DE PEÓN A REY
Cualquiera que haya sido su aspiración económica cuando se enroló como peón en la industria del oro negro, Francisco Guízar Pavón la materializó con creces. En dos décadas pasó de ser suplente de peón en Pemex a Rey de la Gasolina, y se convirtió en uno de los ordeñadores más poderosos y mejor organizados del país.
En su reinado, Guízar tuvo varios palacios; el de la Contry Sol es uno de ellos, y como el resto, ladrillo a ladrillo se construyó con dinero de la ordeña de combustible a los ductos de Pemex.
Cada pared, el techo, las finas molduras de las puertas, los cristales biselados; cada teja vidriada, los azulejos de los baños, fueron pagados con litros y litros de gasolina robada. Con la venta de esos refinados se financió la piscina que puntualmente se abastecía de agua tibia para que la familia y los amigos pasaran plácidos fines de semana. De ahí también se pagaron las tumbonas para reposar la ducha, las sombrillas para atajar el sol, el aire acondicionado en los salones de billar, el paño verde de las mesas y la tiza para afinar los tacos con los que la noche del domingo se cerraba con un massé.
Asimismo, de la ordeña de ductos se compró la moderna cocina, el bien abastecido refrigerador, cada mueble, cada objeto, cada insumo y cada servicio de aquella mansión. Por algo Francisco presumía el sobrenombre de Rey.
Veinteañero, Guízar ingresó a Pemex en 1974. Aquellos eran aún años de bonanza en la Faja de Oro, el yacimiento petrolero del norte de Veracruz y Tamaulipas que durante la década de 1920 ubicó a México como el segundo productor de hidrocarburos en el mundo.
Con esos vastos yacimientos en su tierra, la mayoría de los veracruzanos, como Francisco, buscaba enrolarse en la industria petrolera. Para ello existía una llave maestra: el sindicato petrolero; pero había que acudir de acarreado a los eventos sindicales, acompañar al líder local en los mítines, hacerla de mozo y de golpeador, si se requería, hasta que el jefe decidiera que el postulante era digno de una oportunidad. A Guízar le llegó en 1974, como ayudante de perforación sustituyendo temporalmente a Manuel Zapiain Bolán, otro petrolero recién ascendido a perforador. Ganaba 56.59 pesos diarios más tres para el transporte, con un día de descanso a la semana. De forma itinerante cubrió los puestos de otros obreros y un año después su sueldo se había triplicado; así obtuvo su plaza como miembro del SNTPRM.
Muy pronto Francisco aprendió a operar los equipos para ubicar pozos, así como a perforar y colocar árboles de válvulas. En fin, todo lo que requiere un pozo petrolero para comenzar a producir. Conoció además los procesos de distribución de hidrocarburos y la trampa para hacer indetectable la sustracción: inyectar agua a un ducto en la misma intensidad en que corren por allí los hidrocarburos; hay que dominar todo el mecanismo para saber birlarlo. Guízar adquirió la experiencia suficiente que luego usó para trabajar por su cuenta, aunque no al margen de los funcionarios de Pemex ni de los líderes sindicales.
La PGR asegura que existían indicios de que Guízar operaba tomas clandestinas desde hacía aproximadamente 20 años, pero fue hasta junio de 2010 cuando se le detuvo (AP/PGR/DGCAP/DF/77/2010), pues hubo certeza de que nadie metería las manos al fuego por él.
Desde Nuevo León y en su natal Veracruz (entidades donde radicaba alternadamente) coordinaba las células que trabajaban para él prácticamente en medio territorio nacional: Tabasco, Oaxaca, Jalisco, Sinaloa, Durango, Puebla, Estado de México, Querétaro, Hidalgo, Guanajuato, Veracruz, Tamaulipas y Coahuila. Desde Pemex recibía datos precisos del mapa exacto de las redes de ductos, el tipo de hidrocarburos y refinados que cada uno conducía —o mejor dicho, que transportaría—, y en qué momento se bombearía. Con esa información anticipada, Guízar y sus operadores adquirían inmuebles aledaños a los ductos de su interés, lo mismo que terrenos, parcelas, viviendas o bodegas, en las que se construían instalaciones paralelas con tomas herméticas conectadas a tanques enterrados; no en balde sus años de experiencia y la maestría que adquirió en el negocio con el paso del tiempo.
Compró pipas para transportar gasolina o diesel y bodegas para almacenar sus inventarios. Abastecía a gasolineras de todo el país, a negocios privados e industrias de diversos giros.
Francisco Guízar estuvo siempre al día en sus facturas con funcionarios de Pemex por su colaboración en el negocio, y por su protección, con corporaciones policiacas locales y federales de todas las entidades donde operaba, por eso no vivía a salto de mata ni ocultaba su fortuna. En Veracruz aún se recuerdan los palenques que él, amante de los gallos finos, organizaba en sus ranchos, así como sus prolongadas fiestas y asados de fin de semana —acompañados con vinos y licores importados— a los que no faltaban políticos, funcionarios y sindicalistas petroleros.
Cuando el hijo pródigo de El Copite se convirtió en un próspero empresario, en todo Tierra Blanca su extensa familia exhibía la bonanza. Para nadie era secreto el origen de su fortuna, pues cientos de pobladores de toda la cuenca del Papaloapan trabajaban para él.
Un domingo de junio de 2010, Guízar fue arrestado en el Parque Fundidora, a tres kilómetros de su residencia (AP/PGR/DGCAP/DF/77/2010). Aun cuando estaba preso y la PGR hizo públicas las indagatorias sobre él, sus negocios continuaron en marcha. La maquinaria que adquirió para hacerse constructor con contratos gubernamentales siguió concursando, y sus taxis turísticos en Cancún y Cozumel circulaban si problemas. Su detención, en cambio, generó molestia en muchos pueblos petroleros, en donde su figura es como una especie de Robin Hood: robaba a Pemex —dicen—, pero a ellos les daba trabajo y buena paga.
Como buen conocedor, cuando se enteró de que los cárteles habían abrazado el negocio del petróleo, en efecto, Guízar supo que debía pactar con ellos. Pagando protección supo hacerse de los servicios de grupos tan antagónicos como Los Zetas y La Familia Michoacana.