Capítulo 62
Washington, 30 de Marzo de 1898.
El capitán Potter respetó su palabra. Le vieron en el entierro de Helen, una sencilla ceremonia en un pequeño cementerio de Nueva Jersey. Su tumba estaba debajo de un viejo nogal, al lado de las de su padre y su madre. El pastor metodista leyó unos versos de la Biblia y despidió a Helen Hamilton en medio de una comitiva silenciosa y calmada. No hubo excesivos gestos de dolor, tan sólo algunas lágrimas apagadas. El prado verde tenía las primeras flores de la primavera y los pájaros se afanaban por terminar sus nidos en las copas de los árboles.
Introducirlos en el edificio del Senado fue relativamente fácil. Los servicios secretos y la policía habían dejado de perseguirlos. Los altos cargos de la Armada se sentían tan seguros de la guerra, que les parecía una pérdida de tiempo y de dinero del contribuyente acosar a un negro, ex agente del S.S.P. y a un mestizo medio español medio norteamericano, del que los de emigración se harían cargo.
Potter los colocó en una de las salidas de la sala donde se reunía el Comité del Senado para asuntos extranjeros. El presidente tenía previsto abrir la sesión y, según les aseguró Potter, llegaría media hora antes, para descansar y repasar el discurso.
Cuando el presidente McKinley entró, Lincoln y Hércules pudieron observar su rostro ojeroso y su andar cansado. Al pasar junto a ellos, levantó la vista y los miró fijamente con sus pequeños ojos ensombrecidos por las pobladas cejas. Al principio, los dos agentes no supieron reaccionar, ¿cómo abordar al presidente antes de una sesión? Pensaron que Helen, con su gran determinación hubiera sabido cómo hacerlo. Entonces, Hércules dio un paso al frente y dirigiéndose al presidente le dijo:
—Señor presidente, necesitamos hablar urgentemente con usted. Al instante tres hombres se interpusieron entre los dos. McKinley hizo un gesto con las manos y los guardaespaldas volvieron a colocarse en su posición. El presidente sonrió al español y se quedó parado.
—Pero no podemos hablar aquí —dijo Hércules mirando de un lado para el otro.
—Dentro de 15 minutos tengo que hablar con la Comisión del Senado.
—Lo sé, pero lo que tenemos que contarle es muy grave. Éste es el agente del S.S.P., George Lincoln y yo soy Hércules Guzmán de Fox. Tenemos información que podría cambiar el curso de los acontecimientos.
McKinley miró la puerta de la sala y después con un gesto rápido cogió del brazo a Hércules y Lincoln, entraron en un despacho y todo el servicio de guardaespaldas detrás. El presidente los detuvo con el brazo y cerró la puerta.
—He de reconocer que han sido tenaces hasta el final. Como sabrán ya envíe el informe de la Comisión de la Armada el día 28, junto al informe incluí una carta para el congreso en la que sugería una solución pacífica.
—Lo entendemos señor, pero creemos que sus hombres no le han pasado toda la información —dijo Lincoln.
—Estoy con ustedes. He leído sus informes, no se preocupe, todo lo de su expulsión se ha debido a un error, ya estoy trabajando en ello.
—No venimos por eso, Señor —contestó Lincoln.
—No se preocupen, todo el asunto de los Caballeros de Colón está arreglado. Todos los cabecillas están detenidos y sus hombres desarmados. Además, los hemos comprometido a dar 20 millones de dólares. Creo que han aprendido la lección. A partir de ahora, se convertirán en una dócil organización patriótica.
—Nos complace saberlo, pero tampoco se trata de eso. Queremos hablarle de quién hundió el Maine. El presidente dejó de sonreír. Sacó un reloj de bolsillo e hizo un gesto con la mano.
—Me temo que su tiempo ha terminado.
—¡No, señor presidente! —exclamó Hércules.
Lincoln y McKinley le miraron sorprendidos.
—Mucha gente ha muerto para que usted nos pueda oír, ahora. Le comunicaremos lo que tenemos que decir. Después actúe usted en consecuencia.
Mckinley cruzó los brazos y arqueando sus pobladas cejas les dijo:
—Está bien. Pero les ruego que sean breves. Hércules y Lincoln le relataron en pocas palabras toda la trama urdida alrededor del Maine. El presidente escuchó en silencio, gesticulando mientras oía la escabrosa historia del yate de Hearst, la implicación A.I.N, la traición de Marix y todo el complot para ocultar la verdad. Cuando Hércules terminó, el presidente se quedó pensativo, como ausente. Un hombre llamó a la puerta y comunicó al presidente que la sesión iba a comenzar.
—Señores, les agradezco todo su trabajo. Les prometo que llegaré hasta el fondo de este asunto. Pero creo que me piden un imposible. Woodford, el embajador en Madrid, nos ha informado de los movimientos de la Marina Española. Tenemos movilizado a todo el ejército en Florida, la opinión pública se lanza a la calle para apuntarse a los grupos de voluntarios y el Congreso y el Senado están a favor de la guerra. Ya no puedo parar la guerra. Lo siento.
Los dos hombres se quedaron petrificados. El presidente estrechó sus manos, ensayó una sonrisa antes de salir del despacho y cerró la puerta. Hércules y Lincoln permanecieron inmóviles, callados, con la mirada baja. Entonces, Lincoln puso un brazo sobre el hombro de Hércules y le dijo:
—No te preocupes, Helen estaría orgullosa de ti. Te has atrevido a gritar al presidente de los Estados Unidos.
Lincoln logró sacar una sonrisa del rostro del español y juntos abandonaron el despacho. Cuando pasaban junto a la sala del comité, escucharon la amortiguada voz del presidente. Caminaron hasta el pasillo principal y descendieron por las escaleras de mármol. Al abandonar el edificio, en lo más alto de la escalinata, comenzaron a hablar.
—¿Sabes?, Lincoln —dijo Hércules levantando los hombros—. Nunca me he sentido tan libre como esta mañana.
Enfrente, el cielo azul despejado penetraba por sus pupilas y la ligera brisa comenzaba a mover las banderas de los edificios oficiales. El agente norteamericano le miró atentamente y el español respiró hondo antes de continuar.
—La verdad me ha liberado. El mundo entero la desconoce, pero yo, ahora, soy libre.
Los dos hombres continuaron caminando por las calles de Washington confundidos entre la multitud, una muchedumbre que caminaba ciega hacia la guerra.
Representación de la Guerra de Cuba