Epílogo
EN una mesa al fondo del
restaurante, largos dedos de luz de luna iluminan a una pareja de
ancianos. La novia y su futuro marido están bailando.
Ahora la mujer tiene el brazo descubierto.
No son los seis números pequeños los que han hecho sollozar al
viejo, sino el pequeño lunar café que se encuentra en la piel justo
encima de los mismos. Tiembla mientras su arrugado dedo se estira
para tocarlo; esa pequeña marca ovalada que había besado hacía una
vida entera.
—Lenka... —vuelve a decir su nombre. Casi no
puede pronunciarlo. Ha estado atorado en sus labios por más de
sesenta años.
Ella lo mira con ojos que han visto
demasiados fantasmas como para creer que es quien piensa que podría
ser.
—Me llamo Lainie Gotlieb —protesta
débilmente.
Se toca la garganta, envuelta en un collar
de perlas cultivadas que alguna vez perteneció a una elegante mujer
de pelo rojo de Praga. Mira brevemente a su nieta estadounidense y
sus ojos se llenan de lágrimas.
Él está a punto de disculparse, de decir que
debe haberse confundido; que por cuarenta años ha pensado que la ha
visto en los rostros del subterráneo, del autobús, en el de una
mujer en la fila del supermercado. Ahora teme que finalmente ha
perdido la razón.
La anciana se cubre el brazo de nuevo y lo
mira directamente a los ojos. Lo estudia como una pintora podría
estudiar un lienzo largamente abandonado. En su mente, pinta el
cabello del anciano de negro y traza el arco de su ceño.
—Lo siento —dice al final con voz temblorosa
y sus ojos llenos de lágrimas—, nadie me ha llamado Lenka en casi
sesenta años —se cubre la boca con la mano y, a través del abanico
de sus dedos, susurra su nombre—: Josef.
El anciano está temblando; allí está ella de
nuevo frente a él, un fantasma que milagrosamente ha vuelto a la
vida. Un amor que ha regresado a él en su vejez. Incapaz de hablar,
levanta la mano y cubre la de ella.
Nota de la autora
Este libro está inspirado en diversas
personas cuyas historias se encuentran entrelazadas a lo largo de
la trama. Tenía planeado escribir una novela acerca de una artista
sobreviviente del Holocausto, pero terminé escribiendo una historia
de amor. Con cualquier novela es común que surjan argumentos y
sucesos inesperados, y uno termina yendo en una dirección que no
tenía planeada de origen. En este caso, mientras me cortaban el
pelo en el salón de belleza, escuché por casualidad la narración de
una persona que había asistido a una boda recientemente en la que
la abuela de la novia y el abuelo del novio, que no se habían
conocido antes de la ceremonia, se habían percatado de que habían
sido marido y mujer antes de la Segunda Guerra Mundial. La
narración se quedó grabada en mi mente y decidí usarla en el primer
capítulo de mi novela. Después creé a los dos personajes y busqué
llenar el espacio de sesenta años que habían pasado
separados.
La experiencia de Lenka está inspirada en
parte en uno de los personajes reales que se mencionan en este
libro, Dina Giottliebová, quien estudió arte en Praga y después
trabajó por un breve periodo en el Lautscher de Terezín pintando escenas en postales
antes de su deportación a Auschwitz. Emigró a Estados Unidos
después de la liberación de los campos y falleció en California en
2009. El Museo Estadounidense Conmemorativo del Holocausto en
Washington D.C. resultó invaluable al proporcionar el testimonio
oral de las experiencias de Dina Gottliebová acerca de su trabajo
tanto en Terezín como en Auschwitz, donde creó el mural de
Blancanieves y los siete enanitos para la
barraca de los niños checos. El mural sirvió de consuelo a los
niños y también ayudó a salvarle la vida a Dina. Después de que lo
completara, un guardia de las SS le informó a Mengele de su talento
artístico. Por ello, Mengele prometió perdonarles la vida a ella y
a su madre si Dina accedía a pintar retratos de los hombres y
mujeres a quienes utilizó para llevar a cabo sus terroríficos
experimentos médicos.
Varios de los demás personajes que aparecen
en el libro también existieron en la vida real. Friedl Dicker
Brandeis llegó a Terezín en diciembre de 1942 y casi de inmediato
empezó a impartir clases de arte a los niños que habitaban allí. En
septiembre de 1944, al oír que se iba a transportar a su marido,
Pavel Brandeis, al este, se ofreció como voluntaria para
acompañarlo en el primer transporte. Sin embargo, antes de partir,
le entregó dos maletas que contenían cuatro mil quinientos dibujos
a Rosa Englander, la tutora en jefe del hogar para muchachas
jóvenes en Terezín. Al final de la guerra, Willi Groag, director de
la casa de las chicas, recibió las maletas y las llevó con él
personalmente para entregarlas a la comunidad judía de Praga. De
los seiscientos sesenta niños que crearon obras de arte con Friedl
Dicker Brandeis en Terezín, quinientos cincuenta perecieron en el
Holocausto. Todos los dibujos que quedan se encuentran en la
colección del Museo Judío de Praga y muchos de ellos están
expuestos para que todo el mundo los pueda ver.
