XXIV

La planta del edificio es rectangular. Sin embargo, el apéndice circular del faro se adhiere a su cara norte y rompe la línea perfecta, engordándola en su centro con un vientre inesperado. La planta tiene, así, un parecido —quisiera pensar que casual— con la de una iglesia, en la cual el vientre del faro equivaldría al ábside.

También, al analizar la distribución del edificio, vuelvo a toparme con el orden místico que se supone favorece a la oración: habitaciones iguales y enfrentadas a ambos lados de un amplio pasillo que va a morir en la torre circular del faro. El pasillo es la nave principal y las habitaciones conforman las naves laterales y sus capillas.

Si pienso en el ingenioso responsable de este edificio, veo una máscara de yeso delante de una mesa de despacho cubierta de planos. El proyecto se le fue de las manos incluso antes de que le fuera encargado. Veo a este hombre ajeno distribuir huecos de puertas y ventanas y, como si fuera la pieza de un mecano, colocar la torre del faro en la fachada norte, y luego veo el dibujo de la planta y me admiro del resultado: una iglesia.

Las iglesias no son casas. La iglesia es «la casa de Dios», dicen. Le han hecho una casa para que no coja frío. Y Él está allí a todas horas, para escuchar «te ruego», «perdón», «gracias».

El alambique se empeña en reflejar mis ojos de excomulgado. Mientras bebo, me parece subir la escalera de caracol que se levanta en el ábside, me parece que la barandilla no me asiste cuando, ciego de vértigo, gano un nuevo peldaño. Una cuerda tira de mí hacia arriba y la gravedad succiona con fuerza hacia abajo.

Mientras bebo, me parece que he alcanzado la breve plataforma de la óptica y veo los haces de luz espeluznante reventar contra la noche. Éstas son las gárgolas de mi iglesia.

Pero continúo bebiendo. Bebo aún más y el alcohol empieza a abrir compuertas. Aquí están la mutación y la fuga. La plataforma de la óptica se convierte en el puente de un barco agitado por una fuerte marejada. Estoy en el exilio del mar. El faro está lejos, muy lejos. El ritmo de sus destellos se vuelve loco. Quiero volver al faro, necesito volver al faro, estar dentro de él. Tiendo los brazos hacia los brazos de luz, y el frágil equilibrio que mantengo sobre la cubierta se descompone. Voy a caer al mar.