Hay un libro sobre un clérigo de Samuel Pepys. Hay otro sobre Lola Montes en el antiguo San Francisco. Soy aficionada a las biografías. Las personas sobre las que se han escrito libros son mucho más fascinantes que las personas que los escriben. O los leen, en este caso. Leo sobre gente del pasado, gente que está muerta, que me conocen y se alegran de que yo exista. Nunca siento eso con las personas que conozco en mi existencia cotidiana. Prefiero estar con la gente de los libros que con la gente de la vida real. Prefiero estar con gente que está muerta.
El dormitorio se convirtió en el estudio de un artista: Mi amante era pintora. Ahora la habitación está vacía. El teléfono no llega, pero está bien, porque odio entrar allí. Me recuerda cosas, cosas que se fueron. Es como un desierto, demasiado brillante a causa de las enormes ventanas a lo largo de dos paredes, ventanas de cristal emplomado espectacularmente altas; arco iris que brilla sobre todas las cosas. Es opresivo. Prefiero una habitación oscura. Puedo tener cortinas oscuras, visillos negros o, simplemente, pintar las ventanas de negro, después aumentar mi biblioteca cuando me sienta lo bastante ambiciosa como para añadir más estanterías. Tal como está, la habitación es inútil, horrible. Cuando entro ahí me siento como un vampiro atrapado en un invernadero.