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Lenka
Los ojos de papá están llenos de furia y
desesperación. Entre nosotros hay dos tazas de té frío. Sus
intentos por razonar conmigo lo han dejado exhausto.
—Debes irte. Debes irte. Debes irte —lo dice
una y otra vez, como si decirlo las veces suficientes lograra
hipnotizarme y hacer que acceda.
—No los voy a dejar, ni a ti ni a mamá —le
digo—. No voy a dejar a Marta. Iré cuando Josef haga lo que me
prometió; cuando tenga todas las visas en sus manos.
Papá se está jalando los cabellos. La
blancura de sus sienes parece hueso pulido.
—¡No hay tiempo suficiente para que consiga
las cinco visas! —El puño de papá golpea sobre la mesa—. ¿Que no
entiendes la rapidez con que las cosas han empeorado? —Estaba
temblando. En su furia, me era casi irreconocible.
—Lenka, la familia de Josef hizo lo que
pudo...
—¿Cómo pudieron no decirme la verdad?
—Los dos te amamos, Lenka. —Su voz se
quebraba—. Algún día, cuando tengas hijos, lo podrás entender. —Se
había recompuesto lo suficiente como para mirarme directamente a
los ojos.
—Pero, papá, tienes dos hijas. —Ahora, yo lloraba como si tuviera dos
años—. ¿Cómo esperas que pueda vivir con el hecho de haberme ido a
Estados Unidos dejando a Marta atrás?
El peso que había entre nosotros era
aplastante. Levantó su cabeza para mirar hacia el techo y el sonido
de su suspiro fue más una liberación de angustia que una
respiración.
—¿Qué puedo hacer para convencerte?
—No hay nada que me puedas decir o hacer,
papá —digo hecha un mar de lágrimas.
—Lenka... —Aprieta su mano en un puño, como
corazón arrancado de un pecho—. Lenka... —Llora desesperado—.
Lenka.
Pero finalmente me deja ir.
—He dicho todo lo que puedo. La decisión es
tuya, hija.
Hay un silencio momentáneo entre los
dos.
—Gracias —digo, rompiendo el silencio. Me
acerco a él para abrazarlo; tiembla entre mis brazos.
—Ya lo verás, papá —digo, tomando su mano y
llevándola a mis labios—. Al final, Josef logrará hacer lo que se
necesita para todos nosotros. Ya lo verás.
Creía en mis palabras como si fuesen una
verdad incontrovertible. Un mandamiento que estaba dispuesta a
grabar en piedra.