Los posibles tesoros

Ésta es, en líneas generales, la historia que se publicó en Francia durante el decenio de 1960. Así fue como llegó a nosotros por primera vez. Y nosotros, al igual que otros investigadores del tema, abordamos los interrogantes que planteaba esta versión de la historia.

El primer interrogante es bastante obvio. ¿Cuál era la fuente del dinero de Sauniére? ¿De dónde pudo salir una riqueza tan repentina y enorme? ¿Sería la explicación esencialmente banal? ¿O habría en ella algo más apasionante? Esta última posibilidad hacía que el misterio fuese más tentador, y no pudimos resistirnos al impulso de jugar a detectives.

Empezamos estudiando las explicaciones sugeridas por otros investigadores. Según muchas de ellas, Sauniére había encontrado realmente un tesoro de algún tipo. Era una suposición bastante plausible, pues la historia del pueblo y de sus alrededores induce a pensar que en la región abundaban los posibles escondrijos de oro o joyas.

En tiempos prehistóricos, por ejemplo, la región que rodea Rennes-le-Château era considerada como sagrada por las tribus celtas que vivían en ella; y el pueblo propiamente dicho, que en otro tiempo se llamó Rhédae, recibió su nombre de una de tales tribus. En tiempos de los romanos la región fue una comunidad grande y próspera importante por sus minas y las propiedades terapéuticas de sus fuentes termales. Y también los romanos la tenían por sagrada. Posteriormente se han encontrado huellas de varios templos paganos.

Se supone que durante el siglo vi el pueblecito situado en la cumbre de la montaña tuvo treinta mil habitantes. Parece ser que en un momento dado fue la capital septentrional del imperio gobernado por los visigodos, el pueblo teutónico que se había expandido hacia el oeste desde la Europa central, saqueando Roma, derrocando el imperio romano y estableciendo su propio dominio a ambos lados de los Pirineos.

Durante otros quinientos años la población siguió siendo la sede de un importante condado: el Comté de Razés. Luego, en los inicios del siglo XIII, un ejército de caballeros del norte descendió sobre el Languedoc para acabar con la herejía cátara o albigense y quedarse con el rico botín de la región. Durante las atrocidades de la llamada cruzada albigense, Rennes-le-Château fue conquistada y pasó de mano en mano como feudo. Al cabo de un siglo y cuarto, en el decenio de 1360, la población fue diezmada por la peste; y poco después Rennes-le-Château fue destruida por bandidos errantes catalanes.[4]

Cuentos sobre tesoros fantásticos aparecen entremezclados con muchas de estas vicisitudes históricas. Los herejes cátaros, por ejemplo, tenían la reputación de poseer algo cuyo valor era fabuloso e incluso sagrado, y ese algo, según varias leyendas, era el Santo Grial. Dicen que estas leyendas impulsaron a Richard Wagner a peregrinar a Rennes-le-Château antes de componer su última obra, Parsifal; y se dice que durante la ocupación de 1940-1945, tropas alemanas, siguiendo las huellas de Wagner, llevaron a cabo varias excavaciones infructuosas en los alrededores. Estaba también el desaparecido tesoro de los caballeros templarios, cuyo Gran maestre, Bertrand de Blanchefort, ordenó que se efectuaran ciertas excavaciones misteriosas en aquellos parajes. Según todas las crónicas, estas excavaciones eran de índole marcadamente clandestina, y fueron ejecutadas por un contingente de mineros alemanes traídos especialmente para ello. Si verdaderamente hubiese algún tesoro templario oculto en los alrededores de Rennes-le-Château, eso podría explicar la alusión a «Sion» que aparece en los pergaminos descubiertos por Sauniére.

Había también otros posibles tesoros. Entre los siglos V y VIII gran parte de lo que ahora es la moderna Francia fue gobernada por la dinastía merovingia, a la que pertenecía el rey Dagoberto II. En tiempos de este monarca, Rennes-le-Château fue un bastión visigodo, y el propio Dagoberto estaba casado con una princesa visigoda. Puede que la población constituyera una especie de tesorería real; y existen documentos que hablan de la gran riqueza amasada por Dagoberto para sus conquistas militares y escondidas en los alrededores de Rennes-le-Château. Si Sauniére descubrió el lugar donde estaba oculta dicha riqueza, eso podría explicar la alusión a Dagoberto que se hace en los códigos.

Los cátaros. Los templarios. Dagoberto II. Y había aún otro posible tesoro: el inmenso botín que acumularon los visigodos durante su tempestuoso avance por Europa. Cabe la posibilidad de que dicho botín incluyera algo más que las cosas de costumbre, posiblemente algo de gran relevancia —tanto simbólica como literal— para la tradición religiosa de Occidente. En pocas palabras, quizás incluía el legendario tesoro del templo de Jerusalén, lo cual, más incluso que los caballeros templarios, justificaría las alusiones a «Sion».

