De: EmmaVoltaras@elboscdelesfades.com
Para: Anna24086@conservatoribarcelones.com
Asunto: El vals del minuto, Chopin
Querida Anna,
Cuando me dijiste que me habías conseguido un trabajo en El Bosc de les Fades te olvidaste de añadir «si es que eres capaz de encontrarlo».
Aquí no hay hadas. Hace mucho tiempo que se fueron de este bosque sombrío y tétrico. Y desde luego, si alguna vez visitaron el hotel fue por casualidad porque llegar hasta aquí es casi cuestión de azar. Las indicaciones de la página web bien podrían ser un mapa de Mordor porque para el caso son igual de reales. Los paneles informativos escasean y solo los encuentras cuando ya estás en el buen camino, pero ¿cómo encontrar ese camino? Ah, sí, y el GPS insistió empecinadamente en hacerme seguir al conejo blanco de Alicia a través del espeso bosque. Una y otra vez.
Me he perdido tantas veces que he estado a punto de dar la vuelta y volver a Barcelona. Aunque cuando no tienes nada ni a nadie que te espere allí de dónde vienes la única posibilidad que te queda es seguir siempre hacia adelante.
Y cuando por fin encontré el camino de tierra (por llamarlo de alguna manera) que llevaba al hotel, justo antes de la puesta de sol, la alegría me duró escasos minutos. Lo justo para comprender que en semejante terreno mi coche no llegaría entero hasta su destino. No puedo permitirme llevarlo al taller, tendría que venderlo para pagar las reparaciones.
Está bien, dejo de quejarme ya. Te imagino moviendo tu preciosa cabecita rubia y chasqueando la lengua en señal reprobatoria. Tu amiga es una ingrata, qué le vamos a hacer.
Sin embargo, cuando por fin llegas hasta la puerta de hierro forjado y la atraviesas para tomar el sendero principal, El Bosc de les Fades te deja sin aliento. Entonces comprendes por qué un lugar semejante se resiste a ser ubicado por cualquier GPS del mundo: la belleza no responde a los satélites.
El hotel El Bosc de les Fades es un antiguo monasterio benedictino del siglo X, reformado y reconstruido incontables veces, pero sigue teniendo la grandeza de las obras de antaño y conserva singularmente intacta la altísima torre del campanario. La construcción de la izquierda es ligeramente más grande que la de la derecha pero ambas fachadas, separadas por la entrada —antiguo pórtico de la capilla principal con rosetón incluido— y la torre, lucen las arcadas barrocas restauradas, probablemente del siglo XVIII. Intensamente iluminada por los discretos pero potentes focos distribuidos por el edificio, resulta impresionante. Un oasis de luz en medio de la nada más oscura.
Y digo la nada porque el hotel está en medio de un bosque espeso, antiguo, extensísimo. Desde la balaustrada de la puerta principal, un poco elevada, solo ves copas de pinos, acacias y robles. Imagínatelo de noche, Anna, con su fachada blanca iluminada.
Y el silencio. Un silencio suave, amable, salpicado por el ulular de las lechuzas y el quejido de las ramas viejas. Me imagino un cielo estrellado en verano y el concierto nocturno de los grillos. Aunque no creo que siga aquí para entonces.
Te contaré más cosas sobre el hotel, pero ahora estoy cansada y quiero irme a dormir y todavía tengo que explicarte muchas cosas de mi llegada. Te hubiese llamado pero —oh, sorpresa— no hay cobertura para los móviles. Ni una pizca. Tampoco hay fijo en mi habitación y el recepcionista me daba demasiado miedo como para bajar a pedirle que me dejara usar un teléfono.
Bien, ¿por dónde iba? Ah, sí, estaba extasiada con la contemplación del hotel.
Cuando me he recuperado de la impresión, he seguido el sendero de grava hasta una placita con la estatua de una señora en el centro y una casa rosa de dos pisos al otro lado. He visto aparcados tres todoterrenos en distintos grados de descomposición mecánica y he aparcado el coche junto a ellos. La noche había caído con rapidez y al salir del pequeño Ford Fiesta me ha entrado mucho frío. De esa clase de frío en la que puedes ver las nubecillas de tu aliento flotando delante de ti.
Llevaba un buen rato con el portamaletas abierto, decidiendo qué llevarme —era evidente que tendría que hacer varios viajes y ya conoces lo indecisa que soy— cuando me he dado cuenta de que había alguien a mi lado. Era un tipo guapo, con pelo de surfista australiano y un bronceado evidente incluso con la tenue luz que nos llegaba a la plaza desde el hotel.
