La esposa de Jesús
2) Suponiendo que Jesús estuviera casado, ¿hay en los evangelios algún indicio sobre la identidad de su esposa?
De buenas a primeras, diríase que hay dos posibles candidatas, dos mujeres, aparte de su madre, que se mencionan repetidamente en los evangelios como integrantes del séquito de Jesús. La primera de ellas es la Magdalena o, para ser más exactos, María del pueblo de Migdal o Magdala, en Galilea. En los cuatro evangelios sin excepción el papel de esta mujer es singularmente ambiguo y parece que haya sido oscurecido de forma premeditada. En las crónicas de Marcos y Mateo no se la menciona por su nombre hasta muy adelante. Cuando aparece por fin es en Judea, en el momento de la crucifixión, y se cuenta entre los seguidores de Jesús. Sin embargo, en el evangelio de Lucas aparece en un momento relativamente temprano del ministerio de Jesús, cuando éste todavía predica en Galilea. Diríase, pues, que ella le acompaña de Galilea a Judea o, de no ser así, al menos que se mueve entre las dos provincias con la misma facilidad que él. Esto por sí solo es un buen indicio de que la mujer estaba casada con alguien. En la Palestina de la época de Jesús hubiese sido impensable que una mujer soltera viajase sin compañía y todavía más que viajara sin compañía con un maestro religioso y su séquito. Al parecer, varias tradiciones se han dado cuenta de que este hecho puede resultar embarazoso. Así, a veces se dice que la Magdalena estaba casada con uno de los discípulos de Jesús. Si este era el caso, sin embargo, su relación especial con Jesús y su proximidad a él les hubieran hecho sospechosos de adulterio, suponiendo que no les hubieran acusado abiertamente de ello.
A pesar de la tradición popular, en ninguna parte de los evangelios se dice que la Magdalena fuera una prostituta. La primera vez que se la menciona en el evangelio de Lucas se nos dice que era una mujer «de la que habían salido siete demonios». Por regla general, se supone que estas palabras se refieren a alguna especie de exorcismo llevado a cabo por Jesús, dando a entender con ello que la Magdalena era una «posesa». Pero es igualmente posible que tales palabras se refieran a algún tipo de conversión o de iniciación ritual, o de ambas cosas. El culto de Istar o Astarté —la Madre Diosa y «Reina del Cielo»— entrañaba, por ejemplo, una iniciación en siete etapas. Con anterioridad a su afiliación a Jesús», puede ser que la Magdalena estuviese relacionada con un culto semejante.
Un capítulo antes de hablar de la Magdalena, Lucas alude a una mujer que ungió a Jesús. En el evangelio de Marcos hay un ungimiento parecido por parte de una mujer cuyo nombre no se indica. Ni Lucas ni Marcos identifican explícitamente esta mujer con la Magdalena. Pero Lucas dice que se trataba de una «mujer caída», de una «pecadora». Comentaristas posteriores han supuesto que la Magdalena, dado que, al parecer, de ella salieron siete demonios, debía de ser una pecadora. Basándose en esto, la mujer que unge a Jesús y la Magdalena llegaron a ser consideradas como la misma persona. En realidad, es posible que lo fuesen. Si la Magdalena tenía que ver con un culto pagano, ciertamente esto la habría convertido en una «pecadora» a los ojos, no sólo de Lucas, sino también de autores posteriores.
Si la Magdalena era una «pecadora», está muy claro que era también algo más que la «prostituta vulgar» de la tradición popular. Salta a la vista que era una mujer de posibles. Dice Lucas, por ejemplo, que entre sus amistades se contaba la esposa de un alto dignatario de la corte de Herodes y que ambas mujeres, junto con varias otras, utilizaban sus recursos económicos para apoyar a Jesús y sus discípulos. También la mujer que ungió a Jesús era una mujer de posibles. En el evangelio de Marcos se hace mucho hincapié en que el ungüento de espicanardo que se empleó en el ritual era muy costoso.
