Capítulo 28
La Habana, 21 de Febrero.
El profesor Gordon dejó solos a sus invitados y desapareció por una de las puertas del salón. Los tres se miraron sin poder ocultar su perplejidad. De todos los misterios relatados aquella noche, la fabulosa historia del libro de San Francisco y su relación con Colón era sin duda el más desconcertante. Lincoln se sentía inquieto. No lograba comprender la relación que tenía todo aquello entre sí. Estaba convencido de que todo era una desgraciada coincidencia. Aquel pequeño símbolo encontrado en el camarote del capitán Sigsbee era el resultado del descuido de algún oficial, sin conexión con la historia de Helen Hamilton y los Caballeros de Colón y, sin duda, muy alejada de las historias de aquel doctor lunático. Hércules parecía encantado escuchando a Gordon. El profesor representaba el eco de su pasado, cuando todavía creía que las cosas podían ser diferentes; tenía una misión, alguien a quien amar y su vida estaba repleta de sentido y propósito.
Mientras sus dos acompañantes pensaban en sus cosas, Helen se movía inquieta. Se levantó del sillón y comenzó a curiosear observando aquel salón repleto de aparatos que nunca había visto antes. Las emociones la embargaban; trabajar en un país desconocido y sin contactos era mucho más complicado de lo que imaginaba. La actitud de los hombres ante una mujer como ella era siempre la misma. Sorpresa e inmediato rechazo. La acogida de sus nuevos compañeros no podía haber sido mejor. Notaba el recelo del agente Lincoln, pero pensó que con el tiempo él también llegaría a aceptarla.
El profesor entró en la sala y todos dejaron sus pensamientos observando atentamente lo que el hombre llevaba en la mano derecha. Era un libro pequeño, encuadernado en una piel oscura y con un broche con un escudo dorado. Todos se reunieron alrededor del profesor y éste los llevó hasta el fondo del salón, donde había una mesa redonda con cuatro sillas.
—Señores y señorita, tienen ante ustedes el libro de San Francisco. Una pieza única, se lo puedo asegurar —dijo el profesor con una sonrisa complaciente. Se ajustó las gafas y mirando a Hércules dijo—: En mis manos corre serio peligro. Querido amigo, me temo que debo encomendarle una tarea muy importante. Deseo que sea usted el que custodie el libro.
Alargó el libro y lo puso en la mesa, cerca de Hércules. Éste negó con la cabeza, pero el profesor insistió, acercando el libro con la mano.
—¿Yo? Profesor no sabría qué hacer con él. Vivo en un hotel, no tengo ningún lugar donde guardarlo.
—Ya se le ocurrirá algo. Hay mucha gente detrás de este libro, el primer sitio que buscarán será aquí —dijo el profesor señalando a su alrededor.
—Pero, ¿qué hace tan importante a este libro? —preguntó Lincoln mirándole por encima. El profesor se lo arrebató de las manos y volvió a colocarlo encima de la mesa, cerca de Hércules.
—Ya les he dicho que esconde un misterio, pero además tiene un gran valor espiritual. No olviden que gracias a él, el enigmático San Francisco de Asís se convirtió e impulsó uno de los movimientos espirituales más importantes de todos los tiempos.
—Entonces tiene un valor simbólico, espiritual —comentó Lincoln con cierto desdén. El profesor le hincó la mirada y continuó explicándose.
—He dicho que tiene un valor espiritual, pero me temo que los que quieren apoderarse de él buscan algo más material. Un secreto que oculta el libro y que puede cambiar el futuro.
—El libro es una especie de tratado místico —dijo Helen, que con sus clases de español había estudiado a los místicos del siglo XVI.