De: TristanBrooks@elboscdelesfades.com
Para: MarthaBrooks@BarnabyOaks.uk
Asunto: Dejando a Moriarty a la altura del betún
Mamá: a tus pies.
Creo que eres el mayor genio maquiavélico que el mundo ha visto nunca vestir traje de tweed con tanta elegancia. Si llevase uno de esos sombreros de ala ancha con plumas de los mosqueteros (siempre he querido tener uno) te haría una florida reverencia con él. Como de todas formas no puedes verme, imagínatelo todo, por favor.
Bien, una vez aclaradas las cosas contigo por teléfono, invité al extraño señor Mills a tomar un café. Creo que no se llama Alvin sino Archie o Albert o Andrew, pero como tiene cara de ardilla me pareció que me sería más fácil llamarlo Alvin. Para que el chiste tenga gracia, mamá, tienes que dejar de pensar en Chip y Chop ¡Por favor! No son esas ardillas sino las otras, las que cantan como si hubiesen tragado demasiado helio.
El señor Mills me explicó amablemente que venía de parte del decano Elías, gran amigo del hermano del señor Barnaby (el hermano queridísimo de tu jefe, el señor Barnaby), quién le había encargado quedar con Emma para hacerle una prueba. El señor Mills, adjunto a la dirección de la orquesta residente del conservatorio de Girona, cree que les hace falta de manera prioritaria un nuevo primer violín y que la sugerencia del decano Elías de entrevistar a Emma le ha parecido providencial. Pero como le resultaba imposible contactar con nosotros por teléfono móvil (¡Oh, sorpresa, sorpresa! Hasta El Bosc de les Fades no ha llegado la tecnología del satélite) y yo no le contestaba los correos electrónicos, había decidido venir en persona a avisarnos de que la entrevista tendría lugar en el auditorio del conservatorio dentro de tres días.
Antes de que tu mente pérfida y maquiavélica se pregunte por qué los mails del amigo Alvin no tenían respuesta, te confesaré que sí, que yo los etiqueté como spam y los condené a la papelera virtual de mi servidor de correo. Es que eran larguísimos de leer y no entendía por qué se ponían en contacto conmigo del conservatorio de Girona. Ni siquiera sé tocar la flauta, siempre me suspendían en los salesianos y tú lo sabes.
Aunque, mamá, el único fallo de tu plan fue no darle nuestro número de teléfono fijo del hotel. Quizás Phillip me hubiese hecho llegar el mensaje. O quizás no y tú ya habías pensado en ello.
En fin, en cuanto termine de escribirte este mail de rendida admiración hacia el movimiento de hilos magistral que has realizado a espaldas a Sam, iré a hablar con Emma. ¿Qué te hace pensar que le interesará la posibilidad de un trabajo como violinista en un conservatorio a tres cuartos de hora en coche desde aquí? ¿No crees que la pobre se merece un descanso lejos de nosotros? Es broma, mamá, nunca me atrevería a alterar el cuento de Caperucita que esta chica parece empeñada en protagonizar. Emma me cae muy bien, solo quería salvarla de las garras del lobo feroz.
Y hablando del lobo feroz ¿has leído el último correo de Samuel? ¿No es asquerosamente pegajoso? Y encima tiene la desfachatez de decir que no me reconoce. Claro, porque él sigue siendo el mismo licántropo rabioso y esquivo que asustaba a los niños con su barba de cinco días, su cara de perro, y su olvido crónico de cómo sonreír (y peinarse). «Han vuelto las hadas». En serio mamá, es tan cursi que dan arcadas. Creo que me gustaba más cuando leía a Byron. Incluso le había encontrado cierto encanto gótico a su manía con el quejumbroso Blake. ¿Pero las hadas? Eso no se lo perdono, casi estoy por no decirle nada a Emma sobre la entrevista con Alvin y las ardillas.
Está bien, dejo de escribir estupideces (sé lo que estás pensando). En realidad sabes lo mucho que te quiero, me encantó que vinieses a pasar unos días con nosotros y que pudieses salir a cenar con Carlota y conmigo. Que sepas que a Carlota tú también le causaste una gran impresión y mira que no es una chica fácil de impresionar (no sabes lo que me cuesta). Me ha preguntado si le puedo dar tu dirección de correo electrónico para poder comentar contigo algunas de mis meteduras de pata, así que si me das tu permiso… Aunque temo estar metiéndome en un atolladero: ¿mi madre y mi novia hablando a mis espaldas? Tendré que descubrir la contraseña de Carlota para controlar.
Por cierto, Sam cambió su contraseña de correo. Pero no me llevó más que un par de intentos descubrir la nueva, ¿adivinas cuál es? Sí, claro que sí, Emma, por supuesto. Es tan transparente para mí como un —iba a decir «libro abierto» pero no estaría siendo justo porque yo no me asomo a un libro abierto (o cerrado) ni por casualidad— cubito de hielo. Un cubito del hielo derretido por las hadas.
No sé, mamá, si ahora resulta de verdad que la hermosa Emma es un hada, seguro que tú eres una especie de diosa del destino. No se me ocurre nadie más capaz de cambiar los acontecimientos históricos de esta manera.
Tu más rendido admirador,
Tristán
P. D.: Prometo leer todos los correos antes de enviarlos a la papelera.
P. D. (II): Incluso los largos y pedantes sobre conservatorios y violinistas.
P. D. (III): Si después de esto Sam y Caperucita Emma no le ponen a su primer hijo Tristán, no respondo de mis actos.
P. D. (IV): ¿Puedo pedirte para Navidades un sombrero con pluma de mosquetero?