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Lenka

 

 

 

En Mala Strana, en un café con paredes color hielo, pido un chocolate caliente para Marta.
—Cuéntame la historia del Gólem —me dice de nuevo.
Le narro la leyenda que primero me contaron cuando era apenas una niña. Cómo, según el folclore checo, el rabí Loew ben Bezalel, principal rabino de Praga, creó un espíritu protector mezclando arcilla y agua del río Moldava con sus propias manos.
Las mías, blancas como el talco, tiemblan mientras trato de recordar los detalles del mito.
—El rabino creó al Gólem para proteger a los judíos —le cuento—. Rodolfo Segundo, sacro emperador romano de ese tiempo, había ordenado que se asesinara o expulsara a todos los judíos de la época, pero el Gólem surgió de la tierra y el polvo y se transformó en guerrero vivo. Mató a quien quisiera hacerles daño a los judíos.
El vapor se levanta de la taza de chocolate caliente de Marta, que no lo ha probado siquiera. Sus ojos están llenos de llanto, su cabello rojo cae sin vida tras sus orejas. Bebo mi café negro, sin azúcar.
El emperador, al ver la destrucción que había devastado a su ciudad y a su pueblo, le rogó al rabino que detuviera al Gólem. A cambio, prometió cesar la persecución contra los judíos.
—Para detener la obra de muerte y destrucción del Gólem —le expliqué—, el rabino sólo necesitaba borrar la primera letra en hebreo de la palabra emet o «verdad» de la frente de la criatura. Así, la nueva palabra que quedaría sería met, que significa «muerte».
Este acto para finalizar la vida del Gólem se hizo bajo el entendido de que si el pueblo judío alguna vez volvía a verse amenazado dentro de las paredes de Praga, el Gólem volvería a levantarse.
Respiré profundo y miré a mi hermana. Su llanto había cesado y se veía menos pálida. Aun así, era evidente que seguía alterada por el incendio del almacén de papá y por el motivo del ataque.
Para tranquilizarla, añadí la que siempre había sido mi parte favorita de la historia. La leyenda reza que el cuerpo del Gólem está resguardado en el ático de la sinagoga del Centro Histórico. Allí espera a que se vuelva a grabar la letra faltante sobre su ceño para vengarse de cualquiera que busque hacerles daño a los judíos.
Puedo ver los ojos de mi hermana de doce años al final de esta historia, como niña que aún desea creer que la magia puede existir.
—¿Despertará ahora el Gólem para protegernos? —me pregunta, bajando la mirada a su chocolate ya frío.
Le digo que sí, y que si no se levanta el Gólem del rabino Loew, tomaré arcilla de mi clase de modelado para hacer uno propio.