16. Una mentira.

 

Al día siguiente por la mañana, Anabella se despertó más temprano de lo normal. Había dormido poco, ya que aún estaba preocupada por el estado de su amiga Silvana. Antes de vestirse, se miró el hombro del que solo quedaba una cicatriz por delante y suponía que una por detrás para ver que cada vez estaba mucho mejor.

Tras ponerse el vestido, se dirigió a la habitación de Silvana y, tratando de no hacer ruido, abrió la puerta.

Del fuego de la chimenea solo quedaban los rescoldos por lo que pensó que sería buena idea volver a encender el fuego y mantener la habitación a una temperatura tal que la recuperación de Silvana fuese lo más rápida posible.

Miró a su alrededor en busca de Nitziel y se sorprendió al encontrarlo en la cama de la joven abrazándola, como si estuviese dándole calor con su cuerpo. Una tierna sonrisa escapó de los labios de Anabella al pensar en que un chico que parecía llevarse tan mal con ella, haya pasado toda la noche velando por darle calor.

Se acercó y tocó el rostro de su amiga, notando que la temperatura había subido suficiente como para alejarla del peligro. Decidió salir de allí, no quería despertarlos, por lo que salió de allí sin hacer el más mínimo ruido.

Una vez fuera, se dirigió a la habitación de Dreick. Desde que ella había recuperado el conocimiento tras haber sido herida por una flecha, había decidido vivir sus sentimientos todo el tiempo que pudiese hasta que recuperasen el espejo. Quizás cuando volviera a su hogar pensaría que había sido un error haberse dejado llevar por sus sentimientos, pero no podía seguir ocultando sus sentimientos por Dreick.

Una vez dentro de la habitación se acercó hasta la cama y sonrió al verlo dormido, todo despeinado y en una posición nada elegante. La manta no cubría su torso desnudo. Se arrodilló junto a la cama y cruzó sus brazos sobre el colchón observándolo. Le tocó la nariz con un dedo haciendo que el joven hiciese una mueca, pero no abrió los ojos.

—Despierta —susurró Anabella—, es de día.

—No.

—Vamos, dormilón. No quiero que mi Adonis siga durmiendo.

Al oír la palabra Adonis, Dreick abrió un ojo y miró a la joven, mostró una sonrisa y se medio incorporó.

—Adonis ¿eh? ¿Te sigo recordando a ese tal Adonis?

—Bueno, la verdad que Adonis era mucho más guapo —dijo ella bromeando.

Dreick la agarró y la arrastró hasta que ella quedó encima de él mientras comenzaban a reírse. Luego se miraron a los ojos sin dejar de sonreír hasta que no pudieron evitar unir sus labios en un lento y dulce beso.

Cuando se separaron, él la miró fijamente y le apartó un mechón de pelo de la cara.

—¿Qué haces levantada tan temprano?

—Quería ver cómo estaba Silvana.

—Pensé que habías pasado la noche con ella.

—Nitziel se quedó en mi lugar, parecía muy preocupado y no me negué. Esta mañana entré a la habitación y lo encontré dormido, abrazándola, como si pretendiese darle calor con su cuerpo.

—Estaba muy preocupado. Nunca lo había visto así porque normalmente no se lleva con Silvana. ¿Dices que estaba en la cama con ella?

—Solo dormían, no vayas a montar un espectáculo. Bastante tiene el pobre Nitziel como para que ahora te enfades con él por estar acostado con tu hermana.

—Es que está acostado con mi hermana. Ya es motivo más que suficiente para pelear conmigo en un duelo.

—Por Dios, Dreick, solo están durmiendo. Te recuerdo que yo ahora mismo estoy en tu cama sobre ti.

—No es lo mismo, Anabella.

—Claro que lo es. Que tú quisieras alejarte de todo cuando me hirieron no quiere decir que todos deban hacer lo mismo, otros pagan sus preocupaciones del mismo modo en que lo hace Nitziel. No hagas nada, además, es tu amigo.

—Eso que has dicho me ha dolido. Las circunstancias no eran las mismas.

—Déjalo, Dreick. Tenías que haber visto su cara anoche. Apenas se atrevía a mirar a Silvana. Todos tenemos parte de culpa por haberla dejado olvidada, pero él se sentía mucho peor. Algo me dice que la culpa le reconcome porque él estaba siempre picándola para que saltase de alguna forma, la molestaba y verla así le impactó. No le digas nada, hagamos como que no sabemos nada.

Dreick lo meditó durante unos instantes y luego asintió.

—De acuerdo.

Anabella sonrió y se puso a su lado.

