5. La orden entre bastidores

Ya habíamos sospechado que existía un grupo de individuos, si no una «orden» coherente, detrás de los caballeros templarios. En consecuencia, la afirmación de que el Temple fue creado por la Prieuré de Sion nos parecía ligeramente más plausible que las otras afirmaciones que se hacían en los «documentos Prieuré».

Ya en 1962 se había mencionado a la Prieuré de Sion, de un modo breve, críptico y pasajero, en una obra de Gérard de Sede. La primera alusión detallada a la misma que encontramos, sin embargo, era una página suelta de los Dossiers secrets. En la parte superior de dicha página hay una cita de René Grousset, una de las autoridades más destacadas del siglo XIX en lo que a las cruzadas se refiere, cuya obra monumental sobre el tema, publicada durante el decenio de 1930, es considerada como germinal por historiadores modernos tales como sir Steven Runciman. La cita se refiere a Balduino I, hermano menor de Godofredo de Bouillon, duque de Lorena y conquistador de Tierra Santa. Al morir Godofredo, Balduino aceptó la corona que le ofrecían y con ello se convirtió en el primer rey oficial de Jerusalén. Según René Grousset, existía, a través de Balduino I, una «tradición real». Y como estaba «fundada sobre la roca de Sion»,[1] esta tradición era «igual» a la de las dinastías que reinaban en Europa: la dinastía Capeta de Francia, la dinastía anglo-normanda (Plantagenet) de Inglaterra, las dinastías Hohenstauffen y Habsburgo que presidían Alemania y el antiguo Sacro Imperio Romano. Pero Balduino y sus descendientes eran reyes elegidos en vez de reyes por derecho de sangre. ¿Por qué, pues, hablaría Grousset de una «tradición real» que «existía a través» de él? El propio Grousset no lo explica. Ni tampoco explica por qué esta tradición, al estar «fundada sobre la roca de Sion», era «igual» a las principales dinastías de Europa.

En la página de los Dossiers secrets sigue a la cita de Grousset una alusión a la misteriosa Prieuré de Sion u Ordre de Sion, como, al parecer, era llamada en aquel tiempo. Según el texto, la Ordre de Sion fue fundada por Godofredo de Bouillon en 1090, nueve años antes de la conquista de Jerusalén, aunque hay otros «documentos Prieuré» que dan 1099 como fecha de la fundación. También según el texto, Balduino, el hermano menor de Godofredo, «debía su trono» a la orden. E igualmente según el texto, la sede oficial o «cuartel general» de la orden era una abadía concreta: la abadía de Notre Dame du Mont de Sion en Jerusalén. O quizás en las afueras de Jerusalén, en el monte Sion, la famosa «colina alta» situada al sur de la ciudad.

Al consultar todas las obras clásicas sobre las cruzadas escritas en el siglo XX, no encontramos ninguna mención de la Ordre de Sion. En vista de ello, decidimos comprobar si tal orden había existido alguna vez o no y si tenía poder para conferir tronos. Para ello tuvimos que revolver entre montones de documentos antiguos. No buscábamos sólo alusiones explícitas a la orden. También buscábamos algún indicio de su posible influencia y de sus actividades. También queríamos confirmar si existió o no alguna abadía llamada Notre Dame du Mont de Sion.

Al sur de Jerusalén se alza la «colina alta» del monte Sion. En 1099, cuando Jerusalén cayó en poder de los cruzados de Godofredo de Bouillon, se alzaban sobre dicha colina las ruinas de una antigua basílica bizantina, que supuestamente databa del siglo IV y era llamada «la Madre de todas las Iglesias», título sumamente sugestivo. Según numerosos documentos y crónicas de la época que se conservan, en el lugar de dichas ruinas se edificó una abadía. Y se edificó por orden expresa de Godofredo de Bouillon. Debía de ser un edificio imponente, una comunidad independiente. Según una crónica de 1172, estaba muy bien fortificada y tenía sus propias murallas, torres y almenajes. Y a esta estructura se le daba el nombre de abadía de Notre Dame du Mont de Sion.

