Dagoberto II
Clodoveo murió en 511 y el imperio que él había creado fue dividido, de acuerdo con la costumbre merovingia, entre sus cuatro hijos. Durante más de un siglo a partir de aquel momento la dinastía merovingia presidió varios reinos dispares y a menudo en lucha entre sí, mientras que las líneas de sucesión se enmarañaban cada vez más y crecía la confusión en lo referente a las pretensiones a los diversos tronos.
La autoridad que otrora estuviera centralizada en Clodoveo fue difuminándose de manera progresiva, haciéndose más y más incompleta, a la vez que el orden secular iba degradándose. Intrigas, maquinaciones, secuestros y asesinatos políticos eran cada vez más frecuentes. Y los cancilleres de la corte o «mayordomos de palacio» acumulaban más y más poder, factor que a la larga contribuiría a la caída de la dinastía.
Despojados de forma creciente de su autoridad, los últimos reyes merovingios han sido llamados con frecuencia les rois fainéant, es decir, los reyes holgazanes. La posteridad los ha estigmatizado despreciativamente como monarcas débiles e ineficaces, afeminados, manejables e impotentes a manos de consejeros astutos y arteros. Nuestra investigación reveló que este estereotipo no era rigurosamente exacto. Es cierto que las constantes guerras, vendettas y luchas encarnizadas hicieron que diversos príncipes se vieran sentados en el trono a una edad extremadamente tierna, por lo que eran fácilmente manipulados por sus consejeros. Pero los que lograron llegar a la edad viril demostraron ser tan fuertes y decididos como cualquiera de sus predecesores. Ciertamente, este parece que fue el caso de Dagoberto II.
Dagoberto II nació en 651, heredero del reino de Austrasia. Al fallecer su padre en 656, se hicieron diversos intentos de impedir que subiera al trono. De hecho, los primeros años de Dagoberto parecen una leyenda medieval o un cuento de hacías. Pero son hechos históricos y bien documentados.[11]
Al morir su padre, Dagoberto fue raptado por el mayordomo de palacio que a la sazón gobernaba el reino, un individuo llamado Grimoald. Los intentos de encontrar al niño, que a la sazón tenía cinco años, resultaron infructuosos y no fue difícil convencer a la corte de que había muerto. Basándose en esto, Grimoald empezó a maquinar para que el trono lo ocupase su propio hijo, afirmando que éste había sido el deseo del monarca fallecido, es decir, el padre de Dagoberto. El ardid dio resultado. Hasta la madre de Dagoberto, creyendo que su hijo estaba muerto, cedió ante el ambicioso mayordomo de palacio.
Sin embargo, parece ser que Grimoald no quiso llegar al extremo de asesinar al joven príncipe. Dagoberto había sido confiado en secreto al obispo de Poitiers. Al parecer, el obispo tampoco quiso asesinar al pequeño. Así pues, Dagoberto se vio exiliado permanentemente en Irlanda. Se hizo hombre en el monasterio irlandés de Slane,[12] que no estaba lejos de Dublín; y allí, en la escuela adjunta al monasterio, recibió una educación que no hubiera podido recibir en la Francia de aquel tiempo. Se supone que en algún momento de este período asistió a la corte del rey de Tara. Y se dice que trabó conocimiento con tres príncipes de Northumberland, que también se estaban educando en Slane. En 666, probablemente todavía en Irlanda, Dagoberto casó con Matilde, una princesa celta. Al cabo de poco tiempo pasó de Irlanda a Inglaterra y estableció su residencia en York, en el reino de Northumberland. Allí trabó íntima amistad con san Wilfrid, obispo de York, que pasó a ser su mentor.
Durante el período en cuestión existía aún un cisma entre las iglesias romana y celta; esta última se negaba a reconocer la autoridad de la otra. En bien de la unidad, Wilfrid estaba empeñado en hacer que la Iglesia celta volviera al redil de Roma. Ya lo había conseguido con el famoso concilio de Whitby en 664. Pero puede que la amistad y la protección que posteriormente dispensó a Dagoberto II tuvieran algún motivo ulterior. En tiempos de Dagoberto la lealtad de los merovingios a Roma —tal como la había dictado el pacto de la Iglesia con Clodoveo siglo y medio antes— ya no era tan fervorosa como hubiese podido ser. Como fiel seguidor de Roma, Wilfrid ansiaba consolidar la supremacía romana, no sólo en Inglaterra, sino también en el continente. Si Dagoberto volvía a Francia y reclamaba el reino de Austrasia, era conveniente contar con su lealtad. Es posible que Wilfrid viera en el rey exiliado un posible y futuro brazo armado de la Iglesia.
