El señor Plantard de Saint-Clair

Entre los nombres que figuraban de forma más prominente y repetida en los diversos documentos Prieuré estaba el de la familia Plantard. Y entre los numerosos individuos relacionados con el misterio de Sauniére y Rennes-le-Château, el más autorizado parecía ser Pierre Plantard de Saint-Clair.[21] Según las genealogías que aparecen en los documentos Prieuré, el señor Plantard es descendiente por línea directa del rey Dagoberto II y de la dinastía merovingia. Según las mismas genealogías, también es descendiente por línea directa de los propietarios del Château Barberie, la finca que fue destruida por orden del cardenal Mazanno en 1659.

En el curso de nuestras indagaciones habíamos encontrado el nombre del señor Plantard repetidas veces. A decir verdad, en lo que se refería a la aportación de información durante los últimos veinticinco años y pico, daba la impresión de que todas las pistas conducían a dicha persona. En 1960, por ejemplo, fue entrevistado por Gérard de Sede y habló de un «secreto internacional escondido en Gisors.[22] Durante el decenio siguiente fue, al parecer, una fuente importante de información para los libros que escribió el señor De Sede tanto sobre Gisors como sobre Rennes-le-Château.[23] Según hechos revelados recientemente, el abuelo del señor Plantard conocía personalmente a Bérenger Sauniére. Y el propio señor Plantard era propietario de diversos terrenos en las proximidades de Rennes-le-Château y Rennes-les-Bains, incluyendo la montaña de Blanchefort. Cuando entrevistamos al anticuario de la ciudad de Stenay, en las Ardenas, nos dijo que el emplazamiento de la antigua iglesia de Saint Dagobert también era propiedad del señor Plantard. Y, según los estatutos proporcionados por la policía francesa, el señor Plantard era secretario general de la Prieuré de Sion.

En 1973 una revista francesa publicó algo que parece ser una transcripción de una entrevista telefónica con el señor Plantard. Este no se mostró muy informativo, lo cual no es extraño. Como era de esperar, sus declaraciones fueron elusivas, crípticas y provocativas y, de hecho, planteaban más interrogantes de los que respondían. Así, por ejemplo, al hablar del linaje merovingio y de sus aspiraciones al trono, declaró: Debe usted explorar los orígenes de ciertas grandes familias de Francia y entonces comprenderá cómo un personaje llamado Henri de Montpézat podría algún día convertirse en rey.[24] Y al preguntársele cuáles eran los objetivos de la Prieuré de Sion, el señor Plantard replicó de una manera evasiva, como era de esperar: Eso no se lo puedo decir. La sociedad a la que pertenezco es extremadamente antigua. Yo me limito a suceder a otros, a ser un punto de una línea. Somos custodios de ciertas cosas. Y sin publicidad.[25]

La misma revista francesa publicó también una semblanza biográfica del señor Plantard escrita por su primera esposa, Anne Lea Hisler, que murió en 1971. Si hay que dar crédito a la revista, esta semblanza apareció por primera vez en Circuit, la publicación interna de la propia Prieuré de Sion, para la cual, según se dice, el señor Plantard escribía regularmente con el seudónimo de «Chyren»:

No olvidemos que este psicólogo era amigo de personajes tan diversos como el conde Israel Monti, uno de los hermanos de la Santa Vehm, Gabriel Trarieux d’Egmont, uno de los trece miembros de la Rose-Croix, Paul Lecour, el filósofo de la Atlántida, el abate Hoffet del servicio de documentación del Vaticano, Th. Moreaux, director del conservatorio de Bourges, etc. Recordemos que durante la ocupación fue detenido, sufrió tortura a manos de la Gestapo y fue internado como prisionero político durante largos meses. En su capacidad de doctor en ciencias arcanas, aprendió a apreciar el valor de la información secreta, lo cual indudablemente le llevó a recibir el título de miembro honorario de varias sociedades herméticas. Todo esto ha contribuido a formar un personaje singular, un místico de la paz, un apóstol de la libertad, un asceta cuyo ideal es servir al bienestar de la humanidad. ¿Es asombroso, por tanto, que se convirtiera en una de las eminencias grises cuyo consejo buscan los grandes de este mundo? Invitado en 1947 por el gobierno federal de Suiza, residió en dicho país durante varios años, cerca del lago Leman, donde numerosos chargés de missions y delegados de todo el mundo se encuentran reunidos.[26]

