4. Despertar.

 

Mientras la observaba, sintió cómo se abría la puerta de la habitación apareciendo por esta una hermosa y despampanante mujer bastante parecida a Silvana que se acercó rápidamente.

—Hijo, nos tenías preocupados, pensábamos que llegarías antes con tu hermana —dijo la mujer antes de mirar hacia la cama donde Anabella yacía aún inconsciente— ¿quién es esta joven?

—Hubiéramos venido antes, pero nos retrasamos un poco por ella. Estaba encerrada con Silvana. La poca comida que les llevaban, ella se la daba toda a mi hermana por lo que está débil.

—Pobre chica —dijo acercándose— ¿ya mandaste avisar a la curandera?

—Sí, pero lo peor no es solo eso, madre.

La mujer miró a su hijo.

—¿Qué pasa?

—Esta joven viene del otro lado del espejo.

La madre abrió los ojos desmesuradamente.

—¿Del otro lado del espejo?

—Sí.

—No debería estar aquí, ¿por qué no habrá vuelto a su dimensión?

—Kartik no la dejó, quería hacerla suya y al parecer ella se negó encerrándola así en las mazmorras donde tenía a su propia hermana.

—No me puedo creer que mi hijo sea tan cruel —dijo la mujer mirando a Anabella— es muy bella.

En ese momento la puerta volvió a abrirse y apareció la curandera, una mujer ya entrada en años, de largo cabello canoso recogido en una trenza y ojos azules oscuros.

—¿Me habéis llamado, príncipe? —preguntó la mujer haciendo una leve reverencia a la reina y a él.

—Sí, necesito que atiendas a esta joven. Al parecer hace días que no come nada y está muy pálida.

—Déjeme verla —dijo la mujer acercándose.

Dreick se levantó para que la anciana mujer se sentara. Esta apartó las sábanas y al ver el pijama de Anabella miró al joven.

—¡Está casi desnuda! —exclamó la mujer.

La reina miró a su hijo.

—No está desnuda, esa es su ropa de cama al otro lado del espejo, me lo contó Silvana.

—Es indecente llevar algo así —dijo la anciana palpándole el vientre a la chica— está helada y tiembla un poco, habrá que darle un caldo bien caliente para que entre en calor y así recupere fuerzas, no tiene ni para masticar y tragar así que lo mejor es el caldo.

—Iré a avisar a las cocinas para que preparen un caldo —dijo Dreick saliendo de la habitación.

Tanto la reina como la anciana miraron a Anabella para luego mirarse entre ellas.

—¿Crees que sea la joven de la profecía? —preguntó la reina a la anciana.

—Es posible, señora, no podemos asegurarlo.

—Aún así, cuida bien de ella, aunque no sea ella, hay que cuidarla.

—Haré todo lo que esté en mi mano, su majestad.

La reina asintió y luego salió.

—Papá… —susurró la joven.

La anciana cubrió a Anabella con el cobertor y encendió la chimenea que había en la habitación.

Al rato apareció Dreick seguido de una criada que llevaba una bandeja en las manos. La joven de cabellos cobrizos y ojos aguamarina dejó la bandeja en la mesita al lado de la cama.

—¿Necesita algo más, príncipe? —preguntó la joven.

—Por ahora no, pero te harás cargo de ella cuando la curandera se vaya —dijo Dreick.

—Como desee, estaré en la cocina por si necesita algo —dijo antes de hacer una reverencia y salir de la habitación.

—Usted también debería salir, príncipe, no creo que sea decente que permanezca aquí cuando esta jovencita está casi desnuda.

—Estaré fuera entonces —era mejor no contradecir a la anciana curandera.

Esta asintió y mientras salía Dreick, cogía a la joven en brazos para darle el caldo que esta tomaba con hambre.

—Tranquila, preciosa, o te ahogarás.

Anabella abrió los ojos levemente. Miró a la curandera la cual le sonrió.

—¿Qui… quién…?

