SINDICATOS
Al estilo de los sindicatos blancos, en cuanto una compañía instala sus campamentos el comando se presenta con el encargado para informarle la cuota.
Así le ocurrió a Rodolfo, un constructor al que PEP le adjudicó un contrato para bombeo en el Activo Integral Aceite Terciario del Golfo, al norte de Veracruz. Pasaban de las cinco de la tarde de un lunes de junio cuando sus cuadrillas recién terminaban de instalar el campamento.
—Necesito que me mandes a la gente, una cuadrilla por lo menos a que lleve el material, que los supervisores vean que ya comenzamos a trabajar, no quiero que empiecen a marcarnos atrasos —indicó a su jefe de cuadrilla.
—¡Vayan subiendo las cajas a las camionetas! —secundó su supervisor.
—Enfundados en sus overoles color naranja, los trabajadores comenzaron a cargar las estaquitas.
De pronto, a lo lejos escucharon el ruido de potentes motores cuyo sonido se hacía más intenso a medida que se acercaban. Seis camionetas Ford doble cabina, Toyota y Tahoe Yukón, vidrios polarizados que trastabillaban sobre la terracería. Se detuvieron junto a ellos, y de éstas bajó un comando.
—¿Quién es el jefe?
Un terror profundo se apoderó de la cuadrilla.
—¡Que quién es el jefe!
—Yo soy —respondió Rodolfo luchando contra la pesadez de su lengua.
—Desde hoy pagas el piso, ¿si entiendes? ¡Porque aquí todos pagan, cabrón! —el hombre cortó cartucho.
Un hormigueo intenso le recorría piernas y manos. El temor le impedía replicar. Tantas veces temió aquel momento, y cuando el miedo se materializó, lo único que quería era desaparecer.
—La tarifa es el 10 por ciento de tu contrato y ni se te ocurra cambiar el campamento. ¿O’rita cuánto traes?
Mecánicamente, Rodolfo metió la mano en la bolsa de su chamarra y sacó su cartera. Seis mil quinientos pesos en efectivo. El hombre extrajo también su credencial de elector.
—Ahora sí, ya nos vamos entendiendo. Si pagas a tiempo nadie te va a tocar. Te voy a dar una clave; si vienen otros se las muestras —explicó el extorsionador—; si la policía quiere extorsionar a uno de tus muchachos, le das la clave; si el supervisor de obra te pregunta que si venimos, le das la clave, y ya está. Tú sigue trabajando.
El comando regresó a sus camionetas y como apareció se fue, dejando tras de sí una estela de polvo y miedo.