7. Recuerdos.
Kartik daba vueltas y más vueltas por el despacho que tenía en su propio castillo. Aún se sentía enfadado después de haberse enterado que su hermana y la joven del otro lado del espejo habían escapado, seguramente gracias a su hermano mayor que no hacía otra cosa que meterse donde no lo llamaban.
Su hermana había sido tan estúpida como para haber ido a verle para pedirle que volviese al castillo de sus padres, pero ni loco volvería allí. Ya estaba harto de los desprecios y de las comparaciones con su hermano Dreick.
Todo lo que recordaba era la adoración que sentían sus padres por su hermano mayor y a él apenas le hacían caso. Lo odiaba.
El odio corrompía su alma y nada deseaba más que acabar con Dreick para poder obtener todo el reinado, puesto que él era el siguiente en la línea de sucesión y por derecho le tocaba a él reinar en caso de que a Dreick le pasara algo.
En su mente comenzaba a tejerse un plan para acabar con él y también volver a atrapar a la joven del otro lado del espejo.
De repente tocaron en la puerta y él le dio pasó al que esperaba con un gruñido.
Niseya entró con una bandeja de comida.
—Pensé que quería comer algo, mi señor —dijo la joven con voz tímida.
Kartik la miró fijamente y una idea comenzó a tomar forma en su cabeza.
—Mi querida Niseya —dijo acercándose a la joven que enseguida se puso colorada y bajó la mirada con sumisión—, me alegro mucho de verte en este momento.
La joven levantó un poco la mirada con esperanza.
—¿Sí?
—Claro que sí, me has dado una idea fantástica para acabar con mi hermano.
—¿Con su hermano? ¿Qué ha pensado? —preguntó la joven dejando notar la decepción, ya que había pensado otra cosa.
—Podrías ir al castillo de mis padres y trabajar allí para que controles a Dreick y a la chica del otro lado del espejo.
La joven lo miró.
—Pero eso significa… que tendré que irme de este castillo…
—Estarás durante el día en el castillo de mis padres, por la tarde regresarás aquí, ya sabes que solo tú puedes saciar mis necesidades. Eres la única capaz de hacer este trabajo, confío en ti.
Niseya sonrió levemente.
—¿De verdad?
—Claro que sí —dijo Kartik acariciándole la mejilla mirándola con ojos seductores que hacían que la joven se derritiera— solo puedo confiar en ti, eres la única que ha estado conmigo desde mi partida de ese lugar.
La cara de Kartik se acercó peligrosamente a la de Niseya, a solo un suspiro de rozar sus labios, algo que ella deseaba con toda su alma. Quería un beso dulce y con amor, sin violencia de por medio.
—¿Qué debo hacer? —preguntó ella mirando aquellos hermosos labios tan perfectos para ella.
—Vigilar a mi hermano y a la chica del otro lado del espejo. Controlar todo lo que hacen y que luego me lo cuentes todo. ¿Lo harás?
—Haría cualquier cosa por usted, mi señor —dijo ella bajando la mirada con las mejillas sonrosadas.
Kartik sonrió al saber que tenía a esa chica a sus pies y que haría cualquier cosa por él. La agarró de la barbilla y la besó con pasión, incluso con fuerza. Niseya se dejó besar, deleitándose en el sabor de los labios de Kartik. Levantó sus manos para tocar los brazos del joven, pero no se atrevió, seguramente él se enfadaría si lo hacía, no le gustaba que lo tocasen mucho.
Luego, él se apartó bruscamente dejando a Niseya jadeando y con calor en todo su cuerpo anhelando más de lo que le había dado.
—Ve a preparar tus cosas, cuanto antes vayas, antes podré acabar con mi hermano.
Niseya asintió bajando la mirada y salió de allí rápidamente. Kartik se sentó y tomó los alimentos que había en la bandeja que la joven le había dejado.
Anabella paseaba por el jardín observando la cantidad de árboles que había con distintos tipos de fruta deliciosa. Se acercó a uno de los árboles para coger una fruta bastante parecida a la manzana de una de las ramas bajas, pero no alcanzaba. De repente notó que alguien detrás de ella se estiraba y alcanzaba el fruto.
Ella se giró y lo vio sonriéndole mientras le ofrecía el fruto.
—Tienes buen gusto, es una de las mejores frutas que tenemos aquí —dijo Dreick.
