Capítulo 45
Cerca de la costa de Banes, Cuba, 28 de Febrero.
El cielo azul cegaba los ojos de los ocupantes del pequeño yate. Una embarcación, cómoda para dos personas y un tripulante se hacía pequeña para tres hombres, una mujer y el marinero que llevaba el timón. Hércules pasaba mucho tiempo en la proa, ordenando sus ideas y disfrutando de la brisa que empezaba a tostar su pálido semblante, pero el calor del sol no podía apaciguar su estado de ánimo. El profesor estaba estable dentro de la gravedad, aunque dejarle solo en el hospital no le tranquilizaba mucho. El comisario les había prometido que un guardia le vigilaría de día y de noche, pero al agente español las palabras del comisario no le infundían mucha seguridad.
El profesor Gordon insistió, hasta perder el poco aliento que le quedaba, para que salieran para Baracoa, detuvieran a sus agresores y recuperaran el libro de San Francisco. Lincoln se opuso rotundamente, no quería alejarse de La Habana y desviar la atención de su verdadera misión: descubrir quién había hundido el Maine. Pero cuando Hércules le explicó lo que el Caballero de Colón le había asegurado, que su orden había facilitado información y dinero a un grupo de hombres que habían realizado el sabotaje, los dos estuvieron de acuerdo en que, los únicos individuos que podían haber puesto la bomba eran los revolucionarios cubanos. Pero como Manuel Portuondo negaba su participación en el sabotaje, las ordenes sólo podían provenir del general Máximo Gómez.
El general Máximo Gómez había logrado en poco tiempo deshacerse de todos sus enemigos políticos. Algunos le acusaban de practicar la brujería. Brujo o no, era indudable que todos sus opositores terminaban muertos o destituidos. Primero, la oportuna muerte del general Agramante en 1870, por la que Gómez pasaba a ser el jefe militar de los revolucionarios. Después, el cese del primer presidente revolucionario, Céspedes, el que hizo el famoso grito de Yara, proclamando la independencia en 1868. La tercera sombra sobre el general Gómez, el propio fundador del Partido Revolucionario Cubano, José Martí, muerto a los pocos días de desembarcar en la isla. Un año después, en 1896, Maceo fue asesinado en una emboscada realizada por los españoles; que habían logrado aislarlo en el occidente de la isla. A esta larga lista, se podían añadir las repentinas muertes de Francisco Vicente Aguilera en Nueva York, o la de Flor Combet, lugarteniente de Maceo. Un hombre como el general era peligroso.
Fotografía de las calles de Baracoa en el siglo XIX.
Grabado de Baracoa en el siglo XIX.
A pesar del riesgo, Hércules y Lincoln decidieron ir al oriente de la isla para hablar con el general, pero antes tenían que resolver dos problemas. El general Máximo Gómez no iba a recibir con los brazos abiertos a dos agentes del gobierno, por lo que Lincoln propuso que se hicieran pasar por periodistas. Al fin y al cabo, Helen lo era de verdad y podía facilitarles algunas credenciales. El segundo problema era más complicado, necesitaban un barco que los llevara hasta su destino. La mayor parte de las embarcaciones privadas habían abandonado la isla repleta de ricos comerciantes, que preferían esperar a que las cosas se calmasen antes de regresar. Además, los norteamericanos comenzaban a bloquear los puertos, intentando evitar la aproximación de barcos españoles. Los pescadores se negaban a viajar al sur y arriesgarse a ser apresados por los revolucionarios o asaltados por alguno de los numerosos corsarios que infectaban las aguas del oriente de la isla. En definitiva, que el único barco disponible en La Habana pertenecía a un tal Winston Churchill, un periodista y aristócrata inglés, que trabajaba para el Daily Graphic.
Los dos agentes y la periodista habían ocultado la verdadera naturaleza de su viaje al inglés. Churchill tan sólo conocía que los agentes querían entrevistarse con los líderes de la revolución, pero ni Lincoln ni Hércules le mencionaron nada sobre el libro de San Francisco y el tesoro de Roma.
El Yunque de Baracoa fue lo primero que vieron los españoles de la Isla de Cuba. En este lugar fundaron la que sería la primera ciudad española de la isla
Lincoln se convenció de lo oportuno del viaje, cuando Helen les informó que el día 28 la comisión se trasladaba a Cayo Hueso por tiempo indefinido. Si todo salía como esperaban, en unas horas estarían en Baracoa; allí se separarían de Helen y Churchill con alguna excusa y volverían a verlos después de encontrar a los Caballeros de Colón. Al día siguiente se entrevistarían con Máximo Gómez y regresarían el 3 o 4 de marzo a La Habana.
Cuando la ciudad de Baracoa apareció en el horizonte, todo el grupo se reunió ansiosamente en la proa. La bahía en forma de media luna se cerraba en parte por una gran montaña cuadrada, llamada el Yunque. Aquella villa había sido la primera población española en la isla, curiosa casualidad, ya que muy cerca estaba el tesoro más fabuloso de la Historia. Un tesoro perdido durante siglos y que podía cambiar el destino del mundo.