—Tu hermana ha recuperado la temperatura normal así que no debería tardar mucho en despertar, creo que el calor de Nitziel le hizo mucho bien.

—Sólo espero que no monte un espectáculo cuando lo vea a su lado.

—Ya nos enteraremos si es así —dijo Anabella sonriendo levemente.

—Tienes razón— dijo Dreick y la abrazó—. Será mejor que me levante y me vista, no estoy muy decente, solo llevo unos pantalones.

Anabella asintió y se incorporó. Luego salió de allí no sin antes mostrarle una dulce sonrisa.

—Estaré en el comedor.

Dreick asintió y se levantó para vestirse.

 

El calor envolvía su cuerpo y no había ni comparación con el frío que había sentido antes. Los recuerdos de aquel pozo llegaron a su mente soñolienta y quiso gritar de desesperación, pero los sonidos no salían de sus labios. Unos brazos calientes la mantenían fuera del agua. ¿Quién era?

Lentamente, sus ojos se abrieron y se encontraron con una barbilla angulosa. Giró un poco la cabeza y vio que estaba en su propia habitación, ¿acaso había sido un sueño? Volvió a mirar al frente y al levantar la mirada vio el rostro tranquilo de Nitziel, que dormía profundamente. Frunció el ceño ante aquella imagen y trató de apartarse un poco, pero él la tenía abrazada.

Al notar los movimientos de ella, Nitziel abrió los ojos hasta encontrar la mirada dudosa de Silvana. Miró a su alrededor por unos instantes y volvió a mirarla a ella.

—Has despertado —dijo él en un susurro, temiendo que no fuese real.

—¿Qué… qué ha pasado?

—Te caíste en un pozo y estuviste a punto de morir congelada.

Silvana bajó la mirada.

—¿Quién me sacó de allí?

Nitziel no supo si contestarle la verdad o no. Ella lo odiaba y lo había dejado claro muchas veces, seguro que se enfadaría por decirle que él había bajado al pozo para sacarla, así que prefirió mentirle.

—Tu hermano oyó que alguien gritaba su nombre y corrió hacia el pozo. Entre todos ayudamos, pero él fue el verdadero héroe.

—¿Y por qué me estás abrazando?

El joven se apartó rápidamente y se sentó en la cama.

—Lo siento, es que pensé que dándote calor te pondrías bien. Parece que funcionó.

—Ya veo. Entonces debo darte las gracias.

—Iré a avisar a sus majestades que has despertado —dijo levantándose y saliendo de la habitación dejando a la joven sola.

Cuando ella lo miró, se sintió un poco extraño sin saber muy bien la razón. Su mirada no era de odio, era casi confusa y dulce a la vez. No parecía ser la Silvana desafiante que peleaba por todo con él. Se pasó una mano por el pelo, confuso y sin pensar más en ello, se dirigió al comedor a ver si encontraba al rey y a la reina.

Mientras, Silvana en el interior, se incorporaba y miraba hacia la chimenea. Había estado a punto de morir congelada. Sola en un pozo oscuro y tan estrecho que apenas podía estirar los brazos. Se miró las manos por un momento y descubrió que los tenía llenos de cortes, al igual que sus brazos. Heridas causadas por las piedras del pozo cuando había intentado ascender para no ahogarse.

Se abrazó las rodillas mientras pensaba en si nadie la hubiese escuchado. Seguro que habría muerto allí mismo sin posibilidad de escape. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo.

La puerta se abrió poco después y aparecieron sus padres y Dreick junto a Anabella, seguidos todos de Nitziel.

—Mi pequeña —dijo la reina sentándose a su lado abrazándola—, ¿cómo te sientes? Mandé a las cocinas que te preparan algo caliente para que recuperes fuerzas.

—Aún siento un poco de frío, pero creo que estoy bien. Solo tengo unas pocas heridas en los brazos.

—Lo importante es que estás viva, hija —dijo el rey sonriendo afable.

Silvana asintió mostrando una leve sonrisa. Anabella se sentó por el otro lado y cuando la reina soltó a la joven, esta la abrazó con fuerza.

—Nos asustaste mucho, Silvana. No lo vuelvas a hacer, por favor.

—Lo intentaré —luego miró a su hermano que sonreía abiertamente—, gracias por salvarme, Dreick.

El joven príncipe frunció el ceño y miró a Nitziel que estaba apoyado en la pared. Este hizo un gesto apenas perceptible para los demás que su amigo rápidamente entendió. Volvió la vista hacia su hermana.

—Eres mi hermana, era lo menos que podía hacer.

—Siento haberos asustado. Yo no sabía que había un pozo.

—Tendremos que señalizarlo —dijo el rey—. Ahora mismo me encargaré de eso.

