Mayo
El Día de la Santa Cruz de 2010, en la Cuenca de Burgos, 14 trabajadores de Pemex —todos sindicalizados, con varios años de experiencia y algunos incluso a punto de jubilarse— se enfrascaron durante horas en una discusión generada por el dilema que enfrentaban entre obedecer o no a su jefe, quien los envió a trabajar a la zona de Nuevo Laredo, pero el solo hecho de trasladarse para allá les aterraba porque los comandos armados estaban levantando gente.
Decidieron escribirle una carta a su dirigencia sindical y a los directivos de la paraestatal, en la que exponían los motivos por los cuales solicitaban que no los enviaran a esa zona:
Por la inseguridad que se vive en nuestra región y en el lugar donde hace 1 año 7 meses pernoctamos en Ciudad Miguel Alemán, lo cual nos hizo sentir seguros, pero ahora nos notificaron que nos vayamos a Nuevo Laredo, lugar que a nuestro sentir y por lo que vivimos diariamente no sentimos seguridad, aclarando que no nos negamos a ir a nuestras áreas de trabajo pero sí nos sentimos inseguros.
La misiva no tuvo eco y la situación se tornó más tensa cuando en distintos puntos de la Cuenca de Burgos aparecieron mantas en las que los cárteles invitaban a los trabajadores a reclutarse con ellos como guías en los terrenos. Como no tuvieron respuesta, comenzaron a levantarlos.
El 4 de mayo se registraron nuevos enfrentamientos en las estaciones de recolección de gas del municipio de China. Un comando tomó fotografías al personal que hacía trabajos de limpieza en los pozos de Montemorelos y las camionetas de Pemex en que se transportaban. Otro grupo armado levantó a seis trabajadores que tomaban datos sísmicos en Camargo, y en un retén de zetas dos trabajadores de una subcontratista en Miguel Alemán sufrían la misma suerte; los liberaron al día siguiente.
El 6 de mayo, cuando viajaban a bordo de una camioneta de Pemex hacia los campos de Reynosa, Jorge Antonio Cobos, coordinador de Mantenimiento, Equipo Dinámico y Sistemas Auxiliares, y otros trabajadores, fueron interceptados por un vehículo del que descendieron cuatro sujetos armados. Uno de ellos le reclamó que “si no entendían que no los querían en el área”. Les ordenaron que se retiraran, y cuando se iban les tiraron tres balazos en el camper de la camioneta. Aquel día otros comandos armados bloquearon los campos de gas de Doctor Coss y General Bravo.
El 7 de mayo un vigilante de la Terminal Marítima Madero fue asaltado por un comando, y liberado bajo amenazas. Identificó a uno de los agresores como trabajador de Pemex.
El día 11, un comando armado a bordo de cuatro vehículos encaró a la guardia de especiales que patrullaba la estación de recolección de gas Reynosa. Les reclamaron su presencia en el área. Los especiales expresaron que atendían el reporte de una fuga de combustible.
Ante la respuesta, un hombre del grupo agresor dio el parte informativo vía radio. En segundos llegaron diversas camionetas y más elementos armados. Les ordenaron a los vigilantes de Pemex que se retiraran, porque esa zona estaba bajo su control, y les explicaron que si insistían en estar allí, tendrían que “dejarlos trabajar y aceptar el dinero que les ofrecieran”.
El informe de inteligencia, fechado ese mismo 11 de mayo, cita:
Agregaron que contaban con la ayuda de ingenieros de Pemex para el asesoramiento de sus labores. Asimismo pretendieron entregar un fajo de billetes que fue rechazado por los elementos de esta Gerencia de Seguridad que procedieron a retirarse de las instalaciones.
Al día siguiente, una toma clandestina en Reynosa generó la presencia de dos especiales. En una brecha los interceptó un comando, los revisaron y les exigieron sus datos personales que inscribieron en una libreta.
—Los vimos cuando llegaron al derecho de vía. No queremos ver militares por esta área —dijo un hombre que se identificó como jefe del grupo.
—¡Aquí todo se sabe! Si denuncian, los vamos a levantar —secundó otro.
En Nuevo Laredo, el 14 de mayo un agente aduanal de Pemex Internacional notificó a las oficinas de la ciudad de México que posiblemente suspenderían labores durante todo el fin de semana pues se esperaban enfrentamientos entre el cártel del Golfo y Los Zetas.
El 16, ocho trabajadores de la compañía Delta fueron levantados.