En 670 Matilde, la esposa celta de Dagoberto, murió al dar a luz su tercera hija. Wilfrid se apresuró a concertar un nuevo matrimonio para el recién enviudado monarca y en 671 Dagoberto contrajo segundas nupcias. Si su primera unión matrimonial tuvo importancia dinástica en potencia, la segunda aún tuvo más. La nueva esposa de Dagoberto era Giselle de Razés, hija del conde de Razés y sobrina del rey de los visigodos.[13] Dicho de otro modo, la estirpe merovingia estaba ahora aliada con la estirpe real de los visigodos. Había en ello el germen de un imperio embrionario que hubiese unido gran parte de la Francia moderna y se hubiera extendido de los Pirineos a las Ardenas. Tal imperio, además, hubiera colocado a los visigodos —que seguían albergando fuertes tendencias arrianas— bajo el firme control de Roma.
Al casarse con Giselle, Dagoberto ya había vuelto al continente. Según documentación existente, el matrimonio se celebró en la residencia oficial de Giselle, en Rhédae o, lo que es lo mismo, Rennes-le-Château. De hecho, se dice que la boda se celebró en la iglesia de Saint Madeleine: la estructura en cuyo emplazamiento se erigiría más adelante la iglesia de Bérenger Sauniére.
Del primer matrimonio de Dagoberto habían nacido tres hijas, pero ningún heredero varón, de Giselle tuvo Dagoberto otras dos hijas, y por fin en 676 Al parecer, durante unos tres años estuvo aguardando su momento en Rennes-le-Château, observando las vicisitudes de sus dominios del norte. Finalmente, en 674, se le había presentado la oportunidad. Con el apoyo de su madre y de los consejeros de ésta, el monarca tanto tiempo exiliado reclamó su reino y fue proclamado oficialmente rey de Austrasia. Wilfrid de York tuvo que ver con su restauración.
Según Gérard de Sede, también tuvo que ver con ella una figura mucho más elusiva, mucho más misteriosa, sobre la cual hay poca información histórica: san Amatus, obispo de Sion en Suiza.[14]
Una vez hubo recuperado el trono, Dagoberto no fue ningún roí fainéant. Al contrario, demostró ser un digno sucesor de Clodoveo. Emprendió en seguida la tarea de imponer y consolidar su autoridad, dominando la anarquía que imperaba en toda Austrasia y restableciendo el orden. Gobernó con firmeza, acabando con el control de varios nobles revoltosos que habían movilizado suficiente poder militar y económico para desafiar al trono. Y se dice que en Rennes-le-Château reunió un tesoro nada despreciable. Estos recursos los utilizaría para financiar la reconquista de Aquitania,[15] que se había separado de los merovingios unos cuarenta años antes y se había declarado principado independiente.
Al mismo tiempo, Dagoberto debió de ser una gran decepción para Wilfrid de York, si éste esperaba de él que fuera el brazo armado de la Iglesia. Al contrario, parece que puso freno a los intentos de expansión de la Iglesia dentro de su reino, con lo que se granjeó la animosidad eclesiástica. Existe una carta de un prelado franco a Wilfrid condenando airadamente a Dagoberto por recaudar impuestos, por «escarnecer a las iglesias de Dios junto con sus obispos».[16]
Y no es este el único aspecto en que se indispuso Dagoberto con Roma. En virtud de su matrimonio con una princesa visigoda, Dagoberto había adquirido mucho territorio en lo que ahora es el Languedoc. Puede que también adquiriese algo más. Los visigodos eran leales a la Iglesia de Roma sólo de modo nominal. En realidad, su lealtad a Roma era extremadamente tenue y la familia seguía siendo proclive al arrianismo. Hay datos que inducen a pensar que Dagoberto absorbió parte de dicha proclividad.
En 679, después de tres años en el trono, Dagoberto ya se había creado diversos enemigos poderosos, tanto seglares como eclesiásticos. Al poner coto a su autonomía rebelde, había despertado la hostilidad de ciertos nobles vengativos. Al frustrar sus intentos de expansión, había provocado la antipatía de la Iglesia. Al instaurar un régimen eficaz y centralizado, había suscitado envidia y alarma entre otros potentados francos: los gobernantes de reinos adyacentes. Algunos de estos gobernantes contaban con aliados y agentes dentro del reino de Dagoberto. Uno de ellos era el mayordomo de palacio del propio rey. Pipino de Heristal. Y Pipino, alineándose clandestinamente con los enemigos políticos de Dagoberto, no era hombre al que repugnasen la traición y el asesinato.
