CAPÍTULO XLVII
La casualidad, grande y poderoso auxiliar en los acontecimientos de la vida, llevó á Tenanco á casa de Ehcatl. Desalojado de Chapultepec, había con el cambio de domicilio interrumpido la costumbre de ir á tomar órdenes de su antiguo general.
Pensando en utilizarlo, por ser hombre diestro, activo y buen cazador, para seguir á D. Cristóbal, habíale buscado, viendo admirado la transformación de la casa y en ella á un hombre desconocido.
Era Gavilán, que por ser español no despertó en él sospecha, ni siquiera curiosidad.
Ignoraba el pain azteca el rapto de Xihuitl y la batida que se hacía en los contornos para encontrar la pista de los raptores.
Como todos los indígenas, veneraba á D María Isabel, y tomó á su cargo olfatear sin descanso y en diversas direcciones hasta conseguir encontrarla.
Al día siguiente, muy de mañana, volvió.
—Estoy sobre la pista,-le dijo á Ehcatl.
—¿No te equivocas?
—Ayer, rastreando por todas partes, me ocurrió visitar las encrucijadas y cercanías de Chapultepec, y di en la choza de un indio llamado el Méxica, con un caballo de buena raza, y que no podía pertenecerle. Indagué con maña y turbose para contestarme, sin dar respuesta franca, y sin saber por qué, creí que había hallado algo de lo que deseábamos.
—Pero no es un indicio.
—¿Creéis que me contenté con eso? Seguí hablando y noté la impaciencia del Méxica y el enojo que le causaba mi estancia allí, y cuando me disponía á salir de la choza y á ponerme en acecho, oí un silbido. El indio asió al caballo y lo condujo á la entrada del bosque, ocultándose con él entre la enramada. Anochecía, y queriendo ver al dueño del caballo, me escurrí por detrás de la choza, me agazapé y me pegué al suelo, tan á tiempo, que pasó rozándome el caballo.
—¿Y quién era el jinete!
—No alcancé á ver sus facciones, porque pasó como un relámpago.
—Entonces ¿nada más sabes?
—Cuando el Méxica llegó á la choza, ya estaba yo allí, como si no me hubiera movido, y en vez de desear, como antes, que me alejara, fue, por el contrario, más comunicativo.
—Cuenta, cuenta, que te aseguro me abraso de inquietud.
—Ha sido soldado.
—¿De los nuestros?
—Sí, pero auxiliar en el viaje de las Hibueras y á las órdenes de uno de los nobles, que no dudo fuera el amo del hermoso caballo.
—¿Pero el nombre?
—No lo sé. Volví ayer, rondé, esperando que llegara, pero el día pasó y no fue.
—¿No tienes datos más positivos?
—No; pero he pensado que el indio no ha dicho el nombre porque le encargan el silencio, y en ese caso, el que se oculta algo teme. No hay guerra, no hay revueltas; pues entonces, ¿por qué?
—Y si pierdes el tiempo en averiguar quién es y al fin no se relaciona con la princesa...
.-Descuidad; estaré atento para diferentes averiguaciones, pero sin abandonar esa.
Durante cuatro días no pareció Tenanco, pero al quinto, ya en la tarde, llegaba apresurado, cuando viendo á Nuño en la puerta, exclamó:
—¡Albricias, albricias! Soy muy buen sabueso. Descubrí la madriguera: al vuelo, al vuelo.
Tenanco habíase dedicado á la caza y aprendido con los españoles el lenguaje especial que emplean, porque solía acompañarlos en tales excursiones y pasaba semanas y semanas en el monte, entre arbustos y matorrales. Brillándole en los ojos el júbilo, gritó al ver á Ehcatl —No me engañé, no; era él.
—¿Quién?
—El raptor de D.a María Isabel.
Y sin tomar aliento, prosiguió.
—Tres días seguidos me he puesto al acecho; no quería que el Méxica, al verme, sospechara y diera aviso. Le vi ayer.
—¿Le conoces?
—Si; pero no sé su nombre. Señor, le he visto, es de los nuestros, quiero decir, mexicano, y la memoria no quiere ayudarme. Sin duda debe hacer tiempo que le conocí. Alto, entrecano, de color de bronce desteñido, de labios gruesos y ojos pequeños.
—Es él, no hay que dudarlo.
—¿Acerté?
—Sí, sí; continúa.
—Agazapado, seguí sus movimientos, y cuando después de entregar el caballo al Méxica, se metió por el bosque, eché detrás con la mayor precaución para que las hojas secas no me vendieran, y así, paso á paso, fuimos ¿hasta dónde diréis, señor? porque la verdad, fue para mí no poca sorpresa.
—Acaba.
—Pues se detuvo en la casa en que yo habitaba.
—¡Ah! recuerdo. Allí estuve á buscarte, y un español...
—El Gavilán...
—Y ese hombre es el que guarda á D.” María Isabel.
—El oro le habrá ganado. Le conozco hace muchos años. Desde mi acechadero, que era la copa de un árbol muy frondoso, pude verle entrar y al cabo dé un rato salir con el Gavilán: se creían en soledad completa. Anduvieron juntos hasta muy cerca de donde me encontraba, y oí que le decía:
—«Mucho cuidado con tu novia, porque se interesa demasiado por la prisionera... No seas con ella blando y te pese, porque ya sabes lo que te tengo dicho.» Y en sus ojos había amenaza, que tal debió parecerle á Gavilán, porque cambió de color y se puso muy pálido.
No podía dudarse que, según las señas, era D. Cristóbal, y que en aquella casa estaba presa Xihuitl.
