CAPÍTULO XV

BEATRIZ

Desde la noche en que se confesaron su amor empezó Beatriz á engañar á su padre, y la pasión de ambos jóvenes fue adquiriendo mayor vuelo, por lo mismo que encontraba resistencia en el tejedor, que hombre honrado y de ideas severas, había prohibido á Gaspar la entrada en su casa, porque era buen mozo, audaz y de alma enérgica.

Beatriz, siendo hermosa y buena, podía, de improviso, dejarse enamorar y enamorarse de quien, no tenía el honor muy limpio ni antecedentes que garantizaran el porvenir de la niña.

Pero ya fue tarde.

El amor que razona no es amor; por eso Beatriz, que adoraba, que idolatraba á Gaspar, no creía fuera culpable, ni mereciera el enojo paternal.

La tiranía del tejedor no encontraba disculpa á los ojos de su hija.

Era Gaspar impetuoso, sensual y ardiente, pero Beatriz le contenía y avasallaba.

—Mi padre no aprueba nuestros amores,-decía,-mi padre es injusto, pero no quiero faltar á mis deberes; cuando fuera tu esposa no tendrías confianza en mí.

¡Y qué hermosas noches eran aquéllas para los dos enamorados, pasadas en la reja cambiando sus esperan— zas y delirando con el porvenir!

¡Qué planes de ventura, qué vida se forjaban, sencilla, modesta, pero iluminaba con el radiante sol del amor y de la dicha.

Algunas noches, Gaspar advertía que Beatriz estaba triste y preocupada, pero á pesar de su empeño no consiguió saber la causa.

Gaspar tuvo celos; dudó de su cariño; la apremió con palabras duras sin adelantar más que hacer correr sus lágrimas y entristecerla más.

La desesperación del joven, sus injustas sospechas aumentaron la amargura de Beatriz y al fin dejó escapar el secreto.

—Mi padre sospecha: mi padre observa y le sorprendo mirándome con enojo y cual si vacilara en tener una explicación, y sin duda para apartarme de ti, ha resuelto que me case.

Gaspar rugió como un león.

—¡Casarte! para eso tendrán que pasar sobre mi cuerpo; te amo y desafío á quien intente poseerte.

—Hoy me lo dijo, y viendo que yo callaba y que el llanto acudía á mis ojos, añadió:-Conozco lo que pasa por ti, pero te juro que se cumplirá mi voluntad.

—¡Jamás!-exclamé,-¡jamás!

—Eso mismo te repito yo: jamás con mi consentimiento serás esposa de un hombre sin porvenir ni familia—, ya lo sabes.

—¡Oh! tu padre me conduce al precipicio; tu padre va á ser causa de algo muy grave.

De improviso un hombre se lanzó sobre Gaspar gritando:

—Ladrón de mi hija y de mi honra...

Y en la oscuridad resonó un golpe seco, poco después un grito de agonía y estas palabras:

—¡Maldita seas, maldita! por ti muere tu padre.

El terror clavó á Beatriz en la reja—, vió aparecer á la ronda, y que Gaspar luchaba con ella hasta que lo llevaron á viva fuerza.

En la calle quedaban algunos alguaciles que buscando dieron con el cadáver del tejedor.

Tenía una gran herida en la cabeza, de la cual en abundancia brotaba sangre.

—Oye, Ferraz,-dijo uno,-esto parece un golpe.

—A ver muchachos, dejadme paso.

Y un hombre de grave aspecto y de edad madura entró en el círculo de luz y se inclinó sobre el muerto.

—¡Lo han asesinado!:-dijo otra voz.

—No, no; este hombre disputaba con alguien, tal vez con el preso; cayó y al caer se ha dado un fuerte golpe en la esquina de la reja.

Estas palabras fueron un consuelo para Beatriz. Su amante no era el asesino de su padre, como había pensado.

Curiosos y justicia invadieron la casa, y entraron el cuerpo del tejedor, sobre el cual fue á caer Beatriz hecha un mar de lágrimas y retorciéndose en terrible convulsión nerviosa.

De allí la llevaron á su cama, y durante muchos días estuvo entre la vida y la muerte.

Cuando se dió cuenta de lo que había sucedido y de su orfandad, cuando sus ojos se nublaron por el llanto v su desfallecida hermosa cabeza cayó sobre la almohada, unos labios ardientes cubrieron sus manos de besos y una voz querida murmuró á su oído:

—Beatriz; no estás sola en el mundo, aquí me tienes á tu lado y nunca te abandonaré: ahora estamos unidos para siempre.

La joven continuaba sollozando, pero su mano estrechó la de Gaspar.

Como la muerte del tejedor había sido casual y en una riña provocada por él y por los amores de su hija, no hubo motivo para tener en la cárcel á Gaspar, y á los dos días del suceso fue puesto en libertad.

Durante largo tiempo la honestidad y la pureza de Beatriz fueron sagradas para su amante, pero en ambos, el amor crecía y amenazaba desbordarse en aluviones de lava y en torrentes de fuego, siempre alimentado por las intimidades peligrosísimas y por la soledad en que se encontraban.

