NEGOCIOS
El negocio de los hidrocarburos representó para los cárteles otra de las vías para compensar la férrea competencia en el mercado de las drogas y sostenerse económicamente durante la guerra oficial de Felipe Calderón, ante el marcado sesgo que los expertos en temas de seguridad advirtieron como encaminado a fortalecer al cártel de Sinaloa. Como refiriera un integrante del cártel del Golfo a elementos de seguridad interna de Pemex, hurtan ese producto porque su negocio, el del narcotráfico, “está flojo”. Por ello, controlar la ordeña de hidrocarburos y otras prácticas lucrativas ilícitas en Pemex se convirtió en una actividad medular para los cárteles, así que encomendaron a hombres de su entera confianza para realizar esas labores.
En el corredor que va de Durango a Coahuila y Nuevo León, uno de esos hombres fuertes en estos menesteres para La Compañía fue Sigifredo Nájera Talamantes, alias el Canicón, Chito Canicón, Chito o Chito Can, quien para ocultar su identidad usaba también el nombre de Joel Silva Pulido, aunque era inconfundible por los enormes tatuajes que tenía en los brazos; uno de ellos, la figura de un payaso, y el otro, una bola de billar.
Informes de inteligencia del gobierno de Estados Unidos documentan que Nájera se inició como comprador de cocaína por kilos a La Compañía. En 2007, a sus 22 años de edad, la organización le encargó transportar de Río Bravo a Miguel Alemán un valioso cargamento de 300 kilos, valuados cada uno en 13 mil 500 dólares. Desde entonces Canicón trabajó bajo las órdenes de Manuel Vázquez Mireles, el Meme, y fue encomendado a misiones especiales asignadas por Jaime González Durán, el Hummer.
El Departamento de Justicia de Estados Unidos señala a Sigifredo Nájera como responsable del atentado con granadas a su consulado en Monterrey, y a las instalaciones de Televisa en esa misma ciudad. Lo acusa además de la tortura y ejecución de nueve militares en la Séptima Zona Militar, con sede también en la capital de Nuevo León.
En 2009 lo detuvieron en Saltillo, en una casa de la calle Paseo de las Rosas en la colonia residencial San Patricio, y junto con él, a la administradora financiera de la organización.
Por su parte, el líder de Los Zetas Heriberto Lazcano designó a su sobrino Roberto Rivero Arana, el Bebo, como coordinador de sus operaciones en Veracruz, Campeche, Tabasco y Chiapas. Su grupo usaba uniformes de Pemex, así como sofisticados sistemas de telecomunicaciones y moderno armamento. Su base era Ciudad del Carmen —el corazón de la industria petrolera—, donde Daniel Arturo Pérez Rosas, director de Seguridad Pública, le brindaba protección a cambio de un pago de 200 mil pesos mensuales.
También en 2009 los cárteles controlaban la ordeña en tomas clandestinas desde Tenosique, Tabasco, hasta Matamoros, Tamaulipas; a donde llegan los poliductos que hacen frontera con Brownsville, en el lado estadounidense. Si la policía interna de Pemex les cerraba una toma o les incautaba algún embarque, iban al rescate en operativos sincronizados.
En marzo, por ejemplo, cuando personal de la GSSF efectuaba un patrullaje fueron bloqueados por tres vehículos sin placas, de los que descendieron cuatro hombres con armas largas afirmando pertenecer a “la maña”. Obligaron a los especiales a subir a sus vehículos, y en una brecha de Altamira, en una bodega recién cateada en la que se había encontrado una toma clandestina, llegó en otro vehículo un hombre que se identificó como el encargado de la plaza. Les advirtió que no se metieran con los choferes de sus pipas, que no detuvieran sus unidades en las carreteras y que no revisaran sus bodegas.
El reporte que los agentes de la GSSF enviaron a sus superiores desde Tamaulipas en marzo de 2009, cita:
Al respecto se aclaró que el personal de esta GSSF no busca droga sino tomas clandestinas y en ese sentido no se podía dar marcha atrás, refiriéndole además que en ocasiones se efectúan recorridos con elementos militares y ellos tenían su propio mando. Posteriormente se entregó a los elementos de esta Gerencia un teléfono celular, supuestamente para que se estableciera comunicación en caso de un aseguramiento para constatar que no fuera uno de sus elementos. Después de lo anterior se retiraron los sujetos regresando las armas a nuestro personal.
Ante tal poderío y nivel de coordinación, desde que los cárteles anunciaron que era hora de que los tapineros les pagaran dividendos, los más avispados en el negocio tuvieron claro que debían pactar con ellos.