Bedřich Fritta falleció en Auschwitz el 5 de
noviembre de 1944. Su esposa, Johanna, murió en Terezín, pero,
milagrosamente, sobrevivió el hijo de ambos, Tommy. Leo Haas
sobrevivió a la guerra y regresó a Terezín en busca de las obras de
arte que había escondido en el ático de la barraca Magdeburgo. Con
la asistencia del ingeniero Jíří Vogel pudo recuperar las pinturas
ocultas de Fritta y de sus demás colegas en el departamento
técnico: Otto Unger, Petr Kien y Ferdinand Bloch, quienes ya habían
perecido. Al escuchar que Tommy Fritta había quedado huérfano, Haas
y su esposa, Erna, adoptaron al chico y regresaron con él a
Praga.
En mi visita a la República Checa, pude
conocer a Lisa Míková, una artista que había trabajado en el
departamento técnico de Terezín. Incluso, tantos años después, pudo
describir vívidamente las circunstancias inusuales en las que se
asignaba a los artistas a crear planos y diversos dibujos para los
alemanes, al tiempo que contrabandeaban artículos de arte del
departamento para hacer sus propias obras por la noche. Compartió
conmigo cómo las pinturas se habían ocultado dentro de las paredes
de Terezín y cómo Jíří Vogel había enterrado el trabajo de Bedřich
Fritta después de colocarlo en cilindros de metal.
Estoy en deuda con todas las personas que
compartieron sus historias conmigo y agradezco enormemente la
oportunidad de ayudar a preservar su legado. Sin ellas, esta obra
no hubiera sido posible. Son Sylvia Ebner, Lisbeth Gellmann, Margit
Meissner, Lisa Míková, Nicole Gross Mintz, Iris Vardy e Irving
Wolbrom. También quiero agradecer a Dagmar Lieblová, quien tan
generosamente compartió su tiempo y sus contactos, y me dio una
visita guiada personal de Terezín durante mi estancia en Praga.
Además, debo darle las gracias a Martin Jelínek, del Museo Judío de
Praga, y a Michlean Amir, del Museo Estadounidense Conmemorativo
del Holocausto, por la invaluable asistencia en investigación que
me ofrecieron, tanto durante como después de mis visitas a estas
maravillosas instituciones; a Jason Marder, por su trabajo inicial
como asistente de investigación; a Alfred Rosenblatt y a Judith y
P. J. Tanz, por ofrecerme material preliminar adicional; a Andy
Jalakas por su incansable apoyo; a Linda Caffrey, Antony Currie,
Marvin Gordon, Meredith Hassett, Kathy Johnson, Robbin Klein, Nikki
Koklanaris, Jardine Libaire, Shana Lory, Rita McCloud, Rosyln y
Sara Shaoul, Andrew Syrotick, Ryan Volmer; a mi marido y a mi madre
y a mi padre por sus cuidadosas lecturas de las primeras versiones
de la novela; a Sally Wofford-Girand, mi maravillosa agente que me
instó a ir más lejos de lo que jamás pensé que podría ir y que hizo
que el libro fuera mucho mejor por ello; a mi fantástica editora,
Kate Seaver; a Monika Russell, por sus historias y su asistencia
con todo, desde traducciones del checo hasta la reducción de mi
caos cotidiano y por siempre mostrarnos tanto amor a mis hijos y a
mí. Y a mis niños, padres y esposo, un agradecimiento especial por
su infinita paciencia y amor.
Acerca de la
autora
Es una reconocida autora de bestsellers, entre los que destacan The Last Van Gogh y The Garden
of Letters; además de ser una talentosa pintora. Se graduó de
Wellesley College en Historia del Arte y Cultura Japonesa.
Sus novelas, que han sido traducidas a más
de dieciocho idiomas, combinan su profundo amor por el arte, la
historia y los viajes. En la actualidad vive en Long Island con su
esposo y sus dos hijos.
Título original: The
Lost Wife
Publicado originalmente por The Berkley
Publishing Group.
Publicado por Grupo Penguin (USA). 375
Hudson Street, Nueva York,
Nueva York 10014, USA. Traducción: Susana
Olivares Bari
Diseño y fotoarte de portada: Estudio la fe
ciega / Domingo Martínez
Imágenes de portada: Puente de Carlos,
República Checa / Trybex, mujer / Lolostock, aviones/ Everett
Historical © Shutterstock THE LOST WIFE © 2011, Alyson Richman
Derechos mundiales exclusivos en español
Publicados mediante acuerdo con Union
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