24. Fuego.

 

Anabella había cerrado los ojos cuando le llegó el orgasmo, pero al abrirlos vio el rostro de Dreick que la miraba fijamente con un amor que casi consigue que le salgan lágrimas.

—Tan bella… —susurró Dreick.

—Oh Dreick —dijo ella.

Él volvió a besarla y la abrazó.

—Quiero estar dentro de ti, Anabella, quiero poseerte hasta el final.

Anabella asintió.

—Sí…

—Si te hago daño, párame, por favor.

—Sé que no me harás daño —dijo ella acariciándole la mejilla.

Dreick volvió a tocar a la joven con delicadeza y casi con devoción volviéndola a poner húmeda. Se desabrochó el pantalón para liberar su miembro y Anabella al verlo, jadeó.

—Tranquila, relájate —le susurró al oído Dreick.

Ella inspiró hondo y al volver a notar las manos del príncipe sobre su cuerpo, se encendió. Necesitaba liberarse otra vez. Dreick volvió a tocar el centro de placer de Anabella y al notarlo húmedo acercó la punta de su miembro a la estrecha entrada.

La joven se tensó, pero las dulces palabras que le dedicaba Dreick hicieron que se relajara, entonces notó cómo se introducía poco a poco en su interior hasta que llegó a la barrera de su virginidad. Antes de entrar por completo, la miró a los ojos para besarla con intensidad y finalmente la penetró. Anabella lanzó un grito, no solo de dolor ya que en su mente se mezcló con el placer.

—Pronto pasará, te lo prometo y solo obtendrás placer.

Tras unos segundos, él salió lentamente lo que provocó una leve protesta por parte de la joven que se sintió vacía, aunque no por mucho tiempo ya que él volvió a penetrarla.

Así comenzaron las acometidas lentas mezcladas con besos y caricias por parte de ambos. La velocidad fue aumentando conforme Anabella se iba acostumbrando a tener el miembro de Dreick en su interior. Se agarraba a su espalda provocándole leves arañazos con las uñas mientras sentía una corriente eléctrica que recorrió todo su cuerpo justo antes de librearse. Dreick aumentó un poco más la velocidad y ambos llegaron juntos hasta la cima del placer proclamando el nombre del otro en un grito de liberación.

Dreick la besó con delicadeza.

—¿Estás bien?

Anabella tenía los ojos semiabiertos y sonrió levemente.

—Sí, muy bien.

El príncipe se acostó a su lado y los cubrió a ambos con el cobertor. La joven se recostó de lado y lo miró por unos instantes. Se abrazó a él y se quedó profundamente dormida con una sonrisa en la cara.

Dreick la observó fijamente y, al rato, él también se quedó dormido.

 

Anabella abrió los ojos unas horas antes del amanecer sintiendo sed. Se incorporó un poco sintiendo un leve dolor en su bajo vientre que supuso normal después de lo que había ocurrido. Miró a su lado y vio a Dreick profundamente dormido.

No pudo evitar sonreír amorosamente y le apartó algunos mechones que ocultaban sus ojos, le había crecido el pelo desde que ella había llegado. Apartó la vista en busca de una jarra con agua para beber y al no ver nada, se incorporó buscando el camisón que Dreick le había quitado para ponérselo e ir a buscar agua a las cocinas.

Se puso el camisón no sin antes mirarse los muslos manchados con sangre de su virginidad perdida y pensó que cogería un poco más para lavarse esa zona tan sensibilizada.

Cuando estuvo junto a la puerta cogió el pequeño candelabro con las velas aún encendidas, aunque casi a punto de extinguirse. Salió de la habitación para bajar y de repente oyó ruidos en la parte baja. Pensando que los sirvientes se habían levantado antes siguió bajando, pero los ruidos no provenían de las cocinas como ella supuso en un principio. Aquellos ruidos venían del despacho del rey.

Confusa, ya que pensaba que todos dormían, se acercó hasta el despacho y vio una sombra que rebuscaba por todos lados. Aquella sombra se le hizo familiar. A través de las llamas que aún quedaban en la chimenea pudo ver el rostro por un instante y, entonces, entró.

—¿Qué haces aquí?

El tipo no se sorprendió, sino que la giró la cara hacia ella.

—Vaya, pensé que no habría nadie despierto.

—¿Qué haces aquí? —volvió a preguntar Anabella.

—Vine de visita —dijo él mirándola y cruzándose de brazos.

—Sabes que si grito, te atraparán, Kartik.

—No te dará tiempo a gritar.

—¿Eso crees?

—Claro que lo creo, no te conviene delatarme, pequeña extranjera que viene del otro lado del espejo. ¿Sabes? Tienes una habitación muy curiosa, llena de cosas que no valen para nada.

Anabella retrocedió un paso.

—¿Has cruzado el espejo?

—Claro, ¿cómo si no iba a conseguir esto? —preguntó sacándose algo del interior de la chaqueta que llevaba puesta.

Al verlo, Anabella intentó arrebatárselo con poco éxito.