Dreick agarró a Nitziel del brazo.

—Tú y yo tenemos algo de lo que hablar —dijo Dreick y ambos salieron de la habitación de la joven—. ¿Se puede saber por qué no le has dicho que fuiste tú quien la salvó?

—¿La persona que ella odia más que a nadie?

—¿Y no crees que podrías erradicar eso? Mi hermana no te va a comer si le dices que fuiste tú.

—Mejor dejarlo así, Dreick. Lo importante es que tu hermana está viva.

—¿Tanta preocupación para mentirle? Yo ni siquiera sabía que ella había desaparecido hasta que no vino la criada a decírmelo. No podemos mentirle, eso hará que te odie más si se enterara de la verdad.

—Pero nadie se lo va a decir. Así que deja las cosas tal y como están.

—Perfecto, entonces. Haz lo que quieras.

Dreick se giró para volver a la habitación y Nitziel se quedó en medio del pasillo mirando hacia la puerta. Luego se giró y bajó las escaleras pensando que hacía lo mejor para todos. Silvana lo odiaba, como todas las personas de su pasado. Él solo sabía hacer daño. No era capaz de hacer algo bien y ya se lo había metido en la cabeza. Era un salvaje, tal y como había dicho ella no hacía mucho tiempo.

Un chico que mata a su padre no era un hombre en ningún sentido y jamás podría hacer el bien. Dreick había intentado convencerlo de lo contrario, pero en el fondo sabía que nada podía hacer contra su naturaleza.

Preparó su caballo y cuando lo tuvo listo, se subió en él para ir al bosque. Uno de los pocos lugares en donde se sentía tranquilo y en paz. El lugar donde había pasado gran parte de sus días tras haber asesinado a su padre. Aún no entendía la razón por la que había saltado al pozo a sacarla. La visión de la joven pálida y casi sin vida trajo recuerdos de su pasado. Recuerdos que creía enterrados bajo tierra, pero no era así.

Se bajó del caballo para sentarse en la base de un gran árbol y allí pasó varias horas.

 

Anabella y Dreick salieron de la habitación de la joven, que tras tomarse un tazón de caldo caliente volvió a quedarse dormida.

—¿Por qué tu hermana te agradeció que la sacaras si fue Nitziel quien saltó al pozo?

—Nitziel le contó que fui yo quien la salvó.

—¿Por qué?

—Dice que mi hermana lo odia y que lo mejor es que piense que fui yo y no él quien la sacó de allí.

—No lo entiendo, ella no se va a enfadar por algo así.

—Él cree que sí. Dejémoslo así, ella tendrá que olvidar lo ocurrido por lo que no importa si fue él quien la sacó de allí, Nitziel no quiere agradecimientos de ningún tipo.

—Ya veo.

Se dirigieron al jardín para pasear. Anabella iba pensativa y apenas contestaba a lo que le decía Dreick.

—¿Pasa algo?

—Pensaba en Helian. En si estará bien.

—La verdad es que no nos hemos preocupado mucho por él desde que te traje malherida al castillo.

—Me gustaría ir a verlo.

—Quizás podamos ir mañana, ¿qué te parece?

—Estaría bien, supongo que estará destrozado por no haber podido rescatar a Niseya, él la quiere demasiado y tú y yo sabemos cómo es tu hermano de cruel.

—Tan cruel que fue capaz de encerrar a mi hermana y a la joven más bella de este mundo y del otro lado del espejo —dijo Dreick poniéndose delante de ella con una amplia sonrisa—. La joven que me ha robado el corazón y por la que he estado dando todo lo que soy por tenerla junto a mí.

Ella sonrió y lo abrazó con fuerza.

—¿Crees que hacemos bien el darnos todo el amor posible antes de que vuelva a mi mundo?

—Claro que sí, Anabella, debemos disfrutar el momento ahora que podemos.

—La despedida será muy dura.

—Eh, tú fuiste la que dijo que disfrutáramos de esto mientras pudiésemos, aprenderemos a sobrellevar el dolor. No podemos negar que sufriremos con tu partida, pero no pienses en eso ¿de acuerdo?

Ella asintió y apoyó la cabeza en el hombro de él. Dreick la abrazó con fuerza, aspirando el dulce olor que emanaba de su piel.

—Ojalá hubiese una forma de estar juntos y no tener que separarnos cuando encontremos el espejo.

—No pensemos en eso ahora, Anabella, vivamos esto. ¿Qué te parece si volvemos dentro?

Ella asintió y ambos entraron en el castillo.

