La familia del hombre
Ahora los documentos de mi padre, los recortes de periódico, los apuntes de clase de Fircroft, las cartas, la libreta Picador que contiene el diario de su primer viaje a Inglaterra llenan toda la mesa. Voy recogiendo los papeles y metiéndolos en las carpetas correspondientes. Sólo queda una cosa: un cuaderno de clase de cuando mi padre tenía doce años.
Me acerco a la ventana del salón. Los visillos están abiertos, pero los mecanismos están viejos y los visillos no corren hasta los extremos. Sigue lloviendo, una rara mañana de lluvia en Madrid. Y con la lluvia todo es posible. La rama de la acacia invisible, cuyo significado se me escapa. La luz de antaño. La posibilidad de días innumerables. Días, días sin cuento. Y con la posibilidad de los días, la posibilidad de la vida, pero no cualquier vida: una vida, mi vida, vivida en el mundo y repartida en días sin cuento. Es esta posibilidad la que me alimenta igual que la lluvia alimenta a las plantas: la posibilidad de vivir incontables días en el mundo, y que cada día contenga al menos un instante donde sea posible sentir que uno está vivo.
Sombras de la lluvia, eso somos. Y la lluvia ¿qué significa? ¿Qué significa una acacia enana en una jardinera? ¿Qué significa el recuerdo de una acacia?
¿Qué me une a mi padre? Los genes, la biología, un delgado filamento de esperma, una historia de amor transformada en dos árboles que crecen lentamente, yo, más tarde mi hermano, un largo río de memorias.
Me acerco a la gran pared de libros de la estancia que siempre hemos llamado «la biblioteca», y busco La familia del hombre. Sé que está allí, en algún lugar. Es un libro negro. Recuerdo la calidad rugosa, casi mineral, de sus cubiertas. Mi padre tenía la costumbre de llevar a encuadernar todos los libros que le parecían importantes, y también encuadernó La familia del hombre. Lo encuentro enseguida, junto con un grupo de libros de arte demasiado grandes, colocados horizontalmente en una de las baldas. Es más pequeño, más fino de lo que yo recordaba. Lo llevo a la mesa y lo abro. Y comienzo a pasar páginas. Y esto es lo que veo:
Una niña desnuda dormida entre las hojas y los helechos de un bosque.
Un río de lava que brilla entre las montañas.
Dos jóvenes tumbados sobre la hierba y abrazados.
Un niño indio tocando la flauta en los Andes.
Dos jóvenes se despiden en una estación de tren y ella sabe que nunca le volverá a ver.
Un joven besa a una muchacha en la mejilla en un mercado de flores de una calle de París.
Una joven novia india se mira en un espejo, rodeada de niñas que sostienen un velo de gasa por encima de ella.
Una mujer embarazada tumbada en la cama con un gatito.
Una mujer embarazada en México.
Varias mujeres embarazadas en Kordofán.
Una mujer embarazada en Japón.
Un médico saca a un niño, todavía con el cordón umbilical sin cortar, todavía sin respirar, húmedo y brillante como una flor recién nacida.
El pecho de la madre y el niño mamando. El pecho parece inmenso, blanco y limpio como la ladera de una montaña.
Una madre con un vestido de cuadritos mira a su bebé desnudo sobre la cama.
Una mujer pigmea avanza por la selva con su bebé colgado de una bandana.
Una niña rubia de grandes ojos mira hacia arriba con miedo, o quizá con resentimiento.
Rostros preocupados. Rostros de mujeres preocupadas, de niños y de hombres y de ancianos y ancianas preocupadas. Rostros de mujeres preocupadas en México, en Laponia, en la India, en Checoslovaquia, en Estados Unidos.
Unos niños desnudos saltan sobre la arena en Bechuanalandia. Ríen, y parecen volar.
Una hilera de niños muy contentos caminan en fila a través de un parque en América, siguiendo a un joven vestido de húsar.
Un niño mira a una vaca en Inglaterra.