—¡Mi diario! ¡Devuélvemelo!

—No, es una lectura muy interesante de tus pensamientos, ¿de verdad te has sentido abandonada? Yo estaría orgulloso de la madre que tienes, es realmente hermosa.

—¡Deja eso! —la joven volvió a la carga, pero Kartik la agarró de la muñeca con fuerza y la alzó hasta casi dejarla de puntillas— ¡Me haces daño!

—Conozco todos tus secretos, pequeña. Esas palabras muestran mucho resentimiento hacia tu madre.

—¡Cállate!

Ella trató de empujarlo con la mano libre y le dio algunas patadas lo que enfadó a Kartik y la empujó con fuerza contra una mesa dándose en un costado. La respiración de Anabella se cortó por unos instantes y trató de recuperarlo.

—Siento tener que despedirme tan rápido, extranjera, pero debo marcharme y acabar con mi plan.

Ella lo miró desde donde se encontraba sin fuerzas para levantarse por el dolor y vio que cogía el candelabro que ella antes tenía y que lo lanzó sobre un montón de papeles que había justo en la misma puerta. La miró con una sonrisa maliciosa y desapareció.

Anabella intentó levantarse a duras penas para intentar salir, pero el fuego se estaba expandiendo por toda la habitación. El humo que se condensó allí la estaba asfixiando por momentos y no creía poder aguantar mucho sin respirar aire limpio.

 

Kartik observó cómo el fuego creía poco a poco y Anabella no podía huir sin quemarse en el intento. Ese sería el comienzo de la caída del castillo de su padre. Con el espejo en su poder ya nada podría pararle y conquistar ambos mundos.

—¡Kartik! —exclamó alguien desde lo alto de las escaleras.

El aludido levantó la mirada con una sonrisa.

—Nos volvemos a ver, hermanito.

Dreick bajó corriendo las escaleras vestido únicamente con un pantalón y la espada en su mano.

—¿Qué has hecho?

—Acabar con este castillo, por cierto, tu preciosa extranjera del otro lado del espejo está ahí dentro.

—¿Qué?

—Corre a salvarla, antes de que muera abrasada.

—¡Maldito!

El grito de Dreick despertó al resto del castillo que enseguida se asomaron y al ver el humo salir del despacho del rey comenzaron a gritar despavoridos algunos y otros a correr como locos sin dirección alguna.

El rey cuando apareció con su mujer a su lado ordenó a todos salir de allí salvo algunos que iban a ayudar a apagar el fuego.

Silvana observaba todo conmocionada, sin moverse por el miedo por lo que Nitziel se acercó a ella y la agarró de una mano.

—¡Tenemos que salir, Silvana!

Ella lo miró y asintió, pero sus pies no respondían así que Nitziel la cogió entre sus brazos y la sacó del castillo.

—¡Hijos! —exclamó el rey bajando las escaleras.

—¡Él es tu hijo! —exclamó Kartik— ¡Yo no tengo padres!

Dreick levantó su espada con rabia.

—¿Cómo te atreves? Es nuestro padre.

—Corrige, hermanito, ese que dices nuestro padre solo tiene ojos para su hijo mayor, es decir tú, del resto de sus hijos ha olvidado su existencia, por eso me fui. Estaba harto de ser siempre el segundo.

—Por eso siempre has querido deshacerte de mí ¿no? —dijo Dreick.

—Exacto, pero ahora mi arma contra ti es esa chica. Estabais muy bien durmiendo juntos hasta hace un rato —dijo mostrando una sonrisa maliciosa.

Dreick lo miró con furia y descargó la espada contra su hermano que logró esquivar por poco.

—¡Dreick! —oyó el grito desesperado de Anabella desde dentro del despacho y no pudo evitar mirar hacia el interior.

—Hasta otra, hermanito —dijo Kartik alejándose con rapidez.

Dreick volvió a mirarlo y al ver que se iba a alejar intentó correr en pos de él, pero Nitziel apareció de repente para cortarle el paso al otro.

—¡Ve por Anabella! He mandado a varios soldados a pedir ayuda a los pueblos que pertenecen al castillo, pronto vendrán a ayudarnos.

—Gracias, amigo.

El príncipe se giró y corrió hacia el despacho de su padre que estaba envuelto en llamas y cubierto de humo. Intentó buscar un hueco por el que entrar, pero resultaba imposible.

Arriesgándose a quemarse saltó al interior por encima del fuego y cayó de rodillas con varias partes del cuerpo sufriendo algunas quemaduras. Miró a su alrededor buscando a Anabella y la vio sentada en el suelo tosiendo sin parar. Él se incorporó tosiendo e intentó acercarse esquivando las llamas que cubrían la alfombra.

Una silla junto al escritorio de su padre estaba ardiendo en llamas y esta se fue hacia delante al quebrarse las patas por el fuego. El grito de Anabella le obligó a correr hacia ella. Tenía un pie atrapado bajo la pesada madera y el fuego estaba quemando el camisón y parte de la piel del tobillo aprisionado.

—¡Anabella!

