19. Atacados.

 

Dreick y Anabella volvían al castillo hablando tranquilamente sobre el tema de Helian.

—¿Crees que nos hará caso?

—Después del bofetón que le diste, no me extrañaría —dijo Dreick sonriendo.

La joven se sonrojó.

—Su madre estaba muy preocupada y no me pareció justo que sufriera de esa manera.

—Lo sé, al menos lo hicimos recapacitar.

—Es verdad. Espero que coma y se ponga fuerte.

—Ya verás que sí, es cuestión de tiempo que se haga más fuerte y logre rescatar a Niseya de las manos de mi hermano —hubo unos minutos de silencio—. ¿Te duele mucho la cabeza cuando fuerzas la vista?

Ella lo miró.

—¿Por qué lo preguntas?

—Te veo a veces frotarte la frente.

—Es que mis gafas las dejé al otro lado del espejo. Por eso, Helian me entrenó usando el oído, no se me daban bien las distancias largas. Gracias a mi oído pude salvarte de aquella flecha en el castillo de Kartik. Me gustaría seguir practicando con la espada.

—¿Quieres que te enseñe?

—Sería maravilloso —dijo ella sonriendo—. En el otro lado intenté entrar en una academia de defensa personal, pero nunca lo hice y me arrepiento.

—Entonces cuando lleguemos al castillo y descansemos, te enseñaré lo que quieras, siempre y cuando no te obligue a forzar la vista.

Ella asintió y sonrió. De repente, oyó un ruido no muy lejos de ella y se alertó.

—¿Has oído eso?

—¿El qué?

—Me pareció oír un ruido.

—Seguro que fue algún animal que pasó junto a los matorrales.

—Sí, puede ser.

Siguieron el camino un poco más y sin que ninguno de los dos lo esperase, alguien saltó de un árbol sobre el caballo de Dreick y con el brazo lo agarró del cuello.

Anabella gritó espantada mientras veía al hombre ponerle una daga al cuello.

—No te muevas, chico, o te juro que te rajo la garganta de un tajo.

Por delante de ellos salió un hombre y por detrás otro. Los tres tenían aspecto andrajoso con pelos sucios de color oscuro y ojos brillantes de malicia. Probablemente fueran hermanos por el enorme parecido entre ellos.

—¡Dreick! —exclamó Anabella.

Uno de los hombres que estaban en el suelo se acercó al caballo mirando a la joven con descaro.

—¡No os atreváis a tocarla, os lo advierto! —exclamó Dreick.

—Sólo queremos verla de cerca y si nos gusta, llevárnosla —dijo el hombre que se acercó.

—¡Eso jamás!

Dreick golpeó al hombre que tenía detrás arriesgándose a sufrir un corte en el cuello e intentó lanzarlo al suelo, pero el hombre lo agarró y ambos cayeron comenzando una pelea donde ambos recibían golpes por todos lados.

Anabella no sabía qué hacer, el miedo la había dejado paralizada al ver a Dreick pelear con aquel hombre mientras los otros dos la rodeaban sin remedio.

—Bella dama, ¿por qué no baja de ese caballo para que la veamos mejor? —preguntó uno de ellos con sonrisa maliciosa.

La joven miraba asustada a los hombres sin poder hacer nada, no tenía ninguna espada para defenderse.

Un golpe seco la sacó de sus cavilaciones y vio a Dreick tendido en el suelo, inconsciente. Ella se bajó del caballo rápidamente para acercarse.

—¡Dreick! —exclamó asustada.

Pero no llegó al lugar donde estaba el chico ya que los dos hombres la agarraron con fuerza.

—No, pequeña, tú no vas a ningún sitio si no es con nosotros.

—¡Soltadme! ¡Dreick! ¡Dreick! ¡Despierta!

El hombre que había peleado con el príncipe se limpió el labio partido del que manaba sangre y se incorporó mirando a Anabella.

—Haced que se calle. Odio cuando se ponen histéricas.

Uno de ellos le tapó con la boca con la mano, pero ella le mordió haciendo que la soltara.