Un niño desnudo se lanza al agua de un lago en Estados Unidos.
Una niña camina como una modelo frente a una hilera de niños que ríen, en la calle de una ciudad industrial en Inglaterra.
Unos niños felices y con las caras sucias ríen en el porche de madera de una casa pobre en Estados Unidos.
En Alemania, unos niños dentro de una casa en tinieblas contemplan a través de la ventana cómo un avión de juguete blanco y resplandeciente vuela por una calle en tinieblas.
Un niño de Java aprende danzas tradicionales.
Un niño amenaza a su madre con un palo en un barrio de casitas pobres de Estados Unidos.
Un niño con aspecto de matón agarra a otro por el cuello y cierra el puño como para golpearle, y el otro tiene tanto miedo que no puede moverse.
Caras de niños tristes, niños con miedo. Niños pobres, niños asustados, niños hambrientos.
Tres niñas miran al fotógrafo desde detrás de una valla de alambre, en un campo en Canadá. Las tres tienen una cara muy seria, como si algo terrible acabara de suceder. Al fondo se ve una casita de madera.
Un niño mendigo de unos tres años camina por la acera de una ciudad.
En Bechuanalandia, un padre le enseña a su hijo a cazar antílopes con lanza. El antílope, un eland muy bonito, está pastando frente a ellos, y los perros lo rodean expectantes y con la lengua fuera, esperando a que caiga al suelo para abalanzarse sobre él.
Un soldado que empuña un fusil se abraza a un niño de unos cuatro años, que llora desconsoladamente.
Un hombre y un niño, tumbados a ambos lados de un sofá, leen el periódico una mañana de Domingo en una casa muy agradable. El hombre lleva chaqueta y corbata.
Dos campesinos en Italia con un niño cocoliso, los tres sentados muy sonrientes en lo alto de un carro.
Una familia de campesinos en Sicilia. Una familia de campesinos en Japón. Una familia en Bechuanalandia, frente a una cabaña de paja. Una familia en Estados Unidos, con retratos decimonónicos en las paredes.
Hombres cortando hierbas en Kenya.
Un maderero en Estados Unidos, de pie con las piernas abiertas como una estatua de Paul Bunyan.
Un pastor de cabras en Irán.
Unos campos escalonados de arroz en Indonesia. Ésta es una imagen del Paraíso, y cuando era niño solía soñar mirándola. Al fondo hay cocoteros, y los picos levantados de los techos de las cabañas, y luego las líneas paralelas del mar.
Cosechadoras en Estados Unidos.
Los brazos musculosos de unos obreros en Suiza.
Una gallina con sus pollitos en la alacena de una cocina, en Irlanda.
La construcción de un túnel en Italia, una imagen del infierno, con enormes andamios de madera llenos de trabajadores.
Elefantes usados como tractores en Pakistán, en una cuesta de tierra.
Un obrero subido a una viga colgada del cable de una grúa en Estados Unidos.
Un herrero golpeando el yunque.
Un hombre bebiendo agua ávidamente de un grifo en el Congo Belga.
Un minero en Bolivia.
Un niño minero en Gales, muy sucio y con ojos vivos.
Las fornidas manos de dos hombres (una de ellas con un anillo) se aferran a una palanca intentando moverla.
Una hilera de hombres, enjaezados como animales, tiran de un barco en un río de China.
Las manos de una mujer anciana que se ha pasado la vida trabajando.
Las manos de una mujer que está trabajando con piezas metálicas colocadas en seis cajitas frente a ella, multiplicadas cien veces por el movimiento.
Mujeres lavando ropa en el río en Austria.
Una calle llena de miles de cuerdas con ropa tendida en Estados Unidos.
La fachada de un edificio de oficinas. A través de las ventanas se ven las oficinas y a las personas que hay en ellas.
Un hombre dictando una carta a su secretaria.
Un estudio de arquitectura, con hombres en mangas de camisa trabajando sobre grandes mesas de dibujo.