—No hables, es mejor que comas y luego descanses.

Ella asintió levemente y se terminó la sopa. Finalmente volvió a recostarse y casi al instante se quedó profundamente dormida. La anciana la cubrió antes de salir.

Dreick la interceptó en su salida.

—¿Comió?

—Sí, todo, incluso abrió los ojos, pero al acabar de comer volvió a quedarse dormida, necesita reposo.

El joven asintió y la anciana se fue no sin antes advertirle que no debía entrar en la habitación, pero él no le hizo caso y cuando desapareció, entró en la estancia.

Se acercó a la cama y se sentó al lado de la joven. Iba a permanecer junto a ella por si se despertaba.

Por suerte fue una mañana tranquila donde Anabella durmió placenteramente sin ningún tipo de problema.

La dejó al cuidado de la criada para tratar unos asuntos con su padre, el rey, aunque volvería pronto para verla despertar.

Cerca del mediodía, dos niños entraron en la habitación y se acercaron a la cama para ver a Anabella con curiosidad, como si fuese un espécimen extraño ya que esos niños nunca habían visto a alguien que no fuera de su propio mundo.

—¿Es verdad que viene del otro lado del espejo?— preguntó uno de ellos.

—Eso dijo mi hermana.

—¿Crees que nos contará cosas de su mundo?

—Espero que sí, la curiosidad me mata.

Anabella se removió levemente y abrió los ojos encontrándose con la cara de dos niños y asustada se incorporó lanzando un grito.

Los niños también gritaron alejándose.

La joven al darse cuenta de que tan solo eran dos niños, intentó apaciguarlos.

—Lo siento, lo siento —dijo Anabella mirándolos— no pretendía asustaros, lo siento. Por favor, no salgáis corriendo.

Ambos se acercaron lentamente. El niño tenía el pelo corto de color oscuro y unos grandes y bonitos ojos verdes. La niña era de pelo largo rubio recogido en dos trenzas y de ojos azules.

—¿Te despertamos cuando hablábamos?

Anabella sonrió levemente y así consiguió que los niños se relajaran un poco más.

—Ya estaba despertándome, ¿llevo mucho tiempo durmiendo?

—Según mi hermana desde ayer por la tarde.

—¿Tú eres Kerel?

El niño la miró con los ojos iluminados.

—¿Conoces mi nombre?

—Tu hermana me habló de ti, también me habló de Inay —dijo ella mirando a la niña que se ruborizó al instante cuando Anabella le sonrió.

—¿Y por casualidad te habló de mí? —preguntó alguien desde la puerta.

La joven se sobresaltó y miró hacia el lugar donde vio a un joven alto y bastante musculoso con el pelo medianamente corto castaño y los ojos verdes. Tenía la sensación de haberlo visto antes pero no podía asegurarlo.

—¡Dreick! —exclamó Kerel acercándose— ¡sabe quién soy!

—Eso parece —dijo el tal Dreick sonriendo.

Una sonrisa perfecta de perfectos dientes blancos.

Él volvió la vista hacia ella y se acercó, lo que hizo que a ella se le desbocara el corazón de repente, de cerca era aún más guapo que de lejos, sobre todo porque ella lo veía mejor teniéndolo cerca.

Se sentó en la cama a su lado y la observó. Ella se sintió avergonzada de que la mirara así y al acordarse de la tira de su pijama roto, se cubrió hasta la barbilla y miró a otro lado ruborizada.

—¿Te sientes mejor? —le preguntó Dreick— no parecías estar muy bien cuando te saqué de aquellas mazmorras.

—Me siento bien— dijo ella sin mirarle siquiera— y gracias por sacarme de ese lugar.

—No podía dejar a alguien tan bello en las sádicas manos de mi hermano. Por cierto, ¿se puede saber qué es un Adonis?

Anabella parpadeó y lo miró sin comprender.

—¿A… Adonis?

—Sí, me llamaste así cuando recuperaste la conciencia por unos instantes en la mazmorra.