Ambas naturalezas se comprimían por deber, y como toda fuerza expansiva, llegó un día en que fue imposible impedir que estallasen.

Contemplándose se estremecían de amor y de impaciencia: la razón naufragaba y la virtud de la joven, fuerte hasta entonces, oponía débil resistencia.

—Te amo, te idolatro, v, sin embargo, debemos separarnos.

—¡Oh! yo también soy tuya, yo también no vivo sino para ti, yo también te amo.

—Pues bien, es preciso ó unirnos para siempre ó separarnos.

—Tú no lo has querido.

—Porque no tengo nada que ofrecerte sino la pobreza y la deshonra» Hace seis meses que murió tu padre, —la voz de Gaspar se ensordeció,-y desde entonces has gastado lo poco que á su muerte poseías, y esto no puede durar así; me avergüenzo de la vida inútil que he tenido hasta hoy; me avergüenzo de mí mismo, porque mi pasado me cierra las puertas del presente. Nadie tiene confianza en mí; nadie me cree honrado, porque ignoran que tu amor ha hecho otro hombre del infeliz expósito, del triste desheredado.

Gaspar inclinó la cabeza con abatimiento, teniendo entre sus manos las temblorosas y ardientes de Beatriz.

La situación de Gaspar se había hecho intolerable. Su existencia aventurera le creaba dificultades para todo, y cada vez veía más imposible regenerarse por el trabajo, puesto que éste huía de él con implacable tenacidad y los esfuerzos que había hecho para emprender el camino del bien, le resultaban contrarios á su propósito.

A más de esto y cada vez que se enloquecía con la voluptuosa belleza de Beatriz, su corazón se desgarraba de celos, horribles, indomables, satánicos.

—No será mía sin ser mi esposa,-pensaba,-porque no me ama como yo la amo; no está demente como yo estoy por ella; no vive en continua desesperación; no siente que es imposible prolongarla. Quién sabe si un día, tal vez pronto, su hermosura excitará el amor de un hombre honrado, y ella, ella corresponderá á él... No sé lo que pienso, ni si la ofendo con mis injustos celos.

—¿Por qué desesperarte,-le dijo con voz dulce Beatriz,-por qué desconfiar de que más tarde seamos tan dichosos como habíamos soñado?

Después como Gaspar continuaba triste y mudo, ella también permaneció callada; y su cabeza poco á poco se fue inclinando hasta apoyarse sobre el hombro de Gaspar.

Estaba muy conmovida, por el desaliento de aquel hombre, que era su primer amor.

Su mirada buscó la de Gaspar: la atracción fue irresistible y sus ojos al encontrarse lanzaron un relámpago abrasador.

—¿Me amas?-murmuró entre un suspiro Gaspar.

—Con todo mi corazón.

El aliento de Beatriz quemaba.

Durante algunos segundos aquellos dos seres se contemplaron con arrobamiento, con delicia, olvidados de todo.

Después, sin pensar, sin intención, arrastrados por magnética corriente, confundiendo sus miradas, juntaron sus rostros y unieron sus labios.

Las primeras sombras de la noche velaban el rubor de Beatriz y la delirante alegría de Gaspar.

¡Qué horas y qué días de inefable ventura siguieron después!

—¡Oh! querubín de mi alma,-decía Gaspar,-tú has transformado la noche de mi desventura en radiante mañana de Mayo. ¡Bendita seas! ahora, quién podría arrebatarte de mis brazos.

—¿Ya no tendrás celos?-preguntaba la joven entre confusa y apasionada.

Una nube apagó el intenso brillo de los ojos y el rostro de Gaspar, tornose triste por un instante, pero la impresión fue pasajera y tomando á la joven en sus brazos y levantándola como una pluma la besó con locura, estrechándola con fuerza y como si temiera que se la arrebataran.

Pero aquel cielo sin nubes fue de corta duración.

Habían corrido algunas semanas, cuando Beatriz cayó enferma en momentos ya muy críticos, pues que los escasos recursos se agotaban y la miseria invadía la modesta casa.

El desfallecimiento y la amargura paralizaran las fuerzas de Gaspar: él había jurado á Beatriz no robar ni procurarse dinero por medios criminales. La joven guardaba todavía algo de la honradez de sus padres, por más que sintiera alucinaciones y soñara con perspectivas de lujo y de grandeza. Esos eran instintos de carácter.

Gaspar había sido el primero que hiciera palpitar su corazón, él primero que había despertado su naturaleza de fuego, pero ella misma se engañó pensando que le amaba.

Lo que creía amor era capricho de un momento, era el anhelo de su alma virgen, era la realidad de los sueños de la niña al convertirse en mujer.

El aislamiento en que se encontró á la muerte de su padre la había unido aún más al hombre que la enamoraba; y la hacía sentir sensaciones desconocidas para ella hasta entonces las manifestaciones ardientes de la adoración que Gaspar la profesaba, los celos de éste y la ternura de aquel cariño, la llevaron á donde jamás había pensado: á ser suya sin llevar el nombre de esposa.

