¿Cómo se vive en una casa encantada? Es espantoso, perturbador, irritante; y al final, sólo lo soportas. A veces me despierto por la noche y oigo ese terrible sonido, que ahora se me ha hecho bastante familiar y rutinario. Voy a la puerta de al lado. Si me toca, entro en el ligero y rancio olor a habitación de enfermo que nada puede suprimir totalmente y vigilo el joven cuerpo viejo que se hace un poco más desvalido cada día. Por un momento me posee una extraña conciencia. En mi mente, una Rose perdida grita y forcejea y tiene visiones violentas y despiadadas de huida de su hija y de ella misma. Pero no duran. Escaparemos Don y yo, muy pronto. Desde luego, será demasiado tarde (como siempre, temió Rose). No creo que nos mudemos nunca, por una razón: aquí hay demasiadas cosas que amamos, demasiados recuerdos enterrados. Y hay una tranquilidad en esta clase de vida que te embota. No creo honestamente que pudiera afrontar de nuevo la carrera de ratas, aunque me atrapara.

¡No es culpa nuestra!

Ése fue el primer grito de Don cuando la trajo a casa, el día que recordaremos siempre como el más importante de nuestras vidas. Un tormento así desnuda a la gente desnuda. Quería decir que la enfermedad de Suzy no es hereditaria. Nadie entiende realmente por qué niños como Suzy sufren y mueren: todavía no. Hay algunas estadísticas que acusan a un pesticida que era' de uso normal cuando yo estaba embarazada (ahora está prohibido en el país), pero nadie lo ha demostrado. Y quizá Don y yo, aunque al principio solíamos pedir respuestas como un par de Furias implacables, somos más felices en nuestra ignorancia. Demasiado poco, demasiado tarde. Lo poquísimo que intenté hacer para preservar el mundo por el bien de Suzy, ahora parece absurdo. Es mejor no pensar demasiado. Es mejor quedarse en casa y dejar que el mundo se cuide a sí mismo.

Esta casa. Debería de haber sabido que remodelarla no era suficiente. Deberíamos haberla demolido, haber quemado los cimientos hasta el lecho de roca. A veces me atormento con pensamientos de este tipo, con la convicción de que había una oportunidad que no aproveché: que cuando nos mudamos aquí, intenté desafiar a algo antiguo y absolutamente implacable y que había sido horriblemente castigada. Pero más a menudo acepto la otra versión, la que hiere menos. Comprendo lo que era —quién era— lo que me venía a contar malas noticias... Ahora no hace falta avisar, pero creo que mientras vivamos en esta casa la figura de las escaleras estará siempre ahí, mirándome hacia atrás por encima del hombro. Me encontraré un poquito más cerca, un poquito más cerca aún, cuando pasen los años hasta que al final pueda reconocer su cara.

Me resulta muy difícil desconectar de mi atareada forma de vida de hoy en día. Cuando me obligo a descansar, termino así, ni viendo la televisión ni leyendo un libro. En algún momento tendré que buscar algo que hacer, da igual qué.