—Se parece mucho a un fruto que tenemos en mi mundo.
—¿Sí? Bueno, según cuentan, trajeron muchos frutos del otro lado y con el clima de aquí cambiaron su forma así que seguro que es el mismo fruto que dices. Pruébala.
Anabella cogió el fruto y le dio un mordisco notando el dulce sabor de la fruta en su boca. No pudo evitar sonreír mientras miraba a Dreick.
—Está deliciosa, sabe igual que la manzana de mi mundo.
—Mi madre también dice lo mismo.
—¿Tu madre? —preguntó Anabella sorprendida— ¿tu madre viene del otro lado?
Dreick la miró fijamente.
—Pensé que te darías cuenta, está muy apegada a ti porque eres lo que le une al otro lado del que vino.
—No me había dado cuenta ¿y jamás pensó en volver o enseñaros el mundo del que venía?
—No quería regresar a un lugar del que había huido, pero en el fondo extrañaba su hogar.
—Oh, vaya. ¿De qué huía?
—Ni yo lo sé. Supongo que será mejor no preguntar.
—Si es malo mejor no preguntar, las cosas malas es mejor olvidarlas.
—¿Acaso sufriste en el otro lado?
—Mi vida era sencilla a pesar de que mi madre es famosa —traga sintiendo un nudo en la garganta—. Nunca sufrí, más bien era tímida y no quería acercarme a mucha gente. En aquella época pensaba que como llevaba gafas, todos me veían como una empollona.
—¿Empollona? ¿Eso qué significa?
—Un empollón es una persona que estudia mucho y que no tiene mucha relación con los demás, tienen una vestimenta peculiar y entre ellas está el llevar gafas.
—Pero si estudias mucho los demás deberían elogiarte ¿no?
—Oh no, las cosas cambian y ahora si estudias mucho y sacas muy buenas notas eres un empollón.
—Vaya mundo más raro el tuyo. Cuando yo era pequeño mi profesor estaba orgulloso y me elogiaba cuando sacaba buenas notas.
—Sí, mi mundo es muy raro… —le dio otro mordisco al fruto mientras recordaba todo lo que había dejado allí.
Sintió deseos de llorar, pero trató de no hacerlo. Debía ser valiente si quería conseguir de nuevo el espejo para así poder volver a su hogar por muy raro que fuese su mundo.
Unos dedos se posaron en su barbilla y la obligaron a levantar la cabeza para encontrarse con los ojos de Dreick.
—Estás triste. Llevas varios días con la mirada triste. Sé que estás lejos de tus padres, pero no tienes que estar así, yo voy a cuidarte —dijo Dreick con su rostro muy cerca del de Anabella que miró aquellos ojos verdes, hipnotizada.
—No puedo evitar sentirme así. Ha pasado ya una semana y me siento impotente, los echo tanto de menos, no sé si estarán preocupados por mí ni nada, me gustaría decirles que estoy bien, pero ¿cómo hacerles llegar mis sentimientos?
Gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas sin poder evitarlo y se cubrió el rostro con las manos mientras Dreick la observaba con pena. Sin poder evitarlo pasó los brazos alrededor de ella en un abrazo que pretendía ser de consuelo. Ella apoyó la cabeza en el hombro del chico y no se habían dado cuenta de que eran vigilados por una persona no muy lejos de ellos.
—Pronto volverás con ellos, Anabella, no vas a quedarte por siempre aquí.
—Lo sé pero es que necesito verlos.
—Descríbemelos.
Ella levantó la mirada, sin comprender.
—¿Qué?
—Que me los describas.
—¿Para qué?
—Tú hazlo y ya lo sabrás a su tiempo.
La joven describió a sus padres detalladamente y cómo iban vestidos la última vez que los vio, la imagen de su madre era un poco más difusa, puesto que hacía mucho tiempo que no la veía, pero el recuerdo de ellos permanecía latente en su corazón y su mente. Sonrió con nostalgia al recordarlos.
—De acuerdo, ¿las mujeres llevan pantalones en tu mundo? Es algo extraño.
—Las cosas cambian, las mujeres pueden ponerse pantalones —dijo Anabella sonriéndole.
Dreick contuvo el aliento ante aquella hermosa sonrisa y se puso tenso. Era la primera vez que le pasaba algo así. Trató de sonreír y luego dijo:
—Es momento de que vuelvas dentro, empieza a hacer frío —dijo mirando el horizonte— vaya, se aproxima una tormenta.