—¡Dejadme! —intentaba ser fuerte a pesar de que algunas lágrimas habían escapado de sus ojos a causa del miedo.

El otro intentaba sujetarla. El que parecía ser el cabecilla, se acercó y le dio un golpe seco que la dejó inconsciente también.

—Así no molesta, vamos, coged a los caballos y a la chica que nos los llevamos.

—¿Y el chico? —preguntó el de la mano mordida.

—Dejadlo ahí, aunque nos busque no nos va a encontrar.

El cabecilla del grupo se alejó con paso pausado mientras los otros dos se encargaban de Anabella y los caballos dejando solo a Dreick tirado e inconsciente.

Tras mucho andar, llegaron a una pequeña casa en bastante mal estado a la que entraron dejando los caballos amarrados a un árbol fuera. Una vez dentro, cogieron una silla donde sentaron a Anabella, aún inconsciente y le ataron las manos a la espalda y la amordazaron.

—Apuesto que recibiremos mucho dinero si se la entregamos al príncipe Kartik —dijo el cabecilla que era el hermano mayor.

—Así podremos comprar las medicinas de Alina —dijo el pequeño.

—Seguro que nos dará más y nos sobrará lo suficiente como para poder comprar más comida —dijo el mediano.

—Sí, seguro que sí —dijo el mayor.

—Aunque me da pena de esta chica. He oído que Kartik hace cosas malas con las jóvenes —dijo el pequeño.

—A nosotros no nos importa, lo importante es conseguir el dinero para comprar las medicinas y ya está. Lo que ocurra con ella no es de nuestra incumbencia.

El más joven miró a Anabella con cierta pena y sin decir nada, se alejó hasta un camastro en otra pequeña habitación donde había alguien recostado que temblaba considerablemente.

—Alina…

La joven, de gran parecido a los tres hermanos abrió los ojos levemente y trató de sonreír.

—Hola, Sen —dijo la joven con voz ronca. Al respirar hacía un ruido extraño y lo hacía con dificultad.

—¿Cómo te sientes? —la joven se encogió de hombros y comenzó a toser. Una tos horrible que tenía asustado al chico—. No te preocupes, hemos encontrado una forma de comprarte las medicinas. Ya verás que te pones bien.

La joven trató de sonreír y se cubrió con la manta sin dejar de temblar.

 

La cabeza le dolía demasiado como para pensar en algo, pero sabía que debía despertar, aquellos hombres parecían peligrosos. Abrió los ojos lentamente y tuvo que volver a cerrarlos ya que la claridad le molestaba.

De repente se acordó de Anabella y se incorporó rápidamente a pesar del mareo repentino que sintió. Miró a su alrededor en busca de la joven, pero no había ni rastro de ella ni de los caballos.

—¿Anabella? —preguntó a la nada y se levantó a duras penas. La cabeza le iba a estallar— ¡Anabella!

La llamó varias veces y el único ruido que oyó fue el de los animales que corrían de un lado a otro o volaban sobre su cabeza. Maldijo una y mil veces aquello.

Se puso en camino para buscarla, no podía perderla y deseaba que aquellos tres no le hubiesen hecho nada.

 

Anabella gimió dolorida por el golpe que había recibido en la cabeza. Lentamente abrió los ojos y miró a su alrededor. Se encontraba en una casa destartalada con muy poco mobiliario, apenas una mesa con algunas sillas y un pequeño lugar donde hacían el fuego, suponía que para la comida.

Intentó moverse, pero se percató de que estaba con las manos atadas a la espalda en una silla y amordazada. Asustada al recordar lo que había sucedido, intentó gritar haciendo que solo saliesen unos gemidos ahogados por la mordaza.

Ante su mirada apareció el cabecilla del grupo de tres hombres que les habían atacado a ella y a Dreick.

—Será mejor que te estés quietecita o me veré en la obligación de hacer algo para que no te muevas.

Ella movió la cabeza intentando librarse de la mordaza mientras lanzaba patadas desde la silla en la que estaba sentada sin alcanzar al hombre. Este, enfadado, se acercó y le dio un fuerte bofetón que casi la tira al suelo. Anabella giró la cara hacia él mortalmente asustada.