Sin duda la señora Hisler quería escribir un retrato entusiasta. No obstante, la impresión que sacamos es que se trata de un individuo más singular que otra cosa. En algunos lugares las palabras de la señora Hisler resultan a la vez vagas e hiperbólicas. Asimismo, las diversas personas que se citan como conocidos distinguidos del señor Plantard forman un grupo curioso, por no decir otra cosa.

Por un lado, el contratiempo que el señor Plantard tuvo con la Gestapo parece señalar que desarrolló alguna actividad laudable durante la ocupación. Y nuestras propias investigaciones acabaron proporcionándonos pruebas documentales de la misma. En 1941 Pierre Plantard dirigía la revista de la resistencia, Vaincre, que se publicaba en un suburbio de París. Fue encarcelado por la Gestapo durante más de un año, de octubre de 1943 a finales de 1944.[27]

Resultó que entre los amigos y colaboradores del señor Plantard había individuos bastante más conocidos que los citados por la señora Hisler. Entre ellos se contaban André Malraux y Charles de Gaulle. A decir verdad, las relaciones de Plantard parecían penetrar mucho en los pasillos del poder. En 1958, por ejemplo, Argelia se sublevó y el general De Gaulle procuró hallar el modo de volver a la presidencia de Francia. Al parecer, recurrió concretamente al señor Plantard en busca de ayuda. Parece ser que el señor Plantard, junto con André Malraux y otros, respondieron movilizando los llamados «Comités de Salud Pública», los cuales desempeñaron un papel crítico en el regreso de De Gaulle al palacio del Elíseo. En otra carta del 29 de julio de 1958 De Gaulle dio personalmente las gracias al señor Plantard por sus servicios. En una segunda carta, fechada cinco días después, el general pedía al señor Plantard la disolución de los comités, pues éstos ya habían cumplido su objetivo. El señor Plantard satisfizo los deseos del general y disolvió dichas organizaciones por medio de un comunicado oficial que se dio a conocer por la prensa y la radio.[28]

Huelga decir que, a medida que avanzaba nuestra investigación, más vivo era nuestro deseo de conocer al señor Plantard. Sin embargo, al principio parecían ser pocas las probabilidades de cumplir nuestro deseo. El señor Plantard parecía ser un hombre ilocalizable y daba la impresión de que no había forma de que nosotros, como ciudadanos particulares, pudiéramos dar con él. Luego, durante los inicios de la primavera de 1979, empezamos a preparar otra película sobre Rennes-le-Château para la BBC, que puso sus recursos a nuestra disposición.

Fue bajo los auspicios de la BBC que por fin logramos establecer contacto con el señor Plantard y la Prieuré de Sion.

De las primeras consultas se encargó una periodista inglesa que vivía en París, había trabajado en diversos proyectos para la BBC y contaba con una impresionante red de relaciones en toda Francia, a través de las cuales intentó encontrar la Prieuré de Sion. Al principio, mientras llevaba a cabo sus indagaciones a través de logias masónicas y la «subcultura» esotérica de París, tropezó con la previsible cortina de humo hecha de confusión y contradicciones. Un periodista le advirtió, por ejemplo, que cualquier persona que ahondase demasiado en los secretos de la orden de Sion acababa muriendo de forma violenta. Otro le dijo que, efectivamente, la orden había existido durante la Edad Media, pero no en la actualidad. En cambio, un oficial de la Grande Loge Alpina le dijo que la orden de Sion sí existía hoy, pero que era una organización moderna y jamás, según él, había existido en el pasado.