Una hilera de mujeres en África, algunas vestidas con preciosos vestidos, otras denudas, llevando en la cabeza cajas o racimos de plátanos.
Dos jóvenes llenando una calabaza de agua en una charca en Costa de Marfil.
Una mujer anciana y de pechos arrugados contempla los bonitos pechos de una muchacha joven que lleva una cesta sobre la cabeza en Bali.
Una hilera de mujeres muy bien vestidas y sonrientes en el mostrador de una tienda de hamburguesas en Estados Unidos.
Un hombre elegantemente trajeado echa sal a un huevo duro, sentado sobre la hierba en un parque en Francia.
Niños jugando al corro. Niños jugando al corro en China, en Israel, en Francia, en España, en Japón, en la URSS, en Suiza, en Estados Unidos, en Rumania, en Perú, en Alemania.
Una niña toca una flauta dulce sentada en una roca muy inclinada.
Una niña, con un vestido largo y descalza, parece recitar un texto o cantar una canción subida en una tarima de madera.
Un teatro de ópera lleno, coronado por una inmensa araña.
Una orquesta toca en medio de un parque en Uruguay. En primer plano se ve una tuba.
Los movimientos de una bailarina de ballet, multiplicados mil veces por medio de una serie de exposiciones sucesivas.
Un baile de sociedad en Francia.
Bailes tradicionales en México, en Escocia, en Alemania, en Mauritania.
Una mujer baila y canta como en éxtasis en un bar, en Brasil, rodeada de hombres que tocan su vientre, su costado y su brazo con los dedos.
Un joven y una muchacha a la que le falta un diente bailan muy abrazados en una fiesta popular, en Brasil.
Un bar en Hungría. Una comida de gala en España. Un restaurante popular en Francia. Una fiesta en Borneo.
Dos jóvenes se besan cuando llegan al punto más alto del recorrido del columpio-barca en el que se están columpiando.
Unos niños montados en unos karts que, aparentemente, corren por el interior de un inmenso cilindro, en Chicago.
Una pareja de jubilados en la playa: el hombre, que lleva calcetines sujetos con tirantes, hace un solitario sobre una maleta y fuma en pipa.
Un anciano cuenta muy expresivamente una historia a un grupo de jóvenes y niños desnudos de ambos sexos, en una cabaña de Bechuanalandia.
Un hemiciclo lleno de alumnos de ambos sexos en Checoslovaquia.
Las manos de un hombre mayor que está aprendiendo a escribir, empuñando una pluma y trazando aes en un cuaderno.
Un niño escribiendo en árabe en una pizarra en Palestina.
Un aprendiz de monje en Borneo, muerto de sueño o agotamiento, apoya la cabeza en la mano.
Un profesor con traje y corbata demuestra (aparentemente) una postura de yoga sobre la mesa en el Institute for Advanced Study, Princeton, frente a varios estudiantes varones que llevan corbata y están en mangas de camisa.
Albert Einstein en medio de sus libros, en Princeton, agarrándose el labio inferior para pensar mejor.
Un hombre levanta en la mano, en mitad de la oscuridad, una varilla llena de luz.
Un escolar con la cartera a la espalda desciende por unas escaleras en una ciudad alemana totalmente destruida por los bombardeos.
Un hombre y una mujer sentados el uno al lado del otro, enfadados y sin mirarse, en un café de Francia.
Una pareja de negros pobres, en Estados Unidos, ella tumbada en la cama y mirándose las uñas, él sentado en el borde de la cama y mirando hacia ese lugar lateral, oscuro, indefinido al que miran siempre los que están preocupados.
Un soldado y una chica sentados en un banco y abrazados, frente a un río, y otra chica al otro lado que apoya el codo en el hombro del soldado.
Una muchacha y un hombre duermen tendidos sobre una roca. Él tiene la cabeza apoyada sobre la pierna izquierda de ella.