Diríase que todo el episodio del ungimiento de Jesús fue un asunto de gran importancia. De no ser así, ¿por qué lo recalcarían tanto los evangelios? Dada su prominencia, parece tratarse de algo más que de un gesto impulsivo, espontáneo. Da la impresión de ser un rito premeditado cuidadosamente. Hay que tener presente que el ungimiento era la prerrogativa tradicional de los reyes: y del «Mesías legítimo», es decir, del «ungido». De esto se desprende que Jesús se convierte en un mesías auténtico en virtud de su ungimiento. Y la mujer que le consagra en tan augusto papel difícilmente puede ser insignificante.
En todo caso, está claro que la Magdalena, hacia el final del ministerio de Jesús, se ha transformado en una figura de inmensa importancia. En los tres evangelios sinópticos su nombre encabeza constantemente las listas de mujeres que siguieron a Jesús, del mismo modo que Simón Pedro encabeza las listas de discípulos masculinos. Y, por supuesto, la Magdalena fue la primera persona que vio el sepulcro vacío después de la crucifixión. Entre todos sus devotos, fue a la Magdalena a quien eligió Jesús para revelarle su resurrección antes que a nadie.
A lo largo de todos los evangelios Jesús trata a la Magdalena de un modo único y preferente. Bien puede ser que tal tratamiento despertase celos en los demás discípulos. Parece bastante obvio que las tradiciones posteriores procurarían pintar de negro los antecedentes de la Magdalena, si no su nombre. Retratarla como una prostituta pudo ser la venganza exagerada de unos seguidores de Jesús que veían con malos ojos que la relación de la Magdalena con Jesús fuese más estrecha que la que les unía a ellos con su maestro. Si otros «cristianos», en vida de Jesús o después, veían con malos ojos el singular vínculo que existía entre la Magdalena y su líder espiritual, es posible que se intentase quitarle importancia a los ojos de la posteridad. No cabe ninguna duda de que a la Magdalena se le quitó importancia de esta manera. Incluso hoy día se la tiene por una ramera y durante la Edad Media a las casas destinadas a las prostitutas reformadas se les llamaba «Magdalenas». Pero los evangelios atestiguan que la mujer que impartió su nombre a estas instituciones no merecía que la estigmatizasen de este modo.
Sea cual sea la categoría de la Magdalena en los evangelios, no es la única candidata posible al puesto de esposa de Jesús. Hay otra que figura de manera muy prominente en el cuarto evangelio y a la que cabe identificar como María de Betania, hermana de Marta y de Lázaro. Es evidente que esta mujer y su familia gozan de gran familiaridad con Jesús. También son personas ricas que mantienen una casa en un barrio elegante de Jerusalén, una casa lo suficientemente grande como para alojar en ella a Jesús y a todo su séquito. Lo que es más: el episodio de Lázaro revela que esta casa contiene una tumba particular, lo cual era un lujo bastante llamativo en tiempos de Jesús, no sólo una señal de riqueza, sino también un símbolo de categoría social y testimonio de relaciones aristocráticas. En la Jerusalén bíblica, al igual que en cualquier ciudad moderna, la tierra se pagaba a muy alto precio; y sólo un reducidísimo grupo de personas podían permitirse el lujo de tener un cementerio privado.
En el cuarto evangelio, cuando Lázaro enferma, Jesús se ha ido de Betania durante unos días y se aloja con sus discípulos a orillas del Jordán. Al enterarse de lo ocurrido, permanece dos días más donde se encuentra —lo cual es una reacción bastante curiosa— y luego vuelve a Betania, donde Lázaro yace ya en la sepultura. Al acercarse al lugar, Marta se apresura a salir a su encuentro y exclama: «Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto» (Juan, 11, 21). Es una afirmación que llena de perplejidad, toda vez que cabe preguntarse por qué la presencia física de Jesús necesariamente hubiese impedido la muerte de Lázaro. Pero el incidente es significativo porque Marta, al recibir a Jesús, está sola. Cabría esperar que María, su hermana, estuviese con ella. Sin embargo, María se encuentra sentada en la casa y no sale hasta que Jesús se lo ordena explícitamente. Este extremo resulta más claro en el evangelio «secreto» de Marcos que descubrió el profesor Morton Smith y que hemos citado en otra parte del presente capítulo. En la crónica suprimida de Marcos parece que María sí sale de la casa antes de que Jesús se lo ordene. Y es pronta y airadamente reñida por los discípulos, a quienes Jesús se ve obligado a silenciar.
