Me sentía como si me hubiera vuelto una especie de artefacto —un enchufe eléctrico o una tubería de agua—, con la mayoría de mi esencia interna absorbida fuera de mí y oculta en esas paredes. Las paredes se convirtieron en mi piel, mientras mi cuerpo real era algo ingrávido y hueco. Si salía al mundo, corría el peligro de flotar por ahí. La mayor parte de mí se quedaba detrás, en las paredes de mi apartamento. Pronto volvería para recuperar el resto de mi ser y revolearme en una agonía de desolación.
Mis pensamientos exploraban las más espantosas circunvoluciones. Me sentía a mí misma, desvaneciéndome, desvaneciéndome. Hasta que no supe de su fabuloso salón de tatuaje, no pensaba salir fuera para llevar los remolinos internos a la superficie, para absorber más completamente mi entorno antes de que éste absorbiera lo que quedaba de mí. Cada uno de nosotros somos un laberinto, madame Enchantia, y la lucha ha sido siempre escapar de nosotros mismos. Sin embargo, luchar es inútil. Si sólo pudiera exteriorizarlo y aceptar completamente estas verdades, me curaría. Todavía rezo para que acepte a esta ansiosa peregrina.