Una muchacha joven de pelo rizado, que se parece mucho a mi madre cuando era joven, se apoya en un parquímetro y mira a la izquierda con una vaga sonrisa.
Dos hombres juegan al ajedrez en lo que parece ser la parte trasera de una tienda en North Carolina, rodeados de hombres y mujeres de expresión plácida y amable. Algunos de ellos deben de ser clientes.
Una mujer mayor, elegante y con un exuberante escote «palabra de honor», contempla con gesto de frustración y hastío una ruleta en un casino en Puerto Rico.
Unas ancianas francesas, vestidas de negro, con sombrero y con gesto severo y crítico contemplan al fotógrafo en una calle de París.
Un niño muerto en un ataúd en una casa muy pobre en España. El ataúd es una simple caja de madera, pero está pintada con dibujos barrocos.
Un soldado muerto en un campo de batalla, con la boca abierta.
Un niño de unos doce años contemplando un cementerio desde lo alto de una piedra, rodeado de árboles y de cruces blancas.
Dos mujeres llorando sobre un ataúd de madera en Corea.
Un funeral en Alemania bajo la nieve, gente con paraguas y un párroco rezando frente a la tumba abierta. Los copos de nieve tragados por el hueco oscuro de la tumba.
Una mujer con un bebé en los brazos, en un pueblo de casitas blancas, en España.
Un niño (o quizá una niña) toca la flauta en los Andes.
Una mujer apoyada en el respaldo de un banco, perdida en sus pensamientos. ¿Adónde miran las personas preocupadas? Todas parecen mirar al mismo sitio. ¿Qué sitio es ése? ¿Dónde está? ¿Quién vive allí?
En la guerra de Corea, un soldado llora en los brazos de otro soldado.
Un anciano negro vestido con ropas pobres y rotas llora llevándose un pañuelo a los ojos, y una mujer con aspecto compasivo le pone la mano en la cabeza.
Una mujer muy delgada, con un vestido blanco y con los brazos cruzados en una X perfecta, mira al vacío con gesto de enorme preocupación.
Un hombre mira al vacío con gesto de desolación, con dos niñas a su lado: una le mira a los ojos, y la otra apoya la cabeza en su hombro. ¿Adónde mira? ¿Mira verdaderamente al vacío? ¿Qué es el vacío? ¿Dónde está?
Una mujer muy sucia y con la ropa vieja y rota mira al vacío con el gesto contraído por una intensa preocupación. Dos niños se abrazan a ella, también sucios, con el pelo sucio, con ropas viejas.
Un ser que no se sabe si es hombre o mujer, joven o viejo, come un trozo de pan en Holanda. Ésta es la representación del hambre.
Mendigos. Un niño mendigo en China. Mendigos en la India, extendiendo las manos. Manos que piden. Manos abiertas.
Iglesias. Templos. Unos niños judíos en una yeshivá en Checoslovaquia. Una joven mexicana sosteniendo una vela en medio de la oscuridad.
En Colombia, un barrendero deja su trabajo y se arrodilla al paso de un sacerdote, que va acompañado de un hombre que sostiene una sombrilla sobre su cabeza. Todo esto sucede en una gran avenida llena de árboles y de luz blanca entre los árboles.
Una muchacha extraordinariamente parecida a la Venus de Botticelli. Una hebra de pelo ondulante cruza sobre sus labios.
Una mujer pintándose la cara en Sudáfrica.
Un grupo de pioneros yugoslavos, las chicas delante, los chicos detrás, todos muy sonrientes, todos con uniforme militar.
Un chico hablando con dos chicas en un porche en Estados Unidos.
Un grupo de adolescentes inglesas charlando de algo que les parece muy interesante.
Dos jóvenes metidos en un agujero en mitad de una playa llena de gente en Estados Unidos. El agujero es tan profundo que sólo se ven sus cabezas. Ella parece preocupada, y él la rodea con el brazo y le habla al oído.