Abriéndose paso a través de esta maraña de confusión, nuestra investigadora logró por fin establecer contacto con Jean-Luc Chaumeil, que había entrevistado al señor Plantard para una revista y escrito extensamente sobre Sauniére, Rennes-le-Château y la Prieuré de Sion. El señor Chaumeil dijo que él no pertenecía a la orden, pero podía ponerse en contacto con el señor Plantard y posiblemente concertar una entrevista con nosotros. Mientras tanto, proporcionó más información a nuestra investigadora.

Según el señor Chaumeil, la Prieuré de Sion no era, hablando en rigor, una «sociedad secreta». Sencillamente deseaba ser discreta acerca de su existencia, sus actividades y sus afiliados. El señor Chaumeil dijo que la información que se daba en el Journel Officiel era espuria, que la habían colocado allí ciertos «miembros disidentes» de la orden. Según el señor Chaumeil, los estatutos presentados a la policía también eran espurios y procedían de los mismos «miembros disidentes».

El señor Chaumeil confirmó nuestras sospechas de que la orden de Sion albergaba ambiciosos planes políticos para un futuro próximo. En el plazo de unos pocos años, afirmó, se produciría un cambio espectacular en el gobierno francés, un cambio que prepararía el camino para una monarquía popular con un gobernante merovingio en el trono. Afirmó también que la orden estaría detrás de dicho cambio, como había estado detrás de otros muchos cambios importantes a lo largo de los siglos. Al decir del señor Chaumeil, Sion era antimilitarista y pretendía presidir una restauración de «valores verdaderos», valores, al parecer, de índole espiritual, quizá esotérica. Nos explicó que tales valores eran esencialmente precristianos, a pesar de la orientación ostensiblemente cristiana de la orden, a pesar del marcado cariz católico de los estatutos. El señor Chaumeil también reiteró que el Gran maestre de Sion en aquel momento era François Ducaud-Bourget. Cuando le preguntamos cómo el tradicionalismo católico de Ducaud-Bourget podía ser compatible con valores precristianos, el señor Chaumeil replicó crípticamente que tendríamos que preguntárselo al propio abate Ducaud-Bourget.

El señor Chaumeil hizo hincapié en la antigüedad de la Prieuré de Sion, así como en la amplitud de su número de afiliados. Dijo que sus miembros procedían de todas las esferas de la vida. Sus objetivos, añadió, no se limitaban exclusivamente a la restauración del linaje merovingio. Y al llegar a este punto el señor Chaumeil dijo algo curioso a nuestra investigadora: que no todos los miembros de la Prieuré de Sion eran judíos. El significado implícito de esta afirmación, que en apariencia no venía al caso, es obvio: que algunos miembros de la orden, si no muchos, son judíos. Y de nuevo nos encontramos ante una contradicción desconcertante. Aunque los estatutos fuesen espurios, ¿cómo hacer compatible una orden con miembros judíos con un Gran maestre que abraza el tradicionalismo católico extremo y entre cuyos amigos más íntimos se contaban Marcel Lefebvre, hombre conocido por hacer declaraciones que lindaban con el antisemitismo?

El señor Chaumeil también hizo otras afirmaciones que llenaron de perplejidad a nuestra investigadora. Habló, por ejemplo, del «príncipe de Lorena, que descendía del linaje merovingio y cuya misión sagrada era, por ende, obvia. Esta afirmación resulta tanto más desconcertante cuanto que hoy día no se conoce que exista ningún príncipe de Lorena, ni siquiera titular. ¿Daba a entender el señor Chaumeil que tal príncipe realmente existía, y que quizá vivía de incógnito? ¿O utilizaba la palabra «príncipe» en su sentido más amplio de «vástago»? En tal caso, el príncipe actual (en este sentido más amplio) es el doctor Otto von Habsburg, que es el duque titular de Lorena.