Al igual que la mayoría de los gobernantes merovingios, Dagoberto tenía como mínimo dos capitales. La más importante de ellas era Stenay,[17] situada al borde de las Ardenas. Cerca del palacio real de Stenay había una extensión de tierra muy boscosa que se llamaba el bosque de Woévres y que se consideraba sagrada desde hacía mucho tiempo.
Según se dice, el 23 de diciembre de 679 Dagoberto se fue a cazar en dicho bosque. Dada la fecha, es posible que la caza fuera algún ritual. En todo caso, lo que ocurrió seguidamente despierta multitud de ecos arquetípicos, incluyendo el asesinato de Siegfried en Nibelungenlied.
Sobre el mediodía el rey, vencido por la fatiga, se echó a descansar a la orilla de un arroyo, a los pies de un árbol. Mientras dormía, uno de sus sirvientes —se supone que su ahijado— se acercó furtivamente a él y, obedeciendo órdenes de Pipino, le clavó una lanza en un ojo. Después los asesinos regresaron a Stenay con la intención de exterminar al resto de la familia, que tenía allí su residencia. No está claro hasta qué punto lograron sus propósitos. Pero no hay duda de que el reinado de Dagoberto y su familia terminó de una forma brusca y violenta. Tampoco desperdició la Iglesia mucho tiempo en llorarles. Al contrario, no tardó en sancionar la actuación de los asesinos del rey. Incluso hay una carta de un prelado franco a Wilfrid de York que intenta racionalizar y justificar el regicidio.[18]
Tanto el cadáver de Dagoberto como su categoría póstuma sufrieron una serie de curiosas vicisitudes. Inmediatamente después de su muerte, fue enterrado en Stenay, en la capilla real de Saint Rémy. En 872 —casi dos siglos más tarde— el cadáver fue exhumado y trasladado a otra iglesia. Esta nueva iglesia se convirtió en la de San Dagoberto, pues en aquel mismo año el rey muerto fue canonizado, no por el papa (que no reivindicó este derecho en exclusiva hasta 1159), sino por un cónclave metropolitano. El motivo de la canonización de Dagoberto sigue sin haberse aclarado. Según una fuente, obedeció a que se creía que sus reliquias habían protegido a Stenay y sus inmediaciones contra los ataques de los vikingos, aunque esta explicación comete petición de principio, pues, para empezar, no está claro por qué las reliquias poseían tales facultades. Las autoridades eclesiásticas dan muestra de ignorancia y confusión a este respecto. Reconocen que Dagoberto, por el motivo que fuese, pasó a ser objeto de un culto en toda la regla y a tener su propia festividad: el 23 de diciembre, aniversario de su muerte.[19] Pero no tienen la menor idea de por qué se le ensalzó de esta manera. Es posible, por supuesto, que la Iglesia se sintiera culpable a causa del papel que desempeñó en el asesinato del monarca. Por consiguiente, cabe la posibilidad de que la canonización de Dagoberto fuese un intento de expiar su culpa. Sin embargo, de ser así, no hay ninguna indicación de por qué se consideró que este gesto era necesario ni de por qué tuvo que esperar dos siglos.
Stenay, la iglesia de San Dagoberto y quizá las reliquias que la misma contenía fueron consideradas como muy importantes por diversas figuras ilustres en los siglos subsiguientes. En 1069, por ejemplo, el duque de Lorena —el abuelo de Godofredo de Bouillon— concedió protección especial a la iglesia y la colocó bajo los auspicios de la cercana abadía de Gorze. Unos años después un noble de la localidad se apropió de la iglesia. En 1093 Godofredo de Bouillon movilizó un ejército y puso sitio a Stenay con el único propósito, al parecer, de recuperar la iglesia y devolverla a la abadía de Gorze.
Durante la revolución francesa la iglesia fue destruida y las reliquias de san Dagoberto, como tantas otras de toda Francia, fueron dispersadas. Hoy día en un convento de Mons se conserva un cráneo con una incisión ritual que, según se dice, es el de Dagoberto. Las demás reliquias del rey han desaparecido en su totalidad. Pero a mediados del siglo XIX salió a la luz un documento curiosísimo. Se trataba de un poema, una letanía de veintiún versos, titulada «De sancta Dagoberto martyre prose», lo que daba a entender que Dagoberto sufrió martirio por algo. Se cree que el citado poema data cuando menos de la Edad Media, posiblemente de mucho antes. Lo que es significativo es que fuera hallado en la abadía de Orval.[20]