Por allí apareció el segundo de los hermanos que agarró al mayor.

—¿Te has vuelto loco? No podemos dañarla.

—Me pone nervioso.

—¿Se puede saber qué te tiene tan nervioso?

—Ambos sabemos la razón así que no hace falta que te lo diga.

—No debes ponerte así, intenta tranquilizarte.

—No hay tiempo, no nos queda mucho tiempo.

Anabella los escuchaba mientras las lágrimas escapaban de sus ojos y sentía un terrible dolor en la mejilla por el golpe.

No pudo evitar pensar en Dreick. ¿Estaría bien? Había recibido un golpe en la cabeza y podría volver la amnesia. Se negó a creer algo así. Solo deseaba que estuviese bien y que viniese a rescatarla.

Los dos hermanos salieron fuera mientras el pequeño con la hermana estaban en la habitación. Desde allí se podían oír los sollozos de Anabella.

—¿Qué habéis hecho, Sen? ¿Quién está llorando ahí fuera? —preguntó Alina.

—No te preocupes, Alina.

—Hay alguien llorando ahí fuera. ¿Por qué?

Sen miró a otro lado y su hermana se incorporó a pesar del temblor de su cuerpo.

—Sabía que estaba mal.

—Dímelo, Sen.

—Hemos secuestrado a una chica para entregársela al príncipe Kartik para que nos dé dinero y comprar tus medicinas.

—¿Qué?

—Lo hicimos por ti, Alina, entiéndelo.

—¿Por mí? ¿Y qué pasa con esa chica? Destrozaréis su futuro —la joven comenzó a toser y tras recuperarse un poco miró a su hermano—. Si pensáis hacer eso, prefiero no seguir viviendo.

Sen agarró a su hermana por los brazos.

—No digas esas cosas.

—¡Sí!

La joven comenzó a faltarle el aire y su hermano se asustó.

—¡Arion, Meidan! ¡Venid, por favor! —gritó el chico.

Los dos hermanos aparecieron casi al instante, que al ver a Alina corrieron a socorrerla.

—¿Se puede saber qué le has dicho? —preguntó el mayor.

—La verdad, Arion, oyó a la chica llorar. No pude mentirle. Se alteró diciendo que prefería morir antes que destrozar el futuro de esa chica.

—Eres un estúpido, Sen. Siempre acabas metiendo la pata.

—¡Ella la oyó llorar!

—¡Ayudadme, maldición! —dijo el mediano, Meidan, que intentaba ayudar a su hermana a respirar mejor.

—Sal fuera, Sen, es lo mejor —dijo Arion.

El joven salió fuera y Anabella lo miró al igual que él a ella. Se sentó en una silla apartado de ella que no dejaba de mirarlo. Tenía las mejillas empapadas.

—Yo no quería que nada de esto ocurriese, de verdad que no. Mi hermana se está muriendo y no tenemos dinero para pagarlo, estamos tan desesperados que hemos hecho una atrocidad. Lo siento mucho.

Con la frustración reflejada en su rostro, se incorporó y salió fuera.

 

Dreick recorría el bosque sin dejar de llamar a Anabella. Aún se encontraba algo mareado por el golpe, pero no iba a dejar que esos hombres le hiciesen daño a la chica de la que él estaba completamente enamorado.

Tendrían que pasar sobre su cadáver.

—¡Anabella! —gritaba a su paso— ¡Contesta, por todos los astros!

Pero nadie respondía a su llamada. Furioso consigo mismo golpeó un tronco haciéndose daño en los nudillos.

Aquel bosque era demasiado grande para recorrerlo a pie. Quizás sería mejor volver al pueblo donde vive Helian para pedir ayuda y conseguir otro caballo. Con uno sería mucho más fácil explorar el bosque, aunque corría el riesgo de que le hiciesen daño a Anabella.

¿Qué podía hacer? La desesperación lo estaba matando.

—¡¡Anabella!! —volvió a gritar.