En general, lo que dijo el señor Chaumeil más que contestaciones fue la base para formular nuevas preguntas y nuestra investigadora, en el breve tiempo de preparación con que contaba, no sabía exactamente qué preguntas debía hacer. Sin embargo, hizo grandes progresos recalcando el interés de la BBC por el asunto; porque la BBC goza de mucho más prestigio en el continente que en Gran Bretaña y sigue siendo un «nombre mágico», por así decirlo. Por consiguiente, la posibilidad de que la BBC interviniese en el asunto no podía tomarse a la ligera. Propaganda es una palabra demasiado fuerte, pero una película de la BBC que pusiera de relieve ciertos hechos, y les diera autenticidad, sería realmente una proposición atractiva, un medio poderoso de obtener credibilidad y de crear un clima psicológico, especialmente en el mundo de habla inglesa. Si los merovingios y la Prieuré de Sion eran aceptados como «hechos históricos» o reconocidos de manera general —como, por ejemplo, la batalla de Hastings o el asesinato de Tomás Becket—, evidentemente Sion se habría beneficiado de ello. No hay duda de que esta reflexión fue la que movió al señor Chaumeil a telefonear al señor Plantard.

Finalmente, en marzo de 1979, se concertó una entrevista entre el señor Plantard y nosotros, incluyendo a Roy Davis, nuestro productor de la BBC, y su investigadora, que haría las veces de enlace. La entrevista fue algo parecido a una reunión de padrinos de la mafia. Se celebró en terreno neutral (un cine de París que la BBC alquiló para tal fin) y todas las partes acudieron en compañía de sus respectivos séquitos.

El señor Plantard resultó un hombre digno y cortés, de porte ligeramente aristocrático, de aspecto nada ostentoso, con una forma de hablar elegante, volátil pero suave. Desplegó una enorme erudición y una impresionante agilidad mental: tenía el don de dar réplicas agudas, secas, ingeniosas, maliciosas pero en modo alguno mordaces. Con frecuencia brillaba en sus ojos una expresión de regocijo e indulgencia, casi de paternalismo. A pesar de sus modales modestos, sencillos, ejercía una autoridad imponente sobre sus acompañantes. Y había un acentuado aire de ascetismo y austeridad en él. No hizo ningún alarde de riqueza. Su atuendo era conservador, de buen gusto, despreocupado, pero ni ostentosamente elegante ni manifiestamente caro. Por lo que pudimos deducir, ni siquiera llevaba coche.

En nuestra primera entrevista, así como en las dos siguientes, el señor Plantard dejó bien sentado que no pensaba revelar absolutamente nada sobre las actuales actividades y objetivos de la Prieuré de Sion. En cambio, se brindó a contestar todas las preguntas que quisiéramos hacerle sobre la historia pasada de la orden. Y, si bien rehusó hablar públicamente —en película, por ejemplo— del futuro, se dignó lanzarnos algunas indirectas durante la conversación. Así, por ejemplo, declaró que, de hecho, la Prieuré de Sion tenía el tesoro perdido del templo de Jerusalén, es decir, el botín que las legiones romanas de Tito se llevaron en el año 70 de nuestra era. Agregó que dicho tesoro sería «devuelto a Israel en el momento oportuno». Pero, fuera cual fuese la importancia histórica, arqueológica o incluso política de tal tesoro, el señor Plantard la descartó diciendo que era secundaria. Insistió en que el verdadero tesoro era «espiritual». Y dio a entender que este «tesoro espiritual» consistía, al menos en parte, en un secreto. De algún modo no especificado dicho secreto facilitaría un importante cambio social. El señor Plantard se hizo eco del señor Chaumeil al manifestar que en un futuro próximo se produciría una sacudida espectacular en Francia: no una revolución, sino un cambio radical de las instituciones francesas que prepararía el camino para la restauración de una monarquía. Esta afirmación no la hizo de una manera histriónica y profética. Al contrario, el señor Plantard se limitó a asegurarnos que ocurriría lo que acabamos de señalar; y lo dijo en un tono muy reposado, muy flemático…, y muy definitivo.