Tenía Tenanco la seguridad de que sólo de dos en dos días ó de tres en tres iba él indio, por lo que era preferible dar el golpe en la misma noche: prender á Gavilán y á su novia, y declarando, como declararían, culpable á D. Cristóbal, hacer recaer sobre éste todo el castigo.
Por el pronto pidió favor Ehcatl á la autoridad, para ir más autorizado y seguro, hizo armar algunos hombres de la casa de la princesa, entre éstos á Nuño y á Gaspar, que, como una fiera enjaulada, vivía soñando con el momento de anonadar á D. Cristóbal.
Noticiosa D.ª Marina, franqueó su quinta, y en ella aguardaron Ehcatl con sus hombres y los que mandaba la justicia.
De diez á once de la noche pusiéronse en marcha con todo sigilo: cercaron la casa y algunos hombres fueron apostados á distancia.
Dieron en la puerta fuertes golpes. Nadie contestó.
Volvieron á llamar. El mismo silencio. Entonces, á la tercera vez derribaron la puerta, lanzándose todos en el patio.
Con una tea reconocieron las habitaciones. La casa estaba desierta.
La trampa había quedado levantada, y alumbrando con una tea bajaron á la bodega.
—¡Aquí ha estado!-gritaron todos.
En la mesa había restos de comida, allí estaba el sillón y en la Cama la marca del cuerpo.
Ehcatl y Marina, que le había acompañado para conducir á Xihuitl á su quinta, lanzaron una exclamación.
En el revuelto lecho brillaba un rico alfiler.
Era de D.ª María Isabel.
Las investigaciones no pudieron ir más lejos.
¿Cuándo la habían sacado de allí?
El día anterior, sin duda; lo indicaban frutas encontradas encima la mesa.
¿A dónde la habían conducido?
Nosotros lo sabemos.
D. Cristóbal el día anterior, y después que Tenanco lo viera, reflexionó que la vigilancia era cada vez más difícil de burlar y que sin perder tiempo debía abandonarse la casa de Chapultepec por otra más lejana y por esto más segura, y ya vimos cómo puso la idea en ejecución.
Acalorados unos y otros por la decepción, opinaban recorrer el bosque hasta dar con los raptores; pero D. Juan Jaramillo, D.‘ Marina y Ehcatl, estaban seguros que la infeliz princesa habría sido conducida á mayor distancia.
Tenanco se acercó y dijo en voz baja al oído de Ehcatl.
—Yo la encontraré: os lo afirmo.
La justicia quiso registrar la choza del Méxica, y Tenanco sirvió de guía; pero no hallaron en ella ningún indicio. La ausencia del indígena hacía comprender que acompañaba á los raptores.
En la quinta de D.‘ Marina concluyeron todos de pasar la noche. La hospitalidad fue tan cordial como espléndida, por el fausto con que ella vivía y por el bondadoso carácter de la india.
—¡Haber tenido tan cerca de mí á Xihuitl y llegar tarde para salvarla! Poca ha sido nuestra suerte,-decía; —pero ya tomaremos la revancha; la buscaremos todos...
Enterada por Ehcatl de que el joven capitán de Montañés de San Luis, que por su valor habíase dado á conocer, era el hijo de Cuauhtemoc, alborozóse; pero al oír que D. Juan de Texcoco había ido en su busca cayó en profunda meditación. Después de su salida para España era cuando Marina volvió á encontrarse con Xihuitl, anudando con ella tiernísima amistad, compadeciéndola y enterneciéndose con sus sufrimientos.
Mas el retrato que había visto y llamado su atención, los diversos comentarios que del fantástico personaje se hacían, las zozobras de la princesa al recibir sus cartas, su júbilo que inútilmente trataba de ocultar al saber la nueva de su vuelta á México, todos los detalles observados por D. Marina la sorprendieron, despertando su curiosidad y su deseo de conocer á D. Juan.
Explicaba Xihuitl lo del retrato por su ardiente amor á Cuauhtemoc, pues que anhelaba cuanto pudiera recordársele, y por eso D. Juan, por su raro parecido habíase ataviado con el regio traje para servir de modelo al pintor.
Aquella explicación satisfizo á Marina, porque así como se borra de la mente lo que no está adentro del corazón, calculaba que en el de la princesa crecía más y más la querida imagen, porque indeleble era en su pecho, y el culto que rendía al pasado, fue nueva causa de mayor cariño por la heroica mujer.
En aquella noche renováronse los recuerdos y dieron lugar á la cavilación de la india.
Concertáronse antes de separarse los amigos de D.' María Isabel con los que representaban á la justicia para no descansar hasta que se averiguase á dónde la hubieran conducido, conviniendo todos en que eran precisas las precauciones más minuciosas á fin de no lamentar otra derrota.
Estaba adelantada la mañana cuando salieron de la quinta.
Dirigiose Ehcatl con sus hombres á su casa, distante sólo algunos pasos de aquella que era de Xihuitl.
Encontró otra carta de idéntica letra que la primera «Si queréis encontrar á la persona que buscáis, dirigíos á las cercanías de Atzcapotzalco.»
—;Será cierto este aviso?
—No, Nuño; no lo creáis. Es para desorientarnos. Quieren hacerme perder el tiempo por distinto rumbo. Necesitamos prudencia, mucha prudencia.
D. Cristóbal consiguió su objeto. Desviar el pensamiento de Ehcatl para que perdiera la verdadera huella.
Una voz muy conocida le hizo salir de la indecisión en que estaba, y al mismo tiempo encontráronse en la puerta él y D. Juan.
Su palidez era cadavérica y en sus ojos se traducía horrorosa angustia.
—¡Robada! ¡Robada y tal vez muerta!-exclamó;— ¡Mi viaje ha sido funesto y sin resultado!
—;Pues y Fernando?
—¡Dios lo sabe! ¡Por un día no llegué á tiempo!