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Lenka

 

 

 

Seguí trabajando el mismo número de largas horas en mi restirador en el departamento técnico. Algunos días, casi no podía ver de regreso a las barracas. Era frecuente que tuviera que repetir mis dibujos porque mis manos empezaban a temblar. Había oído a otros quejarse de esto mismo. La fatiga, la deshidratación y la falta de alimentación estaban ocasionando que nuestros cuerpos se deterioraran. Nuestros vientres eran cóncavos; nuestra piel, amarilla. Éramos como mapas de huesos y piel amoratada.
A pesar de mi deterioro físico, mi admiración por Fritta sigue creciendo. Jamás lo veo haciendo el trabajo destinado a Strass, pero observo que está creando un libro para conmemorar el tercer cumpleaños de su hijo. «Qué padre tan maravilloso», pienso para mis adentros. Hay tan poco que darle a un niño en Terezín; Fritta está creando algo de alegría tan sólo con su pluma y pinturas. Empiezo a inventar excusas para pasar junto a él, para verlo trabajar y vislumbrar alguna de sus ilustraciones. Lo veo dibujar a su niño como una pequeña figura en caricatura, con dos grandes ojos negros, mejillas redondas y una naricita de botón. Piernas regordetas y un mechón rebelde de pelo en la cabeza.
Una tarde, Fritta se acerca a mí y me dice: «Lenka, está terminado».
—¿Señor? —le pregunto—. ¿Qué está terminado?
—Mi libro para Tomáš. —Lo coloca sobre mi escritorio—. Sé que has estado echándole miradas.
Sonrío.
—Supongo que no fui de lo más discreta —digo.
Se ríe entre dientes. Es la primera vez que lo he escuchado reír en todos los meses que he trabajado con él.
—Dime lo que piensas.
Me deja allí con el libro. Debe de haberle pedido a alguien que lo cosiera, ya que está encuadernado en una gruesa tela color café.
«Para Tomíčkovi en tu tercer cumpleaños. Terezín, 22 de enero de 1944», escribió Fritta en la primera página.
Pero son las coloridas imágenes en las páginas las que me quitan el aliento. Muestra al pequeñito parado frente a la ventana de una gran fortaleza, con sus pies desnudos sobre una maleta en la que está escrito su número de transporte: AAL/710. Fuera de la ventana hay un cuervo que vuela contra el firmamento, la copa de un árbol solitario y el ángulo de un techado rojo. Las otras ilustraciones que le siguen, todas ellas elaboradas en tinta negra e iluminadas con pinceladas de acuarela, son sus deseos para su hijo. Pinta un enorme pastel de cumpleaños con tres altas velas. Lo pinta parado con los brazos estirados, vestido con guantes de colores brillantes y un abrigo de lana, entre una ráfaga de nieve. Lo pinta como lo imagina a futuro: Tomi en un impermeable a cuadros con una cachucha de tela similar, fumando una pipa. Le pregunta, al fondo de una de las páginas: «¿Quién habrá de ser tu novia?». Y pinta a Tomi en un esmoquin con sombrero de copa, llevándole flores a una bella muchacha.
La última página del libro está dedicada con un deseo: «El presente es el primero de una larga colección de volúmenes que pintaré para ti».
Cierro el libro y se lo devuelvo a Fritta.
—Es bellísimo —le digo.
Pero es mucho más que bello: es conmovedor, es desgarrador. Más precioso que si una de las cajas de regalos que ha dibujado Fritta pudiera transformarse en una realidad para salirse de la página.
Veo los largos dedos de Fritta recoger el libro. Le da una leve sacudida y sonríe.
—¿Crees que le guste, Lenka? —Baja la mirada para contemplar el libro—. Quiero que le sirva de silabario para que aprenda a leer y a escribir.
Ahora es Fritta quien parece un niño pequeño, sobrecogido por el regalo que habrá de darle a quien más ama.
—Lo atesorará toda su vida —le digo.
—Gracias, Lenka —expresa con enorme amabilidad. No sé si me siento más conmovida por el hecho de que sólo a mí me permitió ver este bello regalo que ha hecho para su hijo, o si es por haber pronunciado mi nombre con tal ternura. Me parece que me mira con la misma expresión que vi en los ojos de mi padre hace tantos años y, por un breve momento, vuelvo a sentirme como si fuera una niña pequeña. Mi padre, con un regalo secreto en su bolsillo, sus cálidos brazos a mi alrededor, sus ojos felices de verme contenta con lo que me obsequia.