XI

Ha sucedido algo terrible, algo terrible... He entrado en la cocina y en la mesa, sobre el plato, había una carta manchada de grasa. Era una carta de la oficina de costas. No estaba fechada en El Cairo, y las palabras encerradas en las balsas de aceite no eran «Mlle. Blanchard», «profeso», «le ruego»; las palabras subrayadas por la grasa eran: «asunto», «brevedad», «inventario».

El memorándum decía:

ASUNTO: INVENTARIO

Le rogamos envíe a la mayor brevedad posible el inventario del faro que todos los años supervisamos en estas fechas.

Póngase en contacto telefónico con esta oficina para especificar su pedido de componentes electrónicos.

Si su teléfono continúa averiado (imaginamos que como consecuencia del último temporal, pues llevamos varios días intentando contactar con usted), hágalo por correo urgente, lo antes posible.

Atentamente,

La sartén llena de aceite frío sobre la cocina, los cascarones de tres huevos, el esmalte de un reguero de claras en la encimera de mármol, colillas en el cenicero, y un sobre rasgado: sólo que, ahora, el remite era frío como la imprenta y se aferraba a la realidad con letras mayúsculas incuestionables.

Continúo en la cocina, sentado frente a la mesa, el plato, la carta manchada. No ha variado nada, sino la luz, cada vez más débil.

A las cuatro comencé a sentir un ligero temblor en la mano izquierda; ahora tengo que mantenerla sujeta entre las piernas. Con la mano derecha fumo. Cada vez que utilizo la mano izquierda para encender un nuevo cigarrillo, el temblor se desata. Por primera vez, estoy asustado. Basenji me observa.

Continúo sentado en la cocina. Ha cesado el temblor y cojo el listín de teléfonos, lleno de nombres indescifrables. La letra P... Dr. Prieto. El número de teléfono y la dirección de la consulta.

Me dirijo al teléfono y marco el número. Mientras suena la señal, no respiro.

—Consultorio del doctor Prieto. Si desea pedir hora, el horario de llamadas es de nueve a doce de la mañana, de lunes a wrierneass.

La cinta del contestador automático está trabada con el hilo tenso del pitido final. De lunes a wrierneass, ¿es esto el humor? Un hombre se cae por unas escaleras y la gente se ríe. Un esclerótico confunde a su hermano con su padre y la gente se ríe. El contestador telefónico del consultorio dice «wrierneass». Suena el pitido. Entonces, me despierto.

Me siento extrañamente sereno. Me levanto y salgo al jardín. La noche está casi formada y el faro proyecta sus haces con templanza mecánica. La cordura se transparenta sobre el agua quieta y Basenji, como cada noche, se asoma al acantilado. Sin embargo, también hoy deberé adelantar mi cita con el alambique.