En el año 66 de nuestra era, Palestina se rebeló contra el yugo romano. Al cabo de cuatro años, en el 70, Jerusalén fue arrasada por las legiones del emperador bajo el mando de su hijo, Tito. El templo fue saqueado y el contenido del sanctasanctórum fue trasladado a Roma. Tal como puede verse en el arco triunfal de Tito, en el contenido se hallaba incluido el inmenso candelabro de siete brazos de oro, tan sagrado para el judaísmo, y posiblemente hasta el Arca de la Alianza.

Al cabo de tres siglos y medio, en 410 dC, Roma fue a su vez saqueada por los invasores visigodos mandados por Alarico el Grande, que se apoderaron de virtualmente toda la riqueza de la ciudad eterna. Tal como nos dice el historiador Procopio, Alarico se escapó con «los tesoros de Salomón, el rey de los hebreos, espectáculo muy digno de verse, pues en su mayor parte estaban adornados con esmeraldas y en tiempos antiguos habían sido tomados de Jerusalén por los romanos».[5]

Así pues, cabe la posibilidad de que un tesoro fuese la fuente de la riqueza inexplicada de Sauniére. Puede que el sacerdote descubriese alguno de entre varios tesoros, o bien un único tesoro que cambió repetidamente de manos a lo largo de los siglos, pasando tal vez del templo de Jerusalén a los romanos, luego a los visigodos y finalmente a los cátaros o a los caballeros templarios, o incluso a ambos. Si fuera así, eso explicaría por qué el tesoro en cuestión «pertenecía» tanto a Dagoberto II como a Sion.

Hasta aquí nuestra historia parecía referirse esencialmente a un tesoro. Y, en última instancia, un relato que se refiere a un tesoro, aunque se trate del tesoro del templo de Jerusalén, tiene una relevancia y una importancia limitadas. La gente descubre constantemente tesoros de una u otra clase. A menudo estos descubrimientos son apasionantes, dramáticos y misteriosos, y gran cantidad de ellos arrojan mucha luz sobre el pasado. Sin embargo, pocos ejercen una influencia directa, política o de otra índole, sobre el presente, a menos que, por supuesto, el tesoro en cuestión incluya algún secreto, posiblemente un secreto explosivo.

No descartamos el argumento según el cual Sauniére descubrió un tesoro. Al mismo tiempo nos parecía claro que, fuera lo que fuese, también descubrió un secreto histórico de importancia inmensa para su propia época y quizá también para la nuestra. Si se tratara sólo de dinero, oro o joyas, no bastaría para explicar varias facetas de su historia. No explicaría el hecho de que se introdujera en el círculo de Hoffet, por ejemplo, su asociación con Debussy y sus relaciones con Emma Calvé. No explicaría el gran interés que mostró la Iglesia por el asunto, la impunidad con que Sauniére desafió a su obispo ni su subsiguiente exoneración por el Vaticano, que, al parecer, mostró también una preocupación apremiante. No explicaría la negativa de un sacerdote a administrarle la extremaunción a un moribundo, ni la visita de un archiduque Habsburgo a un remoto pueblecito de los Pirineos.[6] El dinero, el oro y las joyas tampoco explicarían la poderosa aura de misterio que envuelve todo el asunto, desde las complejas cifras hasta el hecho de que Marie Denarnaud quemase su herencia de billetes de banco. Y la propia Marie había prometido divulgar un «secreto» que no confería únicamente riqueza, sino también «poder».

A causa de todo esto, cada vez era mayor nuestro convencimiento de que en la historia de Sauniére había algo más que riqueza, que había en ella algún secreto y que era casi seguro que dicho secreto suscitaría polémicas. Dicho de otro modo, nos pareció que el misterio no quedaba limitado a un remoto pueblecito y a un sacerdote del siglo XIX. Fuese lo que fuese, parecía irradiar de Rennes-le-Château y producir ondas —quizás incluso un posible maremoto— en el mundo situado más allá de dicho pueblo. ¿Podía ser que la riqueza de Sauniére no procediera de algo de valor financiero intrínseco, sino de alguna clase de conocimiento? De ser así, ¿cabía la posibilidad de que dicho conocimiento se aprovechase para fines económicos? ¿Para chantajear a alguien, por ejemplo? ¿Sería la riqueza de Sauniére el pago de su silencio?

Sabíamos que Sauniére había recibido dinero de Johann von Habsburg. Al mismo tiempo, sin embargo, el «secreto» del sacerdote, fuera lo que fuese, parecía ser de índole más religiosa que política. Además, sus relaciones con el archiduque austriaco, según todas las crónicas, eran notablemente cordiales. Por otro lado, había una institución que, durante los últimos años de la carrera de Sauniére, parecía haberle temido y haberle tratado con el mayor miramiento: el Vaticano. ¿Era posible que Sauniére hubiese chantajeado al Vaticano? Reconocemos que un chantaje de tal envergadura habría sido una empresa presuntuosa y peligrosa para un solo hombre, por muchas precauciones que tomara. Pero ¿y si en dicha empresa contaba con la ayuda y el apoyo de otros hombres cuya eminencia les hacía invulnerables a la Iglesia, como era el caso del secretario de Estado francés para la cultura o los Habsburgo? ¿Y si el archiduque Johann no era más que un intermediario y el dinero que entregó a Sauniére había salido en realidad de las arcas de Roma?/[7]

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