Epílogo
Washington, 25 de Noviembre de 1911.
El resto de la Historia me temo que todos ustedes la conocen. El 21 de abril de 1898 el gobierno presidido por el señor McKinley y el gobierno de España rompieron relaciones y entraron en guerra.
Ahora, más de trece años después se reúne esta nueva Comisión, porque aquélla no llegó a descubrir toda la verdad. ¿Quién hundió el Maine? Todos nosotros, en cierta manera, lo hundimos. Lo hundimos y después buscamos el culpable que mejor encajaba en nuestros intereses. Trece años después, las palabras de Helen siguen persiguiéndome como fantasmas en mitad de la noche: ¿Se puede construir un imperio basado en la mentira? La historia del Maine y de su desgraciado destino no terminó el día que Hércules y yo abandonamos este sagrado edificio. Como sabrán, el presidente McKinley fue asesinado por un supuesto anarquista el 6 de septiembre de 1901, muriendo unos días después a causa de sus heridas de bala. El asesino era León Czolgosz, el mismo que intentó matar a Helen en La Habana. Me pregunto y les pregunto a ustedes. ¿Era ésta la venganza de los Caballeros de Colón? Ahora los Caballeros de Colón son una organización respetada por el gobierno federal, pero, ¿continúa en pie su juramento? Tal vez nunca lo sepamos.
El subsecretario Theodore Roosevelt fue vicepresidente y más tarde, presidente de esta gran nación. Hace apenas unos años recibió el premio Nobel de la Paz. ¿Acaso no es irónica la Historia? Premio Nobel de la Paz, un hombre que amaba tanto la guerra.
—Señores senadores, mi deber como ciudadano y como hombre es denunciar una gran injusticia y, aunque no confío en que los resultados de esta Comisión cambien la versión oficial, debía dejar como ofrenda sobre el altar de esta nación la Verdad. La Verdad que liberó a Hércules Guzmán Fox del vacío de una vida sin sentido, la Verdad que me transformó a mí y que siempre perdurará en la memoria de Helen Hamilton. Una Verdad que ustedes no podrán ocultar ni manipular, porque está basada en principios que nos sobrevivirán a todos nosotros.
Lincoln bajó de la tribuna y comenzó a caminar hacia la salida. Los senadores, los periodistas y algunos visitantes le observaron firme, seguro, como si caminara sin pisar el suelo. Mientras dejaba la sala, Lincoln recordó a Helen, al profesor Gordon y a Hércules. Todos ellos representaban, a su manera, lo mejor y lo peor del ser humano.
Salió del edificio y pensó que aquella mañana de invierno se parecía misteriosamente a la del 30 de marzo de 1898. ¿Dónde estaría Hércules? ¿Qué será de su vida? Se preguntó. Después, tomó el tranvía alejándose para siempre del Maine y su misterio.
Fin