Sería bastante plausible que María estuviese sentada en la casa cuando Jesús llega a Betania. De conformidad con la costumbre judía, estaría «sentada en shiveh», es decir, sentada de luto. Pero, ¿por qué no sale corriendo a recibir a Jesús como hace Marta? Hay una explicación obvia. Según los principios de la ley judaica de la época, a una mujer «sentada en shiveh» le estaba estrictamente prohibido salir de la casa salvo por orden expresa de su esposo. En este incidente el comportamiento de Jesús y de María de Betania se ajusta exactamente al comportamiento tradicional de una pareja de esposos judíos.
Hay más indicios de un posible matrimonio entre Jesús y María de Betania. Los encontramos, más o menos en forma de non sequitur, en el evangelio de Lucas:
Aconteció que yendo de camino [Jesús], entró en una aldea; y una mujer Llamada Marta le recibió en su casa. Ésta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.
Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.
Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada. (Lucas, 10, 38-42.)
A juzgar por las palabras de Marta, parece evidente que Jesús ejercía algún tipo de autoridad sobre María. Con todo, aún es más importante la respuesta de Jesús. En cualquier otro contexto uno no titubearía en interpretar tal respuesta como una alusión a un matrimonio. En todo caso, sugiere claramente que María de Betania era una discípula tan ávida como la Magdalena.
Hay razones de peso para pensar que la Magdalena y la mujer que unge a Jesús son una misma persona. Nos preguntamos si esta persona podía ser también la misma que María de Betania, hermana de Lázaro y de Marta. ¿Era posible que estas mujeres que, en los evangelios, aparecen en tres contextos distintos fueran en realidad una misma persona? La Iglesia medieval ciertamente opinaba que sí, y lo mismo hacía la tradición popular. Hoy en día muchos eruditos bíblicos son de la misma opinión. Hay pruebas abundantes que confirman esta conclusión.
Los evangelios de Mateo, Marcos y Juan, por ejemplo, señalan que la Magdalena estuvo presente en la crucifixión. Ninguno de ellos dice que María de Betania también lo estuviese. Pero, si María de Betania era una discípula tan devota como parece ser, su ausencia, en el menor de los casos, parecería negligente. ¿Es posible creer que ella —por no citar a su hermano Lázaro— dejara de presenciar el momento culminante de la vida de Jesús? Esta omisión resultaría tan inexplicable como reprensible, a menos, claro está, que se hallara presente y los evangelios la citen bajo el nombre de la Magdalena. Si la Magdalena y María de Betania son una misma persona, no cabe pensar que la segunda estuviera ausente en el momento de la crucifixión.
A la Magdalena se la puede identificar con María de Betania. A la Magdalena también se la puede identificar con la mujer que unge a Jesús. El cuarto evangelio identifica a la mujer que unge a Jesús con María de Betania. A decir verdad, el autor del cuarto evangelio se muestra muy explícito al respecto:
Estaba entonces enfermo uno llamado Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta su hermana.
(María, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo, fue la que ungió al Señor con perfume, y le enjugó los pies con los cabellos). (Juan, 11,1-2).
Y de nuevo, un capítulo después:
Seis días antes de la pascua, vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos.
Y le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él.
Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume. (Juan, 12, 1-3).
Por tanto, está claro que María de Betania y la mujer que unge a Jesús son la misma persona. Si no igualmente claro, ciertamente es probable que esta mujer sea también la Magdalena. Si Jesús en verdad estaba casado, diríase, pues, que había una sola candidata al puesto de esposa suya: una mujer que sale repetidamente en los evangelios bajo nombres diferentes y desempeñando funciones distintas.