De: EmmaVoltaras@elboscdelesfades.com
Para: Anna24086@conservatoribarcelones.com
Asunto: Consolation, Liszt
Querida Anna,
¡Menuda sorpresa! Acabo de pescar, probablemente de manera ilegal, el correo y me he encontrado con tu paquete especial: ¡muchísimas gracias! ¿Cómo sabías que me moría de ganas por tener aquí algunas de mis partituras? Ni siquiera te lo había dicho. Supongo que te habías cansado de tenerlas ocupando un montón de espacio en tus cajones, acumulando polvo y mirándote con tristeza cada vez que tropezabas con ellas. O quizás, sea tu manera de decirme que estás orgullosa de que haya vuelto a tocar el violín y me deseas suerte.
En cualquier caso, mil gracias por el inesperado regalo. Lo rescaté de encima del escritorio de Phillip, aprovechando que él seguía en el comedor del desayuno, en cuanto vi mi nombre escrito en el paquete. Lo subí a mi habitación con la ansiedad de un ave de rapiña y estuve rebuscando entre los papeles en busca de tu letra. Ni una nota. ¿Tan terrible te resulta escribirme? Eres una ingrata, Anna, si sigues así dejaré de enviarte mis crónicas de El Bosc de les Fades y te quedarás sin saber de tus queridos Brooks, de tu admirado Joaquim, o de tus preferidos, Marbel y Lexington. No me obligues a castigarte de esta manera.
Ayer me aventuré por el camino sur del bosque que todavía no había explorado, el que sube la montaña a modo de cortafuegos. Por suerte, Samuel me encontró a punto de empezar el recorrido y me acompañó. Te confieso que no las tenía todas conmigo a la hora de encontrar el camino de vuelta al hotel. Este bosque es tan espeso que a cada paso me imagino, a la vuelta de un matorral o un árbol, un encuentro al estilo de «El doctor Livingstone, supongo» en cualquier momento, con un montón de turistas perdidos a lo largo de siglos anteriores.
Samuel me contó muchísimas cosas sobre la situación actual del hotel y descubrí, por fin, que la mujer alta y rubia del otro día, es la abogada de su madre, Carolyn Clawson, de los Clawson de Lancastershire (en realidad esto último me lo inventado pero ¿no has querido decir siempre eso de alguna persona muy estirada? Yo sí), que ha venido para echarle una mano con los temas de propiedad. Parece ser que en quince días se celebra pleno en el Ayuntamiento y los Brooks están citados para aclarar la pertenencia del bosque y los caminos que lo cruzan. En realidad a Samuel solo le importa un camino, el que lleva hasta el hotel, y una restricción del bosque, la de los cazadores de jabalís. Espero que tenga suerte porque le veo algo obsesionado con este tema.
Cuando vengas y te lleve a pasear por este bosque, cuando escuches el silencio e intuyas la vida que contiene en su espesura, sé que comprenderás con claridad la repugnancia que siente Samuel Brooks cada vez que imagina a los cazadores rastreando a sus presas por estos mismos caminos escondidos. No hay lugar para el hombre depredador en estos parajes, hace tiempo que lo expoliaron y ya solo quedan los árboles viejos, refugio de los pocos supervivientes.
A medio camino de la cima (se trata de una montaña modesta, no vayas a imaginarme escalando) nos sentamos a descansar sobre una piedra enorme y bastante plana. Por primera vez desde que habíamos empezado a andar, nos miramos a los ojos y salió el sol. Samuel me miraba extrañamente concentrado, abstraído de todo lo que nos rodeaba, inesperadamente interesado en apartarme un mechón de pelo rebelde de la cara, colocándolo detrás de mi oreja. Estábamos tan cerca que podía sentir su aliento sobre la mejilla. Y, por un momento, apenas un instante, durante el fugaz roce de sus dedos de jardinero preocupado sobre la piel más vulnerable de mi carótida, creí que iba a besarme.
Ya ves, Anna, esto es lo que ha hecho conmigo este lugar de cuento: veo fantasmas, desafío tormentas, toco serenatas nocturnas para duendes y cocineros, y creo que Samuel Brooks ha estado a punto de besarme.
Te llamo en cuanto llegue al pueblo ¡Hoy es la gran noche! Deséame suerte.
Besos,
Emma