XXVI
Tantos años leyendo, escuchando discursos sobre el orden de la naturaleza, los ciclos, la sabiduría, y nada acerca de lo deforme, lo condenado antes de nacer, lo genéticamente putrefacto.
Aunque ellos lo hagan, yo no sucumbiré al espectáculo barato de la naturaleza.
Hablan maravillas de la simbiosis y no dicen nada del parasitismo. Fijaos, dice el profesor, en ese inteligente tegumento que protege al crustáceo. Y el profesor olvida mencionar que ese tegumento le impide crecer.
La resina de los árboles vira al negro; cuando como fruta sé que estoy comiendo carbón; la idea de la polinización me produce náuseas; los pájaros comulgan crímenes. Esta mañana, un alcaraván golpeaba conchas de caracoles contra la piedra; extraía el molusco de su interior, lo engullía y, unos metros más allá, lo defecaba.
¡Si al menos no hubiera tanta soberbia, tanta maldita diferencia; si como aquel escarabajo reconociéramos que nuestro alimento son migajas de una gran tarta de excrementos!
¡Qué mentiroso es el profesor! Su estrado es un púlpito disfrazado y su pizarra está llena de mandamientos. El hombre se pasea por la naturaleza como un sabueso desorientado. Un veneno de acción retardada, encapsulado en algún lugar de la herencia, ahora se deslíe en la sangre, se apodera lentamente del recinto, escayola lentamente los sentidos.
Sé que estoy llegando a eso. Lo sé de tal forma que todo se convierte en puro signo de anticipación. Y, sin embargo, ¡cómo el reloj se atrasa! ¿Qué nueva paradoja es ésta?
Puedo verme en el eterno cuadro titulado Naturaleza muerta. El viejo barniz ennegrece levemente las plumas de las becadas y los pichones muertos, colgados por las patas; el brillo mate de los platos de peltre, y mi piel desnuda. Estoy recostado en el centro de esta composición exangüe: la cabeza apoyada sobre una almohada de faisanes; el cuerpo, ligeramente arqueado por la cintura, parece haber sido descendido de la cruz.
La naturaleza está muerta: puedo verla radiografiada; agotadas sus pulsaciones; sumergida en el mar radiactivo. Queda poco aire en mi escafandra.
Ovillado sobre la cama, inicio la mutación hacia el fósil. Elijo el símbolo del Ouroboros; pero no llego a los pies, debo contentarme con morderme las rodillas.