Debía arriesgarse, tenía que conseguir un caballo. Sin pensar se dirigió al pueblo de Helian a pedir ayuda.

Mientras tanto, en la casucha del bosque, los dos hermanos mayores habían conseguido tranquilizar a Alina que ahora descansaba en su lecho. Ambos salieron y miraron a Anabella, que al verlos se encogió de miedo.

—Sen es un estúpido —dijo Arion—, ¿cómo se le ocurre contarle que hemos secuestrado a esta chica?

—Dijo que Alina la oyó llorar. Si no la hubieses tratado tan mal, ella no se habría enterado.

Arion miró a su hermano con la rabia reflejada en su mirada.

—Lo hacemos por ella y no se hable más.

Dicho esto, Arion salió de la casucha. Meidan cogió un trozo de pan de su bolsa y se acercó hasta Anabella que se encogió, más por temor a que le hiciesen daño.

—No te asustes, solo quiero que comas un poco —dijo Meidan quitándole la mordaza a la joven.

—¿Qué van a hacer conmigo? —preguntó Anabella—. No me hagáis daño, por favor, conozco al príncipe Dreick y sea lo que sea os ayudará.

El hombre negó y decidió desatarle las manos.

—Te voy a soltar, no hagas ninguna tontería ¿entendido?

La joven solo pudo asentir mientras Meidan la desataba. Una vez liberada, Anabella se frotó las muñecas que estaban algo enrojecidas y vio cómo el hombre le entregaba el trozo de pan.

—Gracias —dijo ella tomando aquel pedazo.

—Siento no tener más, pero la situación de mi familia no es muy buena.

—Sé que será indiscreto por mi parte, pero ¿quién está en esa habitación? ¿Es algún familiar?

El hombre miró a Anabella, que dio un mordisco al pedazo de pan que le había dado, sin saber muy bien qué contestar.

—Se trata de mi hermana pequeña, está enferma y necesitamos la medicación para curarla. Estábamos muy desesperados y nos vimos en la obligación de hacer lo que hicimos. Es la única solución que hemos encontrado.

—¿Secuestrarme?

Meidan no respondió. No podía contar el plan de su hermano.

—Sigue comiendo y no preguntes —contestó de forma un poco brusca—. Tengo que volver a atarte.

—Por favor, no lo hagas, juro no moverme de aquí.

—Lo siento, pero tengo que hacerlo, así que come rápido antes de que venga mi hermano.

La joven asintió, derrotada, y cuando terminó se dejó atar de nuevo guardando la esperanza de que Dreick la salvase de aquel lugar.

 

Dreick llegó corriendo al pueblo y se dirigió a la mansión donde vio a Helian practicando con su espada. Este al verlo acercarse solo y sucio, se preocupó.

—¡Helian! Tienes que ayudarme, por favor.

—¿Qué pasa? ¿Por qué vienes corriendo y solo?

—Nos atacaron en el bosque y se llevaron los caballos y a Anabella. Necesito que me dejes un caballo para buscarla.

—¿Se llevaron a Anabella?

—Sí, me golpearon en la cabeza y cuando desperté me encontré solo. Tengo que encontrarla.

—Ven, ensillaremos dos caballos, te voy a ayudar a buscarla.

—Gracias, amigo.

Ambos corrieron hacia las caballerizas y prepararon dos caballos, cuando iban a salir, Helian le dejó un mensaje a uno de los que trabajaban allí para que se lo dieran a su padre.

Sin esperar respuesta, Dreick y Helian se dirigieron al bosque montados en sus caballos que iban al galope.

—¿Cómo es posible que os atacaran?

—No lo sé, nos cogió desprevenidos. Uno se tiró desde un árbol en mi caballo y mantuvimos una pelea, pero había otros dos que estaban cercando a Anabella. Opuse resistencia, pero al recibir el golpe en la cabeza perdí la consciencia.

—No sé de nadie que viva en el bosque. Al menos no me suena.

—Tenemos que buscarla, esos tipos eran peligrosos y no dudarán en hacerle daño.

—La vamos a encontrar.

—Eso espero.