En el discurso del señor Plantard había ciertas incongruencias curiosas. A veces parecía hablar en nombre de la Prieuré de Sion: decía nosotros, por ejemplo, lo que daba a entender que se refería a la orden. Otras veces daba la impresión de disociarse de ella y hablaba de sí mismo, y de nadie más, como pretendiente merovingio, como rey legítimo, y de la orden como sus aliados o partidarios. Nos parecía estar escuchando dos voces bien distintas y que no siempre eran compatibles. Una era la voz del secretario general de Sion. La otra era la voz de un rey de incógnito que reina pero no gobierna y que consideraba a la orden como una especie de consejo privado. Esta dicotomía entre las dos voces nunca quedó resuelta de modo satisfactorio y no pudimos persuadir al señor Plantard a que nos la aclarase.

Después de celebrar tres entrevistas con el señor Plantard y sus colaboradores, seguíamos sin saber mucho más que antes. Aparte de los Comités de Salud Pública y de las cartas de Charles de Gaulle, no teníamos ningún indicio de la influencia o el poder político de la orden de Sion, ni de que los hombres con quienes nos habíamos entrevistado estuvieran en condiciones de transformar el gobierno y las instituciones de Francia. Y tampoco sabíamos por qué a la estirpe merovingia debía tomársela más en serio que a los diversos intentos de restaurar a cualquier otra dinastía real. Hay varios pretendientes Estuardo al trono de Inglaterra, por ejemplo, y sus pretensiones, al menos en lo que se refiere a los historiadores modernos, se apoyan en una base más sólida que la de los merovingios. Además, en toda Europa abundan los pretendientes a coronas y tronos vacantes; y viven aún miembros de dinastías tales como, por ejemplo, los Borbones, los Habsburgo, los Hohenzollern y los Romanov. ¿Por qué a ellos se les tenía que dar menos credibilidad que a los merovingios? En términos de «legitimidad absoluta» y desde un punto de vista puramente técnico, es verdad que los merovingios podían tener precedencia. Pero no por ello dejaría la pretensión de tener un valor puramente simbólico en el mundo moderno, tan simbólico, pongamos por caso, como el hecho de que un irlandés de nuestros días demostrase ser descendiente de los reyes de Tara.

Una vez más nos pasó por la cabeza la idea de descartar la Prieuré de Sion tachándola de secta de lunáticos, por no decir de engaño descarado. Y, a pesar de ello, todos los datos que habíamos conseguido reunir indicaban que en el pasado la orden había tenido verdadero poder y había participado en asuntos internacionales de alto nivel. Era evidente que incluso en la actualidad había algo más que lo que se veía a simple vista. La orden, por ejemplo, no tenía nada de mercenaria o explotadora. De haberlo deseado, el señor Plantard hubiera podido transformar la Prieuré de Sion en una empresa sumamente lucrativa, al igual que otros muchos cultos, sectas e instituciones de la nueva era. Sin embargo, la mayoría de los documentos Prieuré habían sido publicados privadamente. Y la orden no hacia proselitismo, ni siquiera del modo en que podría hacerlo una logia masónica. Que nosotros pudiéramos ver, el número de afiliados seguía siendo rigurosamente fijo y sólo se admitían miembros nuevos cuando se producía una vacante. Semejante «exclusividad» atestiguaba, entre otras cosas, una extraordinaria confianza en sí misma, la certeza de que sencillamente no necesitaba reclutar enjambres de novicios, para lucrarse o por cualquier otro motivo. Dicho de otro modo, ya tenía algo que le daba valor, algo que, al parecer, le había granjeado la lealtad de hombres como Malraux y De Gaulle. Pero, ¿podíamos creer en serio que un Malraux o un De Gaulle estaba empeñado en la restauración de la estirpe merovingia?

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