 

Kartik estaba en su despacho, con una copa en la mano a la que daba vueltas observando el ambarino líquido que había en su interior. Su mente no paraba de idear planes para acabar con su hermano y así ser él el único heredero de la corona de su padre.

Tenía que encontrar algo que realmente le hiciese daño y se había dado cuenta cuando estuvo en el castillo con la chica que venía del otro lado del espejo y el otro chico, que su hermano parecía interesado en ella.

Su hermano, que nunca antes se había fijado en ninguna mujer, ahora se fijaba en una chica que venía del otro lado del espejo. ¿Podría ella ser lo que necesitaba para acabar con Dreick?

Dejó la copa en la mesa y se dirigió a la habitación donde estaba el espejo. Desde que se lo había llevado del castillo, apenas le había puesto atención, pero ahora sentía curiosidad por ver el otro lado. Se preguntaba cómo sería el lugar donde vivía aquella joven.

Una vez dentro de la habitación, se acercó hasta el espejo que mostraba su propia imagen y las paredes oscuras de aquel lugar. Sin dudar acercó su mano al cristal mientras con la otra buscaba algo con lo que hacerse un pequeño corte y aprovechó uno de los salientes del espejo. Un pequeño corte apareció en la palma de su mano del que manó sangre que pasó por el cristal del espejo.

Al ser más cantidad de sangre, el espejo actuó más rápido que cuando se cortó Anabella.

De repente, Kartik se vio reflejado a sí mismo, pero de fondo se veía otra habitación. Probablemente se trataba de la habitación de la joven.

Acercó la mano a la superficie para notar que no había cristal, entonces metió su mano completa traspasando al otro lado. Su corazón latía frenético porque nunca había probado a pasar por el espejo a un lugar desconocido para él. Cierto que su madre era de ese lugar, pero jamás pensó que podría ir hacia el otro lado.

Cruzó el espejo sin llegar a conocer aún las razones y se encontró en la habitación de Anabella. Miró a su alrededor, reflejando confusión ante la cantidad de objetos extraños que allí había. Se acercó para tocarlos y vio sobre la mesa de noche un pequeño librito que le llamó la atención.

Lo cogió entre sus manos y lo abrió. Comenzó a leer y se dio cuenta de que eran pensamientos de la joven, dueña de esa habitación.

De repente oyó pasos fuera y rápidamente volvió a su castillo desde el espejo como había hecho para ir allí. Una vez en el otro lado, miró hacia el espejo y vio entrar a una mujer que se parecía bastante a la chica. Se acercó hasta la mesilla de noche justo donde había estado él y cogió el mismo librito que él había cogido y que había dejado en el sitio él antes.

La mujer miró algunas páginas acariciándolas y al instante dejó el librito sobre la cama para cubrirse el rostro llorando desconsoladamente. Al momento, apareció un hombre que se sentó junto a la mujer para abrazarla con la pena reflejada en su rostro.

Kartik dejó de mirar y se fue a su habitación. Odiaba todas esas muestras de pena y dolor, al igual que las de cariño y amor. El amor no existe y el dolor acaba pasando. ¿No ven a su hija? Quizás sea mejor para ellos, según había leído en el diario de la joven, pasaba la mayor parte del tiempo sola.

Si la dejaban sola se suponía que no la querían, sus padres bien que se lo demostraron siempre, solo había ojos para Dreick y sus hazañas, en cambio él no hacía nada bien. Tal había sido el trato que había llegado a odiar a su hermano hasta límites insospechados y por eso quería acabar con él para heredar la corona de rey. Su hermano se merecía sufrir.

Volvió al despacho donde se sentó y volvió a servirse de la botella que había dejado allí.

Aquella chica tenía que servirle para la venganza hacia su hermano y quizás podría empezar por el chantaje. Él podía ir al otro lado siempre que quisiese y qué mejor forma de asustarla y que se vaya con él que amenazarla y así dejara a su hermano.

Sonrió para sí. Las amenazas eran capaces de asustar hasta al más valiente de los caballeros y con esa chica sería muchísimo más fácil. Era temerosa por naturaleza y no querría que le hiciera daño a su madre.

Haber visto a esa mujer lo había dejado bastante sorprendido de la belleza tan sensual que poseía. Quizás podría aprovecharse no solo de vengarse de su hermano sino también de seducir a una mujer que era bellísima.

Niseya apareció en el despacho con una bandeja con la cena.

—Le traigo la cena, señor —dijo la joven en voz baja.

—Déjala ahí —dijo Kartik sin mirarla.

—De acuerdo.

La joven puso la bandeja sobre la mesa y se fue de allí. Kartik no se había fijado en la cara ojerosa y pálida de esta.