tipo peligroso. ¿Cómo lo haría? Muchas dudas surgían en su mente además del miedo que sentía.
Siempre había logrado pasar desapercibida y huir de los problemas, pero este le afectaba tanto que debía poner su vida en juego para recuperar el espejo y así poder volver a ver a su familia de nuevo. Aunque algo le decía que no lo iba a tener nada fácil y que iba a sufrir mucho antes del esperado final.
Salió de la habitación de Silvana pensando en todo esto y cuando estaba cerca de las escaleras puso el pie tan cerca de la orilla que sintió que perdía el equilibrio. Movió los brazos para mantenerse, pero el peso le iba a hacer caer. De repente sintió unos brazos que la sujetaban con fuerza e impedía que cayera escaleras abajo.
Anabella había cerrado los ojos con fuerza y cuando los abrió, vio los hermosos ojos de Dreick que la miraban preocupado.
—¿Estás bien?
Anabella asintió sin poder hablar, siempre había sido una chica un poco torpe, pero en ese castillo se sentía una auténtica patosa. El vestido se le enredaba en las piernas y se caía con demasiada facilidad.
—Lo siento —dijo cuando él la dejó en un lugar seguro—. Normalmente no soy tan torpe. No sé qué me pasa aquí.
Se apartó el pelo de la cara nerviosamente y Dreick sonrió ante el delicado gesto.
—Supongo que no estarás acostumbrada a este tipo de mansiones y te hace sentir torpe.
—No sé si es eso, no dejo de pensar en todo lo que se ha dicho sobre mi destino en este lugar y la verdad es que no sé si podré hacerlo. Tu hermano no es un hombre contra el que yo pueda luchar.
—Si quieres yo puedo ayudarte.
—Pero la profecía dice que debo hacerlo sola. No puedes venir conmigo.
—La profecía no dice nada al respecto, puedo ir contigo y luchar contra mi hermano.
—¿Y si te hace daño? Tu familia no me lo perdonaría.
—Soy más fuerte que él, no tienes que preocuparte por mí. Puedo protegerte, me necesitas a tu lado para que no te pase nada.
Anabella lo miró con la boca abierta. Aquello había sonado muy arrogante y muy machista. Ella vivía en un mundo donde la mayoría de las veces las mujeres no dependían de los hombres para vivir.
—¿Cómo has dicho? ¿Acaso crees que soy una dama en apuros? Vengo de un lugar donde la mujer puede valerse por sí misma sin depender de los hombres. La profecía dice que alguien del otro lado del espejo vendrá y hará lo que tenga que hacer. Sola.
Dreick frunció el ceño sin comprender.
—¿Qué estás diciendo? Las mujeres dependen de los hombres para todo.
—Eso es mentira. Aquí vivís en una época medieval con respecto a mi mundo. Las cosas avanzan y las mujeres son independientes.
—Estás loca, eso no puede ser cierto.
—Claro que lo es.
—No te creo, Anabella.
—¿Qué vas a creer si piensas que no puedo valerme por mí misma?
—¡Pero si tú misma has dicho que no vas a poder con mi hermano! ¡No hay quien te entienda!
—Exacto. He dicho que no puedo con él, pero me repatean los comentarios como el que hiciste ahora mismo. Comentarios machistas como esos recibió tu madre antes de huir de su pasado. Ella no querría que un hijo suyo hablase de esa forma porque así comienzan los hombres maltratadores.
—Tú que sabrás.
—Lo sé porque tu madre me lo contó todo, me contó cómo apareció en este lugar y de qué huía. Huía de hombres con pensamientos como los que tienes.
—Lo que dices es como si el dolor que sufrió mi madre fuese el tuyo.
—No es el mío, pero conozco a una persona que sufre los maltratos como los de tu madre. El problema es que ella no tiene a donde ir y se ve con un hombre que dice quererla y lo único que hace es molerla a golpes cada día. Mi vecina sufre, pero no quiere que la ayudemos y eso me molesta. Mi madre creó una asociación para mujeres maltratadas para ayudarlas justamente por eso. No quiere ver como las mujeres sufrimos por hombres que solo viven para maltratar a algo tan valioso como el amor que le dan sin recibir nada a cambio. Es horrible ver las marcas de golpes en su cara y cuerpo. Odio a ese tipo de hombres.
Dreick la miró y no pudo evitar acariciarle la mejilla, verla tan afligida por los de su alrededor sacaba la vena tierna en él, algo a lo que no estaba acostumbrado.
—Lo siento, no era mi intención hacerte sentir mal, pero es que aquí estamos acostumbrados a proteger a las mujeres porque para nosotros es lo más importante. Gracias a vosotras, nosotros podemos existir, sois lo más hermoso que existe por eso dije lo que dije. No pretendía hacerte sentir inferior. Perdóname —dijo apoyando su frente en la de ella.
Anabella se puso colorada ante aquel pequeño contacto y sintió deseos de tocar la aspereza de su mejilla. Cuando hablaba era tan dulce… Nunca pensó conocer a un hombre así, en el otro lado, los hombres solían ser rudos y parecían trogloditas.
—No, perdóname a mí, no sabía nada sobre vuestras costumbres y hablé sin pensar.
Dreick sonrió y con delicadeza le acarició la mejilla. Estaban tan cerca que sus labios podrían rozarse con solo moverse unos milímetros, pero al sentir una puerta abrirse, él se apartó.