XL

Si, efectivamente, la piedra que reposa en el fondo del mar es de origen celeste, mi trabajo —como el de mis antecesores, los Magos— tiene una dirección, un tiempo finito y un límite perdurable. Muy pronto veré coronados mis esfuerzos.

No puedo verla todavía. Sin embargo, oigo sus latidos: dos más uno, como el ritmo luminoso del faro; latidos perfectamente acompasados con destellos.

Soy el único peregrino de esta estrella negra, la única cabeza visible —voluntad materializada— de la iglesia. Me dispongo a celebrar su aniversario, o su repetición, en el día exacto, a la hora exacta, y nada ni nadie debe alterar mi voluntad, que es la voluntad de la estrella.

Por la mañana, el mar había sido programado con una fuerte marejada. El oleaje arrojaba brevísimas sombras sobre su piel. Aquellos espacios oscuros de las olas se me antojaban vaginas dilatadas a punto de desovar. ¿Y si de pronto cada una de ellas vomitara un pez horrendo, el más perturbador de los monstruos abisales?

El mar parecía una secuencia de violencia ininterrumpida, hasta que, al llegar a aquellas coordenadas donde debía encontrarse la piedra sumergida, formaba un círculo de calma. También allí parecía cambiar de tonalidad, calentarse.

Un deseo irresistible de ser pesado y hundirse hasta el fondo, de interrogar a la muerte de una vez por todas.

De nuevo, volvía a ver regueros de sangre coagulada y a Basenji arrastrando mi cadáver sobre las rocas. Imposible saber si se trataba de una premonición o de la recomposición de un pasado. ¡Era tangible!

Cuando la cabeza está llena de la materia viscosa de la duda... Sí, ¡cómo no desear golpearla contra las rocas, hasta abrirla, y dejar salir la enfermedad, como un chorro, al exterior!