De: EmmaVoltaras@elboscdelesfades.com

Para: Anna24086@conservatoribarcelones.com

Asunto: Night and Day, Cole Porter

Querida Anna,

Sé que hace tres días que te debo un correo, pero desde que te fuiste he estado flotando en una especie de feliz nebulosa que me impide ponerme a hacer algo tan prosaico como teclear en el portátil. Te aseguro que no sé cómo William Lexington consigue pasar tantas horas escribiendo sin dejarse enredar por la suave llamada de este sitio.

Anna, Anna… Ven… Ven…

¿No oyes cómo te llama? Es El Bosc de les Fades que también te echa de menos.

Y no me digas que tú no nos echas ni siquiera un poquito de menos porque no me lo creo. Pese a tu fingido horror por nuestras bárbaras costumbres (pícnic de medianoche sobre una alfombra, paseos por el bosque sin brújula, serenatas y dulces en una buhardilla, conciertos de heavy en el Rosebud, desayunos con mantequilla de verdad, picoteos a deshora en el invernadero) sé que conseguimos robarte el corazón y que la misma noche del domingo, cuando todos salimos a despedirte con nuestra carita más triste (en realidad nos daba pena ver lo nuevecito que estaba tu Audi y lo mal que iba a quedar después de pasar por el no-camino de regreso a la civilización), sentiste nostalgia de dejarnos.

Ha sido estupendo tenerte aquí todo el fin de semana. Y cuando el lunes te llamé desde el pueblo y me dijiste lo bien que lo habías pasado me sentí todavía mejor. Creo que tenía una deuda enorme contigo, la de demostrarte que he sido capaz de salir adelante, que he sabido aprovechar la oportunidad que un día me ofreciste, casi por casualidad, al decirme que quizás me habías encontrado un nuevo trabajo, un nuevo lugar en donde vivir.

Ahora has conocido mi refugio y mi otra familia. Has hablado con Marbel como si fuerais viejas amigas y te has maravillado con el encanto de Aurora como si fuese la primera vez que oías hablar a una niña de nueve años sobre las constelaciones y el recuerdo lumínico de las estrellas. Te has dejado mimar por las delicias culinarias de Joaquim y has aplaudido a rabiar a los Hell on the Earth. Te has encandilado de Tristán, has odiado un poquito la perfección de Carlota, y has sido capaz de contener la risa nerviosa cuando Samuel me ha besado delante de ti. Hasta Phillip te ha chillado un poquito cuando has dejado el paraguas en el impoluto paragüero de su recepción. Y le has ofrecido a William Lexington el inconmensurable honor de ir a tomar el té con él al Caelum et mare. Creo que la tournée turística ha sido completa.

Y mientras te escribo ya puedes imaginarme en la enorme cama de mi habitación, con la manta color melocotón sobre las rodillas (la misma que arropó nuestras confidencias) y el portátil en precario equilibrio soportando mi teclear veloz. Hasta me entenderás cuando te diga que por la ventana todo se ve como si fuese de algodón.

Ha sido un alivio poder hablar contigo, cara a cara, sobre todas las cosas que siempre se quedan en este tintero virtual. Como tú dices, pronunciar en voz alta ciertas cosas era necesario para exorcizar los recuerdos más emponzoñados. Hasta que llega un momento, inesperado, en el que te das cuenta que recordar ya no duele como antes, y que algunas cosas han vuelto a encoger hasta ocupar el pequeño lugar que les correspondía y otras casi han desaparecido en la distancia.

Y aunque sé que me queda poco tiempo de estar aquí, que la primavera está a la vuelta de la esquina (el jardín inglés de Samuel no tiene piedad en recordármelo cada vez que entro en su recinto), también sé que pase lo que pase estos meses han sido una de las mejores cosas que me han pasado nunca. Y quería que tú también formaras parte de todo, no solo por correo, sino conociendo de primera mano a todos. Para que luego, cuando un día los recuerde, no tengas que acusarme de haber mitificado nada con mi imaginación de música descalza.

Ayer, mientras desayunaba con William Lexington me comentó que no le parecía casual haber acabado pasando una larga temporada en El Bosc de les Fades.

—Llevaba tanto tiempo encerrado en casa, llorando la muerte de mi esposa, que me olvidé del tiempo que había pasado sin escribir ni una sola línea que mereciese la pena ser leída por un ser humano.

—¿Y entonces le pidió ayuda a Martha?

—No —sonrió mi Premio Nobel—, más bien me dio un buen tirón de orejas. Había conseguido evitarla durante algunas semanas dejando de contestar sus llamadas de teléfono y sus correos electrónicos. Así que se presentó en mi casa a traición y me echó a los perros.

—¡Ja! Conozco el discurso. Apuesto a que le echó en cara que se recrease en su autocompasión en lugar de incorporar su dolor como un bagaje más de todos los que enriquecen nuestras vidas.

Lexington se quedó de piedra, con la taza de té suspendida en el aire camino de los labios.

—¿Cómo lo sabes?

—Anna.

—Buena amiga, tu Anna. Me gustó.

¿Ves? Le gustaste.

—Así que le envió a El Bosc de les Fades —le apunté.

—Sí. Me prometió un lugar tranquilo y apartado en donde pudiese estar solo. Pero me advirtió que solo de mí dependería qué haría con ese tiempo de descuento. Lo llamó así, tiempo de descuento.

—Y ahora ha vuelto a escribir.

—Truman Capote tiene un relato muy curioso que se titula Plegarias atendidas, en el que alerta sobre los peligros de desear algo.

—Debemos tener cuidado con lo que deseamos porque se puede cumplir.

—Exacto —me miró feliz—, a eso me refería. Cuando se desea, hay que hacerlo minuciosamente bien porque las bromas del universo no tienen límite. Vine aquí con el deseo de estar solo. Y, de repente, me encontré tan solo que me asusté.

William me miró con algo parecido a la ternura, si es que la mirada de los auténticos escritores puede permitirse ese lujo, y me sonrió cómplice.

—Hasta que una ninfa de los bosques vino a salvarme.

Enrojecí hasta las orejas, por supuesto, pero me sentí orgullosa de haber rescatado al señor Lexington de tanta soledad.

—¿Por qué viniste tú, Emma?

—Porque no me quedó otro remedio —le confesé dándome cuenta de que era verdad—. Lo había perdido todo: casa, trabajo, amigos. No me quedaba más opción que ir en busca de otro lugar donde vivir.

—¿Pero por qué precisamente aquí de entre todos los lugares? ¿Por qué quedarse aquí y volver a sonreír sin que parezca un anuncio de dentífrico?

No sé, Anna, ¿por qué precisamente El Bosc de les Fades? ¿Por azar? ¿El destino? ¿Porque me resultaba indiferente cualquier lugar mientras estuviese lo suficientemente lejos de los restos de mi naufragio?

—Porque este lugar no salía en el GPS. Me pareció que nada malo podría venir a encontrarme.

El año que viene saldrá a la venta una nueva novela de William Lexington. Tú y yo la leeremos juntas, sabiendo dónde y por qué la escribió. Y será como si nunca antes hubiésemos leído ningún otro libro.

Cómo voy a echar de menos a este hombre sabio que ha vuelto a coger la pluma como yo una vez volví a sostener el arco de mi violín: de nuevo con ganas.

Te dejo, Anna, Samuel me llama. Prometo seguir contándote, ahora que ya eres cómplice conocedora de mis escenarios.

Con cariño,

Emma

P. D.: Las orquídeas siguen vivas y hermosas, ¿puedes creerlo?