La joven se sonrojó y sin mirarlo agarró el borde del cobertor para juguetear con él. Dreick hizo una seña y los niños salieron de la habitación con rapidez para seguir jugando.

—Esto… —Anabella no sabía qué decir— es que… bueno, se trataba de alguien muy bello en la época de los griegos y ahora se utiliza atribuyéndole belleza.

—Entonces, con eso quisiste decir que soy bello… —especuló Dreick.

Ella se sonrojó aún más.

—No sabía lo que decía, ni siquiera recuerdo que lo dijera —se excusaba ella.

—Tranquila, lo supuse al ver tu estado —dijo él sonriendo.

La joven se abrazó las rodillas.

—Quiero volver a mi casa, mi padre debe de estar muy preocupado.

—Pues para poder volver tendrías que entrar en el castillo de mi hermano porque él es el que tiene el espejo y por más que intentemos recuperarlo, no podemos.

—No me gustaría tener que volver allí, es un lugar muy frío. Por eso tengo que agradecerte que me sacaras de allí.

—No me lo agradezcas a mí sino a mi hermana. De no ser por ella yo ni me habría dado cuenta de que estabas allí, pero cuando te vi supe que no podía dejarte en las sádicas manos de Kartik.

—No puede ser que esté en un lugar como este —miró a su alrededor donde todo estaba decorado a un estilo clásico de otra época.

—Pues lo estás, quizás no estás acostumbrada a esto, pero lo harás hasta que recuperemos el espejo.

—Posiblemente sea bastante tiempo ¿no?

—No puedo asegurarlo, ahora mismo lo que necesitas es algo de ropa, no puedes pasarte el día con esa cosa puesta.

—Es lo único que tengo.

—Quizás te sirva algún vestido de mi hermana, veré si tiene alguno para dejarte.

Anabella se encogió de hombros mientras el chico salía de la habitación. Sentía un profundo dolor al saber que tardaría en volver a su casa y las lágrimas desbordaron sus ojos.

Se recostó de nuevo en la cama y se abrazó a sí misma aguantando las ganas de llorar. Echaría de menos a sus padres y toda su vida en su mundo.

Al rato apareció la joven criada que había cuidado de ella en ausencia del príncipe.

—Parece que os encontráis mejor —dijo la joven sirvienta con una sonrisa sincera.

—Sí, eso parece.

La chica se le acercó y la miró.

—Parecéis triste. ¿No os gusta estar aquí? Puedo acomodaros en una habitación más luminosa si queréis.

—No es la habitación… es que… estoy preocupada por mi familia.

—Ojalá pudiera ayudaros de alguna forma, señorita, pero como sabéis es casi imposible recuperar el espejo.

—Lo sé y me duele mucho saberlo.

—No os preocupéis, el príncipe Dreick hará lo posible para que podáis volver a vuestro hogar.

—Ojalá.

—Ya veréis que sí.

Anabella trató de sonreír, pero le era completamente imposible.

La joven sirvienta se puso a doblar ropa que había suelta por la habitación.

—Por cierto me llamo Kathya.

—Yo soy Anabella.

La chica hizo una leve reverencia y siguió con lo suyo cuando la puerta se abrió.

Por esta apareció Dreick con algunos vestidos de distintos colores.

—Creo que con esto te puedes remediar hasta que venga la modista de mi hermana y te haga algunos.

—Pero son de tu hermana.

—A ella no le importa.

—¿Estás seguro?

—Segurísimo. Vamos, elige uno —dijo extendiendo los vestidos en la cama junto a ella.

Anabella los observó todos, indecisa, eran unos vestidos con tantos detalles y tan bonitos que le costaba mucho elegir. Cogió uno de ellos por azar de color lavanda con escote cuadrado, recogido bajo el pecho con una cinta de un color un poco más oscuro.

—Creo que con este estaré bien, al menos hoy.

Dreick sonrió.