Obviamente, alguien tenía que ocupar sus dependencias. ¿Las ocuparía una «orden» autónoma que llevaba el nombre del lugar? ¿Cabía la posibilidad de que el ocupante de la abadía fuera la Ordre de Sion? No era irrazonable suponer que sí. Los caballeros y los monjes que ocupaban la iglesia del Santo Sepulcro, edificada también por Godofredo, formaron una «orden» oficial y debidamente constituida: la orden del Santo Sepulcro. Era muy posible que el mismo principio hubiese guiado a los ocupantes de la abadía del monte Sion y los indicios apuntaban en tal sentido. Según el principal experto en el tema que hubo en el siglo XIX, la abadía «era habitada por un capítulo de canónigos agustinianos, encargados de servir a los santuarios bajo la dirección de un abad. La comunidad asumió el nombre doble de «Sainte-Marie de Mont Syon et du Saint-Esprit».[2] Y en 1698 otro historiador se muestra todavía más explícito: «Había en Jerusalén durante las cruzadas… caballeros agregados a la abadía de Notre Dame de Sion que adoptaron el nombre de “Chevaliers de l’Ordre de Notre Dame de Sion"».[3]

Si esta confirmación no era suficiente, descubrimos también documentos del período —documentos originales— que llevaban el sello y la firma de uno u otro prior de «Notre Dame de Sion». Hay una carta de constitución, por ejemplo, firmada por un tal prior Árnaldus y fechada el 19 de julio de 1116.[4] En otra carta, que lleva fecha del 2 de mayo de 1125, el nombre de Árnaldus aparece junto al de Hugues de Payen, primer Gran maestre del Temple.[5]

Hasta el momento los «documentos Prieuré» habían resultado válidos y podíamos afirmar que la Ordre de Sion existía ya a comienzos del siglo XII. Sin embargo, quedaba por averiguar si la orden realmente había sido formada antes o no. No hay ninguna regla fija sobre cuál de estas dos cosas llega primero: una orden o las dependencias en las que se aloja. Los cistercienses, por ejemplo, tomaron su nombre de un lugar concreto: Citeaux. En cambio, los franciscanos y los benedictinos —por citar sólo dos ejemplos— tomaron sus respectivos nombres de dos individuos y se anticiparon a una morada fija. Así pues, lo máximo que podíamos decir era que la abadía existía ya en 1100 y alojaba una orden que llevaba el mismo nombre, orden que tal vez se había fundado anteriormente.

Los «documentos Prieuré» dan a entender que así fue y hay algunos datos que apuntan hacia tal posibilidad, aunque de una manera vaga y oblicua. Se sabe que en 1070, veintinueve años antes de la primera cruzada, determinada banda de monjes procedentes de Calabria, en la Italia meridional, llegó a las inmediaciones del bosque de las Ardenas, parte de los dominios de Godofredo de Bouillon.[6] Según Gérard de Sede, esta banda de monjes era mandada por un individuo llamado «Ursus», nombre que los «documentos Prieuré» relacionan constantemente con la estirpe merovingia. Al llegar a las Ardenas, los monjes calabreses obtuvieron el patronazgo de Mathilde de Toscane, duquesa de Lorena, que era tía de Godofredo de Bouillon y, de hecho, madre adoptiva del mismo. De Mathilde recibieron los monjes una extensión de terreno en Orval, no lejos de Stenay, donde Dagoberto II había sido asesinado unos quinientos años antes. En dicho terreno construyeron una abadía. Sin embargo, no se quedaron mucho tiempo en Orval. En 1108 ya habían desaparecido misteriosamente, y no se conserva ningún testimonio de su paradero. Cuenta la tradición que volvieron a Calabria. En 1131 Orval era ya uno de los feudos propiedad de san Bernardo.

No obstante, es posible que antes de marcharse de Orval los monjes calabreses dejasen una señal crucial en la historia de Occidente. Al menos según Gérard de Sede, entre los monjes se encontraba el hombre al que posteriormente se conocería por el nombre de Pedro el Ermitaño. Si esto es verdad, sería extremadamente significativo, pues a menudo se cree que Pedro el Ermitaño fue el preceptor personal de Godofredo de Bouillon.[7] Y no es esto lo único que le permite aspirar a la fama. En 1095, junto con el papa Urbano II, Pedro se dio a conocer en toda la cristiandad predicando carismáticamente la necesidad de una cruzada, una guerra santa para recuperar el sepulcro de Cristo y Tierra Santa, que estaban en manos de los infieles musulmanes. Hoy día a Pedro el Ermitaño se le considera como uno de los principales instigadores de las cruzadas.

