5. Acostumbrándose.

 

Dreick salió de la habitación para que ella pudiese vestirse con la ayuda de la doncella. Esta quedó impresionada ante la belleza que rezumaba Anabella tras ponérselo porque el color hacía destacar su piel nívea.

La hizo sentar en un pequeño taburete para peinarle la melena.

—¿En vuestro mundo no se usa el pelo tan largo?

—Hay mujeres que incluso lo llevan corto como los hombres.

La doncella ahogó una exclamación.

—¡No puede ser! ¡Con lo hermoso que es un cabello largo!

—Es muy bonito, sí, pero en mi mundo la gente no tiene tanto tiempo como aquí para cuidar de un largo cabello y buscan la comodidad.

—¿Tan diferentes son las cosas allá?

—Más de lo que puedas imaginar.

La doncella comenzó a recogerle el pelo hasta hacerle un delicado moño suelto con algunos mechones colgando a los lados de su cara y por su esbelto cuello. Kathya sonrió.

—Estáis hermosa.

Anabella se giró hacia la doncella y sonrió levemente.

—Gracias.

—Causaréis sensación en la fiesta que van a hacer por el regreso a casa de la princesa.

—Si puedo pasar desapercibida mejor, no me gusta destacar —dijo Anabella sintiendo que su vergüenza salía a la luz.

—¿Por qué? Sois muy bella.

—No me gusta destacar. Soy muy tímida. Suena irónico cuando tengo una madre cantante —trató de sonreír, pero el recuerdo de su madre le cerró la garganta.

—¿Vuestra madre es cantante?

Anabella asintió mirando a la doncella con una leve sonrisa.

—Y muy buena.

—¿Y habéis heredado su voz?

—¿Yo? Bueno…, me gusta cantar, pero no tengo una voz perfecta.

—Me encantaría oírla.

—No, no.

La joven intentó por todos los medios evitar cantar, le daba demasiada vergüenza. Nunca había cantado ante desconocidos, solo ante sus padres.

—Solo un poco —pidió la joven doncella.

Anabella no se pudo negar y con voz no muy alta cantó una estrofa de una de las canciones de su madre. La doncella se quedó impresionada ante la suave voz de la chica.

—Cantáis muy bien.

La joven se sonrojó.

—Gracias.

—De nada, si queréis podéis bajar al salón, aunque no ha empezado la fiesta podéis conocer el castillo.

—Me vendrá bien caminar para recuperar las fuerzas.

—Si desea algo solo tiene que llamarme.

—Gracias, Kathya.

Anabella salió de la habitación observando todo a su alrededor que estaba muy bien decorado. Todo lo que veía le gustaba bastante, era como estar en una tienda de antigüedades. Se acercó hasta un jarrón observándolo detalladamente.

—Es hermoso ¿verdad?

Anabella se sobresaltó con un leve grito, apartándose. Miró hacia el sitio de donde provenía la voz para ver a una mujer muy hermosa que tenía un gran parecido con Silvana.

—Sí, es muy bonito —dijo Anabella roja de vergüenza por que la pillaran tan cerca de algo tan delicado.

—Me lo regalaron unos amigos muy preciados —dijo la mujer— oh, perdona, no me he presentado, soy la reina Eliane.

—Oh, su majestad —dijo Anabella haciendo una reverencia.

La mujer sonrió.

—No hace falta que me trates con tanto respeto, sé que vienes del otro lado del espejo, estaba deseando hablar contigo.

—¿Conmigo?

—Sí, estaba muy preocupada por cómo te sentirías en un lugar distinto al tuyo. Supongo que nada es igual en el lugar donde vives por lo que me contó mi hija.

—Es todo muy distinto, no estoy acostumbrada a estas cosas. Bueno, en realidad sí porque me gusta coleccionar cosas antiguas, pero nunca me he visto en una situación como esta.

—Sé que es difícil, pero espero que te acostumbres hasta que recuperemos el espejo.

—Haré todo lo que pueda, su majestad.

—Llámame Eliane, por favor.

—Pero es que sois la reina.

—No te preocupes, de verdad. Estoy encantada de conocer a alguien del otro lado del espejo y no me importa que me trates con confianza porque espero que podamos ser amigas.

Anabella estaba sorprendida por el comportamiento de la reina. Se suponía que se las debía tratar con respeto y sin ningún tipo de confianza, aún así respondió con una leve sonrisa:

—Yo también lo espero.

—Si quieres puedo enseñarte el castillo.

—Será un placer.

Entonces ambas recorrieron el lugar hasta el último rincón, compartiendo cosas de ambos mundos como si se conociesen de toda la vida. Cuando por casualidad se encontraron con Dreick que había estado en las caballerizas.

Este al ver a Anabella, se quedó impresionado ante la belleza que reflejaba con aquel precioso vestido que aunque le quedaban un poco pequeño de largo parecía irle a la perfección.

—Ahí está mi hijo —dijo la mujer sonriendo—. Se ha quedado embelesado al verte.

Anabella forzó la vista porque Dreick estaba un poco lejos y no lo veía bien. Todo se tornaba borroso a lo lejos. Sin sus gafas no veía nada, solo manchas difusas que no lograba saber qué era.

—No veo muy bien de lejos —susurró avergonzada— llevo gafas, pero se me quedaron en el otro lado del espejo.

—Oh querida, eso es un problema.

Anabella se encogió de hombros con una leve sonrisa.

—Ya no se puede hacer nada, tendré que acostumbrarme a ver todo de cerca nada más.

La reina le cogió las manos y se las apretó con fuerza como gesto de consuelo.

—No te preocupes, preciosa, todo saldrá bien ya lo verás. Ven, vamos a saludarlo.