—¿Qué estamos mirando? —me ha preguntado sacándome de mi embeleso.
Le he dicho que era Emma, la nueva camarera de habitaciones, y él se ha presentado como Tristán Brooks, el hermano pequeño del jefe y, según sus propias palabras, el menos aburrido de los dos. Me ha ayudado a sacar los trastos del portamaletas y me ha acompañado hasta la puerta hablando sin cesar sobre lo pintoresco que es Mirall de Mar, sus playas y la importancia de no salir de noche por el bosque a riesgo de encontrarme con su hermano en luna llena.
Pero cuando estábamos a punto de entrar en el edificio principal lo he visto indeciso, titubeante. Ha empezado a farfullar algo sobre Phillip el dragón —o eso me ha parecido entender— y ha tartamudeado una disculpa al más puro estilo Hugh Grant.
—Bienvenida, Emma. Buena suerte ahí dentro.
Esas han sido sus últimas palabras antes de desaparecer camino de la casa rosa del otro lado de la pequeña plaza, dejándome con un montón de equipaje y solo dos manos.
Te ahorraré los detalles de mi bochornosa entrada sepultada bajo las maletas. Te bastará saber que estuve a punto de ver muy, pero que muy, de cerca la hermosa alfombra granate que cubre el suelo de la recepción.
La recepción es pequeña, apenas un espacio blanco a la izquierda de la hermosa entrada principal con puertas de vidrio (esas que se abren y se cierran de manera inesperada). En ella hay una mesa alargada casi totalmente ocupada por una pantalla de ordenador, dos teléfonos y una enorme impresora. Sentado tras la mesa había un ogro malhumorado con acento francés que sostenía una diminuta taza de té de porcelana verde pastel, con platillo a juego, mientras me fulminaba con su mirada.
Tomarse una aromática taza de té (te prometo que era té de verdad, no el de bolsitas del supermercado) y expresar tanta malquerencia al mismo tiempo es todo un arte que Phillip, el recepcionista, domina a la perfección.
—Soy Emma, la nueva…
—Espera en la biblioteca.
Ahí es cuando he descubierto su acento francés. Pero no creas que ese deje le hace parecer más humano, o más sexi, o más simpático, sino todo lo contrario.
Por su vago gesto he deducido que la biblioteca estaba en algún lugar pasillo adelante. He recogido mis trastos como he podido y los he arrastrado a lo largo de un hermoso corredor pintado de amarillo. Cómo conseguir que las paredes pintadas de amarillo resulten glamurosas no lo sé, pero el decorador de El Bosc de les Fades lo ha conseguido.
La biblioteca es una coqueta habitación con simulacro de chimenea incluido, con las paredes forradas de estanterías repletas de libros y una colección de butacas desparejadas repartidas cerca de las ventanas.
Solo una de las lámparas de pie estaba encendida cuando he entrado en la estancia. Pero no estaba vacía. Junto a una de las paredes, sentada en un sillón de terciopelo verde botella, había una señora rubia vestida como para ir a un baile de disfraces de finales del siglo XIX. Hermosa, unos cincuenta años, quizás más, con el pelo brillante peinado en ondas cortas y asimétricas. Parecía preocupada.
—Buenas noches —le he saludado.
Me ha mirado entre sorprendida y curiosa, y una sonrisa amable se ha dibujado en sus labios.
—Ah, querida. Qué sorpresa.
—Soy Emma, la nueva camarera de habitaciones. —Parecía que esta noche era la única frase que salía de mis labios.
Me ha mirado algo extrañada pero enseguida ha vuelto a sonreír.
—La doncella —me ha dicho moviendo su hermosa cabeza aprobatoriamente—. Tengo que decirte algo.
Pero antes de que pudiera extrañarme (¡todavía más!), Marbel se ha plantado en el dintel de la biblioteca y me ha estampado dos besos y un abrazo de oso.
Marbel, Marbel… ¿Cómo te la describo? Marbel es un ángel de color canela, un duendecillo menudo y pequeñito, con ojos chispeantes y una sonrisa permanente en medio de la cara. Es la única camarera de habitaciones que pasa aquí el invierno, además de mí, y lleva en El Bosc de les Fades desde que se inauguró, hace cinco años. También vive en el último piso del hotel, en la habitación que está frente a la mía, y tiene una hija de nueve años con más sentido común que tu director de finanzas. Ella, Phillip y el cocinero, Joaquim, son el único servicio que se queda a pasar el invierno junto a los Brooks.