Corrió a su lado y trató de liberar la pierna de la joven. Cuando consiguió apartarla, apagó las llamas del camisón y la atrajo hacia sus brazos mientras se veían envueltos por las llamas.

—Dreick —dijo la joven mirándolo—, te has quemado.

—No te preocupes, lo importante es salir de aquí, ¿crees que podrás levantarte?

—Creo que sí…

—Te voy a ayudar ¿vale?

La joven asintió y Dreick se incorporó con ella. Al intentar apoyar el pie, Anabella lanzó un gemido de dolor.

—No puedo apoyar el pie.

—No te preocupes. Vamos a buscar una forma de salir de aquí.

Ambos miraron a su alrededor buscando una salida alternativa, pero las cortinas también estaban en llamas y no podían apartarlas para salir por las puertaventanas.

—¡No hay salida, Dreick!

—La hay, solo debemos buscar una forma de apartar las cortinas.

—¡Nos quemaremos!

El príncipe miró a su alrededor y encontró un atizador no muy lejos de ellos en una zona que aún no había tocado el fuego y con ella apoyada en él se acercó.

—Vamos a salir de aquí, te lo prometo —dijo cogiendo el atizador y acercándose a las cortinas que intentó apartar con este.

Lo intentó varias veces hasta que por fin consiguió abrir las cortinas. Abrió las puerta y salieron fuera donde se toparon con el balcón a una leve altura del césped del jardín.

Ambos miraron hacia abajo y él se apartó un poco para ponerla frente a él.

—Voy a saltar primero, luego salta tú y te cojo ¿entendido?

Anabella asintió y se apoyó en la balaustrada mientras Dreick se preparaba para saltar. Se subió a este y de un saltó cayó al jardín. Una mueca de dolor apareció en su cara por las quemaduras que tenía.

Se giró hacia balcón y extendió las manos hacia Anabella para que saltara.

Ella se subió a la balaustrada, con cuidado se giró hacia fuera y saltó. Dreick la agarró, aunque el pie de Anabella se apoyó en el suelo haciéndola gritar de dolor. Apoyó la cabeza en el hombro desnudo de Dreick, sudorosa.

—Mi pie… —gimió.

—Tranquila, ya estamos fuera. Te voy a llevar con mi madre.

Anabella se dejó llevar, mareada por el dolor.

Poco a poco se acercaron hasta donde se encontraba su madre y sus hermanos. La reina, al verlos se acercó corriendo.

—¡Hijo! Tienes muchas quemaduras.

—Estoy bien, atiende a Anabella, se ha quemado el pie. Debo volver dentro.

—Pero hijo…

La mujer no pudo decir más por lo que se preocupó en atender la quemadura del pie de Anabella que tenía muy mala pinta.

—Madre, la curandera debería venir —dijo Silvana.

—Sí, será lo mejor.

 

Dreick entró y se topó con su amigo y su hermano, enfrentados con espadas. El joven príncipe miró a su alrededor y cogió una de un soldado que pasaba por allí para acercarse.

—¡Apártate, Nitziel! Esta pelea es mía.

—¿Ya despides a tu perro guardián? Me quería divertir un poco más con él.

—Esta pelea es entre tú y yo. Por tu culpa, Anabella se ha quemado el pie.

—Si no hubiese bajado, no se hubiera quedado atrapada en ese despacho. No es mi culpa, hermanito —dijo Kartik serio—. Dormía profundamente cuando os vi en la misma habitación.

Dreick lazó un ataque con su espada hacia su hermano que esquivó rápidamente.

—¡Maldito! ¿Cómo te atreves siquiera a venir por aquí después de todo lo que has hecho? Robaste el espejo y retienes a nuestra hermana en contra de su voluntad.

—Nadie le daba uso a ese espejo y me lo llevé, y nuestra hermana fue allí por su propia voluntad. ¿Pretendía recuperar el espejo? —preguntó con una carcajada— No tenía la fuerza suficiente para conseguirlo. Ahora que he conseguido mi objetivo de haceros sufrir, me voy a ir.

—¡Ni te atrevas! ¡Esto no ha hecho más que empezar!

Dreick intentó darle una estocada que Kartik detuvo con su espada.

—Te recuerdo que ambos aprendimos del mismo. Sé cómo me vas a atacar.

—Me da igual —las quemaduras le estaban matando, pero resistiría hasta el final.

Las estocadas de ambos se sucedieron casi sin descanso y en un momento dado, que Dreick pilló a Kartik con la guardia baja, le hizo un corte en el brazo. El herido retrocedió unos pasos y miró a su hermano con rabia.

—Juro que un día de estos acabaré contigo y me proclamaré rey de todo —dijo retrocediendo taponando la herida con la mano sana.

—¡No escapes, cobarde!

Pero no pudo alcanzarlo, las quemaduras en su torso le estaban doliendo demasiado y cayó de rodillas, debilitado.

Nadie pudo detener a Kartik en su huída ya que todos estaba preocupados de apagar el fuego que había llegado al piso superior y estaban evitando que avanzara más.