Se acercaron al joven que se había quedado en el mismo sitio sin apenas moverse mientras observaba a Anabella. Ella apartó un poco la mirada ante la de él.

—¿Has estado con los caballos, hijo?

—Sí, madre. Veo que estás con la joven del espejo —la miró fijamente sonriendo— estáis hermosa.

Ella se sonrojó.

—Gra… gracias.

—¿Por qué no la llevas a ver los caballos? Le he enseñado todo el castillo y faltan las caballerizas. Puedes encargarte ¿verdad?

—Por supuesto —Dreick se acercó a Anabella y le tendió el brazo— ¿me acompañáis?

Anabella miró a la reina que asintió con una enorme sonrisa por lo que tomó el brazo de Dreick y ambos salieron del castillo hacia las caballerizas.

—Te queda muy bien el vestido —dijo con cierta confianza, no le gustaba el tono formal.

—Sí, te agradezco que te hayas preocupado por mí. Después de todo soy una completa desconocida.

—Una desconocida en manos de mi hermano. Está loco y podía haber intentado cualquier cosa. Era mejor que te trajera aquí.

—Y te doy las gracias por ello. No me gustaba ese lugar.

Entraron en las caballerizas donde unos mozos hicieron una reverencia al príncipe y observaron fijamente a Anabella que enseguida bajó la mirada intimidada. Él se acercó a uno de los cubículos.

—Mira, te presento a Fugaz, mi caballo.

Anabella se acercó al cubículo y observó al animal de cerca. Era castaño con una mancha en forma de estrella blanca en la frente. El caballo la observó fijamente hasta que acercó la cabeza a su mano.

Ella retrocedió, asustada.

—Solo quiere que lo acaricies, acerca tu mano.

Dreick le tomó la mano y la acercó al caballo. Anabella sintió el suave tacto en su piel y sonrió complacida.

—Es hermoso.

—Sí, un gran caballo. Ha estado conmigo desde pequeño, creció conmigo.

—¿Por qué lo llamaste Fugaz?

—Por la gran velocidad que puede llegar a galopar, como una estrella fugaz.

—Entiendo.

Anabella se sonrojó al ver que las manos de ambos estaban unidas sobre la frente del caballo. Miró el rostro de Dreick de facciones muy masculinas que le sonrió cuando la miró. Al darse cuenta de sus manos unidas, él la apartó.

—Empezará a hacer frío y poco a poco empezarán a llegar los invitados a la fiesta por el regreso de mi hermana.

—Me da mucha vergüenza que todos me miren. No estoy acostumbrada a estar rodeada de tanta gente.

Dreick la miró, confuso.

—No te entiendo. Normalmente a las mujeres les gusta mostrarse ante todo el mundo para presumir de vestidos y demás.

—Yo no soy así. Soy muy tímida y me da muchísima vergüenza que la gente me vea.

—Pero ¿por qué?

Anabella miró a otro lado antes de darle la espalda.

—En el otro lado, soy una chica con gafas que no ve nada de lejos y cuando era pequeña se burlaban de mí justamente por eso. Desde ese día he preferido pasar desapercibida para todo el mundo. He conseguido que nadie me mire para burlarse.

—Eso es muy cruel.

—Es la realidad de mi existencia. Tener una madre famosa no implica que la hija también lo sea. No quiero que nadie me mire fijamente y estoy segura de que seré la atracción del momento. Los chismes siempre vuelan rápido.

—Yo estaré a tu lado si quieres. Mi hermana se sentirá decepcionada si no vas, para ella esta fiesta también es para ti.

La joven no sabía qué hacer porque se sentía en deuda con Silvana tras haberla ayudado cuando su hermano la salvó y debería ir por ella, pero sentía que si iba, tendría las miradas de todos sobre ella y le daba demasiada vergüenza.

—Tu hermana puede ser muy insistente ¿verdad?— preguntó ella.

—Más de lo que imaginas, cuando empieza a hablar no para, así que yo que tú iría a la fiesta.

Anabella suspiró resignada y cuadró los hombros.

—Está bien, iré, pero solo un ratito.

Dreick sonrió.

—Entonces ¿me permite que yo mismo la acompañe, milady? —preguntó tendiéndole la mano.

Ella lo miró con las mejillas sonrosadas.

—Encantada, príncipe.

El príncipe le agarró la mano e hizo una leve reverencia que ella intentó corresponder aunque sintió que la suya había sido un tanto torpe. Los dos entraron en el castillo. Al acercarse, vieron varios carruajes acercándose.

—Ya están llegando los invitados —dijo él sonriendo— tendré que cambiarme, no puedo aparecer oliendo a caballo. Quizás deberías subir para que te retocaran un poco el cabello.

Anabella se tocó el pelo con la sensación de que no se había despeinado.

—Estoy bien.

—Si quieres puedes esperar en el despacho, ahora mismo no debe haber nadie y luego iré a buscarte.

Sin esperar respuesta alguna, subió rápidamente dejándola sola. Anabella intentó recordar dónde se encontraba el despacho, pero había visto tantas habitaciones que no lograba recordarlo. Caminó por un pasillo que había junto a las escaleras principales y miró en todas las puertas que estaban abiertas, pero ninguna parecía ser un despacho.

Llegó hasta unas escaleras que descendía hacia un lugar oscuro, sin ningún tipo de luz. Al llegar abajo vio que una antorcha encendida iluminaba unas enormes puertas enrejadas como en la que había estado en el otro castillo. Sin pensar muy bien lo que hacía se acercó a una de ellas para mirar dentro y pareció no ver nada.

Con temor, se giró para marcharse y de repente unas manos sujetaron su cuello impidiéndole respirar.