Pero las negruras de la miseria, las inquietudes de lo futuro, los ímpetus de celos que á veces sorprendía en Gaspar, el mismo exclusivismo con que era amada y que pedía ser correspondido sin límites, la causaron temores, vacilaciones y algo como afanes de libertad é independencia.

Si dos meses después de haber obedecido á un momento de delirio, se hubiera preguntado á Beatriz si cifraba su dicha en ser esposa de Gaspar, la respuesta, siendo sincera, tenía que haber sido negativa.

Aquellas luchas provocaron en la joven un estado fuertemente nervioso, y por último, impacientes manifestaciones y febril desesperación, que no se ocultaban á la vista de Gaspar y que éste atribuía á lo incierto y precario de su existencia.

Una tarde salió resuelto á todo. Beatriz, débil y enferma, estaba acostada, y en la casa no había nada con que alimentarla.

Beatriz, ansiosa y calenturienta, le vió salir, y haciendo un esfuerzo de voluntad se vistió y peinó con esmero.

Extraños pensamientos surgían en su mente, y sin saber por qué encontrábase menos agitada y triste.

Volvió Gaspar con el regocijo en su semblante y acompañado por Arias.

Al ver á Beatriz vestida, más animada y bellísima corrió hacia ella y la abrazó diciendo:

—Se acabaron los apuros y las tristezas. He tenido hoy mucha suerte; la nuestra está asegurada.

Beatriz le separó de sí y sus ojos vivísimos y traviesos se fijaron en Arias, que á su vez la miraba con curiosa insistencia.

—Es un antiguo amigo mío,-dijo Gaspar,-secretario ahora de un gran señor que ha venido de México. La casualidad, y vaya si ha sido feliz para mí,-añadió,— ha hecho lo encontrara cuando desesperado y resuelto á todo, pensaba en presentarme como voluntario para marchar á Flandes.

.—; Me abandonabas!-murmuró Beatriz con incopiable expresión.

En ella había enojo y ansiedad: quién sabe si causada por el sentimiento, por el amor propio herido ó por la rebeldía que empezaba á sobreponerse al amor.

—¡No., jamás! intentar separarme de ti seria lo mismo que matarme el cuerpo y condenar mi alma; tú hubieras ido conmigo.

Beatriz no contestó: sin duda no aplaudía el pensamiento, pero alejado el peligro creyó prudente no hacer observaciones.

—Pues bien,-prosiguió Gaspar,-volvía yo la esquina de la calle del Obispo, cuando tropecé con Arias Ordóñez, á quien, no había visto desde hace más de dos años. Nos conocimos en Sevilla. En la calle no podíamos referirnos nuestras aventuras, y nos fuimos á la taberna del Gallego, y allí le puse al corriente de mi triste situación y de que yo tenía deberes que cumplir, que no estaba sólo..., y que...

—Vivías conmigo.

Beatriz concluyó la frase mirándole de una manera extraña.

Irritable la idea de qué Arias la considerase como una cosa de Gaspar sin que fuera casado, y en los ojos y en el rostro se traslucía su enojo.

Arias leyó en su pensamiento, y mezclándose en las explicaciones de su amigo dijo:

—Mucho ama Gaspar á su mujer, y ¡vive Dios! que ahora al veros lo comprendo, porque sois muy hermosa.

La joven se sonrió; considerábase bella y le agradaba que se lo repitiesen; además, las palabras de Arias la tranquilizaron. La creía esposa de Gaspar.

Sin embargo no era cierto; la engañaba por disculpar á su amigo: éste nada le había ocultado, por más que le hiciese ver lo excepcional de las circunstancias y el por qué la joven había caído loca de amor en sus brazos.

—Mi señor,-repuso Arias, satisfecho de haber calmado con su dicho la tempestad que rugía en la mente de Beatriz,-es muy rico, muy generoso y muy noble, y busca hombres fieles y decididos para su servicio. Ya Gaspar es uno de ellos; lo engancho yo y basta. Vivirá como un rey; el sueldo es fuerte y por ahora sin trabajo; ya llegará día en que caiga que hacer.

—Y he recibido paga adelantada,-dijo Gaspar alegremente sacando algunas doblas, que Beatriz contempló con ojos codiciosos.

La dominaba la ambición del lujo, y siempre había visto con envidia los trajes y las galas de las mujeres ricas.

—¡Bah! eso no es nada,-añadió Arias,-una gratificación para que consideres, que portándote bien, has encontrado una mina.

—¿De modo, que no es sobre mi paga?

—Nada de eso; ha sido un regalo para esta preciosa niña.

Arias conquistó de un golpe á Beatriz, quien después de una pausa le dirigió la más hechicera de sus miradas —murmurando:

—Gracias.

Y desde aquel momento soñó con futuras grandezas que realzasen su espléndida hermosura.

Tal era la mujer que había fascinado á D. Cristóbal.

Cuauhtemoc o el mártir de Izancanac
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