El día 19 fue especialmente conflictivo: los comandos instalaron retenes en toda la frontera chica. En la brecha hacia la estación Enlace en Nueva Ciudad Guerrero, trabajadores de varias compañías vieron abandonados los vehículos de las cuadrillas 16 y 17 de Pemex. En el sector Velero, a exceso de velocidad cruzaban las unidades de las cuadrillas 8 y 15 con rumbo a Nuevo Laredo. Sus vehículos aparecerían luego en la entrada a un pozo que ocupó un comando, pero de ellos no se tuvo más rastro; tampoco contestaron ya sus celulares. Doce cuadrillas más debieron resguardarse en las instalaciones administrativas de Pemex. Mientras que afuera, en la zona, otro comando golpeó a los de la cuadrilla número 21.
A otros trabajadores un comando les advirtió que salieran del área, que no los querían ver ahí, pues sabían que ellos traían “a los michoacanos en las brechas” y ya los tenían identificados.
El 21 de mayo, en el pozo Gigante 1 estaban de turno algunos de los 14 trabajadores que el 3 de mayo enviaron a sus superiores la carta donde informaban sobre la situación de riesgo en la que se encontraban. Al pozo arribó un comando armado, los echaron al sueldo, los golpearon e interrogaron.
En cuanto los hombres armados se fueron, los petroleros informaron lo ocurrido a sus jefes, Ignacio Olea Acosta, Arturo Rodríguez y Adalberto Mancilla, e hicieron lo propio con sus representantes sindicales Gustavo Fong y Moisés Balderas. Dos días después, los levantaron.
El 23 de mayo de 2010, antes de las siete de la mañana, Christopher Adán Cadena ingresó en las oficinas de la Estación Gigante 1, donde se ubica el pozo de gas natural del mismo nombre, uno de los más productivos de Burgos, en el municipio de Nueva Ciudad Guerrero. Saludó a Eduardo Zavala, a quien relevaría.
Entre las ocho y las 9:45 de la mañana, un comando armado tomó por asalto la Estación y el pozo Gigante 1.
—¡Todos boca abajo! —gritó uno de los hombres agresores.
Los cinco trabajadores petroleros se echaron al suelo: Saúl García Ayala, instrumentista especializado en máquinas de compresión, de 47 años de edad, 29 trabajando para Pemex en el departamento de sistemas de compresión de gas y gasolina; Anselmo Sánchez Saldívar, de 50 años, 28 laborando en la Cuenca de Burgos como mecánico especialista; Mario Zúñiga Salas, 59 años, 32 trabajando en la paraestatal; Francisco Rivera, ayudante de mecánico, y Christopher Cadena García, de 22 años de edad.
A 130 kilómetros, en Reynosa, Rosalía, la esposa de Saúl, sintió una corazonada y supo que algo malo le sucedía a su marido. El día anterior, sábado de su descanso, la había pasado con ella, con su hija y los nietos. La madrugada del domingo se despidió con la promesa de regresar a la siguiente semana.
Pero Saúl tenía por costumbre llamarle hasta tres veces por día, y aquel domingo el teléfono no repiqueteó ni una sola ocasión. En cada uno de los cinco hogares se repitió la misma historia: las horas de silencio, la sospecha de secuestro y una petición de rescate que nunca hubo, hasta que las cinco familias coincidieron en el local sindical y las oficinas de Pemex, donde fueron a preguntar por los suyos.
Algo peculiar ocurrió en las instalaciones petroleras el día del secuestro. Eduardo Zavala Balboa, encargado de turno al que suplirían, avistó al comando y se escondió en las oficinas de la estación. Desde allí reportó a sus jefes la presencia de civiles armados y pidió auxilio, pero no hubo respuesta.
Entre el momento en que vio a los hombres armados y cuando se llevaron a sus compañeros, pasaron más de cien minutos en los que nadie atendió la emergencia. Luego Zavala, el único testigo del caso, fue retirado de la zona recurriendo al argumento de un supuesto “periodo vacacional”, por instrucciones de la dirección.
La relatoría del secuestro quedó inscrita en un documento interno de PEP. Con la leyenda “Inseguridad Estación Compresoras Gigante 1”, el jefe del Sector Arcabuz-Culebra informó de lo ocurrido al administrador del Activo Integral Burgos, Miguel Ángel Maciel Torres, en los siguientes términos:
06:50. Se presenta a laborar normalmente el trabajador Christopher Adán Cadena García, F-421413, en las oficinas de operación en la Ciudad Miguel Alemán.
08:05. El operador en turno en la Estación Gigante 1, Eduardo Zavala Balboa, F-622896, sale de la caseta a abrir el portón para esperar a su relevo, percatándose de la presencia de personas civiles armadas fuera de la Estación e inmediatamente regresa a la caseta y habla a la jefatura de campo de Ciudad Mier, no obteniendo respuesta alguna.