Marbel es encantadora, como ya estás imaginando, una cara amiga, una aliada cariñosa y paciente que ya ha prometido enseñarme todo lo que necesito saber sobre mi trabajo. Ah, y lo más importante de todo, la prueba de fuego, no me ha preguntado por qué llevaba un violín bajo el brazo.
¿Por dónde iba? ¡Me muero de sueño! No sabes el esfuerzo que me está costando contarte todo esto. Pero te lo prometí. Pese a que estoy segura de que tú ni siquiera contestarás porque en Barcelona, ya se sabe, todos estáis estresados y tremendamente ocupados. Fíjate que apenas llevo unas horas lejos de cualquier civilización y ya hablo como uno de ellos.
Inciso: ¿Te acuerdas de los parámetros de Ángel para medir el grado de civilización de un lugar dependiendo de si había Zara o no? Bien, pues en Mirall de Mar no hay Zara, así que imagínate en este bosque en medio de la nada.
Marbel ha venido a buscarme a la biblioteca, se ha presentado, me ha contado un montón de cosas buenas sobre vivir en el hotel, ha recogido la mayor parte de mi equipaje y ha echado andar hacia el ascensor. La he seguido casi en trance con el resto de mis cosas. Ni siquiera me he despedido de la señora rubia. Marbel me ha llevado directamente a mi habitación, desde dónde ahora mismo te estoy escribiendo a riesgo de caer en el sonambulismo literario más fulminante.
Anna, esto es estupendo. Ni siquiera mi apartamento (¡snif!) era tan fabuloso como esta habitación en la última planta de El Bosc de les Fades. Una suite enorme, con baño propio y techo abuhardillado. Tengo bañera, televisión y un armario tan grande como para esconder entera a la OBC con todos los instrumentos incluidos. Podría hacer que me trajeran mi piano, quedaría perfecto frente a la ventana.
Una de las razones por las que acepté este trabajo fue porque incluía alojamiento gratis. Sabes que no puedo permitirme un alquiler. Pero nunca imaginé que acabaría viviendo en una suite de un hotel de cinco estrellas. Marbel dice que son las habitaciones del servicio pero sospecho que hay truco, seguro que en verano nos obligan a compartirlas o algo así. A mí todavía me resulta increíble. Ella vive con su hija en la otra habitación que hay en esta planta.
Marbel me ha enseñado dónde están las cosas que necesito: uniforme, calefacción, etc. Y me ha ayudado a hacer la cama. Enseguida se ha percatado de mi torpeza y me he puesto colorada.
—Es la primera vez que voy a trabajar como doncella —le he aclarado muerta de vergüenza—. Pero aprendo rápido.
—Claro, cariño. —Me ha sonreído—. Vas a tener la mejor de las maestras.
Me ha guiñado un ojo y me ha deseado buenas noches. Así de fácil. Está feliz de no tener que llevarle mañana el desayuno a —¿te lo puedes creer?— William Lexington.
—Lo que nos sobra en esta época del año es tiempo. Un solo huésped se lleva con los ojos cerrados.
—¿Un solo huésped? ¿Y la señora rubia de la biblioteca?
Marbel me ha mirado con cara rara antes de salir de la habitación.
—No hay más huéspedes que el señor Lexington. Ni más personas en el hotel aparte de los Brooks, Quim, Aurora, tú y yo. Y los Brooks apenas se pasan a comer y poco más, viven en la casa rosa del otro lado de la plaza.
¿Crees que empiezo a ver visiones de señoras rubias de visita por la biblioteca? Espero que no.
Ahora sí que te dejo, no puedo mantener los ojos abiertos ni un solo minuto más. Mañana tengo que estar a las ocho en punto en la cocina y ni siquiera sé cómo llegar hasta allí. Te prometo que bajaré al pueblo para llamarte en cuanto pueda o que buscaré un teléfono fijo con cierta intimidad. Mientras, tendrás que conformarte con mis crónicas desde el país de las hadas.
Besos a repartir entre Ángel, Lluís y María. Y un beso entero solo para ti.
Emma
P. D.: Hace muchísimo frío ¿te lo dicho ya?