2. Los cátaros y la gran herejía
Iniciamos nuestra investigación por un punto con el que ya estábamos un poco familiarizados: la herejía cátara o albigense y la cruzada a la que dio pie en el siglo XIII. Éramos ya conscientes de que los cátaros figuraban de un modo u otro en el misterio que envolvía a Sauniére y a Rennes-le-Château. En primer lugar, los herejes medievales habían sido numerosos en el pueblo y sus alrededores, que padecieron mucho en el transcurso de la cruzada contra los albigenses. A decir verdad, toda la historia de la región está empapada de sangre cátara, y los residuos de esa sangre, junto con mucha amargura, persisten hoy en día. Actualmente, cuando no hay inquisidores que puedan caer sobre ellos, muchos campesinos de la región proclaman abiertamente sus simpatías cátaras. Hay incluso una iglesia cátara y un llamado «papa cátaro» que, hasta su muerte en 1978, vivió en el pueblo de Arques.
Sabíamos que Sauniére se había sumergido en la historia y las tradiciones de su tierra natal, por lo que era imposible que hubiese evitado el contacto con el pensamiento y las tradiciones de los cátaros. No pudo escapar a su atención el hecho de que Rennes-le-Château había sido una población importante en los siglos XII y XIII, además de un bastión cátaro.
Asimismo, Sauniére conocería por fuerza las numerosas leyendas relativas a los cátaros. Habría oído hablar de los rumores que los relacionaban con un objeto fabuloso: el Santo Grial. Y si es verdad que Richard Wagner, en busca de algo perteneciente al Grial, visitó Rennes-le-Château, Sauniére tampoco podía ignorar este hecho.
Además, en 1890 un hombre llamado Jules Doinel pasó a ocupar el puesto de bibliotecario de Carcasona y fundó una iglesia neocátara.[1] El propio Doinel escribió prolíficamente sobre el pensamiento cátaro, y en 1896 era ya socio prominente de una organización cultural de la localidad: la Sociedad de Artes y Ciencia de Carcasona. En 1898 fue elegido secretario de la misma. A esta sociedad pertenecían varias personas que habían estado relacionadas con Sauniére, entre ellas su mejor amigo, el abate Henri Boudet. Y en el círculo de amigos personales del propio Doinel se contaba Emma Calvé. Por tanto, es muy probable que Doinel y Sauniére se conocieran.
Hay otra razón, una razón más sugestiva, que invita a relacionar a los cátaros con el misterio de Rennes-le-Château. En uno de los pergaminos hallados por Sauniére el texto aparece salpicado de un puñado de letras pequeñas —ocho para ser exactos— que son deliberadamente distintas de todas las demás. Tres de ellas están hacia la parte superior de la página, cinco hacia la parte inferior. Basta leer estas ocho letras por orden para ver que forman dos palabras: «rex mundi». No cabe la menor duda de que se trata de un término cátaro que cualquier persona familiarizada con el pensamiento de esta secta reconocerá inmediatamente.
Dados estos factores, nos pareció bastante razonable comenzar nuestra investigación por los cátaros. Así pues, empezamos a investigar detalladamente sus creencias y tradiciones, su historia y el medio en que se movían. Nuestra investigación abrió nuevas dimensiones de misterio y planteó cierto número de interrogantes.