08:15. Observa por la ventana de la caseta de operación la unidad núm. 23 en la cual venía el chofer de la unidad así como su relevo, percatándose que el personal armado tenía tirados en suelo boca abajo a dichas personas. Procediendo él a resguardarse entre las unidades motocompresoras de la Estación.
09:45. Se percata que se retira el personal civil armado llevándose tanto la unidad como al personal antes mencionado.
09:50. Reporta de los hechos al supervisor de plantas compresoras Luis Manuel Herrera López, F-135955.
10:00. El supervisor de plantas compresoras Luis Manuel Herrera López (F-135955) reporta a Jesús Francisco Salinas Navarro (F-211621) de los acontecimientos suscitados en la Estación de Compresión Gigante 1, al mismo tiempo se corrobora dicha información con personal de guardia del Sector Miguel Alemán, Víctor Manuel Barragán Hernández (F-454471).
10:05. Me reporta Jesús Francisco Salinas Navarro de lo sucedido.
Luego del secuestro, los familiares buscaron apoyo del Sindicato Nacional de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (SNTPRM); viajaron a la ciudad de México para intentar hablar con el líder Carlos Romero Deschamps. “Ni uno ni otro nos dieron la cara, empresa y sindicato dejaron solas a las familias”, dice Armando Galván, primo de Anselmo Sánchez.
El 6 de junio aprovecharon la visita del líder sindical a uno de los eventos de apoyo en la campaña del candidato de la Alianza Todos por Tamaulipas, Rodolfo Torre Cantú. En el encuentro, en el salón Alejandra de la Quinta Blayser, levantaron pancartas con fotografías del hijo, el hermano, el padre, el compañero de trabajo: “Compañeros petroleros, estamos solos, apóyennos”, “Exigimos su apoyo para secuestrados”, “Que regresen”.
—¡Ahorita nos ponemos de acuerdo, ustedes saben que nosotros no le sacamos a los problemas! —dijo ufano Romero Deschamps. Su “ahorita” nunca llegó. Flanqueado por guardaespaldas abandonó el salón mientras la custodia de la dirigencia local impedía el paso a los familiares.
—Mi hijo no es un número ni una cifra como dicen los directores de Pemex —expresa un descorazonado Luis Armando Cadena Tijerina, padre de Christopher Adán, el más joven de los secuestrados.
“Desde ese día la empresa no quiso responder por ellos aunque estaban en hora de trabajo, y no quisieron asumir su responsabilidad”, reclama Rosalinda. “Hemos estado completamente solos”, se queja Armando, el primo de Anselmo.
Poco después de que denunciaron el rapto, los familiares recibieron amenazas telefónicas, y los directivos de Pemex les suspendieron el salario con el pretexto de que el contrato colectivo no prevé cómo actuar en un caso de desaparición.
Las familias dicen que si los directivos de Pemex hubiesen atendido las alertas, ninguno habría sido levantado. Acusan complicidad y negligencia en el caso. “Los jefes hicieron caso omiso a todos los problemas que ellos habían tenido y que les habían reportado”, dice Rosalinda. Desde entonces ni rastro de ellos.
Desamparadas y expuestas, las cinco familias no pudieron hacer mucho: sigilosamente acudieron al sindicato y preguntaron si había noticias; suplicaron a los militares de la Octava Región que los buscaran; vivieron atentos de las detenciones y hallazgos de la Marina. Finalmente rezaron en la clandestinidad del hogar repitiendo incesantes plegarias con la esperanza de la ayuda divina ante la indiferencia terrenal.
—¿Buscarlos? ¿Dónde? ¿En el monte, en los campos, en los pozos? —pregunta Rosalinda—. No nos queda más que esperar y rezar.
—Yo todos los días me comunico a su celular, en la mañana, tarde y noche, todos los días; aún tenemos la esperanza de que nos conteste —interviene Nelly, la nuera de Mario Zúñiga.
—Que sea lo que Dios quiera —invoca Luis Armando, padre de Christopher, en un profundo suspiro.
Al día siguiente del secuestro de los cinco obreros de Pemex, en Miguel Alemán, hubo enfrentamientos armados.
El 29 de mayo a las 12 del día, resguardados por un grupo de especiales, varios trabajadores reparaban un ducto dañado por una toma clandestina. De pronto llegó un comando de 25 hombres en seis camionetas. Les ordenaron irse. Minutos después llegó el jefe del grupo agresor y ordenó que cuando terminaran la reparación se fueran inmediatamente. A los especiales les indicó que no hicieran patrullajes nocturnos “porque podemos confundirlos”.