Parece muy seria, madame Enchantia. ¿Por qué no dice nada? ¿Todavía está al teléfono?

Parece muy triste, madame Enchantia. Siento que yo la preocupe tanto. Ella y yo nos llevábamos tan bien. Éramos una pareja perfecta. Todos lo decían.

Vestíamos brillantes kimonos bordados, parecidos. Eso era antes de que yo empezara a vestir de negro. Pasábamos por la ciudad lluviosa con altos zuecos de madera para no mojarnos los pies. Íbamos bajo un gran paraguas de papel, cogidas del brazo. Los turistas siempre nos hacían fotografías. Éramos personajes locales, gustábamos a todos y todos sonreían al vernos. Después me quedé sola y todos me preguntaban dónde estaba ella. Se sorprendieron cuando les dije que me había dejado. Después de tantos años, nos habían aceptado.

Grité, estuve taciturna y vagué sola por las calles, arrastrando mi paraguas al revés. Me lamentaba en las puertas de las tiendas. Incluso me arrestaron por hacer ruidos con los ojos, con la nariz y con la boca, ruidos de dolor que a nadie gustaban.