—¿Una tormenta? —preguntó sintiendo miedo de repente.
—Sí, así que vayamos dentro.
Ambos entraron en la casa y la tarde fue tranquila, pero al llegar la noche en la que todos estaban durmiendo, comenzó la tormenta con una fuerte lluvia que repicaba contra las ventanas como si quisiese romperlas.
Un relámpago retumbó en el cielo y despertó a Anabella que soltaba un grito. Se cubrió por completo para no ver lo que sucedía a través de la ventana. Le daban pánico las tormentas.
—No por favor, no más. Para ya…
Un trueno cruzó el cielo y Anabella se tapó los oídos gritando súplicas, meciéndose.
La puerta de su habitación se abrió de repente y se acercaron a la cama.
—Anabella.
—Que pare, por favor, que pare la tormenta.
La persona que estaba en la habitación apartó las sábanas y se encontró a la joven hecha un ovillo.
—Tranquila —le dijeron suavemente— la tormenta está fuera.
—Quiero que pare… que pare… —dijo con voz ahogada.
La reina se sentó junto a ella y trató de apartar los entumecidos brazos de la joven para poder ayudarla.
—No pasa nada, estas tormentas pasan rápido, ¿conoces el método de contar elefantes para saber si está alejándose la tormenta?
—Yo solo quiero que pare… Me da mucho miedo…
—Por eso mismo, es una forma de conocer cuán cerca o lejos está la tormenta, ¿qué te parece si contamos juntas?
Anabella miró a la reina como si fuese la primera vez que la veía.
—Majestad… —susurró.
—Sí, soy yo, aquí estoy. Contemos juntas desde que suene otro relámpago ¿vale?
Anabella asintió levemente y de repente se oyó el sonido del relámpago que hizo que la joven se encogiera.
—Un elefante, dos elefantes, tres elefantes… —llegaron a los seis elefantes cuando sonó otro relámpago.
—La tormenta se está alejando, hay seis elefantes entre uno y otro, muy pronto dejarás de oírlos, sigamos contando ¿te parece? —preguntó la reina con una cariñosa sonrisa.
La joven volvió a asentir y siguieron contando hasta que la tormenta se alejó lo suficiente para que ella se relajara y se recostara de nuevo.
—Gracias.
—De nada, preciosa.
—Su hijo me dijo que usted venía del otro lado del espejo también.
La reina sonrió y le cogió la mano.
—Es cierto.
—¿Venía huyendo de algo?
La mujer calló por unos instantes mirando a la pared que tenía justo en frente antes de enfrentar la mirada de Anabella.
—Sí. No que me quedó otra alternativa, cuando supe la existencia del espejo, lo busqué sin descanso y huí de mi pasado.
—¿De qué huía? —hubo un momento de silencio— Oh, lo siento, no debería preguntar algo tan personal.
—No te preocupes, el único que sabe lo que ocurrió es mi esposo, él me salvó la vida y vivió conmigo todo lo que me pasó cuando huí de mi pasado. Verás… huía de un mal hombre que sólo me hacía daño y apenas me demostraba amor.
—¿Ese hombre era tu marido?
—Para mi desgracia lo fue. Me maltrataba tanto que casi llegó a matarme en una ocasión por lo que me vi en la necesidad de huir lejos de él. Oí de casualidad la historia del espejo y recorrí el mundo en busca de él sin saber que mi marido me seguía. Traspasé el espejo y el rey me encontró. Me brindó su protección.
—¿Y tu marido?
—Mi marido traspasó el espejo también dispuesto a llevarme de vuelta, pero el rey se lo impidió y lo encerró en un calabozo aunque un día logró escapar y trató de matarme por lo que el rey lo mató en mi defensa. Para ese entonces yo ya estaba completamente enamorada de él y decidí quedarme aquí, sabía que mi felicidad estaba con mi esposo.
—Vaya, sufrió mucho.
—Sí, pero es algo que no quiero recordar, me hace feliz saber que mi actual situación es mucho mejor de la que tenía y que tengo un marido y unos hijos maravillosos. Ahora lo que debes hacer es descansar —dijo cambiando de tema para no recordar momentos dolorosos—, la tormenta ya se ha ido así que ya no tienes nada que temer.
Anabella asintió y entonces cerró los ojos hasta que se quedó dormida.