2010, AÑO NEGRO
Recién pasaron las fiestas patrias, el 18 de septiembre de 2010, José Luis Gayou Juárez pasó el puente con su familia, aprovechó los días de asueto y sus vacaciones. Justo regresaba a trabajar la mañana en que lo mataron.
A las puertas de la estación de rebombeo del poliducto Salamanca-Tula, su cuerpo quedó inerte, en el número 152 de la carretera Panamericana, en San Juan del Río, Querétaro, instalación que corresponde a la Subgerencia de Transportación por ductos de Pemex Refinación.
Cincuenta y tres años de vida y 20 como funcionario petrolero cortados por siete balas que se impactaron en su cara, le reventaron la cabeza, le abrieron el pecho y el torso.
Apenas eran las ocho de la mañana, tiempo en que Gayou checaría su ingreso a la planta. Hacía una hora desde que los petroleros iniciaron el turno, que concluye a las tres de la tarde. Uno que otro aprovechó que en sábado la carga de trabajo es menor, para salir a comprar café o tomar un apurado desayuno en los puestos que rodean el área.
Ya de regreso, del otro lado de la acera, uno de esos comensales se disponía a saludar al jefe de Mantenimiento que bajaba de su pick up con las llaves en la mano, cuando vio que un ciclista, que lo esperaba apostado en la puerta, se le paró de frente, extendió la mano y le disparó a quemarropa seis tiros con una pistola calibre nueve milímetros. Se guardó el arma, montó su vehículo de dos ruedas, ciñó las manos a los manubrios y, en contraflujo, tomó la calle Luis Romero Soto. A mitad de la acera descendió, abandonó la bicicleta y subió a un automóvil que echó a andar, perdiéndose entre las calles queretanas.
Gayou tenía a su cargo el ducto Salamanca-Tula, uno de los que registra altos volúmenes de ordeña de la mafia apoyada por funcionarios. En marzo de ese mismo año habían ejecutado afuera de su domicilio a Eladio Reyes López, encargado del departamento de Embarques de la refinería de Salamanca.
El 2010 no sólo fue un año convulso para la Cuenca de Burgos, también se tornó así para las diferentes zonas de la industria petrolera, con la ejecución de empleados de distintos niveles:
En enero, en Cosoleacaque, Roberto Santiago Núñez, adscrito al Hospital Regional, fue encontrado muerto en su domicilio del conjunto habitacional para trabajadores de Pemex.
El 4 de marzo fue asesinado el vigilante de una contratista en Ciudad del Carmen, y en Poza Rica estrangulada una empleada petrolera adscrita al área de obras civiles de Chicontepec.
En abril, en los terrenos de Pemex en Nuevo León, en los límites de Monterrey y Los Herreras, encontraron los cuerpos del director de la policía municipal de Los Aldamas, Oliver García Peña, y dos de sus subalternos. Los tres habían sido levantados el día anterior. Sus cuerpos fueron hallados por personal de Pemex en el ejido Buena Vista.
El 31 de mayo, en Poza Rica, al salir de una plaza comercial, los ingenieros Luis Antonio Zepeda Amaro y Pedro Zapatero Flores recibieron 70 impactos de bala. Originarios del Distrito Federal, ambos estaban adscritos a la Unidad Operativa de Perforación y Mantenimiento de Pozos del Activo Integral Aceite Terciario del Golfo de PEP (yacimiento Chicontepec). En el ataque, fue herida Gloria Paulino Castañeda, adscrita a la misma unidad.
El 7 de septiembre, en el interior de su domicilio fue asesinado un trabajador de planta sindicalizado adscrito a la Subgerencia de Administración Patrimonial, y que se desempeñó como funcionario sindical.
Dos semanas después del asesinato de José Luis Gayou Juárez, el 6 de octubre de 2010, fue ejecutado Salvador Pérez Sánchez, ingeniero adscrito a la planta de almacenamiento de Pemex en Lázaro Cárdenas.
El reloj marcaba las 00:45 de aquel 3 de noviembre de 2010, cuando Miguel Ángel Tinoco Palma, muestrero químico del Complejo Petroquímico Morelos, en la calle Yucatán esquina con la avenida Justo Sierra, en Minatitlán, desciende del autobús amarillo de transporte de personal que lo recogió en la planta, concluida su guardia. Lo esperaba ya Víctor Manuel Ramírez Mendoza, el mismo taxista que cada noche lo llevaba a su casa. Apenas sube, el vehículo avanza unas calles; Miguel Ángel, de 42 años de edad, cierra los ojos para intentar dormitar un poco. Escucha los disparos que entran por el cristal y la puerta, y lo tienen a él como blanco; seis en total, calibre .380. Minutos después moría desangrado. A su lado, el conductor ileso.