Basándonos en las insinuaciones que aparecen en los «documentos Prieuré», empezamos a preguntarnos si habría existido alguna continuidad oscura entre los monjes de Orval, Pedro el Ermitaño y la Ordre de Sion. Ciertamente, daba la impresión de que los monjes no eran sólo una banda fortuita de devotos itinerantes. Por el contrario, sus movimientos —su llegada colectiva a las Ardenas procedentes de Calabria y su misteriosa desaparición en masa— atestiguan la existencia de alguna clase de cohesión, de algún tipo de organización y tal vez de una base permanente en alguna parte. Y si Pedro formaba parte de esta banda de monjes, las predicaciones sobre una cruzada pudieron ser una manifestación, no de un fanatismo rampante, sino de una política calculada. Asimismo, si era el preceptor personal de Godofredo de Bouillon, cabe la posibilidad de que contribuyese a convencer a su alumno para que se embarcase con destino a Tierra Santa. Y puede que cuando los monjes se esfumaron de Orval no volvieran a Calabria, después de todo. Quizá se instalaron en Jerusalén, tal vez en la abadía de Notre Dame de Sion.

Esto, huelga decirlo, no era más que una hipótesis, sin ninguna confirmación documental. Sin embargo, pronto encontramos fragmentos de pruebas circunstanciales que lo confirmaban. Cuando Godofredo de Bouillon embarcó para Tierra Santa, se sabe que le acompañaba un séquito de figuras anónimas que hacían las veces de consejeros y administradores: el equivalente, de hecho, de un estado mayor moderno. Pero el de Godofredo no fue el único ejército cristiano que embarcó rumbo a Palestina. Hubo como mínimo otros tres, cada uno de ellos mandado por un ilustre e influyente potentado occidental. Si la cruzada fue un éxito, si Jerusalén cayó y si se instauró allí un reino franco, cualquiera de estos cuatro potentados hubiera podido ser el elegido para ocupar dicho trono. Y, pese a ello, parece que Godofredo sabía de antemano que el elegido sería él. De todos los comandantes europeos él fue el único que renunció a todos sus feudos, que vendió todos sus bienes y que dejó bien sentado que Tierra Santa sería su dominio durante el resto de su vida.

En 1099, inmediatamente después de la conquista de Jerusalén, un grupo de figuras anónimas se reunió en cónclave secreto. La identidad de este grupo ha escapado a todas las investigaciones históricas, aunque tres cuartos de siglo más tarde Guillermo de Tiro dice que el más importante de ellos era «cierto obispo de Calabria».[8] En todo caso, el propósito de la reunión era evidente: elegir un rey de Jerusalén. Y, a pesar de los persuasivos argumentos de Raymond, conde de Toulouse, los misteriosos y obviamente influyentes electores se dieron prisa en ofrecer el trono a Godofredo de Bouillon. Éste, con una modestia muy poco característica, declinó el título y en su lugar aceptó el de «Defensor del Santo Sepulcro». Dicho de otro modo, era rey en todo salvo en el nombre. Y cuando murió en 1100 su hermano, Balduino, no vaciló en aceptar también el título.

El misterioso cónclave que eligió a Godofredo como gobernante, ¿lo formarían los elusivos monjes de Orval, entre los cuales se encontraba tal vez Pedro el Ermitaño, que a la sazón estaba en Tierra Santa y gozaba de considerable autoridad? ¿Y es posible que este mismo cónclave ocupara la abadía de monte Sion? En pocas palabras, ¿cabe la posibilidad de que estos tres grupos en apariencia distintos —los monjes de Orval, el cónclave que eligió a Godofredo y los ocupantes de Notre Dame de Sion— fueran uno solo? Esta posibilidad no puede probarse, pero tampoco puede descartarse de entrada. Y si es cierta, no hay duda de que atestiguaría el poder de la Ordre de Sion, un poder que incluía el derecho de conferir tronos.

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