Un grupo de judíos conducidos por los soldados nazis en el ghetto de Varsovia. En primera fila hay dos mujeres, un hombre y una niña con un abrigo de cuadros.
Unas mujeres jóvenes vestidas con ropas blancas y con cintas blancas en el pelo gritan desesperadamente al otro lado de unas alambradas en Corea.
Un tranvía indonesio lleno de gente, en cuyo costado alguien ha escrito «todos los hombres han sido creados iguales».
Una mujer habla en un juicio, en Francia.
Un magistrado, quizá un juez, consulta un libro muy grueso.
Votaciones. Mujeres votando en Francia, en Japón, en China, en Turquía.
Rostros que nos miran. El rostro de un soldado en Corea. El rostro de una joven en México. El rostro sucio y asustado de una niña en Nagasaki.
Un soldado caído boca abajo en una trinchera.
Parejas ancianas. Una pareja de indios americanos. Una pareja de sicilianos. Una pareja de chinos. Una pareja de polacos. Una pareja canadiense, dos grandes rostros arrugados, intemporales, mitológicos.
La sala del consejo de las Naciones Unidas.
Una muchacha (?) sostiene una bandeja llena de flores y ramas llenas de hojas que cubren sus caderas y sus piernas.
Un niño toca la flauta en los Andes.
Una niña china intenta coger una pompa de jabón que flota en el aire.
Unas niñas ayudan a ponerse un traje de Navidad a una niña más pequeña.
Unos niños juegan con unas cajas de cartón como si fueran coches de carreras.
Niños. Dos niños caminando por el borde de un río en Inglaterra. Una niña pequeñita cubierta de hojas, sola en mitad de un parque en Francia. Una niña caminando descalza con una cesta en la mano en México. Un niño con una sola pierna camina con una muleta en Marruecos.
Y la última foto: dos niños pequeños, un niño y una niña, caminando cogidos de la mano por un camino del bosque, de espaldas a nosotros, alejándose de nosotros.
Y me quedo prendido de esta última imagen, la imagen de dos niños que se alejan.
¿Qué es, me pregunto entonces, aquello que siempre se aleja de nosotros? ¿El tiempo? ¿La juventud?
Somos mi hermano y yo, pienso mirando la foto, caminando solos por el bosque cogidos de la mano. Los padres tienen un hijo y luego le dan un hermano para que no esté solo. El primer hijo es un hijo, pero el segundo hijo es siempre un hermano.
¿Qué es aquello que siempre se aleja de nosotros? ¿El tiempo? ¿La juventud?
Me quedo mirando la foto, como si en esta sencilla imagen que he mirado tantas, tantas veces, se escondiera un secreto íntimo y terrible.
No es el tiempo. No es la juventud. Son los hijos. El tiempo nos deja, el mundo nos deja, la juventud nos deja, pero todo eso, el tiempo, el mundo, la juventud, siguen vivos dentro de nosotros. Somos el mundo, y somos siempre los jóvenes que fuimos, del mismo modo que somos el embrión que fuimos y el astro que seremos. Los hijos, en cambio no son nuestros ni podemos contenerlos. Surgieron de dentro de nosotros, de la médula de nuestros huesos, pero desde el momento en que los pusimos en este mundo comenzaron a alejarse. También las estrellas se alejan todas unas de otras. Mi padre, que tantas veces me miró y que tantas veces habló conmigo, ya no puede mirarme, no sabe cómo es mi rostro. A menudo pienso que me gustaría hablarle, contarle las cosas que me han pasado, explicarle que todo va bien (aunque no sea cierto, y esperando que él no pueda saber que no es cierto), pero ya no es posible. No es posible porque yo soy uno de esos niños que se alejan por el bosque, porque me he alejado de él caminando por el bosque del mismo modo que mis hijos se alejarán de mí. Ahora, por fin, tengo los ojos llenos de lágrimas. Ahora, por fin, llueve fuera y dentro de casa. Ahora la lluvia es ya universal. Es la lluvia de los inocentes, que cae sobre el mundo.