Capítulo 16
La Habana, 20 de Febrero 1898.
La ventana central de la mansión era la única que se veía iluminada. Los guardas seguían apostados en la entrada y Lincoln miraba el reloj una y otra vez. Su compañero llevaba más de una hora dentro de la casa y, aunque todo parecía tranquilo, temía que le hubieran descubierto. Mientras, en el interior, Hércules escuchaba el relato del comandante sin apenas pestañear. La historia de Blume y su submarino le parecía increíble. Sabía que existían prototipos de esos barcos y que se habían usado con cierta eficacia en la Guerra Civil en los Estados Unidos, pero no podía imaginarse al ejército irregular cubano armado con un artefacto tan sofisticado.
—Si desecharon el proyecto hace más de una década, ¿por qué tiene miedo a que alguien relacione el hundimiento del Maine con ustedes? —preguntó Hércules.
—Creemos, bueno, estamos seguros de que alguien de la Junta Revolucionaria Cubana en Nueva York facilitó los planos a un grupo de anarquistas.
—¿Un grupo de anarquistas? —dijo extrañado Hércules.
—Las relaciones entre nosotros y los anarquistas son de sobra conocidas.
—Conozco las relaciones entre ustedes, pero ¿qué interés podrían tener unos anarquistas en provocar un conflicto entre España y los Estados Unidos?
—Piensan que de esa forma ayudarán a la liberación del pueblo cubano. Los campos de concentración en la época de Weyler y las matanzas de revolucionarios han acercado a muchos a nuestra causa.
—Entonces, la Junta de Nueva York estaría involucrada en los hechos —afirmó Hércules.
Manuel Portuondo dudó unos instantes y después dijo:
—Tan sólo algún elemento aislado, pero siguiendo esa pista se puede llegar hasta la Junta y esto nos implicaría también a nosotros.
—¿Quién pudo facilitar el dinero para construir el submarino? Si es que realmente ha llegado a construirse.
—No lo sé, pero tenemos pruebas de que Blume viajó a Nueva York el año pasado.
—Puede que él mismo haya facilitado el dinero —apuntó Hércules.
—Es posible —respondió Portuondo que poco a poco había recuperado la calma.
—Una última cosa, no quiero que sus hombres nos sigan, manténganse al margen. Si ustedes no hundieron el barco no tienen nada que temer. Pero, ¿quién fue el hombre que los traicionó en la Junta?
—No lo sabemos.
—Siento hacer esto, pero… —dijo Hércules golpeando con el puño del revólver la cabeza del comandante. Tenía que ganar tiempo para poder huir y no podía dejar que su prisionero le delatara.
Desandando el camino, bordeó el jardín y saltó la verja a unos metros de Lincoln. Una vez fuera, avisó a su compañero y ambos se alejaron de la zona residencial. Tardaron media hora en llegar al hotel. El color del cielo empezaba a clarear cuando los dos hombres entraron en la habitación de Hércules. El español relató al norteamericano, omitiendo algunos detalles, la historia del ingeniero Blume y su submarino, la pista de los anarquistas de Nueva York y la mina hidrostática. Pidió al agente americano que solicitara información sobre los anarquistas y sobre Blume; Hércules sabía el poder y extensión de las agencias de los Estados Unidos en todo el continente y estaba seguro de que tendría alguna información sobre todo el asunto.
—¿Su gobierno ha apoyado proyectos de este tipo? —preguntó Hércules.
—No lo sé, tan sólo soy un agente. Pero en mis contactos con los revolucionarios cubanos, nunca nadie me ha hablado de este proyecto.
—Será mejor que intentemos descansar un poco —dijo Hércules desperezándose.
—Mañana mismo iré al Consulado para ponerme en contacto con mis superiores.
—Me parece muy bien, yo le esperaré en el hotel. Por la tarde me gustaría que hiciésemos una visita.
—¿A quién?
—Ya lo verá, no se impaciente.
Lincoln salió del cuarto y se dirigió a su habitación. Hércules se desvistió y antes de tumbarse en la cama se asomó en mangas de camisa al balcón. Desde allí pudo observar cómo una mujer salía del hotel. ¿Dónde irá tan temprano?, —se preguntó.
En la plaza apenas se veían algunos barrenderos, que con sus escobas de palma se esforzaban por dejar limpia la calle. La figura femenina se perdió entre los edificios y Hércules entró para descansar un poco. Sintió la boca reseca, visualizó un vaso de ron y volvió a vestirse, dejando la habitación para beber un trago.
Prototipo del submarino de Blume utilizado en la guerra peruano-chilena.